22ª Convocatoria: Batman

Batman.

 

Ilustración de Marta Herguedas

Con alas de piel

Érase una vez un feudo de acero y hormigón en el que reinaba la paz. Sus gentes construían un futuro prometedor, los líderes gobernaban con decisión, los obreros manejaban la maquinaria, los economistas dirigían la banca, los chicos jugaban y aprendían, los agentes de seguridad hacían respetar la ley,… en general, el trabajo abundaba y la felicidad era una plato que todos compartían.

Sin embargo, poco a poco la estabilidad del feudo se fue colapsando. No de forma inmediata, pues una semilla pútrida florece con paciencia, como un cáncer que va avanzando bajo tierra y pudre todo lo que toca a su alrededor. Pero, para cuando todos se dieron cuenta, era demasiado tarde: los líderes realizaban tratos con el Diablo, los obreros comenzaron a despedazarse entre ellos, los economistas guardaban en sus bolsillos parte de las ganancias, los jóvenes se drogaban y prostituían, los señores de la ley se dejaban comprar e imponían su autoridad de forma desmedida… las huestes del Mal se hicieron con cada rincón del territorio, y este, fue llamado Gotham: el reino del caos y el pecado.

Mientras aquello ocurría un joven de sangre hidalga vivía alejado del pueblo, en una torre de cristal y de acero. Dicho joven no era otro que el joven Bruce, hijo de la noble casa de los Wayne. Su padre, era legendario en todo el Reino. Un campeón que con la fuerza de su voluntad y la filantropía más pura había mantenido en jaque al Mal que asolaba al territorio. Hombre de letras y de ciencias por igual, se había dedicado a la medicina, llegando incluso a convertirse en un caballero que luchaba armado con su pluma, la razón y las palabras, que utilizaba sus recursos en grandes fundaciones y había incluso tenido el honor de convertirse en el médico del Rey. Sus ojos eran de un brillo imbatible, una decisión que lo hacía merecedor de su título. Mas por desgracia, las fuerzas del Caos acabaron por devorarlo junto con su amada esposa, dejando al pobre heredero de los Wayne solo y aislado en lo más alto de su torre cristalina.

Un día, observando desde el techo el viejo cielo algo viciado, una criatura de origen diabólico aunque de ojos vidriosos, cayó herida e indefensa. La bestia era un cachorro que no había crecido, una idea engendrada bajo el sino corrupto y maléfico de una ciudad maldita. Con alas de piel rasgadas no podía volar, pues el Mal que le dio la vida lo había traicionado dejándolo caer en medio de la fría noche. El niño observó con curiosidad a la criatura, no podía evitar sentir un halo de miedo y repugnancia ante su figura jorobada, peluda y grotesca. Mas en el fondo de su corazón, había admiración, esperanza,… pues ¿no eran nobles los intentos de regresar y combatir el negro corazón de los cielos? Venciendo a su timidez, se acercó lentamente ante aquella bestia. Su cabeza giró, sus fauces se abrieron, un grito que parecía una maldición en la noche llenó el vacío del espacio, la criatura alzaba las garras: estaba herida, aunque no indefensa. Apenas escuchó el chico aquel canto de guerra, y se escondió en el interior de la torre sin atreverse a salir ni a mirar al exterior. Por primera vez vio a uno de los vástagos del Mal; sintió miedo, dolor y odio al mismo tiempo. Notaba como algo crecía en su interior… incapaz de saber la razón de aquella existencia. Las horas se sucedieron hasta que finalmente la curiosidad venció al temor, aquel ser seguía insistiendo en sus intentos de regresar al infinito. La compasión fue más fuerte que la repulsión. El chico llenó un cuenco de frutos secos, y por una abertura, se la ofreció al cachorro. Receloso, aunque hambriento, la pequeña bestia se acercó. Aceptó el regalo y comenzó así una relación que se fue cimentando con el tiempo. Ambos, criatura y niño, crecían mientras la ciudad se pudría en el exterior. En los ojos del ser, el joven noble encontraba algo que lo diferenciaba de otras muchas criaturas del exterior: un brillo que le resultaba del todo familiar, el reflejo invencible de un ente que nunca se rendía. Con el tiempo las alas del animal se hicieron grandes, diabólicas. Se curaron rápidamente, por lo que el chico lo llevó al tejado.

—Vuela, muerciélago —le dijo—. Vuela y piérdete en la noche.

Mas la bestia no podía obedecer a la petición, pues ya no formaba parte del Mal. En su interior no se sentía preparada para volar, veía ahora a las huestes como enemigos a combatir: aquellos que lo abandonaron y lo dejaron morir en medio de la nada.

El muchacho asintió y aceptó; todavía no estaba listo. Pasó el tiempo, el cachorro se convirtió en un concepto; un hecho contradictorio destinado a enfrentar con las mismas armas a aquello que lo engendró. El chico se convirtió en hombre, se dio cuenta de que nada conseguiría encerrado en aquella torre de cristal. Regresaron a los tejados, las alas se alzaban majestuosas, la lluvia era un bautizo.

—No podemos quedarnos aquí —exclamó el noble— . Hay que combatir contra toda esta podredumbre, debemos vencer al Mal cueste lo que cueste: el reino tendrá ahora un nuevo campeón.

Un chillido de guerra sonó aún más fuerte, el feudó tembló al darse cuenta de que había forjado la llave de su perdición. Wayne cabalgó sobre la bestia, la criatura alzó el vuelo; ambos eran leyenda.

—Somos uno, murciélago —dijo—. Somos el corazón de Gotham, somos el remedio que acabará con toda la corrupción, somos Batman.

Axel A.Giaroli

¡Guerra!

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Corrector@: 

Género: Relato Ficción

Rating: +16

Este relato es propiedad de Roberto del Sol. Las ilustraciones son propiedad de Rosa García. Quedan reservados todos los derechos de autor.

¡Guerra!.

Al filo de la medianoche Superman vio cómo la señal del murciélago iluminaba el cielo a las afueras de Arkham y teñía las montañas de un color rojo sangre premonitorio. Alfred había cumplido con su parte y ahora solo quedaba esperar. Había sido el fiel sirviente el que, preocupado por la salud de Bruce, se había puesto en contacto con él y le había dicho cómo atraer al hombre murciélago al lugar de la cita. Alfred había hecho un esfuerzo enorme para contarle lo que había sucedido, porque en su fuero interno se sentía una especie de traidor a la familia Wayne, a la que tan bien había servido durante varias generaciones. Si Alfred tenía razón, Batman podría haberse convertido en un peligro demasiado grande para él mismo, y para la humanidad.

Ilustración de Rosa García

Lo que Superman no podía imaginar era cómo reaccionaría Bruce cuando acudiese atraído por la señal de peligro y lo viese allí. Era una de las personas más inteligentes que conocía y estaba seguro de que se daría cuenta enseguida del engaño.

—Hola, Clark.

Superman se volvió sorprendido. La imponente figura del hombre murciélago se recortaba contra el cielo iluminado.

—¿Cómo has podido llegar tan rápido? Yo… Alfred acaba de accionar la señal.

—¿El cazador cazado? —Batman avanzó unos pasos.

Superman estaba desconcertado. Batman se movía con la seguridad de alguien que lo tuviese todo bajo control. En absoluto parecía necesitado de ayuda o sorprendido.

—Así que Alfred tenía razón.

—¿Sobre qué?

—Al final lograron contaminarte. No puedo oír los latidos de tu corazón…

—¡Ah, ese oído extraordinario! Muy a menudo olvido que tienes los poderes de un dios. Algún día esa seguridad va a jugarte una mala pasada.

—¿Cómo pudo suceder?

—¡¿No me digas que nunca has sentido la tentación de dejarte corromper?! Vamos, Clark, sé sincero conmigo ahora que no nos oye nadie.

—No estoy aquí para hablar de mí, Bruce…

—Es cierto. Vienes a intentar salvar a este viejo murciélago; a llevarme de nuevo hacia la luz —hizo una pausa deliberadamente larga—, o a acabar conmigo.

—No puedo dejar que el mal que corre por tus venas se extienda.

—¿No? ¿Acaso tienes miedo por ellos? —señaló las luces de Gotham a sus espaldas— ¿o se trata más bien de ti? —El hombre murciélago levantó la voz con arrogancia—. ¡¿Por qué diablos te crees el juez de la humanidad?!

Superman comprendió que iba a ser muy difícil tratar de razonar con Bruce, así que intentó rebajar el tono de la conversación.

—Eres diferente, Bruce. Has cambiado. Antes no hacía falta discutir sobre estas cosas. Los dos sabíamos lo que había que hacer en cada momento.

—Quizás porque creía que te conocía. En honor a la verdad he de decir que nunca acabé por tragarme tu historia del pequeño huérfano que viaja por el espacio profundo desde un mundo que se muere, y aterriza por casualidad en una granja de Kansas. Ahora que he visto la verdad, sé lo que tengo que hacer.

—Estás delirando, Bruce. Ven conmigo. Acompáñame hasta la Fortaleza de la Soledad. Allí tengo la tecnología adecuada para intentar curar esa enfermedad.

—¿Hasta el Polo Norte? No, gracias. Allí hace mucho frío. —Bruce se permitió poner una nota de sarcasmo en la voz—. Además ¿por qué crees que quiero ser curado?

—No sabes lo que dices. Es la enfermedad la que habla por ti.

—Podría ser, pero si es una enfermedad, nunca me he sentido más joven y fuerte —y al decirlo abrió y cerró los puños en una demostración de fuerza—. Todo el mundo debería probarlo.

—Nadie más lo probará, Bruce. Esto acabará aquí y ahora. Son demasiados años luchando codo con codo en las mismas trincheras. De encontrarme en tu situación, estoy seguro de que hubieses intentado ofrecerme tu ayuda…

Batman rió con fuerza.

—Esto no hubiese podido sucederte jamás, Clark. El virus solo puede establecer una relación simbiótica con los humanos. No sé qué podría pasar en el caso de intentar inocularlo en un cuerpo alienígena como el tuyo.

—¿Inocular un virus? —En ese momento el desconcertado era Superman. Bruce estaba hablando de premeditación, de organización, palabras que implicaban mucho más que aquello que le había contado Alfred.

—Es hora de que conozcas un poco de historia verdadera de tu planeta adoptivo, no la que enseñan los libros de historia, porque ese desconocimiento al final será tu perdición. Al igual que sucede con ciertas especies, la raza humana tiene la posibilidad de defenderse de agresiones externas mutando una parte de su población para convertirla en guerreros excepcionales. Ha sucedido en varias ocasiones a lo largo de los siglos, y en todas ellas hemos logrado salir victoriosos. Bien, pues ahora hemos conseguido controlar el cambio, de modo que podemos elegir quiénes de nosotros se convertirán en esos paladines, y lo hemos hecho mediante un virus.

—¿De qué demonios estás hablando?

—Ten paciencia, Clark. Nunca subestimé tu inteligencia, así que estoy seguro de que acabarás por comprenderlo todo. El cambio ya no tiene tantos efectos secundarios: si bien es cierto que no hemos podido evitar los colmillos —y sonrió con seguridad para mostrarle los suyos—, ya no necesitamos alimentarnos de sangre humana y podemos caminar a plena luz del día.

—¿Por qué alguien querría convertirse en un vampiro?

—Aquí es donde entras tú.

—Sigo sin entenderte.

—Te has ganado a todo el mundo, Kal El. —Bruce lo llamó de forma intencionada por su nombre de Krypton—. No hay una sola persona en el mundo que no te siguiese ciegamente a cualquier parte, incluso al abismo. Desgraciadamente para ti y los tuyos, nosotros no olvidamos nuestra historia y sabemos perfectamente cómo funciona un caballo de Troya.

—Debes de haber perdido el juicio…

—Cuando el coronel Furia se puso en contacto conmigo y me mostró las pruebas que acabaron por abrirme los ojos, me costó mucho asimilar las consecuencias de lo que estaba viendo. ¿Cómo pudimos estar tan ciegos durante tanto tiempo?

—¿De qué pruebas hablas?

—Vamos, Kal El, no insultes mi inteligencia. Todo iba perfecto, y nadie hubiese podido darse cuenta del peligro hasta que hubiese sido demasiado tarde. Pero Shield tiene ojos y oídos en todas partes. Furia me mostró la grabación de tu conversación con el general Zord, uno de los renegados de Krypton que habíais desterrado a la zona fantasma y que llegaron a la Tierra con la intención de invadirla. Zord te ofreció unirte a ellos. A cambio te daría poder supremo aquí en la Tierra. Pero tú declinaste su ofrecimiento e incluso arriesgaste tu vida para acabar con la amenaza. Heroico. Lo que la mayoría del mundo no sabe, pero sabrá en breve, es que en aquel entonces tuviste miedo, miedo de desobedecer las órdenes escritas en tu código genético y de enfrentarte al inmenso poder que estaba por venir: las máquinas de guerra de Krypton.

—¿De qué demonios estás hablando?

—A partir de ahí, atar cabos fue un juego de niños. Escuchamos con interés los pulsos de energía que cada cierto tiempo enviabas desde la Fortaleza de la Soledad hasta lugares en el corazón del universo cada vez más cercanos a la Tierra. Todavía no sabemos qué es lo que les cuentas en esos mensajes, pero nos lo podemos imaginar, porque podemos seguir el rastro de muerte que los tuyos dejan allá por donde pasan. Sistemas estelares aniquilados para saciar vuestra sed de destrucción. Civilizaciones desaparecidas para siempre. Mundos que confiaron en alguien como tú, un ser que conocía las fortalezas y debilidades de aquellos que lo habían acogido como uno de los suyos. Porque solo eres la avanzadilla. Tu misión, como la de otros tantos a los que habéis enviado al espacio profundo, era la de localizar mundos habitables. Eso es lo que hacéis, es vuestro modo de vida: os ganáis la confianza de vuestros anfitriones para después invadir, parasitar y canibalizar los planetas que tienen la desgracia de cruzarse en vuestro camino de muerte y destrucción. En esta ocasión la Tierra es el planeta elegido; pero en esa ecuación sobra algo: nosotros, ¿verdad? ¿Cuánto tiempo nos queda?, ¿meses, semanas, días quizás? ¿Cómo es de malo lo que nos espera, Kal?

Superman escrutó el desolado paraje a su alrededor. Estaban solos. Bruce sabía demasiado y era un peligro que podía poner en peligro todo el plan de invasión. No podía permitir que saliese con vida de allí. Si el hombre murciélago pensaba que alguien infectado por un virus podía ser un rival digno para un hijo de Krypton, se equivocaba. No cuando tantas cosas estaban en juego. Decidió ganar tiempo y averiguar cuántos más sabían algo acerca de la conspiración.

