El viento del loco

Autor@: 

Ilustrador@: 

Corrector@: Elsa Martínez

Género:  Relato de misterio

Rating: Todos los públicos

Este relato es propiedad de Conchita Ferrando de la Lama. La ilustración es propiedad de Paloma Muñoz. Quedan reservados todos los derechos de autor.

El viento del loco.

El sol era tibio en febrero.
Para aprovechar la hora de la siesta, Teresa daba una cabezadita en la hamaca del jardincillo trasero de la casa, en un pueblecito de la zona del Mar Menor.
Teresa ya no era tan joven como cuando llegó a aquella preciosa casa, grande y lujosa, con un jardín lleno de plantas y arbolado, que llevaba por nombre en su fachada “La Casa del General”.

El frío le calaba ahora los huesos con el viento desagradable y racheado del norte. Se metió dentro de la casa y encontró un periódico en la consola de la entrada con un titular que la dejó inmóvil:

“Aparece ahorcado un famoso constructor de la zona
en una casa del campo medio derruida”

Teresa buscó con afán el nombre de ese constructor y una multitud de recuerdos le llenaron la memoria.

¡Cómo puede ser que la vida dé tantas vueltas!
El viento parecía haber hecho una anónima justicia tras muchos años… La vida siempre nos sorprende.

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En la zona costera mediterránea los vientos marcan la vida y las actividades de las gentes, que ya los conocen.
Les dan nombres tan poéticos como viento levante, viento maestral, viento leveche o viento jaloque por la orientación de donde soplan y por los beneficios o destrucciones que provocan cuando soplan con furia.
Las consultas de los médicos de los pueblos de la costa saben de pacientes con dolores intensos de cabeza, mareos, cambios de humor, accesos de ira etc… cuando soplan algunos de ellos, como el leveche o el maestral.

Cuenta la historia que uno de estos vientos, en la época en que soplaba con furia, lograba unos fuertes reflujos que retiraban el agua de algún mar interior y que, de los pescadores que los conocían, aprendió Escipión la época y momento oportunos en que este reflujo dejaba poco profundo el mar interior de Mandarache, que protegía por la espalda la ciudad de Carthago Nova, lo que permitía durante unas horas vadearlo sin perder pie. Esto facilitó su ataque inesperado a la ciudad a través de ese mar de Mandarache y poder conquistarla por sorpresa.

Alguno de estos vientos es muy benigno y buscado por los navegantes, como el viento de jaloque, que es fresco y sopla suavemente al atardecer, de procedencia sudeste, por lo cual ayuda a los navegantes a llegar a puerto.
Dicen, y esto es leyenda, que el jaloque con su suavidad fresca y dulce inspira a los poetas, pero esto es leyenda… o tal vez no solo leyenda.

El viento maestral, por el contrario, sopla procedente del noroeste, y siempre es bronco.
Cuando sopla siempre ocurren desgracias, sobre todo en las mentes que están un poco desequilibradas, provoca su delirio, incluso su locura, por lo que los crímenes y los suicidios no son raros en esos momentos. Al maestral por allí le llaman “el viento de los locos”
Eso lo saben muy bien los jueces que tienen que ir a “levantar” los cadáveres, incluso de dos en dos o de tres en tres en el mismo día, cuando sopla el maestral.

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Era una época muy conflictiva y complicada, de transición del boom del ladrillo, cuando las construcciones crecían como setas en las playas de esa zona, con toda la especulación y los negocios opacos, sucios e incluso delictivos que llevaban consigo estas urbanizadoras salvajes, que nacían, construían y desaparecían tras sus negocios opíparos sin dejar más que amontonamientos de casas y destrucción de parajes naturales.

