56ª Convocatoria: Propósito

Propósito.

Carta de  Sísifo al hombre moderno

Ilustración de Rafa Mir

Quizás sepan quién soy, que tengan alguna idea sobre mí y mis actos, así como el castigo que se me impuso por ellos. Mi nombre es Sísifo, fundador de Éfira, actual Corinto.

Hoy hago una pausa para escribirles la verdad oculta tras la historia que me ha condenado y cuyo significado apenas roza la realidad. Con este mensaje deseo hablaros sobre la trampa que me fui construyendo con mentiras, manipulaciones y otros actos egoístas, llenos de bajeza y malicia.

Espero con estas palabras que abráis vuestras mentes, porque los rasgos que las igualan a mí cada día son mas evidentes e irremediablemente os están conduciendo a un castigo similar, a una eterna cotidianidad, de empujar cuesta arriba una pesada roca.

Hijos míos, he tratado eternamente de subir esta roca hasta la cima de la montaña, pero su peso aumenta con el paso del tiempo humano y terrenal, haciendo imposible el poder lograrlo. Al parecer, estamos juntos en esta pena, puesto que estáis siendo atraídos, tal como yo lo fui, de forma irrefrenable a un inframundo similar, enmascarado, encubierto, sí, en ofrecimientos paradisíacos cada día mas poderosos, fantasías hipnóticas, metas absurdas que os separan de la realidad, y también os van separando a los unos de los otros. Todo este frenesí de bajas pasiones a la postre resulta ser la roca que yo empujo, un peso inconsciente que os aleja cada día de vuestro propósito, olvidando en este proceso la esencia de la que estáis hechos, ya que nada de esto nace en vuestra conciencia pura, y por esto estáis destruyéndolo todo.

¿Sois capaces de comprenderlo? La pena que purgáis no es diferente a la mía. ¿A cambio de qué fundé Éfira? Me la jugué con los dioses creyéndome más listo, tratando de burlar el poder de Zeus, Tánatos, Hades y Apolo. Entonces, ¿a cambio de qué habéis fundado vuestros imperios? ¿Con quién creéis que estáis jugando? Jugáis a ser vuestros propios dioses y ya veis, vuestro mundo ha envilecido el camino, y de verdad os advierto, ¡es el mismo juego que jugué y que os llevará a un inframundo del cual ya estáis muy cerca!

Mi propósito no resulta tan solo querer pagar por mis desaciertos, redimir mis actos y obtener la libertad, sino que, con ella, llegue también la vuestra.

¡Escuchad con atención! Ahora os explicaré cómo salir del incierto camino que, al igual que yo, habéis decidido tomar. Nunca he podido empujar la roca hasta la cumbre de la colina y es imperativo llevarla a lo más alto, ya que del otro lado se encuentra el abismo en el cual debe caer y allí se destruirá. Debéis convenceros de que esto será la purga de todos los males que mi historia ha representado y que ahora se refleja en vuestra forma de vivir.

Este vacío que os embargará y cuando se deshaga este peñasco, será el espacio en el cual hagáis de vuestra conciencia algo que no pese ni que os dañe. Será el lugar donde reconstruir un pensamiento equilibrado por la bondad y la buena fe que se aleje de la maldad y el egoísmo.

Comprendan, pues, que el paraíso prometido yace bajo esta capa amarga, ocre, de inconsciencia, por siglos sembrada y cosechada.

Vayamos juntos a la colina para dejar caer en lo profundo del abismo todo el dolor contenido en esta roca del absurdo.

Hagamos las paces con todos los dioses, con todos los seres, con la tierra y el cielo.

Siempre aguardando por vosotros,

Sísifo.

José Oberto

El propósito de estar

Autor@: Carolina Cohen
Ilustrador@: Paloma Muñoz
Corrector@: Mariola Díaz-Cano Arévalo
Género: Micro relato
Rating: Todos los públicos
Este relato es propiedad de Carolina Cohen. La ilustración es propiedad de Paloma Muñoz. Quedan reservados todos los derechos de autor.

El propósito de estar. 

Eran más de las doce cuando aún deambulaba por las calles con las manos repletas de objetos y los pies empantanados de frío, sintiéndose acompañar a la noche entre ritmos de kora y yembé. La luna se veía en escenario incierto, como telón de fondo, encendiendo de intensa luz la complejidad de la bóveda celeste.