—Estás loco…

—No, Kal, estábamos ciegos, pero ahora que hemos abierto los ojos no nos cogeréis por sorpresa.

—¿Cuántos más conocen esta descabellada teoría tuya?

—¿Por qué? ¿Piensas que con mi desaparición podrías seguir adelante con vuestro plan? Llevamos mucho tiempo trabajando en la sombra, preparándonos, dejando que te confiases. La Corporación Stark se encarga del armamento, Industrias Wayne se ocupó del desarrollo del virus y Shield de la organización. No hay nada que puedas hacer para detenernos y la mejor señal del éxito de nuestra cruzada es tu cara de sorpresa.

—¿Por qué me cuentas todo esto ahora? Podría acabar contigo ahora mismo.

—Porque estamos preparados. El virus del vampiro transforma nuestros cuerpos y les da una fuerza sobrehumana, muy similar a la tuya. Pero eso ya lo sabías después de tu último enfrentamiento con Drácula, ¿verdad? Para poder haceros frente hacen falta más que hombres, y en eso es en lo que nos habéis obligado a convertirnos. Además, si tu cuerpo alienígena es capaz de tener un alma, algo que dudo, es necesario que conozcas el motivo por el que vas a morir. No quiero tener ese peso sobre mi conciencia.

—¿Morir? Sí, este es el punto final para uno de los dos, pero no seré yo el que caiga —dijo Superman mientras sus ojos comenzaban a brillar con la energía de una estrella.

Había llegado el momento de poner a prueba lo que se había desarrollado durante tantos años. El hombre murciélago hizo un gesto con la mano y una pequeña chispa verde brilló en el horizonte, al pie de la colina, seguida de un sonido seco. Superman cayó al suelo golpeado por el proyectil.

—Tengo que reconocer que Alfred tiene una excelente puntería —dijo Batman mientras se acercaba al cuerpo tendido en el suelo, que luchaba por incorporarse mientras se retorcía de dolor—. Te voy a dar otra mala noticia antes de que te vayas, Kal: hemos logrado fabricar una aleación con kryptonita sintética y, tal y como puedes comprobar en tu propia carne, funciona a la perfección. Me temo que el verde se va a poner de moda en los próximos años. —Batman desenvainó una enorme espada que llevaba oculta bajo la capa. La kryptonita hacía que el filo verde resplandeciese en la oscuridad—. Aunque el veneno de ese proyectil acabaría por matarte, necesitamos un golpe de efecto que impresione a los que vienen detrás de ti. —Levantó la pesada espada sobre su cabeza—. En el proceso de la humanidad contra Kal El, encontramos al acusado culpable de alta traición, y lo condenamos… ¡a muerte!

Batman descargó el peso de la espada sobre un Superman agonizante y separó la cabeza del tronco casi sin esfuerzo.

Alfred llegó cuando todo había acabado. En su hombro colgaba el sofisticado rifle con el que había realizado el disparo.

—Envía un mensaje al coronel Furia diciéndole que la primera parte del plan ha salido tal y como estaba previsto. Espero que esto sea suficientemente contundente como para que aquellos que pretenden arrebatarnos nuestro hogar se lo piensen un par de veces y busquen un enemigo más asequible.

—¿Y si no es así, señor?

—Pues en ese caso —Batman cogió por la cabellera la cabeza del hombre de Krypton, la alzó al cielo como advertencia a un enemigo invisible y gritó con rabia, como si pudiesen verlo—: ¡habrá guerra!

Ilustración de Rosa García

Roberto del Sol

Achaques

Autor@: 

Ilustrador@: 

Corrector@: 

Género: Humor

Rating: Todos los públicos

Este relato es propiedad de Jesús Cernuda. La ilustración es propiedad de Paloma Muñoz. Quedan reservados todos los derechos de autor.

Achaques.

26 DE JUNIO DE 2027

Para Bruce aquel no era un día normal, era esa fecha que nunca se había podido quitar de la cabeza, la misma en la que, muchos años atrás, sus padres fueron asesinados a manos de Joe Chill. Hasta entonces nunca había faltado a su cita en el cementerio, donde seguía rezando por sus progenitores que tanto le habían dado.

Sin embargo aquella mañana…

Algo hizo que se despertara sobresaltado. La luz del sol entraba por la ventana, situación extraña ya que su despertador siempre sonaba antes del amanecer. Durante cinco minutos se quedó mirando al techo absorto en sus pensamientos, e intentó recordar lo que había hecho el día anterior, pero no había manera.

Poco a poco, se incorporó y fue posando los pies en el suelo, intentó calzarse esas zapatillas de cuadros sin apenas ya forro por el paso del tiempo, estaba seguro de que su abuelo ya había tenido el placer de llevar esas zapatillas. Un pinchazo en la espalda le hizo lanzar un grito digno de la peor de las películas de terror.

«¡Por los clavos de Cristo! este reuma está acabando conmigo»

Cuando por fin lo consiguió, se puso su batín, a juego con las zapatillas, las gafas que tenía para andar por casa y se acercó a la ventana para contemplar el nuevo día.

Alguien picó a la puerta de forma tímida y sin esperar respuesta se adentró en la habitación.

—Señor Wayne, le traigo el desayuno.

Albert, su nuevo mayordomo, traía una enorme bandeja de plata. Sobre ella lo que parecía un café con dos bollos de pan y un vaso de agua con una pastillita que poco a poco se iba consumiendo dejando unas burbujas de color rosáceo.

—Creo que mis instrucciones fueron claras, ¿por qué has tardado tanto en venir a despertarme? Está claro que el dichoso reloj no ha sonado. — le dijo intentando aparentar enfado, aunque el dolor de las lumbares apenas le dejaba hablar.

—Lo siento señor, no creí conveniente despertarlo después del mal día que tuvo usted ayer.

—Bueno, eso ahora da igual— contestó mirándole por encima de las gafas.

« ¿Qué carajo habrá pasado ayer?», pensó.

Albert ya se había dado la vuelta para irse cuando Bruce se dio cuenta de otra de esas cosas que creía haber dejado claras.

—Espera, el periódico, ¿dónde está?

—Verás…yo…

—Ni yo, ni yu, ¿no pensarás que así vas a estar mucho tiempo conmigo? Deberías darme las gracias por haberte dado el trabajo sólo porque te recomendara Bob—. Bob Kane era un buen amigo de Bruce desde la infancia y era quien le había dicho que aquel chico sería el ideal para el puesto.

—Tiene razón, pero no creí conveniente que hoy lo leyera. Por cierto, no olvide tomar el vaso con su medicación para el corazón ni las pastillas para el reuma— dicho esto se fue dando un pequeño portazo.

«Quién se habrá creído que es… esta misma tarde llamo a Bob»

Después de tomarse el café, medio bollo y la galería de pastillas de todos los días, Bruce se sentó en su viejo sillón a leer el periódico. Sentía curiosidad por saber qué era lo que Albert creyó conveniente que no leyera. Aunque llevaba poco tiempo con él, sabía perfectamente quien era, si había ocurrido algo malo debería habérselo dicho.

No le hizo falta ni abrirlo, en la primera página una foto le mostró  la fatídica noticia. Ahí estaba él, con su traje negro impoluto arrodillado en el suelo con la mano sobre la espalda mientras dos encapuchados parecían robarle el coche y, con letras bien grandes por si todavía alguien no lo leía bien:

Batman vuelve a hacer el ridículo y deja que dos ladrones se lleven el botín en su propio coche

Las gafas se le cayeron de golpe al suelo, por desgracia eso era lo que su mente no recordaba del día anterior, o quizá no quería recordar. Pero lo peor de todo era el cartelito que habían puesto como pie de foto: risasenGotham.com. No lo podía creer. Siempre lo había dicho él: estas puñeteras redes sociales acabaran con todo

Se vistió todo lo rápido que pudo para dirigirse a la batcueva, tenía que conectarse a internet para ver de qué trataba en realidad el supuesto video que le habían hecho.

No era la primera vez que ocurría algo así, en los últimos meses ya le habían cazado con las cámaras en más de una situación un tanto ridícula. Todo el mundo en Gotham empezaba a reírse de él, incluso John Gordom, el hijo del que siempre había sido su gran apoyo en la ciudad, había retirado el famoso foco con el que lo avisaba siempre que su presencia era necesaria. Se sentó delante del ordenador con la inevitable idea que hacía ya tiempo le rondaba la cabeza, «me estoy haciendo viejo para esto».

Con algo de esfuerzo, al haberse dejado las gafas en el suelo de la habitación y no llevar puestas las lentillas, aporreó el teclado:

http://www.risasenGotham.com, la página de moda por aquel entonces, donde la gente se dedicaba a colgar chorradas estúpidas que grababan por las calles de la ciudad. Y ahí estaba, como la entrada más vista del día en tan sólo nueve horas: Batman se autolesiona con su boomerang.

No sabía si reír o llorar, quince segundos fueron suficientes. Los necesarios para ver como intentaba detener a unos ladrones lanzando su boomerang justo en el momento que uno de los ya habituales pinchazos le hacían doblar la rodilla, lo que permitió que a su regreso, su hasta entonces infalible arma, le golpeara en la cabeza. No quiso ver más, echó un vistazo al fondo de la cueva y comprendió lo siguiente que se vería en el video al darse cuenta que era verdad que su batmovil no estaba.

Se recostó en su silla pensando que podría hacer, justo cuando uno de los interfonos que usaba para comunicarse con la casa empezó a sonar.

—Señor Wayne, acaban de llamar de comisaría, era John, quiere que sepa que ya no es necesario que denuncie el «robo» del batmovil— Un pequeño pero incomodo silencio era síntoma de que Albert estaba riéndose— Han atrapado a los ladrones y lo han recuperado.

Ni siquiera contestó, imaginar el momento en el que Batman tendría que presentarse en comisaría para reclamar su propio coche…

«Tengo que hacer algo enseguida, tiene que haber una solución. O eso o llegará la hora de dejar que sea otro quien luche contra el crimen».

Se acercó a un viejo mueble donde guardaba archivos de todos los maleantes que había atrapado y aquellos casos en los que participó. Los ojeaba con cierta nostalgia dándose cuenta de lo que había sido y que no sabía si podría volver a ser. Ya tenía una edad y por mucho que intentara cuidarse, su cuerpo ya no era el mismo.

Entre todos aquellos papeles encontró el día en que se había enfrentado a Drácula y los medios daban la noticia como uno de sus grandes éxitos al deshacerse de alguien tan temido. Al pie de la noticia, una nota escrita de su puño y letra:

«Después de tener al Conde empalado durante dos días, me he dado cuenta que tal vez no pueda acabar con él»

Recordó entonces como, sin que nadie se hubiera enterado, lo había soltado llegando a un acuerdo, nunca jamás se pasaría por Gotham. Drácula había aceptado temiendo tener que estar encerrado de por vida y eso, para un vampiro, es demasiado.

Bruce se recostó de nuevo en su asiento, una idea algo estúpida rondaba su cabeza. Estaba claro que el «no muerto», como lo llamaban algunos, le debía un favor. Quien sabe, tal vez…puede que fuese una locura, pero en ese momento no veía otra solución mejor.

Agarró su teléfono, buscó en esa agenda a la que sólo él tenía acceso y se dispuso a hacer una llamada.

—¿Sí? —

Una voz ronca se escuchó desde el otro lado. Se podría decir que desde su incidente, ambos eran buenos amigos, hablaban muy a menudo, pero en esta ocasión se dio cuenta que algo no iba bien, aquella voz, no era la de ultratumba que siempre ponía Drácula para intimidar a los demás.

—¿Qué pasa compadre? ¿te encuentras bien?

—Hombre, mi querido primo lejano— le gustaba decir aquello, ya que como él decía: «los dos somos un par de murciélagos algo grandes»— ¿A qué se debe esta llamada?

—Luego te cuento, pero antes dime qué te pasa, nos conocemos y te noto algo raro en la voz.

—Nada que no se pase con un poco de descanso.

—Pero bueno, ¿desde cuándo el gran Conde Drácula necesita descansar?— le dije medio sorprendido y medio riéndome de él.

—Ya ves. Digamos que me hago mayor. Desde hace varios años me he dado cuenta de que la calidad de la sangre ya no es lo que era, el que no se droga, bebe y el que no bebe fuma. Macho, van a acabar conmigo. Y encima ya no asusto ni al tato. Sin ir más lejos, el otro día tuve la suerte de encontrarme con una adolescente sola por la calle. Puedes imaginártelo, fue verla y se me pusieron los dientes largos. Me acerqué en plan seductor enseñando los colmillos…y ¡la muy capulla empezó a descojonarse de mí!— hizo una pausa, se notaba que aquel recuerdo le daba cierto reparo— Por primera vez en siglos me dejó paralizado y encima va y me dice: «tú eres de los que brilla con el sol, ¿verdad?».

—Pero bueno, y ¿qué hiciste?

—Qué querías que hiciera, me fui corriendo. Oye, espero que no le cuentes esto a nadie, si llega a oídos de otros vampiros seré el hazmerreír.

—No te preocupes, sabes que sé guardar un secreto, además qué te voy a contar yo…

Estuvimos hablando durante un buen rato y le conté lo que me pasaba.

—A ver si lo he entendido bien, ¿me estás diciendo que quieres que te transforme en un «no muerto» para tener más fuerza? A mí me da igual, pero espero que entiendas lo que eso supone. Además hace mucho tiempo que no convierto a nadie, no sé muy bien como resultará.

—Si lo dices por que tengas miedo a pasarte de la raya y llegar a matarme, yo confío en ti— Si algo sabía es que la palabra de un Conde iba a misa y puesto que me debía un favor, estaba seguro que no intentaría acabar conmigo.

He de reconocer que me daba cierta preocupación, antes de colgar me dijo que de lo que no estaba seguro era de si me daría más fuerza o por el contrario, me trasladaría todos sus problemas, al parecer, desde que no encontraba víctimas de calidad, se había ido debilitando. Ya no salía todas las noches por culpa del lumbago y encima uno de sus colmillos empezaba a moverse. No quiero imaginarme lo que sería Drácula sin uno de sus dientes.

30 DE JUNIO DE 2027

Ayer fue el gran día. Mi buen amigo me hizo la visita que esperaba para pasarme al lado de los «no muertos». No fue necesario decirle que si algún día necesita algo me tiene a su total disposición.

Reconozco que no le he visto buena cara, creo que sus tiempos de ser el gran Conde Drácula, ese al que incluso los de su misma especie temían, han acabado. Incluso me ha dicho que ha notado la presencia de uno de los suyos rondándole y que tenía cierto miedo a que pudiera encontrarlo e intentara acabar con él sólo por la reputación de haber sido quien dio fin al padre de todos los vampiros. Le he dicho que no se preocupe, que usaré todo lo que esté en mis manos para encontrar al «rondador» y darle caza.