Juan era uno de estos especuladores que, de ser un simple albañil de chapuzas, pasó a ser un contratista constructor y promotor de casas en las playas cercanas, y luego a ser un afamado hombre de negocios basados en dinero negro, trampas, engaños y fraudes con los materiales de las casas que fue construyendo acá y allá.
Todo pareció sonreírle. Se hizo rico y comenzó a hacer ostentación de su riqueza, aunque cada vez era peor persona.
Construyó sin permisos, en terrenos prohibidos pero que estaban cerca del mar y se vendían fácilmente a incautos.
Las costas del sur y el Levante español han sido y son una buena muestra de este modo de actuar.
Su casa, un chalet al estilo Hollywood, enorme, de varios pisos, con jardines, césped con regadores (en un sitio donde escaseaba el agua), tenía habitaciones enormes donde los invitados entraban y salían sin casi conocerle y donde su familia gastaba y gastaba sin preocuparle el día de mañana.
Cada casa donde se mudaba a vivir era mayor y más lujosa que la anterior.
En ellas no podía faltar una gran piscina, con adornos bien horteras alrededor y, siempre, con un trampolín. En cada nueva casa el trampolín era más y más alto. Como decía él: “para llegar al cielo”.
Las gentes de los alrededores, que le conocieron de albañil de chapuzas, le llamaban Manolo “el trampolín”.

Sus deudas iban siendo cada vez mayores que sus ganancias, pero él se sentía superior a todos los bancos y sus avisos de embargos, a sus acreedores, a quienes ya no se fiaban de él, a quienes le denunciaban por fraudes y delitos… a todos.

Llegaron los embargos, los juicios, la caída de la época del boom del ladrillo, la pérdida de todos esos bienes mal adquiridos… y se fue quedando solo, cada vez en sitios menos lujosos.
Su carácter se hizo irascible, sobre todo los días en los que el cielo se ponía gris y el viento racheado le susurraba en la cabeza malos pensamientos.
Su familia le abandonó. Ya no le aguantaban los malos tratos, la violencia y las amenazas…

Desapareció un buen día de su última casa, una de las primeras que construyó, y nadie sabía donde había ido a esconderse de la justicia, que le reclamaba muchísimo dinero por fraude.
La justicia buscó sin resultado a aquel constructor que había dejado detrás santísimas deudas, y un montón de edificios y casas al borde del mar construidas con materiales malos, que se llenaron de grietas por la humedad en poco tiempo, y que, poco a poco, se irían viniendo abajo, para desesperación de quienes las compraron.
Teresa había envejecido también, lejos de aquellas casas junto al mar que fueron orgullo de la costa cuando se llenaron de nuevas familias e ilusiones fallidas.
Ella seguía en su casona, ahora con el techo algo desvencijado, tras años de lluvias de “gota fría” y vientos cada vez más irregulares. Las escaleras mostraban la falta de algunos trozos de la barandilla de forja, pero el letrero de la fachada, un poco agrietado y medio borroso, seguía indicando: “La casa del general”.
Sus recuerdos no se habían agrietado y ahora le trajeron a la memoria aquel día en el que unos albañiles vinieron a restaurar unas losas del suelo del recibidor de la casa que se habían levantado por la humedad y las filtraciones de las lluvias de aquel año.

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Ella entonces era joven. Sus hijos estuvieron jugando con las losas que fueron sustituyendo los albañiles, hasta la hora de comer.
Cuando volvieron, algo había aparecido allí, debajo de las losas.
Los niños la avisaron entre juegos y risas. Encuadrado por unos trozos metálicos parecidos a restos de cuchillos largos, había un trozo alargado de madera negra, labrada, con una empuñadura sucia, ennegrecida, pero que brillaba a la luz del sol con destellos dorados.
Estaba colocado cuidadosamente, como en una posición estratégica especial, mirando hacia occidente.
Teresa lo sacó con cuidado y lo limpió un poco para investigar luego lo que podría ser.
Parecía un bastón de madera negra muy tallada, con un pasador que parecía de oro y una empuñadura muy labrada y cincelada; pesada y gruesa que parecía de oro.

¿Por qué alguien habría enterrado allí ese bastón tan precioso?

Dejó todo sobre la consola del recibidor, la misma donde ahora había encontrado el periódico con esa noticia, y se fue con sus niños al jardín mientras los albañiles terminaban el trabajo.
Al volver ya habían acabado la obra y los albañiles se habían marchado.
Fue a coger aquel raro bastón para enseñárselo a su marido, pero no estaba. Buscó por todas partes, pero había desaparecido.
Le explicó a su marido el hallazgo, el modo en que estaba colocado, el aspecto y su sorpresa de que estuviese enterrado allí, en el hall de su casa.