Andaba su paso envuelto en leves corrientes y una estela difusa se iba dispersando en nostalgias de gari, ukazi y huru. Sobre sus cristales se derramaba el rocío, pero en el intento de enceguecer su mirada a través de sus gafas solo se entreveía la seguridad de no estarle faltando nada.

Sus ojos negros brillaban, convencidos de que Mami Wata, en tierra y en el fervor de su exilio, le seguiría siempre protegiendo con comida, vivienda y abrigo. Su pensamiento era completo: notorias eran las grietas entre historias y anhelos.

Le veía mientras se acercaba desde la calle de enfrente. ¡Me hizo recordar a tantísima gente procedente de la otra orilla del Mediterráneo, llegando a diario a las costas españolas! Con sus pasos largos y de pronunciada estatura, apareció de repente braceando entre las apiñadas mesas del Kiosko Amalia.

Ilustración de Paloma Muñoz

En los matices del lugar perdí su rastro y de pronto noté que estaba junto a la mesa donde me encontraba celebrando otro de mis tantos cumpleaños. Se dirigió a nosotros hablando muy bajito, con la intención de ofrecernos sus productos:

—Tengo pulseras, estatuillas, bolsos, bisutería… Para la señora…

Sin darle la oportunidad de continuar y cercenando sus palabras, sin apenas contacto visual con su rostro, le dije:

—No, no, muchas gracias.

Y tomó rumbo a otra mesa. Luego a otra, y a alguna más. Los clientes no parecían haberle regalado un gramo de ilusión en esta ocasión.

Poco después le vi alejarse hacia el Edificio de las Mariposas tarareando una canción para mí desconocida. Tal como se había aproximado, ahora imprimía sus pasos sobre la carretera.

Me quedé pensando en el aire de perseverancia y empeño que se dejaba ver en su actitud. Le dije entonces a la persona con quien estaba, cuestionando el mensaje que le había transmitido con mi lenguaje no verbal:

—Ha de ser muy grande y poderoso su propósito para ir cargando tanto encima. Seguro que tendrá familia, madre, esposa, hijos. Me lo imagino celebrando su conquista al pisar suelo europeo, en ese despertar de un extenso y peligroso viaje en patera. ¡Cuántas imágenes fabricadas, sus rutas migratorias, los días de trayecto, el desierto que clama! ¡Qué de historias no contadas, incomprendidas, invisibles, silenciadas! ¡Cuántos prejuicios, cuánta xenofobia, cuánta piel, cuántos colores, cuánta pobreza de por medio! ¡Cuántas miradas compasivas mas no inclusivas! ¡Cuánta separación e ignorancia! Ha de ser grande el propósito para llevar las manos, los pies y los hombros cómplices de tanta fatiga.

Carolina Cohen

 

 

Seguir adelante

Autor@: Paloma Muñoz
Ilustrador@: Rosa García
Corrector@: Paloma Muñoz
Género: Relato corto
Rating: Todos los públicos
Este relato es propiedad de Paloma Muñoz. La ilustración es propiedad de Rosa García. Quedan reservados todos los derechos de autor.

Seguir adelante.

Ni un paso atrás.

Es lo que siempre digo a todo el que me conoce.

Seguir adelante es siempre la meta a alcanzar.

No se puede vivir del pasado o de las viejas glorias. Hay que afrontar el futuro con el mejor de los ánimos y cuando vienen mal dadas las cosas o las circunstancias hay que poner buena cara y no dejarte avasallar. Que nada ni nadie entorpezca tus acciones.

Si eres de natural optimista, y en teoría no tienes problemas para encajar las desilusiones o las adversidades, aunque te afecten vas por buen camino.

Si te dejas llevar por la fatalidad lo llevas chungo.

Y para no pasarlo mal y estar anímicamente tocado lo mejor es equiparse de unas buenas dosis de optimismo y por supuesto, también de realidad.

Ilustración de Rosa García

Yo he hice unos cuantos propósitos de enmienda cuando me confesaba al cura del colegio de monjas al que iba siendo niña.