Hoy me he despertado antes de que sonara la alarma y he de decir que he dormido del tirón toda la noche. Me he levantado despacio, quizás por miedo a los malditos dolores que me acompañaban todas las mañanas, sin embargo…de un salto he rodeado la cama para coger las gafas, hasta que me he dado cuenta de que no las necesito. Me he acercado a la ventana, la he abierto de par en par y no he podido evitarlo, como un niño pequeño he roto a llorar de forma desconsolada. No solo parezco el mismo de antes, si no que me encuentro cincuenta veces mejor.

He tenido que bajar de golpe las persianas al empezar a salir el sol, no os podéis imaginar lo que escuece. Me doy cuenta que esto no lo había pensado, a partir de ahora tendré que cambiar todos mis hábitos. Tengo que pensar algo para que nadie sospeche por qué Bruce Wayne no sale por el día.

Son las ocho de la tarde, he tenido que cancelar todas mis citas con la excusa de estar enfermo y he dedicado las horas a diseñar otra máscara con la que protegerme de la luz del día, al menos Batman podrá seguir saliendo en cualquier momento.

Se acerca la noche, me dispongo a ir a la cama, pero es inútil, no tengo sueño y sin embargo estoy algo cansado. Me recuerda a todas esos viajes que hago y me dejan para el arrastre por culpa de jet lag. Supongo que necesitaré de varios días para acostumbrarme.

A las cinco de la mañana he tenido que salir por un aviso de robo. Ha sido pan comido, es una pena que las cámaras no estuvieran grabando en esta ocasión. Creo que he vuelto y espero que sea para quedarme.

Ilustración de Paloma Muñoz

4 DE JULIO DE 2027

Llevo varios días sin apenas dormir. De noche parece que el cuerpo me pide marcha y por el día, que es cuando debería descansar, no hay manera. Y para colmo, llevo el mismo tiempo sin pegar bocado, mira que lo he intentado, pero todo lo que entra, sale sin previo aviso. Le he pedido a Albert que se ponga en contacto con bancos de sangre, que no se diga que no hay dinero para traer la mejor del mercado, y de verdad que lo ha hecho, por lo que cuesta mejor me alimentaba a base de Château Petrus, por lo menos el vino podría tomarlo, porque lo que es la sangre… es acercarla a la boca y se me revuelve hasta el apellido.

Por el bien de todos espero acostumbrarme pronto, sobre todo por Albert, que el pobre ya ha tenido que irse corriendo un par de veces al verme ir hacia él, con medio traje puesto y con los colmillos a punto. Esto va a resultar más complicado de lo que esperaba. Lo positivo es que sigo pareciendo un chaval de veinte años.

Hoy he recibido una llamada de John, según parece en los dos últimos días han aparecido varios cadáveres, todos sin apenas sangre en el cuerpo. Me temo que no me va a hacer falta buscar al «rondador», él solito ha venido a mí. Llega el momento de demostrarle a todo el mundo que Batman ha vuelto.

No me ha resultado difícil seguirle la pista, cualquiera diría que su intención era que nos encontráramos. No llevaba ni una hora vigilando desde el edificio más alto de la ciudad, cuando pude verlo. Esos andares y el leve olor que desprendía eran inconfundibles. Iba detrás de una chica que acababa de salir de un restaurante dispuesto a atacar en cualquier momento.

Antes de que lo hiciera me interpuse entre ellos dos y de un empujón lo aparte de su futura víctima. Al darse cuenta ella se volvió hacia mí.

— ¿Batman…?

—No tengas miedo, yo me encargo— le espeté con esa voz de superhéroe, que más bien sonó a gigoló de piscina.

Por algún motivo la muchacha se asustó al verme y sin pensarlo dos veces me dio un golpe con el bolso, sacando después un spray de pimienta con el que roció toda mi cara.

Durante unos segundos no pude ver nada, menuda gracia me hizo el spray de las narices. Por suerte él parecía más interesado en mí que en la muchacha, que pudo salir corriendo.

—Un momento— me dijo mientras se aceraba flotando en el aire— tu olor… he seguido tu rastro hasta aquí, pero era con Drácula con quien esperaba encontrarme.

—Siento mucho haberte decepcionado.

Empezó a reírse al fijarse bien en mi cara.

—Creo que ya lo entiendo, he escuchado hablar de ti muchas veces. Veo que te has pasado a nuestro bando y que tendré que acabar antes contigo. Supongo que el viejo Drácula podrá esperar.

Desde aquella vez en la que me había enfrentado al que ahora me había convertido, nunca había tenido un duelo como aquel. Por suerte, creo que se trataba de un vampiro sin mucha experiencia al igual que yo, pero con mis recientes dotes adquiridas y mis armas de siempre conseguí ponerlo a raya.

No quería que me pasara como la otra vez. Cuando por fin lo tuve bien sujeto, le pegué un mordisco en la yugular, con tanta fuerza que conseguí arrancarle la cabeza, para después quemar las dos partes de su cuerpo, tenía que estar seguro de que no volvería a revivir.

Al llegar a casa lo primero que hice fue llamar a Drácula y contarle lo sucedido. De momento podía estar tranquilo.

Me sentía eufórico, creo que empezaba a gustarme todo aquello. Incluso apreciaba ya esas copitas de «tinto» con las que me mantenía y evitaba así tener que matar a nadie para alimentarme.

Fue la primera vez que conseguí pegar ojo de día, incluso a pesar de un dolor en la pierna derecha, que supuse sería consecuencia de mi enfrentamiento con el «rondador».

5 DE JULIO DE 2027

Empiezo a acostumbrarme a mis nuevos hábitos. Hoy he despertado justo al ponerse el sol. Sobre la mesita, el periódico que seguro que Albert había dejado aquella mañana. Qué ganas tenía de abrirlo y de ver como de nuevo la gente clamaba por el regreso de su hombre murciélago particular.

Para mi asombro, no hablaban de mí en la primera página, lo cual me indignó un poco, o al menos no de Batman. Por el contrario, el titular destacado era para mi verdadera personalidad:

Aparecen los restos de Bruce Wayne

No podía creer lo que estaba leyendo, «¿cómo podían decir eso?» Busqué rápido la página donde daban la noticia y mi sorpresa fue aún mayor al ver la foto. Estaba hecha justo en el momento en el que mordía y arrancaba la cabeza del «rondador», ahora entendía aquel destello que me había parecido sentir, pero que, dada la euforia, no di importancia.

Según decían, entre las cenizas habían encontrado dos tipos de sangre, una sin identificar y la mía. Para un mísero corte que me había hecho…

Dejé de leer pensando que tal vez fuera mejor así, eso me permitía no tener que seguir dando explicaciones de por qué no aparecía en ninguno de los actos a los que se me invitaba, decir que estaba enfermo ya empezaba a sonar raro. Sin embargo, lo que no había visto era el titular de la página siguiente:

Batman se cambia de bando

Basándose en la fotografía, dejaban bien claro que ahora ya no sería el aliado que había sido hasta entonces, por el contrario, toda la policía estaba en alerta para poder darme caza. Me había convertido en el asesino del más ilustre habitante de Gotham.

Se rumoreaba con la posibilidad de que hubiera chantajeado Al señor Wayne y que este, que todos sabían que era una persona de bien, no había accedido a ello.

El mundo se me echó encima, había acabado de un golpe con Bruce Wayne y con Batman. ¿Qué sería de mí ahora que no podía dejarme ver de ningún modo?

Pasé el resto de la noche en casa, intentando localizar a Drácula para saber si se podía cambiar otra vez, pero no dio señales de vida. Y encima, no había manera de que el dolor de la pierna desapareciera, había llegado hasta la zona de la pantorrilla y empezaba a ser insoportable, no había postura en la que pudiera estar quieto más de cinco minutos.

7 DE JULIO DE 2027

Sigo sin tener noticias de Drácula y llevo dos días sin poder levantarme de la cama. Albert ha llamado a un amigo suyo que dice que es de confianza. No es más que un prepotente estudiante de medicina, pero algo es algo.

El diagnóstico ha sido claro. El reuma ha vuelto, no veo tres en un burro y la ciática conseguirá mantener inmóvil al mismísimo Batman durante un tiempo. Y encima el relajante muscular que me ha recomendado no parece hacer buenas migas con la sangre, como resultado, una «pequeña» úlcera que parece querer matarme desde dentro. Empiezo a echar de menos lo que ahora me doy cuenta de que eran leves dolores de reuma, maldito el día en que pensé que jubilarme no era la mejor opción.

10 DE JULIO DE 2027

Por fin he hablado con Drácula. Como ya me imaginaba, no hay modo de volver a la vida de antes, lo único que puedo hacer es resignarme a vivir eternamente como un «no muerto». Al menos me ha dicho que él ha encontrado un modo de hacerlo «dignamente», ha recalcado mucho la última palabra, lo que me hace pensar que tal vez no sea tan bonito como ha querido mostrármelo. He quedado con él esta noche, justo al lado de una residencia que hay a las afueras de la ciudad.

Después de media hora y con la ayuda de Albert, he conseguido ponerme el traje. Mi buen mayordomo me ha llevado a un edificio viejo al lado de la residencia, no me veía con ganas ni con fuerzas de conducir.

Drácula me esperaba en una vieja habitación, yo diría que casi tanto como él, sentado en un antiguo sillón.

—Perdona que no me levante.

—No hace falta que te disculpes— Algo me decía que sabía muy bien por lo que estaba pasando— Sigo sin entender porqué hemos quedado en este lugar.

—Verás, hace un mes que vivo aquí y cuando me contaste lo que te pasaba pensé que si querías, podías trasladarte tú también. No estaría de más un poco de compañía con quien poder conversar.

Era la primera vez que veía al Conde así, se le notaba triste, apagado. Me preguntaba donde habrían quedado aquellos días en los que solo escuchar hablar de él ya daba pánico.

Me fijé en la pequeña mesa que tenía a su lado y en un vaso que contenía…

—No lo mires tanto, sí, son mis dientes.

Me contó que una noche había visto a una joven sentada en un parque a la luz de una farola escribiendo en un cuaderno negro. Se acercó por la espalda dispuesto a atacar, pero sin saber muy bien cómo, empezaron a hablar. Por extraño que parezca, le había contado todos sus problemas, ella era dentista y se había ofrecido a ayudarle.

—Periodontitis, así lo llamó. Vaya, lo que todos conocemos por piorrea. Al menos, de momento, sólo he perdido uno de los colmillos.

¡No lo podía creer, había pedido ayuda a una humana!

—¿Estás seguro de lo que estás haciendo?

—Tranquilo, ya la conocerás, Carlota es muy buena chica.

En un principio sentí lástima por su nueva «vida». Me dijo lo mal que se encontraba y que salir de caza ya era imposible. Lo único que podía hacer era esperar en aquel lugar a que alguno de los viejecitos de la residencia pasara a mejor vida y poder alimentarse con su sangre. Sin embargo, pensándolo fríamente, tal vez era mejor eso que quedarme sólo en la casa.

No me hizo falta pensarlo mucho. Salí para decirle a Albert que se fuera, que a partir de entonces me quedaría a vivir allí. Le pedí que se encargara él de la casa y que de vez en cuando me trajera las cosas relacionadas con mis negocios, mientras pudiera, seguiría encargándome de todo. Que la gente pensara que Bruce Wayne estaba muerto no quería decir que sus empresas no pudieran seguir funcionando.

30 DE JULIO DE 2027

Al contrario de lo que había pensado, estos veinte días no han estado tan mal. Las conversaciones con el Conde son de lo más amenas. Sé que no es el final que hubiera querido, pero es lo que hay.

Sin embargo ha ocurrido algo que no hubiera imaginado. He decidido ir por casa después de leer en un periódico que Batman ha vuelto como el gran superhéroe que fue. No es que me importe si Albert tiene algo que ver, ya que al menos la leyenda del hombre murciélago seguirá viva, pero tengo cierta curiosidad.

Por lo que he visto al llegar, la decoración de la casa ha cambiado por completo, cualquiera diría que estamos en el desfile del orgullo gay.

Escucho ruido en la parte de arriba, supongo que Albert está en la habitación. No me molesto en picar a la puerta, sigue siendo mi casa, pero…

Al entrar veo a Albert, con el traje puesto a excepción del pantalón. La imagen de Batman con aquel tanga de leopardo, es algo que traumatizaría a cualquiera. Y sobre la cama un chico más joven que él con la misma ropa que llevaba al nacer…¡¡en pelotas!!

—Pero… ¡por Dios!… ¿qué es esto?

—Yo… ¿qué hace aquí, Bruce?

— ¡Encima, cómo si esta no fuera mi casa!

La úlcera puede más que el enfado del momento, tengo que sentarme o no sé si saldré de aquí por mi propio pie.

Recapacito un poco. Siempre me he considerado una persona moderna y, si bien es cierto que lo que ocurra de puertas para dentro no debería importarle a nadie. Si algo ponía la noticia que había leído es que de nuevo Batman volvía a ser el mismo y supongo que eso es lo importante. Decido que tal vez lo mejor sea pasar del tema.

—Espero que al menos no dejes que nadie te vea de esta guisa— le digo bajando un poco la voz.

—Tranquilo, nadie sabrá jamás que yo soy Batman.

¡¡JA!!, como si fuera eso lo que me preocupa, mientras no le diera por cambiar la indumentaria. No quisiera ver en el futuro a un Batman vestido de rosa por los periódicos.

—Y ¡dile a ese tío que se vista, anda!— le digo saliendo por la muerta mientras que le escucho hablar.

—No te preocupes, ya se iba. Por cierto, es Robert, un amigo.

«Sí, sí, un amigo» pienso mientras, poco a poco bajo las escaleras, a decir verdad me importa un carajo quien sea ese tío.

10 DE AGOSTO DE 2027

— ¿Has visto, Bruce?, Batman sale de nuevo en el periódico.

Me acerco al Conde para ver yo mismo la noticia. No he querido decirle nada de lo que paso en la casa, tan sólo que Albert me había suplantado.

Batman y su nuevo compañero hacen de Gotham un paraíso para vivir

Por lo visto, Albert, tenía una especie de ayudante, un atlético joven vestido con unas mallas, un chaleco rojo y una capa amarilla. Se veía bien claro en la foto que acompañaba a la noticia.

Aquella indumentaria, un chico joven y el nombre al pie de la foto, Robin, me hicieron pensar. Y, por desgracia, el cuerpo desnudo del amigo de Albert volvió a mi cabeza. ROBERT…ROBIN… ¡cielo santo, que he hecho!

