La leyenda del Dios del mal

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Género: Relato

Rating: Infantil – juvenil.

Este relato es propiedad de Jesús Rodríguez. La ilustración es propiedad de José Vicente Santamaría. Quedan reservados todos los derechos de autor.

La leyenda del Dios del mal.

Las ramas que salían de su espalda se zarandeaban al compás de sus brazos. Era alto, muy alto. Se agachó para acercarse a mi altura. Su rostro era rudo, leñoso. Sus ojos brillantes y su gesto afable transmitían afecto y ternura.

Me quedé quieto, expectante. No sabía si sentir miedo o alegría por haberle conocido. Nunca había visto un gorleño tan grande. Sí, en ocasiones había visto imágenes en los árboles que hacían adivinar su gran tamaño pero nunca en mi vida había hablado con ninguno.

***

—¿Qué haces paseando por el bosque a estas horas de la tarde? —me preguntó el gorleño.
Decidí comportarme como si aquel fuera un encuentro rutinario, como si fuera Mael, el gorleño del gran árbol, quien me lo estuviera preguntando. Sabía que aunque por su gran tamaño y presencia pudiera parecer peligroso, no lo era. Un gorleño nunca haría daño a un, como ellos nos llaman, “cachorro de humano”.
—Hemos venido a pasar el fin de semana al bosque —le contesté—. La cabaña del molino es de un vecino de mi pueblo y nos ha dicho que podíamos pasar la noche en ella. Mis amigos están preparándola para dormir y yo he salido a buscar la fuente para coger agua.
Había invitado a mis dos amigos, Nacho y Jorge, para que me acompañaran ese fin de semana. La idea de pasar —a sus doce años— la noche en una cabaña les había convencido.
—¿Así que os vais a quedar esta noche? —preguntó el gorleño.
—Sí, esa es nuestra intención. ¿Por qué me lo preguntas tan extrañado?
—Parece que el pastor no os ha explicado lo que sucederá esta noche ¿verdad? —me indicó el gorleño.
—¿Qué va a suceder —le pregunté asustado— ¿Hay algún peligro? Mael, el gorleño del gran árbol, me ha dicho que hay una leyenda sobre esta cabaña y en especial en esta luna de verano, pero…
Mi voz temblaba al preguntar y el gorleño, que me vio tan asustado, me atajó diciendo:
—¡¡Es la Noche de la Luna de Agosto!! Estos humanos… Deberíais saber que esta noche, nunca, ningún humano desde hace más de doscientos años la ha pasado en las inmediaciones del bosque de Peloño y mucho menos en la cabaña del río. Dice la leyenda —comenzó a relatar el gorleño— que a las doce de la noche del día de la luna llena del mes de agosto de cada año, todos los seres malvados que habitan en este bosque se reúnen en el claro al lado de la cabaña. Desde hace cientos de años, ofrecen al dios del mal sacrificios de animales. Si su dios quedaba satisfecho con la ofrenda, les dejaba un año más disfrutando de sus privilegios. Un año, su dios se cansó de los presentes que le ofrecían. Les dijo que quería sangre fresca pero no de un animal del bosque. Tendrían que sacrificar a un cachorro humano si querían seguir disfrutando de la cómoda vida que les brindaba. Aquel año, al no conseguir el cachorro para el sacrificio, el dios del mal les despojó de todos sus privilegios privándoles de todas las gracias que hasta entonces les concedía. Fueron castigados a vagar errantes por los bosques sin otro fin, que el de esperar la siguiente luna de agosto para intentar localizar y dar caza a un cachorro humano. Año tras año se reunían en el mismo lugar y el mismo día. En todas las ocasiones pedían a su dios que les devolviera sus favores y en todas su dios les contestaba lo mismo: “¡Sacrificad a un cachorro de humano, dadme a beber su sangre y os devolveré los favores!”. Este año, como todos los anteriores, harán lo mismo. No tenéis escapatoria. Salen de todos lados y aunque quisiérais esconderos en otro lugar, alguno de ellos os verá, avisará a los demás de la presencia de humanos en el bosque, os darán caza y os sacrificarán.
—¿Nos matarán? —le pregunté
—Sí, os matarán, pero no rápidamente, mucho peor —me respondió.
—¿Y qué podemos hacer? —le pregunté visiblemente asustado.
—Nada —me contestó el gorleño con un gesto de indiferencia—. ¿Por qué no te reúnes con tus amigos y buscáis una solución?
—¡Pues muchas gracias! ¡Me has arreglado el día y servido de mucha ayuda! —le respondí enojado.
No me lo podía creer, me contaba una historia que pondría los pelos de punta al más valiente y después me decía que no podía hacer nada.
Me di la vuelta y me dirigí hacia la cabaña. Jorge y Nacho vaciaban las mochilas y preparaban los sacos de dormir colocándolos en los camastros. Lo que aún no sabían era que con un camastro tendríamos suficiente.
Corrí por el bosque sin atreverme a mirar atrás. Tenía la sensación de ir perseguido por las fieras. Al llegar al claro del molino grité llamando a mis amigos. Los dos salieron de la cabaña. Alarmados por mis gritos me preguntaron qué había pasado y tras calmarnos, se dispusieron a escuchar lo que me había sucedido.
Les comencé a relatar mi encuentro con el gorleño y lo que este me había contado. Las caras de Jorge y Nacho iban cambiando a medida que les narraba la historia. No se lo podían creer pero al mismo tiempo sabían que yo nunca me inventaría una historia así.
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Nacho.
—¡No lo sé, estoy pensando! —les dije.
Los tres nos quedamos en silencio. Al rato nos adentrábamos en el bosque. Llamábamos a gritos al gorleño que desde un árbol nos contestó preguntando:
—¿A qué vienen esas voces? ¿No os dais cuenta de que son casi las nueve y todos estamos ya en silencio y descansando?
—¡Tienes que ayudarnos! —le dije en tono autoritario—. ¡No puedes dejar que nos pase nada!
—¿Y por qué habría de hacerlo? —me contestó en tono irónico—. Mi misión es cuidar a los árboles y a los animales del bosque, no a unos cachorros de humano como vosotros.
El gorleño desde un principio tenía intención de ayudarnos, se separó del árbol y bajó al suelo. Nos dijo que estuviéramos muy atentos a lo que nos iba a contar:
—Si escucháis con atención este pequeño relato, sabréis lo que tendréis que hacer al filo de la media noche cuando llegue el peligro.