Siempre le contaba lo mismo al buen hombre. Era un cura mayor que estaba sordo como una tapia. Ahora lo recuerdo vagamente. Los gritos que pegaba en el confesionario se escuchaban en toda la iglesia del colegio.

Tenia que ser más obediente y no inventarme historias para no ofender la pulcritud, la modestia, la humildad y la sencillez de mi espíritu inmaculado.

No entendía nada en aquel entonces, claro. Pero hice unos cuantos propósitos de enmienda.

El concepto no lo he olvidado. Nos machacaban las monjas constantemente con él.
Ahora, muchos años después me propongo a mi misma que ciertas cosas no me afecten demasiado y que siga con mi vida, con lo que me gusta, con mi familia, con mis aficiones, amistades, y ver en el mundo un buen lugar para vivir y soñar sin necesidad de viajar a otras galaxias.

A pesar de que en el mundo actual hay muchos indeseables peligrosos y mucha gente falsa, no me echo hacia atrás.

Sigo hacia adelante con la vida que he tenido y la que tengo.

En muchas cosas, creo que he sido afortunada y me propongo seguir poseyendo esa pequeña fortuna en mi mano porque mi propósito no es tener mucha pasta; es tener mucha salud para afrontar todos los propósitos y despropósitos que están por venir.

Paloma Muñoz
Madrid, 15 de febrero  2023

55ª Convocatoria: Mujer

Mujer.

Rebeca

Ilustración de Rafa Mir

Rebeca es una niña de cuatro años a la que conocí en la piscina de la urbanización.

Es una niña muy linda, de pelo castaño y ojos azules profundos.

No tenía miedo al agua. Al contrario, nadaba como un pececillo manteniendo la cabeza erguida y moviendo los brazos y las piernas con un ritmo sorprendente para su edad.

Confieso que fue un verano divertido con Rebeca. A pesar del calor tan horrible que hacía, Rebeca parecía estar en el mundo de las sirenas.

Sí. Rebeca era una sirena, una pequeña sirena.

Me conmovió desde el principio. Era muy tenaz y persistente.

Nos echábamos carreras y siempre ganaba Rebeca.

Una tarde me enseñó sus muñequitos. Eran sirenas de varios colores. Pero le faltaba una que se la había llevado un primo suyo que estabas celoso y era un poco patoso.

Así que en un centro comercial busqué una sirenita de color rosa que era el color que le faltaba de la colección de sirenitas y con mucha ilusión se la compré.

Con más ilusión aún le entregué el regalo.

Rebeca me había confesado que le faltaba la sirenita de color rosa, así que yo me propuse encontrarle una sirenita del color que le gustaba, aunque me tuviera que recorrer todas las jugueterías de los centros comerciales.

La sorpresa de la encantadora niña no se podía expresar con palabras.

Sus bonitos ojos azules se abrieron de par en par cuando la contempló. Abrió la boquita para exclamar algo,  pero estaba tan entusiasmada que le quitó el envoltorio con la ayuda de su madre y se lanzó al agua apretando con fuerza la figura de la sirenita rosa

Una noche en la que no era fácil pegar el ojo imaginé el futuro que le esperaría a Rebeca.

Dentro de veinte años, ella sería una mujer de veinticuatro y yo tal vez no estaría en el planeta Tierra.

En cualquier caso, deseé con todo mi corazón que fuera un futuro luminoso como el de sus preciosos ojos azules.

Paloma Muñoz
Madrid, 12 de diciembre de 2022

Oráculo

Autor@: Carolina Cohen
Ilustrador@: Paloma Muñoz
Corrector@: Mariola Díaz-Cano Arévalo
Género: Poesía
Rating: Todos los públicos
Este relato es propiedad de Carolina Cohen. La ilustración es propiedad de Paloma Muñoz. Quedan reservados todos los derechos de autor.

Oráculo. 

Ilustración de Paloma Muñoz

Cuenta la historia que en el inicio de los tiempos,
cuando la sangre era torrente de agua cristalina,
la saliva, savia dulce y colorida esencia,
y vibraba el arco iris en una plácida sonrisa,
una Mujer Sabia proclamó con firmeza,
vociferando en voz de trueno,
entre bosques y huracanes, entre tormentas de fuego
que la vida se impondría siempre
desde el vientre y el ensueño
a pesar del artificio impuesto, del tiempo y el espacio.