—Primo…creo que es mejor que dejemos de leer las noticias…

Jesús Cernuda.

Otro día mas

Autor@: 

Ilustrador@: 

Corrector@: 

Género: Relato corto

Rating: Todos los públicos.

Este relato es propiedad de Carme Sanchis. La ilustración es propiedad de Jordi Ponce. Quedan reservados todos los derechos de autor.

Otro día mas.

Otro día más, sentado junto a la ventana esperando la inevitable visita de la parca. Monotonía, aburrimiento y desespero acompañados por un café con leche frío, con sacarina, que el azúcar lo tengo prohibido.

El sol se levanta y se acuesta, pero yo sigo aquí, sin nada mejor que hacer. Y lo peor es que siempre ha sido así, o al menos, yo no recuerdo nada antes de esto.

Tengo setenta y cinco años y hace unos meses me diagnosticaron una demencia neurodegenerativa, una de esas noticias que asusta y desmorona. Al principio me obsesioné, me horrorizaba pensar que esas pequeñas lagunas se convertirían en mi día a día. Pero en el fondo sabía que no podría hacer nada por evitarlo. Escribí mis momentos más especiales en libros en blanco. Qué difícil es resumir toda una vida… El problema es que ya no soy capaz de distinguir lo que realmente viví de lo que mi imaginación creó.

Hay días que todo se ve claro, la neblina desaparece y, de un momento a otro, simplemente ya no soy capaz de hacer las cosas más sencillas.

Lo peor es cuando estoy con mi nieto… Me habla cada día de sus amigos, de las clases, de las actividades extraescolares que ha elegido este curso, pero no consigo acordarme de todo lo que me ha ido explicado. Siempre que puedo intento que no se note, pero sé que llegará el día en que no seré capaz de fingir.

Como os decía, paso la mayor parte del día sentado en mi viejo sillón, escuchando el bullicio de esta increíble ciudad. A veces, siento que los años no han pasado, que soy joven de nuevo y que algo me llama. Miro por la ventana a la espera de una señal, de algún signo que desvele el misterio que mi memoria no es capaz de resolver. Pero no hay nada. Solo esos extraños pajarracos oscuros, que vuelan alrededor de la farola de mi calle al anochecer.

–¡Abuelo! –grita una voz infantil, que se acerca corriendo desde la puerta.

–María, ¿eres tú? ¿Por qué llevas el pelo tan corto?

–No, abuelo… Soy yo, Dani.

Así es mi vida. Ni siquiera puedo reconocer a mi propio nieto, confundiéndole constantemente con mi hija cuando tenía seis años.

–Pásale al abuelo su café y la pastilla roja, ¿quieres? Estas malditas piernas hoy no quieren trabajar.

Con una mueca engullo la pastilla, parece que mi garganta está de vacaciones.

–Hoy he tenido clase de pintura y te he hecho un dibujo. ¿Te gusta? –me pregunta, mientras me ofrece con los ojos brillantes un papel.

–Es muy bonito, Daniel. Es un… ese pájaro negro, no me sale el nombre… Ayúdame, hijo…

–Es un murciélago, abuelo. Siempre te han gustado, ¿lo recuerdas?

–¡Murciélagos! Como el de mi taza, y los de la ventana. Parece que me persiguen, ¿verdad?

Mi nieto suelta una carcajada sonora, mientras me mira con asombro. Siempre pasa por mi casa a esa misma hora, y al parecer, siempre tenemos conversaciones muy similares. Pero a él no le importa, le gusta pasar el tiempo a mi lado, y a mí todavía más.

Así que, esta es mi vida. Aburrida, ¿verdad? En el fondo, al llegar a cierta edad, a todos nos hacen a un lado, y debemos buscar la manera de entretenernos. Yo seguiré mirando por la ventana, con la tele de fondo, tomando pastillas para sobrevivir un día más, y con esa sensación chispeante de que alguna vez fui alguien que ya no recuerdo.

Carme Sanchis

Ilustración de Jordi Ponce

La máscara nocturna

Autor@: Carolina Cohen

Ilustrador@: 

Corrector@: 

Género: Poema

Rating: +18

Este relato es propiedad de Carolina Cohen Polanco. La ilustración es propiedad de Verónica R. López. Quedan reservados todos los derechos de autor.

La máscara nocturna.

Dejaba entrever sus ojos,

la máscara nocturna,

                ausencias marcadas como cicatrices,

                              soledades,

                                           el ensueño de los años abatido.

Expoliada la noche,

                  el sentir,

la ebullición violenta,

el hombre intentando expiar sus remotas penas.

Un refugio de reivindicación aunada.

                Venganza.

Ligero el andar en el caos de la constancia.

             De los retos tóxicos, el ácido y el diluir el rostro de la risa,

             entre infamia y débiles agravios, la mano puesta sobre el Jocker y el volante.

La doble vida.

             Entre polos relativos:

                            La verdad y la justicia.

                            Lo bueno y lo malo.

                            Lo oculto y lo mostrado.

            La digresión de la línea de secuencia entre el amor y el odio.

El disfraz se deslíe y persiste el hombre,

               apesadumbrado,

                            derruido en su intensión malsana.

               La admiración que corroe en la ambivalencia,

                           el espasmo y el orden,

                                 La fábula de quien sacrifica su intencionada realidad por el bien común.

                                 La franca esencia transformada,

                                                de la búsqueda reiterativa que cae sobre el punto, obsesionado.

Dejaba entrever su boca,

              de sonrisas, comentarios, el alimento que recorre el tracto,

              el discurso leve que convence y aminora,

el sentido del innumerable recuento, de la vida, la persecución y el ánimo,

             la búsqueda incontrolada por el cierre definitivo de la historia.

Carolina Cohen Polanco

Ilustración de Verónica Lopez

La confesión de Robin

Autor@: 

Ilustrador@: 

Corrector@: 

Género: Drama

Rating: +16

Este relato es propiedad de Juan Ramón Lorenzana. La ilustración es propiedad de Sergio «Gan» Retamero. Quedan reservados todos los derechos de autor.

La confesión de Robin.

—No te enamores nunca, Robin, no te enamores nunca…

—Tu consejo llega un poco tarde, Batman.

—No te enamores nunca. El amor te debilita, te hace dependiente de las decisiones y acciones de otra persona. Te conviertes en un ser fácilmente manipulable y enormemente frágil. No te enamores nunca, Robin. Yo no me he enamorado nunca y… soy prácticamente indestructible, una inamovible roca sobre la que se sustenta la seguridad de Gotham City.

Resultaba extrañamente patético oír sus palabras mientras se acurrucaba en aquel oscuro y sucio callejón acompañado únicamente por una botella de whisky que parecía estar a punto de quebrarse bajo la presión de su amoratada mano. Allí se escondía de sí mismo para… quizá olvidar o recordar o para expulsar de su corazón lo que fuera que le hubiera trastornado de aquella manera.

Ilustración de Sergio «Gan» Retamero

Nunca lo había visto en semejante estado. Se había quitado la máscara que protegía su identidad, y entre dos contenedores de basura me hablaba con palabras de borracho.

—No te enamores nunca, Robin… Y sin embargo, nunca me sentí más fuerte que cuando ella se acurrucó sobre mi pecho. Nunca me sentí más yo, más completo, más entero, que cuando ella me susurró al oído aquel “te quiero” que llenó de luz mi pecho.

—¡Y entonces…! ¿Cuál es el problema? Tú la quieres y ella te ama a ti también…

—Ella está muerta.

—¡Dios mío! ¿Qué ha ocurrido? ¿Ha sido Joker, El Pingüino, Dos Caras…? Iremos a por quien haya sido y se lo haremos pagar a hostias. No tendremos compasión con ese miserable. Lo despedazaremos. Se arrepentirá de lo que ha hecho y…

—No ha sido ninguno de ellos, Robin.

—Entonces…¿quién…?

—Robin, ¡me quiero morir! ¡Ayúdame!

Me lo dijo extendiendo ambos brazos hacia mí, con la botella aún en la diestra y los ojos bañados en lágrimas. Batman me pedía ayuda; no estaba seguro de si era para darle una razón para seguir viviendo, o para morir y así poder huir definitivamente de su tormento.

—Me estaba asfixiando. Una bolsa negra con solo un par de agujeros me cubría la cabeza. ¿Qué me estaba pasando? ¿Cómo había llegado allí…? ¿Dónde estaba? Lo último que recordaba es que… ¡Selina!

»No podía ver nada, pero era evidente que alguno de mis enemigos había tenido la suficiente paciencia como para esperar el momento preciso en el que yo bajara la guardia y, entonces, drogarme y secuestrarme, ¡maldito hijo de perra!

»Tenía fuertemente sujetos los tobillos y las muñecas por unas abrazaderas metálicas de las que salían tensas cadenas que me suspendían en el aire. Algo parecido a un corsé me ceñía la cintura con una presión que apenas me dejaba respirar y… nada más. Estaba desnudo; lo notaba en el aire caliente que me rozaba la piel proveniente de una chimenea cercana. Debía utilizar los sentidos que aún tenía útiles a pesar de que incluso estos estaban todavía embotados por la droga que me había suministrado. No era capaz de reconocer ningún otro sonido más allá del crepitar de la leña de nogal y mi entrecortada respiración. No podía oler nada más que el olor de la madera quemada y… ¡a Selina! ¡Malditos miserables! Ella estaba allí, lo podía sentir y… Un ataque de furia me invadió y las cadenas chirriaron, pero ni un milímetro cedieron los anclajes a los que estaban sujetas. Eso y la falta de oxígeno me obligaron a renunciar rápidamente a mi pretensión. Grité, grité como no lo había hecho nunca, pero no recibí más respuesta que mis ahogados sollozos. Lloré, lo reconozco, no recuerdo cuándo había sido la última vez que había llorado, quizá de niño, supongo, pero esta vez lloraba de impotencia al imaginar que ella estaba como yo, a mi lado, atada como un animal igual que yo, con una bolsa en la cabeza como yo, y llorando como yo.

—Pero, Batman, ¿cómo llegaste a esa situación, cómo pudieron sorprenderte de esa manera… a ti? Tú que controlas todas las circunstancias, que dominas el entorno, que controlas los escenarios y las personas que en ellos se mueven. Tú que… jamás dejas que los sentimientos controlen tus acciones.

—Por eso, Robin, por eso. Lo necesitaba, por una vez tenía que sentir de verdad, sin que mi inteligencia o mi miedo me dijeran a cada instante qué era lo que debía hacer. Lo necesitaba y lo hice; desconecté todas las alertas y la dejé entrar en mi casa…

Batman estaba roto. Un largo trago de whisky detuvo su relato. Yo esperé impaciente a que recuperara un poco el sosiego y continuara con su historia. Batman debía expulsar los monstruos que le devoraban las entrañas. Yo esperaba que no fuera demasiado tarde y que sobreviviera al pagano exorcismo.

—Yo sabía que era una ladrona. Yo sabía que no era de fiar. Muchas veces antes me había hablado de amor con pequeños gestos, con miradas, con insinuaciones, pero… Yo sabía que era una flor del mal, que no tenía corazón y que utilizaba con destreza su belleza como si fuera la más afilada de las dagas… o la más eficiente de las llaves maestras.

Batman se interrumpió con una extraña mueca que podría haber pasado por una carcajada si no fuera por la baba y el whisky que brotaron de improviso de su boca.

—Me dijo… Me dijo que sabía que parecía una zorra; pero que en realidad era muy tonta porque… se había enamorado… de mí. Y yo ya había resuelto creerme lo que me dijera, y cuando la dejé entrar en mi habitación, durante los dos o tres segundos que tardé en cerrar la puerta tras de mí, ya había decidido que creería todo lo que ella me dijera, que sentiría todo lo que ella me hiciera, y que no habría mascaras, ni capa, ni cadenas, ni cueros, ni miedos, ni vergüenza o pensamientos que me apartaran de mi deseo. Quería sentir de verdad, quería abrir los brazos y dejarme llevar por un querer verdadero… Y así fue.

»Dejé que ella mandara, que me quitara con su lengua, con sus manos, con sus labios, la piel muerta que envolvía mi cuerpo y no lo dejaba respirar ni sentir; pero con eso no se conformó, ni yo esperé menos de ella. Dedo a dedo, músculo a músculo, su boca lamió y me besó los ojos, nariz y orejas. Su sexo en mi boca, sus gemidos, su… No sé en qué momento perdí la conciencia ni cómo o por qué me trasladaron a aquel lugar. Lo que sí sé es que cuando me quitaron la bolsa que me cubría la cabeza, el primer rostro que vi fue el de Selena, y su sonrisa me dijo que había sido ella, que todos los besos y todas las palabras de amor habían sido una gran mentira y…

—Y… tuviste que matar a la muy puta para salvar tu vida. Batman, no te sientas culpable, sólo te defendiste de esa mala zorra. ¡Le diste su merecido!

—No, Robin, no. Ella no pretendía matarme. Me soltó las cadenas, me quitó el corsé y allí, de pie, frente a frente me dijo que… ¡Ya está! Y se fue entre risas…

—¡Cómo que ya está! ¿Qué significa eso?

—Significa eso, ¡que ya está! Solo pretendía demostrar que podía hacerlo y que lo había hecho. Que podía hacer que me enamorara de ella. Que podía conseguir que le abriera mi casa y mi corazón a sabiendas de que ella era una zorra mentirosa y que, sin embargo o precisamente por eso, lograría vencer todas mis precauciones, que me pondría a su merced en cuerpo y alma, y que ya vencido, con mi vida en sus manos, ella tendría todo el poder sobre mí, que podría elegir entre matarme o permitirme seguir viviendo.  Y eligió lo segundo porque quería que recordara para siempre que ella había ganado, que podía irse y dejarme tirado como a una colilla.

—Pero… entonces…

—Le supliqué. Te lo imaginas, Robin. Le supliqué y ella se rio y… Me dijo que continuara con mi vida, que ella había muerto para mí y que no tardaría en olvidarme. Que ya me había olvidado.

Ya está bien, cabrón de mierda, no quiero oír ni una puta palabra más. Después de todo este tiempo de esperar, de soñar con que… quizá, algún día, tú… Y te enamoras como un imbécil de esa…

Eso fue lo único que le dije, después solo se escuchó el ruido metálico del contenedor de basura y el crujir de su cráneo al romperse.

Es curioso que, con el insoportable dolor que produce, el corazón no haga el menor ruido al romperse.

Robin.

 

Setentaycinco

Autor@: 

Ilustrador@: 

Corrector@: 

Género: Microrrelato

Rating: Todos los públicos

Este relato es propiedad de Daniel Camargo. La ilustración es propiedad de Paloma Muñoz. Quedan reservados todos los derechos de autor.