Su marido le contó que aquella casa había pertenecido a un general que estuvo en la guerra de Cuba y que volvió a su tierra de nacimiento, inmensamente rico, para retirarse allí.
En aquella lujosa casa se dieron fiestas fabulosas y el general era conocido y admirado por todos en la época en que vivió allí.
Se fue haciendo viejo… hasta que un día murió y la casa fue vendida.
Es posible que, al sentirse viejo, el general celebrase un último acto protocolario simbólico: enterrar su bastón de mando en la cabecera de su hogar, el recibidor, con la orientación hacia occidente de la ceremonia de “arriar la bandera” cada tarde en Capitanía. Con la vista al sol que se pone en occidente. Así permanecería su bastón durante años y años, en secreto homenaje al general.

Pero ¿Quién se lo había llevado?
Era una joya que podría valer mucho dinero, pues el puño y los adornos seguramente eran de oro.
Teresa pensó que las únicas personas que allí habían estado eran los albañiles, pero no se atrevió a decirlo a su marido.
Poco a poco, al no encontrarlo por ningún lado, se fueron olvidando todos, menos Teresa.
Siempre recordaba aquel hermoso bastón de mando.

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Ilustración de Paloma Muñoz

En la noticia del periódico decían que el ahorcado había aparecido en una casa derrumbada y casi vacía.
Solo se encontró un camastro, donde parecía que había dormido el hombre ahorcado durante las últimas noches en las que había soplado un inclemente y furioso viento maestral; una silla que utilizó para encaramarse y colgarse de una de las vigas del techo que el viento había dejado al aire al llevarse parte del tejado, y un extraño bulto escondido bajo unos cascotes, que contenía un trozo de palo de madera negra tallada, y los restos de algún mango metálico que faltaba, del que solo quedaban unos restos de metal dorado muy deteriorados.

Teresa releyó aquella noticia y pensó en aquel precioso bastón de mando que tuvo en sus manos.
Había sido un objeto símbolo del honor de un general, robado con deshonor por alguien que utilizó el dinero que obtuvo por él con muy poca conciencia.

Los vientos a veces hacen una justicia anónima y, tal vez, este había sido el caso en aquellas últimas noches de furioso viento racheado, ese que llamaban “viento del loco” por aquella zona.

¡Adiós para siempre al general!

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Cuando sepas
porqué la mar espera quieta,
silenciosa y mansa,
será tarde para ti.

Cuando sepas
cómo juegan las olas florecientes,
agazapadas y verdes,
ya no estarás.

Esperé,
sentada como el agua.
Tu barca vino loca,
embriagada en el gozo de pescar.
Red
fluorescente de jaloque,
levante,
maestral…

Los vientos
se encargaron de apresarte.
Separaron mis brazos,
sin mirar
cómo tu barca se hundía
lentamente,
sellada
por las redes eternas
de la mar.

Cuando sepas
porqué la mar espera quieta,
sabrás
qué tempestad es
ESPERAR.

Poema de Conchita Ferrando del libro “Homenaje a Neruda”
(Pegaso Ediciones)

Conchita Ferrando

 

20 comentarios en “El viento del loco

  1. Interesante cuento. Disperso en sus tiempos narrativos, pero muy bien construido. Te mantiene atento para no perder detalle.

    Y la ilustración es genial. Ese juego de luces y sombras encandila y te hace sentir por un segundo bajo el influjo de aquel viento del loco.

      • De acuerdo totalmente en que la ilustración merece 10 puntos. Paloma ha creado un ambiente de misterio medio tenebroso que va como anillo al dedo del texto.
        Y gracias por tu seguimiento a mis relatos, siguiendo paso a paso los detalles que los van descifrando.
        Un abrazo.

    • Bienvenido Victor Mosqueda y gracias por tu comentario a mi relato. Aunque parezca muy inventado, tiene mucho de real, que ya sabemos que la mayor fantasía está en la realidad.
      Saludos

  2. Hay una justicia más allá de la impartida por la mano humana. Pero siempre hay necios que creen poder escapar a ella.
    Es impactante la imagen. Y las palabras de Conchita te mentienen en tensión hasta el final.

    • Gracias por tu comentario. Es un tema intemporal unido a la mano misteriosa de la influencia de los vientos. Siempre hay cosas que nos sorprenden y parecen estar mirando lo que hacemos.