Que a pesar del caos,
que a pesar del miedo y de la dualidad que polariza
Mientras el amor perviviera y el corazón se agitara
la llama tibia de la esencia misma
derribaría las barreras de lo imposible, limitante,
la restricción de la abundancia y los pensamientos programados por las falsas creencias.

Que la esperanza y la hermandad,
la ternura y la empatía
se impondrían más aún que las fuerzas totalizadoras de la muerte
permitiendo el goce en el encuentro
en la cercanía y la palabra
la belleza magnánima de los símbolos de unión superior entre seres humanos.

Que la feminidad transformaría, crearía y seguiría dando vida por toda la eternidad…

Y con su mente imaginó que la espiral daba la vuelta
mientras se producía el despertar de miles de consciencias
y expandió las intensiones de sus manos
para que las huellas del dolor se borraran en el tiempo
y la comprensión llegara en nuevas eras.

La Mujer Sabia nunca fue olvidada
Su soplo y su suspiro sigue manifestándose entre nosotros.

Carolina Cohen

 

 

Lo que pasó

Autor@: Carolina Cohen
Ilustrador@: Paloma Muñoz
Corrector@: Mariola Díaz-Cano Arévalo
Género: Cuento
Rating: + 16 años
Este relato es propiedad de Carolina Cohen. La ilustración es propiedad de Paloma Muñoz. Quedan reservados todos los derechos de autor.

Lo que pasó. 

Ilustración de Paloma Muñoz

Y sí, fue esto lo que sucedió. Aunque parezca un tanto absurdo, se dieron así las cosas aquel día. Ni más ni menos. Precisamente eso es lo que vengo a contar tras revivirlo en mi memoria.

Lo que pasó fue que llegué a casa, como de costumbre, casi a la misma hora de siempre. Él fue rápidamente a la cocina con la intención de preparar la carne con patatas —en un impresionante guiso de cebolla, tomate, oliva, sal y, por supuesto, pimienta —y yo, tranquilamente, me quité toda la ropa para sentirme más aliviada. Me preguntó, sin más, cómo había ido la jornada.

Empecé a contarle, de la manera más detallada que pude, que programé dos talleres en viviendas distintas, pero que, por razones de variada índole, finalmente había participado poquísima gente a pesar de haber confirmado su asistencia. Estos hechos de mi trabajo me dejaron metido en el pecho un aire de decepción, aunque, he de admitirlo, no con mucha contundencia.

Agregué que incluso, en una de ellas, tan solo hubo un interesado al que le solté el discurso que había preparado previamente para mi actividad. Quise dejar claro que habría podido irme, pero no lo hice. No quería que mis esfuerzos fueran en vano.

Aconteció que, sin advertirlo —como otras veces—, una ira expulsada con torpeza desde sus mismísimas tripas se dejó ver sin dudarlo en las subsiguientes recriminaciones:

Que hasta cuándo tenía que decírmelo; que para qué nos empeñábamos (es decir, me empeñaba yo) en hacer cosas que no le interesaban a nadie; que les imponía y obligaba como si fueran niños; que lo único que hacía era perder y hacerles perder el tiempo; que mi intención era solo ganar reconocimiento; que me diera cuenta de mi inseguridad; que, más que nada, era una necesidad mía, de mi propio ego; que mi función era ayudar y no mostrarme como dictadora; que llevaba mucho tiempo ejerciendo mi oficio y debería verlo; y que lo que realmente querían era trabajar para mandar dinero a sus familias. Eso era todo. ¿Por qué no dejarlos en paz?

Le respondí que ya querría tener claro cómo llegar a conocer lo que precisaban en su vida, para conectar desde su propio sentir y no desde mis interpretaciones, las de mi propia cultura y la lógica de mi quehacer profesional. Contestó, no sin violencia implícita, que si no lo sabía yo, ¿quién más iba a saberlo? 