***

Hace ya muchos pero que muchos años y en este mismo molino, sucedió algo terrible. Un niño y una niña se habían aventurado solos por el bosque (Saúl y Jimena habían salido en busca de una de sus aventuras con nosotros los gorleños). Era el día de la Luna de Agosto de aquel año. Se perdieron, y cuando la tarde estaba a punto de dejar paso a la noche vieron la cabaña del molino. La puerta estaba abierta. En su interior había tres camastros, los mismos que habéis visto hoy. Tras la puerta una mesa, una silla y un candelabro con una vela; a su lado, una caja de cerillas. Se sentaron y se dispusieron a encender la vela. Al abrir la caja se percataron de que en su interior solamente había una cerilla. El temor de que se apagara sin llegar a encender la vela les hizo dudar, así que prefirieron quedar de momento a oscuras; si precisaban la luz, ya la encenderían más tarde. Se echaron en uno de los camastros y se quedaron dormidos.
Al filo de las doce… aullidos lastimeros, terribles rugidos de fieras enzarzadas en una cruel batalla y los pasos lentos de una terrible bestia que se acercaba a la puerta de la cabaña los hicieron despertar. Saúl se levantó del camastro y se dirigió hacia la mesa; quería encender la vela, la luz les haría sentirse más protegidos. Sacó la cerilla de la caja y por segunda vez dudó. <<
¿Si no se enciende?>> De todas formas no intentarlo no era la solución. Sin luz ya estaban, así que encender la cerilla era lo más sensato. El molino estaba totalmente a oscuras, solamente un pequeño haz de luz traspasaba el sucio cristal de la puerta. La caja en su mano izquierda, la cerilla en la derecha y en su mente la decisión tomada. En el preciso instante en que se disponía a rascar la cerilla… un ruido: alguien o algo rascaba el cristal de la puerta. Frenó su mano.<<No debo encenderla, la luz nos descubrirá>>, pensó el muchacho. Su mirada fija en la puerta, no se veía nada ni a nadie. Paralizado por el miedo deseó ser una estatua o una pieza del mobiliario de aquel viejo molino, no importaba el qué, algo que le hiciera invisible. La puerta se abrió lentamente, la sombra que se dibujaba en el suelo hacía adivinar que tras ella se escondía una terrible bestia. El terror le produjo un espasmo que recorrió todo su cuerpo, su mano tembló violentamente rascando el fósforo, la cerilla se encendió y la sombra con la luz de esta desapareció. Encendió la vela y, gracias a su luz, las bestias de la noche no se atrevieron a entrar. Los niños se salvaron gracias a la luz de aquella vela y sobre todo, gracias a que la única cerilla que había se encendió. Nunca se supo cuál de las terribles bestias del bosque se había acercado a su puerta pero… se dice que cada Luna de Agosto esa bestia vaga errante por todos los molinos de la zona en espera de sorprender al niño que no se atreva a encender la cerilla.