Setentaycinco.

Aunque lo veíamos todos los fines de semana, nunca le habíamos prestado demasiada atención.  Era evidente que, dentro de su desorientación, se esforzaba por pasar inadvertido, como si tuviera algo que ocultar.

María me dijo una vez que se notaba que, en sus años mozos, había sido un hombre muy guapo. Era alto, aunque no lo pareciera porque caminaba encorvado, de ojos azules y cabello muy blanco. Y esa tarde, en el habitual rato de espera mientras aguardábamos a que la enfermera trajera  a mamá desde su habitación, lo vimos revolotear por el salón, como distraído, pero aferrando una Nintendo entre las manos.

Definitivamente fue ese contraste lo que me atrajo aquel día, lo que me hizo prestarle atención. Un anciano con un gadget  propio de  niños, o adolescentes.  Y su actitud, mezcla de avidez y entusiasmo, ya que no quitaba los ojos de la pantalla mientras tocaba las teclas con fruición. Como si le fuera la vida en ello.

Me quedé pensando cuál sería el juego que lo apasionaba. O si acaso se trataba de alguna de esas típicas aplicaciones para ejercitar la memoria, ya que era probable que a un señor de edad avanzada, con una evidente demencia (como casi todos los que compartían aquella institución), algún familiar cercano le hubiera regalado el aparatito para tratar de ayudar, retrasando en lo posible el deterioro.

Pero también podía ser que fuera un adicto, que estuviera enganchado a los videojuegos…

¿O acaso no es posible que a uno le queden ganas de jugar en la recta final de la vida?

Una de las enfermeras, que me vio abstraído observándolo, me dijo:

—Mañana cumple setenta y cinco, y él no lo sabe. No lo recuerda.

—¿Setenta y cinco años? Pensé que serían más.

—No, no, son setenta y cinco —me confirmó—, lo que pasa es que está un poco averiado. Según dicen, tuvo una juventud muy  intensa. Y esas cosas se notan, ¿sabe?

—¿Deportista? —pregunté.

—No, qué va, por aquí cuentan otra cosa, pero no se lo voy a decir porque estoy segura de que no me lo creería. De hecho, ni yo misma sé si creerlo. Pero en este antro la rutina es la reina, y las semanas se hacen muy largas, así que cualquier historia que le ponga a esto un poquito de emoción es bienvenida.

Y se fue a atender a una señora que acababa de mearse en su silla de ruedas, dejándome sumido en una enorme perplejidad.

¿Quién sería ese señor?

Durante la conversación con mamá no pude sacarme de la cabeza la incógnita de la identidad del viejo, y al final, después de la despedida, cuando ya la enfermera la llevaba por el pasillo hacia su habitación, sucumbí a la tentación de acercarme a hablar con Berta.

Berta, la cotilla oficial, era la central de informaciones del geriátrico, la persona por la que pasaban todos los comentarios.

—Oye, Berta…,  ¿quién es ese señor?, ese, el de la bata gris, el de la Nintendo.

—No sé muy bien, pero parece que este hombre tuvo un pasado oscuro del que prefiere no hablar. Hay quien dice que tenía una gran fortuna, y una mansión enorme en el Barrio Gótico, con mayordomo y todo, pero que llevaba una doble vida… Comentan que no podía resistirse a salir por las noches y a relacionarse, de un modo u otro, con la peor escoria de la ciudad.

—¿Eso comentan?

—Sí, sí. Otros dicen que era amigo del alcalde, y que lo asesoraba en temas de seguridad… Y usted sabe lo que pasa con los amigos de los políticos, ¿no?  Nada bueno se puede esperar de esa gente. Parece que tenía un coche de esos estrafalarios, ¿vio? No sé si sería un Ferrari o alguno de esos, de color negro, y que lo usaba para sus correrías nocturnas. No era trigo limpio, evidentemente. Y ahora mírelo ahí, si parece que fuera incapaz de matar una mosca. Todo el día recordando su pasado en esa maquinita.

»Algunos domingos viene a verlo un amigo algo más joven que él. Uno con pinta de mariquita, pero muy digno, ¿vio? Se ve que tiene pasta, si hasta usas camisas con monograma, con una “R” bordada junto al corazón. Se sientan fuera, en el jardín, y recuerdan historias en voz baja. Es increíble, parece que con él recuperara la memoria. A veces no pueden parar de reír.

Pero Berta me abandonó y se fue a escuchar la conversación entre la enfermera y el jardinero, preocupada como siempre estaba por actualizar su base de datos.

La curiosidad me consumía, necesitaba profundizar en la investigación y fingiendo que iba a recoger el Marca que estaba sobre la tele, me acerqué al viejo y pasé por detrás de su silla para ver la pantalla del aparatito.

Se veía una imagen inquietante. Un fondo urbano, nocturno, chimeneas humeantes y algún relámpago…, y en el centro el logo de… ¡Batman! La típica llamada de auxilio que uno vio tantas veces en el cine.

Ilustración de Paloma Muñoz

La visión de la pantalla, sumada a la charla con Berta, me sacudió. ¿Acaso este hombre sería…?

Seguí caminando despacio, como si tal cosa. No podía creer que eso que me estaba imaginando fuera verdad. Pero tampoco podía negar que todos los datos y las sospechas coincidían en un punto.

Al llegar a la puerta del salón me giré y lo vi, inclinado sobre la pantalla, con su enorme bata color gris oscuro cubriendo su cuerpo, como si se tratara de una capa. En ese instante levantó la cabeza, me miró, y sonrió con complicidad.

Debajo del pijama apenas asomaba una camiseta raída con el famoso logo del murciélago en negro y amarillo.

Al día siguiente falté a la reunión de la comunidad y le llevé una tarta para festejar el cumple.

Daniel Camargo – 2014

 

El caballero oscuro

Autor@: 

Ilustrador@: 

Corrector@: 

Género: Fantasía urbana

Rating: +13

Este relato es propiedad de Olga Besolí. La ilustración es propiedad de Rafa Mir. Quedan reservados todos los derechos de autor.

El caballero oscuro.

Ilustración de Rafa Mir

Hay una luz al final de cada túnel para sosiego de quien se ha extraviado en la oscuridad. La luz es la guía hacia la salida, la liberación, el fin de la incertidumbre. Pero a Batman esa luz sólo le parece la entrada a una boca de lobo llena de colmillos dispuestos a machacarle en cuanto ponga un pie en el exterior de ese mundo distorsionado al que llaman Gotham City.

El caballero oscuro, agazapado en la negrura del túnel, cierra los ojos a la vez que gira el rostro en dirección opuesta al dañino haz de luz, tratando de negar su existencia, como el fantasma que no quiere dirigirse hacia ella para traspasar al otro lado.

Su corazón desacompasado marca arrítmicamente la angustia que le oprime el pecho. Apenas puede respirar. Ensanchar sus pulmones en busca de una bocanada de aire se ha convertido casi en  una misión imposible. ¿Será el battraje que le constriñe el cuerpo? ¿Quizás el aire viciado y pegajoso del túnel? No es probable. Recuerda haber estado en lugares y con condiciones mucho peores. Y éste es el mismo traje que llevó a esa sala de juicios que ardía como el mismísimo infierno tras una terrible explosión que había hecho temblar los cimientos de la ciudad entera. En esa ocasión tuvo el tiempo justo de sacar de allí aún con vida al fiscal Dent, antes de que el edificio se derrumbara por completo. Aunque ese acto heroico sólo sumó un bochorno más a la extensa lista de fracasos en su carrera contra el crimen. Harvey se había quedado con el rostro medio desfigurado por las llamas. Y, con ello, perdió la mitad de su alma. Se convirtió en un monstruo asesino conocido con el sobrenombre de «Dos Caras».

Así es Gotham City, la ciudad que convierte en basura todo lo que toca, como un Rey Midas del desastre. La actividad criminal siempre ha echado raíces en ella. Y ahora esas raíces se han podrido hasta la médula.

Batman trata de apartar ese pensamiento de su mente, de calmarse, de aquietar su corazón, pero el pulso le tiembla y parece haber perdido el control sobre sus manos como perdió control sobre la ciudad que estaba bajo su custodia. Debería haberlo intuido en el momento en el que aquella periodista, si puede recibir tal nombre, de la Gaceta de Gotham, se acercó a él con sigilo y le preguntó la razón por la que había reducido a aquel grupo de hombres que estaban siendo esposados en aquel instante.

—Porque, claramente, tenían intención de atacar y desvalijar el Banco Central de Gotham, seguramente para subvencionar algún plan maléfico de dominar el mundo —había contestado él, con su habitual seguridad.

—Pero, eso no es cierto —replicó la reportera.

—Claro que lo es —insistió él, aturdido— iban armados. Llevaban bates de beisbol, palos y fragmentos de roca. Iban a irrumpir en el banco y robarlo.

—¿Robar el banco? ¿A plena luz del día? —insistió ella.

—Sí —había respondido—. Quizás sea un tanto extraño, pero nadie sabe a ciencia cierta cómo funciona el interior de la mente criminal.

—¿Eso quiere decir que son ciertos los rumores de que Batman se declara partidario de la corrupción bancaria y en contra del pobre ciudadano de a pie que sólo pretende defender aquellos derechos que le han sido pisoteados?

Batman no halló ninguna respuesta a tal acusación. Se quedó allí mismo con la boca abierta, atónito, aturdido y pasmado ante aquella pregunta cercana al insulto. El silencio mortificante y dilatado fue quebrado por la voz del joven fotógrafo que acompañaba a la periodista.

—No te enteras de nada, tío —dijo apartando la cámara para dejar ver su cara con marcas de acné— ese banco de ahí le acaba de robar a esa gente sus casas y su dinero…

Si le hubiesen abofeteado, no le habría dolido tanto como le hirió la explicación simple y sincera del muchacho, cuyo efecto se vio agravado en cuanto uno de los hombres a los que había desarmado pasó tras suyo, esposado y secundado por un agente de la ley.  Tras dedicarle una mirada del más puro desdén, el hombre escupió al suelo y le gritó:

—¡Cabrón! ¡mañana mis niños dormirán en la calle y tú has contribuido a eso! ¡ojalá nunca hubieras existido, superhéroe de pacotilla!

Luego sintió la cortina de sudor frío que precede a la sensación de vértigo. Su frente se inundó y unas gotas se deslizaron por debajo de la máscara negra, nublándole la vista. ¿Cómo había sucedido aquello? ¿era eso posible? ¿desde cuándo los actos delictivos como atacar un banco con palos y piedras eran considerados actos justicieros? ¿desde cuándo las instituciones legales y gubernamentales perpetraban actos delictivos? ¿se había vuelto el mundo del revés? Y, ¿dónde quedaba él en ese mundo? ¿quién era el villano al que atacar? ¿quién era el héroe? ¿y el superhéroe?

Pero eso solamente había sido el principio.

Unos días más tarde la luz de la batseñal surcaba los cielos de Gotham. Fue su amigo y colaborador, el comisario James Gordon, quien la encendió para atraer su atención. Requería sus servicios en la lucha contra el crimen, como tantas veces había hecho. Pero esta vez no le entregó la ficha policial de un asesino peligroso como el Doctor Phosphorous, o Cara de Barro, o El Señor de las Ratas. Esta vez, el delincuente al que había que detener era conocido por todos en Gotham y nunca había sido considerado peligroso, al menos hasta el momento.

El crimen perpetrado no era un asesinato, ni un robo, ni siguiera una extorsión. Se trataba simplemente de un escándalo financiero que había estallado y se había filtrado a la prensa: la desviación de fondos públicos de subvenciones y del dinero de las becas para la investigación que otorgaba la alcaldía de Gotham en colaboración con Wayne Enterprises. El alcalde Grange, conocido por sus excesos y una vida de derroches, desde su palacete en el ático de la torre más alta de la ciudad,  se había apresurado a hacer una declaración de inocencia en la que se había auto-exculpado de toda conexión con el asunto y había señalado directamente a Bruce Wayne y su empresa como responsable directo del delito. De hecho, había explicado que el emporio que había levantado el difunto Thomas Wayne estaba construido sobre una sarta de mentiras, estafas y dinero sucio.

La comisaría de policía al completo tenía órdenes explícitas y directas desde la alcaldía de busca y captura, vivo o muerto, del multimillonario Wayne, pero su mansión en las afueras suponía un gran inconveniente. Tenía uno de los sistemas de seguridad tecnológicamente más sofisticados —además de unos sótanos con una batcueva, pensó Batman—. Por esa razón necesitaban su ayuda, para facilitar a los agentes la entrada a través de los muros de su propia vivienda y el arresto de su otro yo.

—Creo que es una buena oportunidad para limpiar la mala imagen que te has forjado con lo de los manifestantes de las hipotecas —le dijo James con toda la buena fe del mundo, sólo equiparable a su credulidad—. A los ciudadanos les gustará ver que no estás de parte de los ricos corruptos. Pronto volverán a tener fe en ti.

Después de oír eso, y tras un leve vahído que le hizo flaquear las piernas, sintió una irritante sequedad de boca que le hizo toser.

—¿Está usted bien? —le preguntó el comisario.

Batman carraspeó en un intento de recuperar la voz que se le había escapado, mientras afirmaba con la cabeza.

—Entonces, ¿qué me dice?

Batman ya no escuchaba. No podía oírle. Estaba concentrado en la única idea que cruzó por su mente, como un rayo fugaz y mortífero: necesitaba avisar a Alfred Pennyworth, su mayordomo, del peligro que lo acechaba. Tenía que decirle que sellara a cal y canto la entrada de la batcueva y que se deshiciera de la llave, que la tirara al río; que se pusiera a salvo, que hiciera la maleta y se largara de la mansión Wayne, de la ciudad, del estado, del país. Lejos y para siempre.

—¿Nos ayud…?

En un abrir y cerrar de ojos, Batman se giró de espaldas al comisario y se subió a la barandilla de la terraza. Desde ahí, dejándole con la palabra en la boca, se lanzo al vacío. El edificio donde se reunía con el comisario Gordon era uno de los más altos de Gotham y hasta que no llevaba medio descenso no quiso activar el dispositivo de freno que lo hizo aterrizar suavemente sobre el asfalto, al lado del batmóvil.

A medida que el motor del auto se aceleraba, el corazón de Batman lo hacía dentro de su pecho. Alfred, pobre Alfred….

Media hora después se vio obligado a frenar en seco ante la inesperada multitud que se arracimaba delante de la valla de la mansión Wayne. Todo el mundo parecía haber conocido la noticia antes que él. ¿Es que acaso pretendían tomarse la justicia por su mano? Por suerte, tanto el batmóvil como su traje eran completamente negros y se confundían en la noche oscura.