Se ensañó entonces con la imagen que, según él, fui responsable de poner en su mente. En ella me veía llegar y encontrarme a solas con un chico en uno de los pisos. Aquello le removió su densa e incomprendida sombra. Acto seguido, afirmó con insistencia que la intención de sus palabras no era más que la de protegerme, porque:

¿Qué haría yo en el caso de que todos esos hombres, jóvenes y rozagantes, carentes de mujer hacía siglos, se pusieran de acuerdo para que uno de ellos se quedara solo, me tendiera una trampa, y tuviera las condiciones para sobrepasarse conmigo?

Lo vi arrojar bocanadas de fuego mientras se aseguraba, a sí y con sus propios argumentos en bucle, que había algo en lo que yo decía que no era verdad. Repetía, una y otra vez, que mi mente albergaba un plan oscuro, y que ocultaba algo de lo que era incapaz de hablar. A mí me costaba infinitamente salir del silencio en el que me sumía la implacabilidad de mi estupor. Me sentía confundida en el absurdo: ¿De qué plan oscuro hablaba?

Le pedí no crear con el pensamiento y la palabra la miseria extendida por su lengua. Me eché a llorar de inmediato. Me dijo que no me hiciera la víctima, que mis lágrimas no funcionarían ni cambiarían nada, porque desde mi inconsciente era yo quien creaba lo que estaba pasando. En mi interior me pregunté:

¿Pero de qué habla? ¿Qué es lo que hice, de qué no me estoy enterando? ¿Acaso está mal cumplir con mi deber de la mejor forma que conozco?

Para cerrar con broche de oro añadió, que cuanto pasó y pudiera pasar en el futuro, sería por mi culpa y nada más que por mi culpa, porque, en el fondo, lo habría estado anhelando.

Dio un portazo, y durante la semana que transcurrió ni me saludó ni me habló, pese a compartir conmigo la mesa, la cama y el salón.

Carolina Cohen

 

 

La alargada sombra del ciprés

Autor@: Olga Besolí
Ilustrador@: Paloma Muñoz
Corrector@: Mariola Díaz-Cano Arévalo
Género: Fantasía urbana
Rating: + 13 años
Este relato es propiedad de Olga Besolí. La ilustración es propiedad de Paloma Muñoz. Quedan reservados todos los derechos de autor.

La alargada sombra del ciprés. 

Mi hogar yace bajo la alargada sombra de un ciprés, en un bonito emplazamiento en las afueras del pueblo. Y aunque tengo algunos pocos vecinos, llevo tiempo escarmentado del trato con otros y no soy muy dado, últimamente, a hacer amistades, lo que me convierte en casi un ermitaño. Será porque me he acostumbrado al silencio y a la intimidad que ofrece un lugar apartado en el que retirarme, después de tantos años de trabajo. Me lo tengo bien merecido y únicamente aspiro a descansar solo y en paz el tiempo que me quede.

No siempre fui así de reservado. Recuerdo que hace mucho, de joven, vivía en el centro mismo de la aldea, en una casona de tejado rojo inclinado que podéis ver todavía en pie si os acercáis a la plaza. Veréis su techo chamuscado, eso sí, alzándose majestuoso por encima de los otros. En mis tiempos mozos esa era la mejor casa, pues estaba ubicada en la plaza con más vida y más transitada del pueblo, uno de los más bellos y con más visitantes de toda la comarca. Y de ello dependía el éxito de mi negocio, pues era el panadero. Aunque podría decir que me convertí en el panadero de mi comarca; mi negocio era tan próspero que no solo servía a los habitantes de la aldea, sino que gracias al boca a boca, gentes de afuera se acercaban a probar el producto de mis manos.

Durante ese tiempo conseguí todo lo que quise: una esposa, buen dinero para agasajarla y la mejor vivienda, al lado de la panadería. Y en esa misma plaza pronto se abrieron nuevos negocios, atraídos por la riqueza del mío, pero todos quebraban al poco porque no tenían nada que los hiciera especiales. En cambio, el mío sí.

 La clave de mi éxito era que mi pan estaba hecho con productos de calidad más un ingrediente especial, que le daba no solo un sabor único, sino también un aroma especial y especiado, ingrediente que nunca revelé y no lo haré ahora. Además, me gustaba servir al público, dado como era a entablar una buena conversación con mis clientes. De hecho, tenía un carácter más bien dicharachero y desde los locales vacíos del otro lado de la plaza los tenderos podían reconcomerse oyendo las risas que nacían dentro del mío. Ni decir cabe que un buen vendedor debe tener buena labia. Así, engatusaba a las damitas a comprar un dulce además del pan, y convencía a los señores para que se llevaran unas rosquilletas de anís a sus esposas convalecientes. «¡El anís estrellado es bueno para el resfriado», les decía. ¡Ay, qué tiempos aquellos!