***

—¿Alguno de vosotros ha traído un mechero? —les preguntó el gorleño en un tono entre burlón y misterioso—. ¿O quizás… una caja de cerillas?
—¡Puf! Yo no duermo en ese molino ni en broma —dijo Nacho.
—¡Pues anda que yo! Sin fuego ni lo sueñes —afirmé.
—¿Qué pasa, que ninguno hemos traído fuego? Lo que nos faltaba… —concluyó Jorge.
—¿No se os ha ocurrido pensar —nos indicó el gorleño— que quizás, y sólo quizás, algún excursionista pudo dejar un mechero en la cabaña? O… ¿una caja de cerillas?
Los tres salimos corriendo hacia la cabaña del molino. Entramos en ella y comenzamos a rebuscar por todas partes, no dejamos ni un rincón sin mirar pero no había ningún mechero. De pronto, los tres nos quedamos mirando hacia la mesa. Encima de ella había un viejo y mugriento candelabro que sostenía una vela ya casi consumida. A su lado, una caja de cerillas; una caja grande, de cerillas grandes de esas que se usan para encender la chimenea. La cogí y antes de abrirla la agité. Los tres respiramos aliviados al adivinar por el sonido que en su interior había muchas cerillas.
—¡Déjame ver! —me dijo Nacho emocionado—. Yo la abro.
Nacho abrió la caja y comenzó a sacar las cerillas una a una, los tres las íbamos contando: una, dos, tres… diez, once…
Jorge paró de contar y se fue a sentar en uno de los camastros. Desde allí, se oyó su voz que en tono enojado decía:
—¿Qué hacemos? ¡Están todas usadas!
—Dieciséis, diecisiete. —Nacho levantó la mano que sostenía una cerilla a la vez que gritaba—: ¡¡ESTA NO ESTÁ USADA!!
Cogió la caja que había dejado sobre la mesa y se dispuso a rascar la cerilla.
—¡Pero qué haces! —le detuvo Jorge—. Si la enciendes y con ella la vela, con lo poco que le queda se consumirá antes de las doce de la noche y después ¿qué? ¿Cómo vamos a detener a la fiera?

***

Era una noche de luna llena. La luz de aquel satélite amigo de las sombras penetraba por los cristales de la puerta del viejo molino. Alumbraba tímidamente la estancia en la que los tres muchachos pasarían aquella espeluznante noche. Un viento frío del norte agitaba las ramas de los árboles que rozaban contra el tejado de la vieja cabaña. Un monstruo salvaje y sediento de sangre parecía estar apartando las tejas para introducir su brazo y de un solo, pero certero zarpazo, hacerse con su presa. Otras ramas se interponían entre la luna y los cristales de la puerta formando terroríficas sombras que la imaginación de los tres transformaba en criaturas salvajes… hambrientas.