La entrada a la mansión estaba iluminada por varios focos de fuego, que hacían refulgir el fondo blanco de las pancartas y carteles escritos con letras grandes y palabras terribles y amenazadoras. El aire olía a goma y plástico chamuscado. Habían utilizado ruedas de camión y contenedores de basura para avivar los fuegos. Sobre el silencio de la noche se oían los gritos intermitentes de «¡Acabemos con la corrupción, acabemos con los ricos!» y múltiples siluetas se recortaban en sombras.

Alguien hizo estallar el dispositivo de electrificación de la valla del perímetro, detonando una pequeña carga explosiva en la caja de circuitos. Tras eso, muchos cuerpos se agolparon sobre el metal de la reja, armados con cizallas, sierras mecánicas y con el peso de sus propios cuerpos. Sólo era cuestión de tiempo que ésta cediera y la turma se centrara en aplastar todos y cada uno de los dispositivos de seguridad de la puerta y del interior de la casa. La mansión Wayne estaba preparada para combatir un ataque inteligente, no uno a la fuerza bruta. Ya no era un refugio seguro.

Entonces sintió esa sensación fría y extraña que hace que tu corazón se pare y las náuseas te invadan. La vista se le emborronó, y antes de sentirse desfallecer por completo se obligo a correr, lo más rápido que pudo, y dando tumbos, en dirección contraria a todo, a la gente, a los fuegos y a las sirenas de policía que delataban el acercamiento de los coches patrulla al lugar. Sintió dolor en el alma, punzadas en el estómago, palpitaciones en el corazón y cómo el vómito le subía por la garganta. Sintió la misma desesperación que se apoderó de él cuando de niño cayó en un pozo que no sabía que existía en el jardín de su mansión y descubrió dentro de él la cueva de los murciélagos.

Petrificado por el mismo terror que lo invadió durante los dos días que tardó su padre en encontrarlo y sacarlo de allí, y con el frío entumeciendo sus miembros, Batman consiguió llegar y arrastrarse por el interior del túnel del desagüe de la vieja mina abandonada antes de perder completamente la orientación y el sentido. Se desplomó de bruces sobre el suelo con olor a podrido que se llenó de vómitos y no recuperó la consciencia hasta que la luz de la madrugada le dio alcance.

Tembloroso y desconcertado, Batman había intentado desperezarse de los sueños turbulentos que le habían acosado durante la noche. Pero la imagen de su mayordomo colgado de la rama más alta del viejo manzano situado en la parte trasera del jardín permanecía indeleble. Lo siento, pensó, lo siento tanto…

Pero no iba a llorar… los superhéroes no lloran ni flaquean, aunque sientan agujas en el pecho y el sabor amargo de la hiel en la boca. Haciendo de tripas corazón, intentó auto-convencerse de que no había nada que hubiese podido hacer por el viejo Alfred. No es una buena idea enfrentarse a una muchedumbre enfurecida. Además, si hubiese intentado frenarlos, habrían pensado de inmediato que intentaba proteger a Bruce Wayne y que estaba de lado de ¿cómo había dicho el comisario? Ah, sí, de los ricos corruptos.

Pero ¿a quien pretendía engañar? Había dejado que el miedo lo dominase, un miedo inmenso cuyo simple recuerdo todavía le hace palidecer el rostro y temblar el pulso.

Batman vuelve a mirar hacia la luz del final del túnel. Ahora ya es de tarde y se va retirando poco a poco. La oscuridad le está ganando terreno a la luz. Pero aún así el corazón emite unos latidos agitados y se instala en la garganta. Tiene que volver a cerrar fuertemente los ojos para apaciguarlo, para volver a sentirse seguro. No podrá salir de allí. Quizás nunca lo haga. Ni aun cuando anochezca, porque las luces de Gotham seguirán iluminando la oscuridad.

Un enjambre de paparazzi con los flashes preparados le aguardan afuera, con intención de aguijonearle con preguntas maliciosas. Unos ciudadanos exaltados que  piden un tipo de justicia que no puede ofrecerles. Un comisario que le exige que le entregue la cabeza de Bruce Wayne para acallar las quejas del pueblo. Y, por encima de todos ellos, le espera el alcalde Grange desde la confortabilidad del inmenso salón de su lujoso ático, que seguramente se estará vanagloriando de que, con una única trampa ha acabado de una tajada con el futuro y  la buena reputación de Bruce Wayne y de Batman.

No. Nunca saldrá de ese agujero. Batman y Bruce Wayne ya son historia, dos fugitivos que caerán en el olvido incluso antes de que él muera de sed, de hambre o incluso de hastío. El mundo ya no es un lugar seguro, ni siquiera para los superhéroes. ¿Aguantará todavía Spiderman en New York o habrá decidido quitarse la vida utilizando su propia tela de araña para colgarse del cuello? ¿andará Catwoman maullando de dolor por las calles de la ciudad hasta agotar sus siete vidas? ¿habrá consumido Metrópolis a Superman lentamente hasta hacerle ingerir un trago de kriptonita? ¿se habrá agotado ya la paciencia de la Liga de la Justicia de América? ¿debería rendirse él?

Jadeante, y de nuevo al borde del colapso, Batman abre los ojos en un último intento desesperado por enfrentarse a esa luz que se desvanece al final del túnel.  Pero una sombra la eclipsa completamente, acompañada de una voz conocida:

—¿Señor Wayne? ¿Está usted ahí? Soy yo, Alfred.

—Al…fred… —logra articular con dificultad.

—Gracias a Dios que le he encontrado. Sabía que ésta era una opción posible. Es el único lugar de los alrededores tan húmedo, oscuro y deprimente como la batcueva. Me alegro mucho de oír su voz. Aunque tengo que pedirle disculpas, señor, por haberme visto obligado a sellar la batcueva. Pero es que no sabía qué más hacer. No podía dejarla a merced de cualquiera. Por cierto, creo que puse el dispositivo ese que funciona como una llave en uno de los bolsillos de mi chaleco… si, ahí está. He estado muy preocupado por usted en estos dos días, desaparecido como cuando niño. ¿No leyó ayer el periódico y la nota que le dejé junto con el desayuno? Creía que tomaría alguna medida contra todas esas calumnias, aunque luego pensé que igual tenía demasiado por hacer, repartiendo justicia, así que igualmente lo dispuse todo tan bien como pude, porque con las prisas… No tiene ni idea de la que se ha armado aquí afuera. Todo el mundo le busca. La mansión ha sido incendiada. Wayne Enterprises ha sido confiscada y todo el mundo culpa a Batman. Pero no se preocupe, que hice nuestras maletas y me permití el lujo de coger todo el dinero y la documentación de la caja fuerte para emergencias. Porque esto es una emergencia ¿no cree? Por suerte, minutos antes de que cortaran la línea telefónica avisé a Robin de nuestra situación. Hemos convenido que, si el señor está de acuerdo, pasaremos los próximos días ocultos en su casa. Ya sabe, hasta que la cosa se calme y Batman pueda volver a la carga. O se nos acabe el dinero de mano, aunque no creo que eso sea posible, porque es mucho, muchísimo. He llenado con él cinco bolsas que he dejado en el maletero del coche. Por cierto, no estoy seguro de haber acertado totalmente en la elección del auto. Primero se me pasó por la cabeza coger el Lamborghini, porque es el más rápido, pero luego pensé que era demasiado llamativo, y que quizás sería mejor el Cadillac. Y como llevaba prisa no me acordé del Rolls Royce que está en la esquina del garaje, y sé que ese es su favorito. Me temo que se habrá quemado junto con el resto de sus propiedades. Siento mucho su pérdida, y espero que sepa perdonarme por eso ¿hice mal en escoger el Cadillac para nuestra fuga, señor?

Olga Besolí

Septiembre 2014

A través del espejo y lo que Batman encontró ahí

Autor@: 

Ilustrador@: Carolina Cohen

Corrector@: 

Género: Fantasía/Cómic/Pulp

Rating: +13

Este relato es propiedad de Axel A. Giaroli. La ilustración es propiedad de Carolina Cohen Polanco. Quedan reservados todos los derechos de autor.

A través del espejo y lo que Batman encontró ahí.

«…A veces creo que el asilo es una cabeza. Estamos dentro de una gran cabeza y existimos porque alguien nos sueña. Quizás sea tu cabeza, Batman. Arkham es un espejo. Nosotros somos tú.»

Arkham Asylum: A Serious House on Serious Earth, pág. 47, viñ. 6

El Sombrerero Loco

Bruce Wayne avanzaba con decisión a lo largo del pasadizo, los kilométricos corredores del manicomio eran como los de un gigantesco laberinto en el que hacía tiempo que se había perdido la razón. El justiciero conocía muy bien aquellos pasillos; los había atravesado en más ocasiones de las que le hubiera gustado para asegurarse de que algún paciente llegara sin inconvenientes hasta su celda de destino. Se conocía el lugar de arriba a abajo, ya ni siquiera tenía que plantearse hasta donde caminar: un cruce en la derecha llevaba a Tratamiento Intensivo, en la izquierda, la sala de espera, dirigiéndose hacia el centro la zona del jardín. Seguía avanzando, de nuevo a la izquierda podía girar hasta la sala de los más peligrosos: sin duda Killer Croc estaba tranquilo ese día, porque nada se estaba escuchando desde donde marchaba. A la derecha esperaba la Zona de Aislamiento…

No, ahí no estaba.

En su lugar, un enorme espejo del tamaño de una puerta aguardaba enfrente, con su reflejo observándolo de forma fija. El traje de cuero del hombre murciélago era una herramienta destinada a amedrentar a todos aquellos utilizaban el miedo con el fin de imponer su poder, aquellos que irónicamente se comportaban como cobardes y supersticiosos. La primera de todas esas criaturas era Bruce Wayne, el mayor cobarde y supersticioso de todos. Por fortuna, ya hacía tiempo que consideraba su traje como su figura principal, su personalidad se escondía por medio de su auténtica piel; en lugar de esconderse en el traje de Batman. Se vio los brazos, por segunda vez la sorpresa le recorrió la espina dorsal. De los pies a la cabeza Wayne se encontraba desnudo, no tenía nada puesto encima. La pálida piel se iluminaba en el único foco que tintineaba en el techo del pasillo. Sin embargo, ahí seguía delante suyo su álter ego: Batman, el Señor de la Noche. El Caballero Oscuro de una ciudad que estaba condenada antes incluso de ser contruida.

Wayne comenzó a preguntarse la razón de aquellos sucesos, sin duda Arkham era un lugar en el que lo extraño podía llegar a darse pie en cualquier momento, pero no por ello se dejaba de sujetar bajos las reglas de la física y la lógica. Preguntándose estas cuestiones comenzó entonces una nueva serie de dudas: ¿qué razón lo había llevado a recorrer los pasillos del manicomio? ¿qué podía ser aquello que buscaba? ¿recordaba algo anterior al recorrido que había realizado?

El hombre comenzó a razonar lentamente; se dio cuenta de lo obvio: aquel sitio no era el Asilo Arkham. No al menos en el sentido formal de la palabra. Lo que estaba viviendo bien podía ser un suceso que ocurría en un plano onírico de la realidad, algo que no tenía porque tener sentido desde una perspectiva racional. Aquello alertó sus sentidos, pues las dos únicas posibilidades que podían llevarle a esa situación era que o bien, estaba soñando (cosa que normalmente no tenía la costumbre suceder) o tal vez, alguno de sus múltiples enemigos le había atrapado en una de sus variopintas trampas convencionales (el razonamiento más probable de todos).

Comenzó a indagar mentalmente, ¿quién de todos podía ser aquel que lo había retenido?  Era bien sabido que a lo largo de los años Batman había cimentado de forma involuntaria una galería de villanos inmensa. Tantos que incluso sus compañeros de la Liga de la Justicia le habían llegado a decir que no comprendían como podía soportar una semejante presión encima de sus hombros. De todos aquellos, algunos tenían un modus operandi que se limitaban en ataques directos, pero otros utilizaban tácticas que fácilmente podía llevarlo a aquella circunstancia. ¿Era el Espantapájaros? Jonathan Crane estaba obsesionado con los efectos del miedo, una de sus mayores ambiciones era atrapar a Batman en una pesadilla eterna. Lo cierto es que el aspecto onírico de la situación lo hacía lógico a la hora de sospechar sobre su posible participación, aunque por otra parte, de haber sido así, habría comenzado a sentir la adrenalina desde el mismísimo momento en que recorría los pasillos. Bruce se sentía inquieto, pero no tenía miedo. No podía ser él. Y ¿qué tal Enigma? La patología obsesiva compulsiva de Edward Nigma lo habían llevado en ocasiones a diversos quebraderos de cabeza contra el murciélago. Siempre buscaba la forma más perversa de desafiar su mente, siempre había querido encontrar aquel acertijo que fuera incapaz de resolver el Caballero Oscuro. Sin duda, aquello explicaría lo simbólico del espejo, pero desde luego no formaba parte de su metodología los recursos que se alejaban de la lógica y se acercaban a lo psicotrópico. Por no hablar de que cuando exponía un acertijo, siempre estaba bien claro al principio. Tampoco era él.

¿Quién entonces?

El espejo… Wayne recordaba perfectamente los símbolos que transmitían a muchas culturas. En ocasiones, eran alusiones a un autodescubrimiento, muchos consideran que es una puerta que lleva a una ingente cantidad de conocimiento que…

Espera, una puerta…

El espejo es también un elemento muy destacable en una obra antigua, una considerada importante en la historia universal de la literatura. ¿Qué obra sería? Bruce no hacía más que maldecir para sus adentros el hecho de que la situación onírica lo empujara a ser menos lúcido de lo común, debía realizar un pulso mental para conseguir vencer aquella situación. Un espejo,… una obra importante de la literatura… ¿A-Alicia? ¡Sí! ¡Alicia a través del espejo! Sota, caballo y rey: ya sabía quien era aquel que debía de estar jugando con su mente.

Jervis… —susurró Wayne.

Sin duda tenía que ser él: Jervis Tetch, conocido en toda la ciudad de Gotham por su otro yo: el Sombrerero Loco. Era el único en el que encajaba con todos los elementos. Modus operandi, motivaciones, capacidades para llevar a cabo dicha tarea,… Jervis había sido un neurocirujano con recursos muy avanzados a la hora de controlar la mente de cualquier persona. Un hombre con un cerebro muy privilegiado que se había hecho experto no sólo en neurocirugía sino también en las más avanzadas técnicas informáticas. Con sus conocimientos, sus dotes de superdotado y sus ideas de vanguardia había conseguido un puesto importante en las empresas de la Wayne Tech, una posición que echó a perder debido a su obsesión por una mujer y a la obra del inmortal escritor Lewis Carroll. Jervis deseaba tomar venganza contra Batman, quería encerrarlo en un mundo de fantasía y delirio muy parecido al que Alicia había tenido que enfrentar en su obra.