Aunque tengo que reconocer que la prosperidad, como todo en la vida, duró solamente unos años, porque pronto llegaron momentos complicados para mí. Mi adorada esposa, sin yo saberlo, comía de ese pan que vendía a mis espaldas, y eso que la tenía amenazada con que no probara ni un bocado, que era todo para la panadería. Yo nunca comí, pero es que las harinas desde niño me sentaron siempre mal, con dolores de estómago y flatulencias, de modo que siempre las evité. Pero la mujer, que era golosa, no podía resistirse y escondía pequeños panecillos en el fondo del armario. Lo sé porque al tiempo de enviudar encontré algunos escondidos y mordisqueados en cajones, estantes y detrás de la ropa planchada de la cómoda.

Hacía unos meses que había empezado a tener problemas estomacales, como muchos otros en la aldea, seguramente causados por la mala alimentación a la que era dada. Hasta que un día empezó a sangrar por la boca y, ya saben, se le fue el alma a donde los difuntos porque el galeno no pudo hacer nada para arreglar el estropicio que me aseguró que tenía por dentro. Por la cantidad de sangre que echó supe que el galeno decía la verdad.

«Eso o es cosa del diablo», me repetía él, «o bien a causa de un envenenamiento lento y continuado». Yo, por supuesto, no sabía ni de uno ni de otro. Y la mala fortuna o la mala fe de mi esposa (seguro que por encontrarse de mal humor al sentirse indispuesta) fue que unos días antes de morir, cuando echaba sangre en cada esputo, hizo correr la voz de que yo la estaba envenenando de alguna manera. Eso habría quedado en un mero rumor de no ser por la coincidencia de que otros vecinos corrían con el mismo estado de salud. Y como tenían los mismos síntomas que ella, convencieron a los demás con argucias de que todo era culpa de mi pan. ¡Mentira!

Obviamente yo no estuve enterado de eso, y no fue hasta que ella murió, la pobre, empapada en sangre entre mis manos, que no empezó mi persecución: durante los primeros días de miradas fortuitas y murmullos sospechosos, luego de insultos e improperios sin disimulo y, finalmente, cuando ya hube cerrado la panadería, con persecuciones en plena calle con claras intenciones de darme una paliza.

Más de una vez entré en casa corriendo y sin aliento. Y todo por culpa de un malentendido promovido por la mala fe de los que una vez fueran mis clientes.

Soy consciente de que fue una extraña casualidad que la mitad de los aldeanos sucumbieran a la misma enfermedad que sufrió mi esposa, como si una nueva peste se hubiera apoderado de la aldea, y reconozco que todos ellos comieron de mi pan pero, ¿qué tiene eso que ver? También hacían pis en los mismos urinarios, bebían la misma agua del mismo río y comían las mismas reses que vendía el carnicero y cuya procedencia era un enigma.

Pero al enfermar y morir mi mujer todos me señalaron a mí. Y la fatídica noche en que el alcalde murió entre estertores sangrientos y toses de vómito, la muchedumbre se presentó a la puerta de mi casa, armados con antorchas que arrojaron a mi tejado. Dispuestos a ajustar cuentas, según pude oír.

Salté por la ventana. Por suerte estaba en la planta baja y solo me torcí un tobillo, pero me persiguieron con afán de matarme. Doy fe de ello, porque así es como llegué aquí. Desde entonces permanezco alejado de la aldea y de sus habitantes, en este mi refugio amurallado a la sombra del ciprés, mientras la aldea, ya convertida en pueblo, sigue con su vida, con sus ajetreos y sus ruidos, cada vez en aumento.

Aquí, en cambio, reina el silencio y la tranquilidad. Como dije, somos pocos vecinos, y son escasos los verdaderamente ruidosos: un señor mayor al que todos llamamos Coronel, un joven alocado que siempre pregunta por su moto (a saber qué será eso) y un par de clérigos que siempre andan a la gresca. También hay una niña, pero ella es adorable. Por suerte, los demás no hacen más que descansar.