***

Nos preparábamos para pasar la noche.
—¿Para qué necesitamos los tres camastros? —nos preguntó Nacho—. Seguro que más entrada la noche hará frío y estaremos mejor y más calientes los tres juntos, ¿no os parece?
Desde que nos conocemos, nunca habíamos estado tan de acuerdo en algo. La luna llena dibujando sombras, los árboles zarandeados por el viento y la leyenda que pesaba sobre aquella cabaña formaban el escenario perfecto.
Ninguno de los tres quisimos cenar, no teníamos hambre. Nunca sabré si la causa había sido el haber merendado tarde o… Los tres nos metimos en los sacos y muy juntos nos sentamos al fondo de uno de los camastros. Desde este se podía ver a través del cristal de la puerta lo que sucedía en el exterior.
—¿Habéis cerrado la puerta con el pestillo? —preguntó Jorge.
—Yo no —contestó Nacho—. ¿Y tú, Alejandro, la has cerrado?
—No —contesté—. Pensé que la habíais cerrado vosotros.
—Pues hay que asegurarse ¿no creéis? —afirmó Jorge.
Ninguno de los tres pronunciamos una sola palabra más. Yo no me acercaría a aquella puerta y estaba seguro de que ellos tampoco lo harían.
El viento soplaba con fuerza. Los sonidos del bosque penetraban por el tejado, las ranuras de la puerta e incluso por alguna de las rendijas de las paredes de la cabaña.
—¿Habéis oído eso? —dijo Nacho.
—Sí. ¿Qué ha sido? —preguntó Jorge.
Quedamos en silencio. Las ramas de un árbol golpeaban el tejado de la cabaña, su sonido tapaba las pisadas que hacían restallar las tejas y hundirse las vigas que las sujetaban. Algo o alguien caminaba por el tejado. Una enorme pata con garras afiladas apareció sobre nuestras cabezas. Nos quedamos quietos. Desapareció dejando un gran agujero a través del cual la luz de la luna descubría nuestras caras desencajadas por el terror.