Bruce Wayne apretó los dientes, había descubierto el juego del villano muchísimo antes de que la trampa se cerrase del todo. Pero aquello no importaba porque ya estaba en medio del juego. La única forma de salir era aceptar el reto de el Sombrerero y cruzar el umbral. La figura de Batman que se reflejaba delante de sí comenzó a reír. Wayne acercó la mano hacia el espejo, el brazo atravesó el cristal como si fuera un simple líquido transparente. Bruce suspiró, debía avanzar hasta ver aquello que lo aguardaba al otro lado.

***

Bruce surgió en medio de un lago, alrededor suyo había una inmensa vegetación. Avanzó desnudo a través de los páramos de un gran bosque. Las plantas tenían el cuádruple de su tamaño original, las flores parecían edificios que tapaban la luz del medio día, sus tallos eran gruesos, verdes y espesos como los de una jungla. A lo lejos consiguió divisar un mandoble insertado en una roca. El hombre se acercó lentamente, observó con detalle el cuero de la empuñadura…

—Sólo con esa espada conseguirás vencerlo.

Wayne giró sobresaltado, aquella voz femenina había sonado demasiado cerca. Lo que divisó a poca distancia no le sorprendió en absoluto.

—Pamela —contestó. Sus músculos se tensaron preparándose ante una posible respuesta hostil—. O quizás… una proyección mental mía de ella.

—Estás aquí para liberarnos, salvarnos del yugo que nos somete aquí dentro…

—¿Dónde está Jervis, Pamela? —interrumpió—. Se oculta cerca, ¿verdad?

La mujer pelirroja enarcó una ceja, apretó los labios molesta.

—Mi nombre no es Pamela, Libertador.

Wayne negó con la cabeza, suspiró lentamente.

—No estoy para juegos, Hiedra. Sólo quiero salir de aquí.

—Tampoco soy Hiedra Venenosa —contestó—, ella está donde la dejaste la última vez, en el Asilo Arkham. Yo soy La Reina Roja.

Bruce Wayne cruzó los brazos, observó con autosuficiencia al espejismo que tenía en frente.

—Entonces… ¿eso significa que no estamos en el Asilo?

Los ojos de la villana brillaron con intensa furia.

—No te hagas el idiota, sabes perfectamente que esto no es Arkham —exclamó— . Has venido aquí para salvarnos a todos. Lo has hecho porque no sabes hacer otra cosa. El mundo que ves a tu alrededor está controlado por él. Lo único que puedes hacer es escapar salvándonos a todos o muriendo en el intento.

—Y, ¿qué ocurrirá en caso de que no quiera seguir tus jueguecitos? ¿y si simplemente me quedo aquí y espero?

—Entonces nunca saldrás.

Bruce Wayne se mantuvo en silencio. Frente a él, aquel ser parecido a Pamela Isley hizo exactamente lo mismo. Finalmente, Bruce accedió.

—¿Qué tengo que hacer para liberaros?

La Reina de Corazones sonrió.

—Fácil, sólo debes tomar esa espada y jurar lealtad ante mi escudo de armas. Después de eso lo único que resta es que te nombre mi caballero y avances hasta la octava casilla dejando en jaque mate al Dictador.

—¿Octava casilla? ¿Jaque mate? —inquirió Wayne—. ¿Cómo en una partida de ajedrez?

No obtuvo respuesta, en su lugar el mandoble esperaba en medio de la roca. Él lo aferró con fuerza, empuñando a través de su voluntad aquel hierro que descansaba en el interior del granito. Tiró con vigor, lo sacó. Sintió como todo el poder recorría sus brazos, tal vez un efecto secundario derivado a la idea de acceder a aquel juego. Leyó la inscripción que había en la hoja.

—Vorpal… —susurró—. No me lo digas: debo destruir al Jabberwocky.

—Lo llames como lo llames, no es otro que el Dictador —aclaró—. Continúa a través de las colinas, encontrarás a otros que te ayudarán a acceder al castillo donde deberás enfrentarlo y derrotarlo.

Tras decir aquellas palabras, poco a poco ella se transformó en un Lirio. Nada había que decir al respecto, sólo quedaba avanzar y terminar con aquella locura.

***

El bosque se iba tornando en un lugar ascendente y oscuro, uno en el que avanzar se hacía más y más difícil. La noche sorprendió a Wayne, no quedaba más remedio que hacer un alto antes de seguir continuandoSe detuvo e hizo un fuego. Reflexionó brevemente sobre aquella situación. Fuera lo que fuera aquello que Jervis había planeado, en esa ocasión se había esmerado realmente. De repente, una risa comenzó a escucharse. Bruce alzó la espada ante la idea de que tendría que enfrentar una amenaza. La risa se fue transformando en una carcajada, una que le resultaba terriblemente familiar…

—Joker…

Bruce sintió el estómago revuelto, una sonrisa flotaba en el aire encima de una rama. Poco a poco la figura del payaso Príncipe del Crimen se fue materializando en un hecho normal. Sentado encima de la rama lo observaba con un gesto obsceno y una risa dantesca.

—¡Vaya, vaya, vaya! ¿qué es lo que tenemos aquí? —preguntó retóricamente—. ¿No es gracioso que nos encontremos en una situación tan peculiar como esta?

Batman se apoyó en su espada, sus ojos transmitían una furia imposible de competir.

—Aún siendo una simple proyección, no puedo sino sentir un enorme desprecio ante tu persona.

—O… cálmate, «Señor de la Noche» —respondió. Luego, una leve risa fue escupida como una cascada—. Para ser considerado el mejor detective del mundo te está costando mucho deducir que es lo que está sucediendo.

—¿A qué has venido? ¿Eres un guía o un enemigo a batir?

El Joker se limitó a encogerse de hombros.

—Quizás ambas cosas, o tal vez ninguna —contestó—. Puede que sea un simple habitante más de este reino impuesto con un supuesto control en el que me conformo en generar algún caos de vez en cuando.

—Estás tan loco como el auténtico…

—¡Todos estamos locos! —exclamó histriónico—. ¡Incluído tú! ¡tú eres el más loco de todos!

Aquello le enfureció, era evidente que no podía evitar llevar a cabo la acción que realizaba. Lo único que hacía era su papel de Gato de Chesire, pero también le hervía la sangre que le quedará tan bien la interpretación a un maníaco como aquel.

—Sólo dime hacia donde debo avanzar —exigió.

—Eso depende, ¿hasta donde quieres llegar?

—Hasta el castillo de aquel ente conocido como el Dictador… y lo más lejos que pueda de ti —añadió—. Es la única forma de conseguir mantener sano tu registro dental.

El Joker volvió a reír, lo hizo tan fuerte que estuvo a punto de caerse de la rama del árbol. Cuando se detuvo señaló un camino oscuro y espeso.

—Avanza a través de esa senda, leeeeejos, muy lejos, chico. Entonces, sólo entonces, encontrarás al Sombrerero Loco… ¡el único que sabe como salir de aquí!

Bruce Wayne sonrió; ya no tenía escapatoria. La figura del Joker fue transparentándose, dejando la risa en el aire…

—Y, recuerda: ¡tú eres la clave para lograr escapar!

El desagradable sonido de la carcajada fue perdiéndose en un eco pegajoso, la sonrisa desapareció junto con un sonido sacado de las pesadillas más terribles que había anidado en una ciudad. Bruce recogió su espada, observó el camino. Era el momento de continuar.

***

La mesa estaba preparada, las distintas tazas de té listas para ser servidas. En el extremo el Sombrerero Loco no hacía más que sorber lentamente su bebida favorita, una que bebía en unas eternas cinco en punto. Bruce Wayne avanzó sigilosamante hasta la espalda de su adversario. Cuando estuvo lo bastante cerca, lo agarró del cuello de la camisa y lo amenazó con la punta de su espada.

—El juego ha terminado, Jervis —profirió—. Devuélveme a la realidad.

Jervis Tech temblaba ante la mano de aquel hombre furioso.

—¡No me hagas daño, por favor! ¡Yo no soy aquel que buscas!

Wayne estaba confundido, se suponía que debía observarlo indiferente, decirle que él realmente no estaba ahí, exclamarle el objetivo de su juego. Debía admitir que el villano parecía realmente sincero. El cuadro era distinto al de la obra original: la mesa estaba ordenada, no había señal de ninguna fiesta. Por no hablar de un aspecto muy importante…

—¿Dónde está la Liebre de Marzo? —preguntó Bruce—. Este es tu pasaje favorito del libro, es imposible que no esté perfectamente representado.

El Sombrerero Loco observó al héroe con un semblante triste.

—Arrestado —confesó—, su locura lo llevó a infringir las leyes. Está recluido en el interior del castillo a la espera de ser decapitado.

Wayne soltó a Jervis, no había razón para seguir sujetándolo. Todo parecía apuntar a que se trataba de otro extraño aliado.

—Está bien, haré todo lo posible para salvarlo. Dime, ¿cómo accedo al castillo?

—No puedes, está resguardado día y noche —respondió con completo pesimismo—. El Dictador es muy desconfiado, no deja de vigilar nunca. Sabe que estás aquí para matarlo, no parará hasta detenerte.

Bruce Wayne sonrió, sujetó la espada con fuerza.

—A menos, por supuesto, de que obtenga aquello que desea.

El Sombrerero Loco enarcó una ceja.

—¿Qué quieres decir? —preguntó confundido.

—Nos acercaremos al castillo y dejaremos que me detengan.

—¡¿Estás loco?! —clamó—. ¡Si haces eso te expondrás ante él! ¡Te matará seguro!

—Es una jugada arriesgada del ajedrez, sacrificamos a la reina para dejar vulnerable al rey rival. Es de una partida clásica: la Partida Inmortal.

—¿Cómo sabes que no te destruirá cuando te tenga en sus manos?

—No lo hará, por lo que he podido ver mantiene su reino bajo un orden enfermizo. Es un maníaco del control, necesita demostrar que puede dominarme. No estará satisfecho hasta que me tenga en sus manos y consiga demostrarlo.

Jervis Tetch dirigió su vista hacia el suelo, suspiró.

—Esperemos que tengas razón.

***

Bruce Wayne fue llevado al interior del Salón del Trono, sus manos estaban sujetas por esposas inoxidables. En ambos lados, le escoltaban Tweedlecara y Tweedledent. En un caso, un soldado que parecía la versión completa del lado oscuro de Dos Caras. En el otro, un guardia con el aspecto de Harvey Dent, un fiscal del distrito al que una vez Wayne llegó a llamar amigo. Los dos lo dejaron en el centro de la estancia, único lugar iluminado de la habitación.

Dejadnos.

Aquella voz oscura se proyectaba desde el trono. La falta de luz impedía vislumbrar al ente que la poseía. Los hermanos se marcharon del lugar, cerraron la puerta. El trono se iluminó y la sorpresa fue reflejada en el rostro del Libertador.

Bienvenido a mi castillo, Bruce —exclamó Batman—. Bienvenido a mi hogar.

Wayne no podía creer aquello que observaba sus ojos, la imagen que había considerado siempre su auténtica naturaleza esperaba allí, sentado como un tirano ante su presencia.

—No, esto no es posible…

Sabes que sí, lo has sabido desde el principio… sólo que no te atrevías a pensarlo. La última vez que nos vimos eras sólo un niño, fue cuando me pediste la fuerza suficiente como para evitar que otros muchos niños como tú se convirtieran en huérfanos.

Bruce Wayne negó lentamente, la revelación era difícil de creer.

En aquel momento hicimos un trato, firmaste un acuerdo en el que me dabas el control de tu cuerpo a cambio de esa fuerza: me vendiste tu alma.

El hombre se acercó hasta el trono.

—¿Qué es lo que quieres? ¿por qué me has hecho venir?

El murciélago lo observó con completa seriedad, era aquella mirada de la que Bruce Wayne se había servido en muchísimas ocasiones para conseguir inspirar miedo en sus enemigos.

Porque quiero formalizar de todo el trato. Verás, formas parte del pasado. El niño que fuiste antaño murió aquella noche en ese lúgubre callejón. Es tiempo de que me des el control absoluto que me he ganado a lo largo de los años.

Bruce Wayne observó con atención hacia el fondo posterior del trono. Vio los pies del sillón, el suelo que pisaba, las paredes que les cubrían… todo estaba compuesto de cráneos humanos.

—Hasta ahora has funcionado porque yo te controlaba… si te dejo solo nada podrá detenerte. Convertirás a Gotham en una versión exacta de tu grotesco reino: la sangre de la venganza teñirá las calles…

Sangre de criminales, de escoria humana —interrumpió—. De personas que no merecen vivir ni tampoco compasión.

—No —exclamó—, eso no va a pasar. No continuarás así, sin mí no vales nada…

Por primera vez en su vida Wayne escuchó la carcajada del murciélago. Jamás había pensado que podría llegar a oír un sonido más desagradable que la risa del payaso… hasta ese momento.

Yo soy mucho más de lo que jamás serás tú —afirmó—. Cuando mueras, alcanzarás el olvido. Yo… simplemente no puedo morir. Soy leyenda, soy el espíritu de Gotham. Me he forjado hasta convertirme en un ser mucho más poderoso de lo que cualquier otro habría incluso soñado. Ya nada puede deternerme,…

Dos espadas salieron del interior de la Tierra. Una oscura, la otra brillante. Las esposas se soltaron, Bruce Wayne sujetó con fuerza la Vorpal. Preparó con ambas manos la carga contra la criatura.

…ni siquiera tú —culminó el tirano.

—Tendrás que demostrarlo, monstruo —contestó—. Quien gana se lo lleva todo, quien pierda, nada.

Los dos mandobles chocaron, un grito de guerra sonó en medio de la estancia.

***

Bruce Wayne observaba el espejo con el traje de Batman puesto, se había quitado la capucha. Al otro lado un reflejo de su rostro que no había alcanzado a ver desde hacía por lo menos diez años lo observaba inquisitoriamente. Las ojeras estaban bien marcadas, había sido una noche horrible. Agarró la capucha con fuerza, la observó sintiendo como sus dudas crecían enormemente. Batman miraba con atención hacia su máscara confundida. Finalmente, tomó una decisión.

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Axel A. Giaroli

Ilustración de Carolina Cohen

Batman, el alter ego

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Género: Relato

Rating: +18

Este relato es propiedad de Inmaculada Ostos. La ilustración es propiedad de Marta Herguedas. Quedan reservados todos los derechos de autor.

Batman, el alter ego.