  3. Conchita es una delicia leerte y hacer llegar con tu imaginación a espacios y lugares donde la vida y la muerte se dan la mano..
    Me ha encantado!!
    Felicidades amiga preciosa!!
    Un abrazo
    Ali🙅🙅☀☀

    • Muchas gracias y bienvenida Alicia. A veces cuando entramos en una casa parece que hasta sus paredes nos quieren contar su historia, sobre todo si es densa e interesante como la de este caserón expuesto a los vientos cartageneros con tantas historias para investigar y contar. Te espero siempre. Un abrazo

  4. Gran relato, Conchita, no solo por la historia, sino también por esas descripciones de los vientos y sus influencias. Y Paloma, vaya ilustración estupenda que te ha salido, ¡estás que lo tiras!
    Enhorabuena a ambas. 🙂

    • Bienvenido tu comentario Mariola, que siendo tuyo es para mi de doble importancia por ser tú una estupenda narradora que admiro.
      Lo bonito de sumergirte en un ambiente que has conocido en la realidad es que la inspiración es muy tangible y te mueves como «en casa».
      Incluso a veces yo tengo que restringirme en los relatos porque escribiría folios y folios de tanta información real como me acompaña, pero entonces el relato sería un tostón de largo.
      Me alegra mucho que lo ayas leído y te haya gustado. Gracias Mariola.
      Abrazos
      Conchita

    • Yo lo tiro todo o me lo tiro todo como en el anuncio ese de la furgoneta, jajajajaja. No, en serio, ha sido la interesante historia de Conchita con la que por cierto, ya he colaborado en dos ocasiones, que me inspiró la visión del ahorcado.
      Un abrazo,
      Paloma

      • Es una privilegio el poder formar equipo y además ir conociendo a «las personas» tal como va ocurriendo últimamente en Surcando. Ya somos casi de la familia y sabemos lo que nos gusta de unos y de otros. Eso ha tardado en ocurrir porque no nos conocíamos de antes y es lento porque no nos vemos «en realidad», pero se nota y es muy positivo.
        Caminamos… Y vamos que lo tiramos, como dice Mariola.
        Ojalá sigamos formando equipos tan estupendos siempre.
        Paloma ha sido y es un gran apoyo y motor cuando he formado equipo con ella. Gracias compañera. Gracias también Mariola.

  5. Conchita, me ha sorprendido muy gratamente tu relato. Y yo que creía que no te iba eso de escribir historias funestas y de misterio… ¡pues esta la has bordado! La historia que cuentas es muy interesante y además, al narrarla de forma fragmentada has conseguido que no haya podido levantar la mirada de la pantalla hasta llegar a la última palabra.

    Y Paloma, estoy con Mariola de que, últimamente, te sales con las ilustraciones. Contigo me pasa lo mismo que con Daniel Carmargo, que ya no sé si me gusta más como escritor o como ilustrador… Felicidades.

    • Olga, espero que ahora salga mi respuesta. Esto no va bien en mi ordenador…
      Mil gracias porque haber capatado tu atención como un «thriller» es un buen premio para mi, ya que mis temas de relatos no habían ido nunca por ese género. El «reto» ha sido verme cómoda en él y sobre todo que os haya gustado.
      La ilustración de Paloma, buena, buena y con mucha comunicación entre ambas.
      GRACIAS también a Paloma.
      Un abrazo

      • Ha sido un placer colaborar de nuevo con Conchita. Es cierto que la comunicación ha sido muy buena en las dos ocasiones en las que hemos formado equipo.
        Gracias a Olga Besolí por su comentario.
        Un abrazo,
        Paloma

  6. Un relato que te mantiene en vilo hasta el final y, una ilustración, mágica . Mis felicitaciones a las dos !!!

  7. Como siempre tu imaginación de creadora esta patente aqui, hay algo como disperso, pero bien porque te basas en el viento que conoces bien, jaloque y demás. Agradable y entretenido tu relato te felicto por tu trabajo, abrazos. Siempre encuentras un tema iinteresante.

    • Vientos de Levante llenos de dobles significados, misterio, vida y muerte, como siempre es la madre naturaleza, sobre todo si nos comunicamos con ella y nos revela sus secretos.
      Vientos de una tierra mágica que he conocido y que me hechizó con sus blancos y sus negros, sus abanicos de tonalidades y los frutos de su tierra, vegetales, minerales y humanos.
      Bienvenido siempre Centauro. Tenerte aqui es una alegría.

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