Ilustración de José Vicente Santamaría

Una hoguera se vislumbraba a través del cristal de la vieja puerta. Se comenzaron a oír chillidos salvajes de seres extraños que poco a poco iban tomando sitio alrededor de la fogata. Era casi media noche. Una sombra se interpuso entre la puerta y las fieras, separándose de la cabaña y acercándose a la hoguera. Era una criatura del bosque, la más grande y terrorífica de todas las que se reunían alrededor del fuego. Parecía ser la que oficiaría la ceremonia y se acercaba acarreando un gran oso que arrastraba tras de sí. Aquella bestia había pasado por encima de la cabaña destrozando en gran parte su tejado sin percatarse de nuestra presencia.
La hoguera formaba un círculo alrededor de un altar de piedra. Las bestias gritaban cánticos ceremoniales y representaban las escenas más cruentas que se pudieran imaginar. La gran bestia cogió al oso entre sus garras y lo depositó sobre el ara. Las fieras y todos los espíritus malignos del bosque se quedaron mudos, el viento cesó y todo el bosque quedó en absoluto silencio. El fuego se elevó como una gran columna envolviendo el altar. La gran llama comenzó a tomar forma hasta mostrar la imagen más terrorífica que uno pudiera imaginar. Su cuerpo se semejaba al de un gran dragón con grandes garras en sus patas y unos larguísimos brazos que alcanzaban las copas de los árboles. Su cabeza estaba coronada con un sinfín de cuernos de todos los tamaños y uno central larguísimo en el que insertaba a sus presas. Estaba realmente irritado. Sin duda era el dios del mal que tenía castigadas desde hacía muchísimos años a todas las fieras malignas del bosque. Al tocar con sus manos el cuerpo del oso rugió con furia y mirando hacia el cielo se dirigió a todas las bestias que esperaban su benevolencia.
—¡¡Un año más esperé por la sangre de un cachorro humano —les dijo— y una vez más me habéis defraudado!!
Su cólera era tal que la tierra temblaba y los árboles se retiraban caminando sobre sus raíces tratando de escapar de la ira de aquel ser diabólico.
—¡¡Antes del amanecer —les ordenó— me habéis de traer a un cachorro humano!! ¡¡Si no cumplís, os mandaré a las profundidades oscuras de la tierra de donde nunca más podréis salir!!
La terrible imagen desapareció fundiéndose en la misma hoguera de la que había surgido.
Las fieras se revolvían frenéticas, se alzaban sobre sus patas traseras estirando el cuello para poder percibir mejor los olores. No les importaba lo lejos que tuvieran que ir, tomarían el rumbo que su olfato les indicara. Estaban dispuestas a irrumpir si era preciso en algún recinto de humanos y robarles un cachorro mientras dormían. Esto lo tenían prohibido. Por su condición no podían salir del bosque. Ya no les importaba, preferían morir a ser enterradas para siempre en las profundidades de la tierra.
Las fieras comenzaron a acercarse oliendo todo a su alrededor. Percibían algo pero no sabían bien de dónde venía aquel aroma a sangre de tierno humano. Una de ellas se acercó a la puerta y comenzó a chillar, nos había descubierto. Sin pensarlo, los tres nos levantamos y cogimos la caja de cerillas. Nacho la sacó de la caja y la encendió. Jorge intentaba sacar la mecha de la vela que, al estar tan gastada se había quedado enterrada entre la cera. La cerilla se consumía y no conseguíamos liberar la mecha. La fiera miraba a través de la puerta pero no intentaba entrar, mientras la cerilla no se apagara…
La mecha estaba preparada cuando a Nacho la llama de la cerilla le quemó los dedos. Su reacción fue soltarla y esta cayó al suelo apagándose. La fiera abrió la puerta. Los tres habíamos saltado para refugiarnos en una esquina de la cabaña. Estábamos perdidos. Un inmenso árbol cayó encima de la fiera aplastándola y bloqueando la entrada. ¿El peligro había pasado? No. Por el agujero que con su pata había hecho la gran bestia, asomó un largo brazo y, en su extremo, una terrible garra lanzaba zarpazos al aire intentando atrapar a su presa. Las tejas se comenzaron a mover y se podían ver seres poseídos por un frenético deseo. Trabajaban a toda prisa apartando las tejas y las maderas que cubrían el tejado. Esta vez ya era imposible escapar, la salida estaba totalmente tapada por el gran árbol que se había derrumbado y no había ninguna ventana ni hueco por el que huir. Cuando ya nos veíamos en el altar de la hoguera, un estruendoso golpe nos alarmó. Las ramas del gran árbol barrieron de una sola pasada a todas las fieras que se encontraban en el tejado. Nos habían librado, por el momento, de aquella muerte segura.
Toda la cabaña estaba destrozada: tejas y trozos de madera del tejado cubrían el suelo y los camastros. Mirando hacia el techo de la cabaña pudimos ver cómo las ramas que habían barrido a las fieras, se entrelazaban formando una malla muy resistente que cubría todo el tejado. Las fieras pretendían entrar pero fue inútil, las ramas entrelazadas eran tan resistentes que ni la fiera que había portado al oso lo consiguió.
Un gorleño había sacrificado a su árbol para salvarnos la vida y antes de morir había entrelazado sus ramas para cerrar el tejado. Pensando en lo que había hecho me puse muy triste. Sabía que los gorleños mueren a la vez que su árbol y este había dado su vida para salvar la nuestra.
Hasta las cuatro de la madrugada duró el asedio de las fieras. Nacho, Jorge y yo, al poco rato, agotados nos quedamos dormidos, acurrucados en el mismo rincón en el que nos habíamos refugiado.
El primer rayo de sol que entró por el tejado de la cabaña despertó a Jorge, que nos llamó muy contento.
—¡Mirad, mirad, ya es de día! ¡Las fieras se han ido, hemos vencido y las ramas del tejado se han secado y separado lo suficiente como para poder salir!
Era un día radiante, el sol iluminaba todo el bosque. Alrededor de la cabaña se habían agrupado un montón de animales de todas las razas y colores. También habían venido los duendes, los elfos y las hadas del bosque que revoloteaban por todas partes felices y contentas. Los gorleños de los árboles cercanos nos saludaban. El gran gorleño que nos había recibido al llegar, el que nos había contado la leyenda que existía sobre aquel molino, no estaba. Al instante nos dimos cuenta de que su árbol era el que nos había salvado la vida y que él había sacrificado la suya no solamente por salvar a tres cachorros de humano, sino que lo había hecho también por librar al bosque de Peloño de la maldición que sobre él pesaba. Con su acto había conseguido que el dios del mal mandara a las profundidades de la tierra a todas las fieras y espíritus malignos que asolaban el bosque todas las noches. Desde este día nunca más ningún humano ni ninguna criatura del bosque pasaría más miedo ni se tendría que refugiar de la noche. Su sacrificio… había valido la pena.
En el bosque hay un gran árbol que los humanos llamamos “el Roblón”. Este fue elegido por todos los habitantes del bosque para ser el estandarte que recordaría a las generaciones venideras al gran gorleño de nombre “Soto” que había dado su vida para traer al bosque la paz y borrar para siempre la leyenda del dios del mal.
Se celebró una gran fiesta alrededor del gran roble de Peloño. A ella asistieron todos los animales del bosque, los gorleños, los elfos, las hadas y los duendes. Jorge, Nacho y yo también fuimos como invitados especiales. No podía quitarme de la cabeza la imagen del árbol caído, Soto nos había salvado la vida y traído la paz al bosque.
Me levanté y pedí a todos que guardaran silencio y pensaran en él. De pronto, se sintieron unos pasos que se acercaban. Todos miramos hacia la zona alta del sendero que conducía hasta el gran árbol. ¡¡Era Soto, estaba vivo y traía en sus brazos al oso que había sido sacrificado por las fieras hacía pocas horas!!
Todos nos quedamos expectantes. ¿Qué había pasado? ¿Cómo era posible?
El gorleño se acercó al árbol, dejó al oso en el suelo y se dispuso a hablar:
—Nuestro amigo el oso no ha muerto. El dios del mal no lo aceptó como presente. Solamente ha sufrido algunas quemaduras, pero con nuestra ayuda se recuperará y volverá a correr por el bosque.
—¿Y tú, cómo es qué estás vivo? Tu árbol se ha muerto —afirmó Jorge.
—No, mi árbol no se ha muerto: al caerse se rompieron sus raíces y este se murió, eso sí es cierto, pero una raíz quedó bien firme y prendida en la tierra. Con los primeros rayos del sol de esta mañana, salió una ramita y en esta brotó una diminuta hoja verde. Mi árbol no ha muerto, ha vuelto a nacer. Es cierto que va a pasar mucho tiempo hasta que pueda descansar abrazado a su tronco, pero no importa, tengo mucho tiempo, me sentaré a su lado… y lo cuidaré.