Ilustración de Marta Herguedas

Ser Bruce Wayne nunca fue fácil. Nací en mayo de 1939, trayendo una dura competencia de cola, Clark Kent. Mis inicios fueron algo difusos, ya que jamás me sentí cómodo con la personalidad asignada. Ni siquiera nací de una idea original en sí misma como aquí mi compañero, sino más bien de un cúmulo de influencias de éxitos pasados tales como: la leyenda del zorro, al que debo mi rostro enmascarado y las magníficas acrobacias de las que hice gala durante todo mi estrellato; o la leyenda de Superman, de la que heredé sus botas rojas, ese traje entallado y una doble identidad. Y ni siquiera esa identidad secreta era pura en esencia, ya que mi nombre y apellidos se debieron a la fusión de dos personajes destacados, Robert Bruce, el gran patriota escocés y, Mad Anthony Wayne,  un reconocido aristócrata.

Mis padres, Bob Kane y Bill Finger, trabajaron duro para afianzar mi éxito, hicieron muchos cambios en los diseños originales, cambiaron mi edad, mi complexión e incluso el desarrollo de la historia; aunque el cambio que más me dolió fue el que le hicieron a Robin, mi adorada y preciosa Robin, nunca tuve la oportunidad de decirle lo que sentía, lo mucho que me importaba.

En principio ella iba a ser mi chica maravillas, compañera de aventuras y amada, pero al equipo directivo no le gustó la idea. Así que hacia 1940 decidieron crear su alter ego masculino, una estrategia de marketing que conseguiría atraer a los lectores más jóvenes, puesto que se sentirían identificados. Después de aquella suplantación colorista de lo que fue mi socia, el equipo creativo decidió desvelar mi identidad secreta y contar mi verdadera historia, aquella que me llevó a ser aquel superhéroe obcecado con acabar con el crimen de Gotham City. Y por supuesto crearon infinidad de villanos contra los que tendría que luchar, a cada cual más peculiar. Fue esto lo que me hizo subir en el ranking de ventas, los números de las revistas se multiplicaron, así como el número de fieles seguidores. Pero nada de esto me satisfacía, hacía tiempo que me sentía vacío, olvidado, relegado, no era yo. Jamás comprendí por qué mi creador se vendió por dinero, jamás entendí por qué prefirió gustar a centenares de personas traicionándose a sí mismo.

Y es que la historia de mi nacimiento surgió de una bonita colaboración junto con la adolescente que se convertiría en su esposa. En una aburrida tarde de verano, en la que descubrieron que no solo se compenetraban escribiendo y dibujando. Todas las creaciones tenemos algo de nuestros padres, digamos que vierten sentimientos escondidos, miedos incontrolados y deseos de ser capaces de vivir emociones que de otra forma no vivirían. Pero supongo que las ganas de luchar por sus propios ideales, las ganas de defender lo que le era genuino, se fueron en el mismo instante en que ella murió, y mi Robin desapareció como el fantasma del amor que había atormentado el corazón del escritor que una vez soñó su historia. Me sentí abatido y descorazonado, y cuando los dibujos animados y el cine hicieron su aparición y la gente dejó de interesarse por los cómics, me sentí muy perdido, abandonado, y pasé a ser una simple reliquia guardada en un polvoriento cajón.

Un buen día, algo pasó. La tienda de cómics donde descansaban centenares de ejemplares, incluso los números inauditos,se incendió dejando reducido a polvo todo aquello que fuimos. Pensé que había llegado el fin, pero por alguna extraña razón todos los personajes que habitaban en los cómics cobraron vida, y corrieron despavoridos y desconcertados entre las voraces llamas. En menos de cinco minutos, todos habían atravesado la puerta, perdiéndose entre la multitud. Yo tampoco esperé demasiado, no me apetecía mucho sufrir la agonía que producían las quemaduras en aquella nueva y humana piel. Así que, seguí el camino de lobezno, atravesé el maltrecho escaparate cuyos cristales habían reventado a causa del calor, me escondí en la ciudad y esperé. Tras una media hora de navegar a contracorriente en un estado de inopia e incertidumbre absoluta, la salvación me vino a buscar en forma de Albert, mi mayordomo. Al parecer, no solo nuestros poderes y nuestra persona había cobrado vida, sino también las historias y aquellos que las compartían con nosotros. Así que afortunadamente seguía siendo Bruce Wayne, un huérfano heredero asquerosamente rico.

Albert me ayudó a recomponerme y me hizo asimilar todo lo que había sucedido. Él pensaba que todo aquello debía tener una razón de ser, no había que desaprovechar aquel maravilloso tiempo que nos habían regalado intentando buscar explicaciones lógicas a lo que no las tenía. Ni siquiera aquel loco mundo pareció darse cuenta de las irregularidades causadas, a pesar de las similitudes que nuestro nuevo resurgir tuviese con la literatura ficticia del mundo de los cómics. Además, Albert tenía la teoría de que aquel renacer podría ser debido al hecho de que el coleccionista, que también fue mi creador, nos transfirió toda su energía vital antes de morir entre las voraces llamas del descomunal incendio, regalándonos lo poco que quedaba de su vida. El caso era que allí estaba yo, una versión imberbe del héroe en el que me convertí, o más bien del héroe que diseñaron. De nuevo era yo, la primera versión de mí, pero a pesar de estar tremendamente feliz por volver a ser  aquel joven de dieciocho años de grandes ojos oscuros y alborotado pelo castaño, estaba más asustado y perdido si cabe que cuando llegué a la cúspide de mi estrellato.

Después de recomponerme, mi primera labor en aquel nuevo mundo fue recuperar todas las cámaras existentes en un par de kilómetros a la redonda. Necesitaba comprobar que no sólo los que vi salimos de allí, necesitaba saber hacia dónde habían huido, por si aquello me podía dar alguna pista sobre dónde encontrarlos. Además, me inquietaba la idea de no haber visto a ningún villano en la huida, así que tras estudiar detenidamente las cámaras de seguridad de la propia tienda, pude comprobar que ninguno había sobrevivido o más bien revivido, ya que se convirtieron en cenizas junto al papel y la tinta que tantas veces los había mostrado. Después de asegurarme de todo aquello y entender que nunca más vería a mi Robin, empecé a inquietarme por el papel que se supone que debíamos jugar en aquel alocado mundo lleno de guerras, de maldad y de corrupción. ¿Cómo podríamos luchar contra todo eso, si miraras donde miraras, en todos los rincones se respiraba el egoísmo y la ambición?

Alfred me veía tan abatido que un buen día me animó a encontrarme a mí mismo, me dijo que me despojase de todas mis ataduras, que desnudase mi alma y que mirase en mi interior. Y me lo tomé de forma literal, pues me fui al prado que estaba en una de mis propiedades de veraneo, me quité toda la ropa, me puse mi máscara y me tumbé entre las amapolas. Necesitaba hacer una locura, fundirme con la naturaleza, encontrar mi lugar en el mundo y, que mejor manera que fusionarme con la tierra, con el viento, con el universo.

A solas, en el prado, respiré hondo, cerré los ojos y escuché como el viento mecía las hojas de las amapolas muy suavemente. Poco a poco el zumbido que hacían las alas de los insectos al moverse y la brisa que acariciaba dulcemente mi cuerpo, hicieron que experimentara un estado de relajación y quietud como nunca había experimentado. Y entonces supe quién era realmente yo, y qué era lo que quería hacer con aquella, mi nueva vida. Entendí que aún podía hacer algo por esta sociedad  que estaba abocada al desastre. Decidí que si no podía luchar contra los criminales, no quería decir que no pudiera hacer algo para facilitarle las cosas a los menos afortunados. De hecho, habían  otros campos que explorar, campos que estaban abandonados, faltos de recursos y que necesitaban desesperadamente un padrino que ofreciera unas buenas inversiones o, en su defecto, a un tahúr cuya mente extraordinaria ayudará a buscar una ingeniosa solución para aquello que no la tenía. El mundo de la investigación, de la tecnología, de la sanidad, estaban faltos de recursos y esos serían mis objetivos. La investigación había sido mi vida y nunca se me había dado mal, así como la capacidad de crear avanzada tecnología, lo cual me había solucionado más de un problema. ¿Por qué no poner todos estos atributos a merced de la civilización?

Sí, yo era el verdadero Bruce Wayne, el joven soñador defensor de lo justo, el nuevo vengador, el Da Vinci de su época, aquel personaje de dieciocho años que se creó para luchar contra el mal de una manera distinta, aquel proyecto que se quedó en el cajón de su creador, aquel proyecto que evolucionó en el Batman que todos conocían. Aquel proyecto que era mucho mejor que todo aquello que fue  estipulado,  pues nacía de las más bellas y nobles intenciones. Andaba perdido en mis propias tribulaciones cuando, de repente, algo turbó mi paz sacándome de mi ensimismamiento. Una sombra había tapado los reconfortantes rayos de sol que calentaban mi rostro, así que abrí los ojos bastante molesto, esperando ver una nube cerrándole el paso al sol que regeneraba mi espíritu. Pero lo que ante mí se mostraba no era ninguna inoportuna nube sino una preciosa melena rubia que ondeaba al viento, mientras unos intensos ojos verdes me miraban con un extraño fulgor.

–¡Robin! exclamé, sin ni siquiera ser consciente de mi desnudez. Estaba nervioso, agitado, tremendamente feliz de verla allí a mi lado.

Me quité rápidamente y de un manotazo la vieja máscara de murciélago que había llevado para tener algo con lo que me pudiera definir. Mientras me incorporaba torpemente, ella me dedicó una  preciosa sonrisa, y se precipitó sobre mí dejándome a medio camino sentado sobre mis nalgas. Arrodillada, sujetó mi hombro con una mano y con la otra hizo un gesto que reclamó mi silencio.

Por fin te he encontrado, esta oportunidad no la voy a dejar escapar. Ha sido un largo camino y, no me refiero al que me ha llevado por fin hasta aquí…–me dijo.

Yo no entendí qué era lo que me quería decir hasta que se acercó a mí y me besó tenuemente en los labios. Entonces comprendí que ella también quiso siempre mucho más de mí y que nunca se le brindó la oportunidad de poder desarrollar lo que empezaba a sentir. No quería perder el tiempo, necesitaba reescribir su propia historia, nuestra propia historia. En aquel momento de sinceridad me sentí tremendamente feliz, y fui consciente por primera vez de mi desnudez y el rubor acudió a mi rostro como un torrente desbocado, sobre todo cuando me di cuenta de lo que aquel beso había provocado en partes que ahora mismo no deberían mostrarse. Robin debió de leer mis pensamientos puesto que su mirada se dirigió durante unos segundos de mi rostro sonrojado hacia aquello que provocaba mi  turbación, después dejó escapar una carcajada y se mordió el labio de forma coqueta, cómplice. Empezó a desnudarse muy lentamente mientras mis ojos hipnotizados y extasiados a un tiempo no podían dejar de mirar. Al cabo de unos minutos nuestros cuerpos se abrazaron dejando que los sentimientos afloraron desbocados, nuestras bocas hambrientas se buscaron y se deshicieron en besos voraces que recorrieron nuestros cuerpos sin prisa pero sin pausa. Nuestras manos, frenéticas, recorrieron cada íntimo recodo que nuestros preciosos seres guardaban, fundiendo de tal manera nuestras almas en una sola, que incluso fuimos capaces de emular el acompasado baile que desde hacía tiempo estaba interpretando el viento junto con la hierba y las amapolas, a las cuales deshojaba con el mismo cuidado y pasión, con la que se despojaba la soledad nuestros mutilados corazones.

Después de aquella muestra de amor, pasamos largo rato tumbados y abrazados el uno junto al otro, charlando y programando cual sería nuestro siguiente movimiento, ahora sí que nada ni nadie nos podría separar jamás. Robin estuvo de acuerdo conmigo en que si no podíamos luchar contra el villano en sí, al menos deberíamos poder mejorar la situación de aquellos que fuesen menos afortunados. Sin embargo, había una cosa en la que no estaba de acuerdo, y era que esto no podíamos hacerlo solos. Así que se le ocurrió una gran idea, crear una universidad para héroes en la que aprendieran a controlar sus poderes en aquella nueva vida y se dedicaran a encontrar la manera en que los mismos nos serían útiles para la causa. También trabajarían en sus identidades secretas y buscarían su lugar.

El primer día de universidad, el campus era un hervidero de adolescentes tremendamente hormonados y descontrolados, por desgracia todos ellos existían en sus versiones más jóvenes y primitivas. Además poseían un ego bastante subido debido a que sabían los poderes que cada uno poseía y no había nadie que intercediera en su lugar. Al parecer la naturaleza sólo había sido sabia conmigo, pues me había dotado de una inusual madurez. Así que, miré aterrado a mi alrededor arrepintiéndome sobremanera de haberme ofrecido a llevar a cabo todo aquello.

La escena que observaba desde mi posición era dantesca. Spiderman escalaba por las columnas del antiguo claustro de Oxford, Hulk intentaba aporrear al chico que le había roto las gafas llevándose unas cuantas columnas a su paso y dejando al descubierto sus desmesurados atributos.

–¡Bendita dotación! Seguro que la futura señora Hulk algún día se sentirá afortunada le susurré a Robin con sarcasmo. Esta me pegó un cariñoso puñetazo en el hombro a modo de reproche, aunque no pudiese ocultar su sonrisa divertida. Después se dirigió hacia Tony Stark, que había provocado una trifurca a propósito entre lobezno y superman para poder ganar el dinero que se había apostado.

De momento, las mujeres no habían llegado allí, así que siendo Robin la única fémina cercana y con autoridad en la zona, aparte de poseer un cuerpo escultural, se pueden imaginar el revuelo que se organizaba cada vez que ella se acercaba a alguno de los estudiantes para comunicarles el funcionamiento de nuestra organización secreta o, qué era lo que se escondía tras aquella facultad.    Afortunadamente los sabía manejar, pero yo no podía dejar de pensar en todo aquello que me llegaba a preocupar. Después de mirar más de cien veces a mi alrededor y reconocer casi a un centenar de súper héroes no encontré a ninguno que estuviese sano mentalmente, al menos era lo que parecía a simple vista. Aquella vuelta a sus inicios más viscerales, a aquella juventud perdida que había desatado la anarquía en su propia identidad, era tremendamente peligroso. Ni siquiera noté cuando Robin volvió a acercarse a mí y me besó dulcemente en el cuello mientras me susurraba:

No es tan malo como parece, lo podremos solucionar.

Pero ni siquiera esa aseveración consiguió convencerme, sabía que aún quedaba mucho por pelear e iba a ser más difícil de lo que alguna vez pude imaginar

Inmaculada Ostos Sobrino