Jesús Rodríguez

7 comentarios en “La leyenda del Dios del mal

  1. Esta ha sido mi primera colaboración con Jesús y desde aquí quiero darle las gracias por este extraordinario relato que me hizo pasar un buen rato leyéndolo, y “otro buen rato ilustrando” una de las escenas más impactantes.
    Tuve en mente otras escenas para ilustrar, pero al final me decante por esta por ser a mí entender una de las más coloristas del relato.
    Ha sido muy agradable trabajar con él. Ha sido emociónate hasta el último minuto.

    • Sin duda has escogido la mejor escena, es el centro del relato, «y no POR ESTAR EN EL MEDIO». ¿Ya te había dicho lo mucho que me gustó? Sí, pues ale, me repito. «LA ILUSTRACIÓN ME GUSTÓ MUCHO»

  2. Trepidante aventura de la franquicia gorleñera con muchísima tensión, sacrificio y final feliz ¡Qué nervios con la puñetera cerilla!
    Muy bonito el aquelarre, con el ígneo dios del mal de presidente.

  3. ¡Vaya equipo! ¡El Santamaría y los gorleños! ¡Solo podía quedar así de bien este relato!
    Jesús, que, como esos niños, pasé un poquito miedo cuando lo leí, y ahora que veo la deslumbrante ilustración de José Vicente casi que me da un poquito más.
    Habéis hecho un trabajo estupendo y los gorleños están resultando una franquicia -como dice Roberto- de lo más fabulosa para todos los públicos.
    Felicidades. 🙂

    • Gracias a ti Mariola, sabes que tus palabras siempre me animan. Ahora me tomo un descanso en Ediciona y tal vez vuelva en un par de convocatorias para coincidir una vez más contigo y repetir con el Master Jesús y sus gorleños.

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