Yo no puedo hacerlo, desde aquel funesto día en el que todos los aldeanos me persiguieron y acusaron falsamente de matar al alcalde y a tantos otros con el fin de ajusticiarme. Para mí no hay descanso ni tregua. Por eso nunca reuní el coraje suficiente para volver al pueblo. Al menos de día.

Porque hay una noche al año en la que me bajo hasta el valle que rodea el pueblo. Ya casi no lo reconozco, si no fuera porque de lejos se ve el techo rojo y algo chamuscado de mi antigua casa, sobresaliente por encima de los tejados de las demás. Y siempre bajo en la misma noche del año, la del último día de octubre. Esa noche ocurre algo bello y único: el muro se vuelve transparente y la niebla perenne que cubre este lugar se evapora. Y se distingue claramente el camino que lleva al valle, en el que desde siempre he recolectado plantas de azafrán silvestre.

Ilustración de Paloma Muñoz

Luego vuelvo a mi hogar, bajo la sombra alargada del ciprés, pero no sin antes pasar por la tumba de mi esposa, para decirle lo mucho que la sigo echando de menos, después de estos trescientos años sin su ausencia. Sé que las plantas de azafrán son poca cosa, me gustaría poder dejarle una hogaza de su pan favorito recién hecha, pero espero que su inconfundible olor le recuerde a él.

Olga Besolí
Septiembre 2022

 

 

Sorpresa en la tienda de chinos

Autor@: Paloma Muñoz
Ilustrador@: Rafa Mir
Corrector@: Paloma Muñoz
Género: Relato fantástico
Rating: Todos los públicos
Este relato es propiedad de Paloma Muñoz La ilustración es propiedad de Rafa Mir. Quedan reservados todos los derechos de autor.

Sorpresa en la tienda de chinos. 

Como la noche de Halloween se acerca estoy muy entretenida buscando cosas, objetos y parafernalia propia de esta fiesta tan singular.

En mi búsqueda recalé en una tienda de chinos muy antigua y polvorienta. Rebuscando encontré una bolsita en la que un cartelito informaba de que era una bolsa con sombra.

Me quedé muy sorprendida. Una bolsa con sombra. La sombra estaba dentro y contenía un manual de instrucciones.

Las instrucciones aclaraban que la sombra debía siempre permanecer en la bolsa después de haberla utilizado. Como buscaba un disfraz diferente y original no dudé en comprarla.

Al llegar a casa deshice el nudo de la bolsa y la sombra salió flotando colocándose a mi lado. Mientras leía el manual, la sombra permanecía inmóvil. Las instrucciones hablaban de los distintos usos y poses de la sombra. Para lograr que se moviera y colocarla en el lugar requerido o en la posición adecuada bastaba con moverla.

Ilustración de Rafa Mir

Pero lo más importante es que podía utilizarse como disfraz.

Sorpresa total y absoluta, Mi alucinación iba in crescendo.

La sombra era liviana y suave y casi acogedora. Se dejaba hacer, tocar y manipular.

Pensé en que iba a ser un puntazo aparecer disfrazada de sombra a la fiesta a la que me habían invitado unos antiguos amigos muy friquis de Halloween.

Nada de brujas, vampiros, criaturas de color verde, aliens, fantasmas con cadenas o sin ellas, hombres lobo, jinetes sin cabeza a lo Sleepy Hollow. Iba a ir disfrazada de sombre y me iba a divertir de lo lindo.

Nadie, absolutamente nadie se imaginaba el disfraz que había elegido y quería guardar el secreto a toda costa.

Llamaron mis amigos. Insistieron en que les desvelara el secreto. No lo consiguieron.

Llamó una sobrina mía también muy aficionada a estas movidas de Halloween y tampoco lo consiguió.

La única información que pudieron sacarme fue que había encontrado el disfraz en una vieja y mugrienta tienda de chinos.

Estuve ensayando un buen rato. Quería que la sombra se convirtiera no en mi sombra sino en   yo misma y mi aliada para dejar alucinados a los de la fiesta.

Normalmente, la competitividad en el disfraz más original hacía que la parafernalia propia de esta fiesta sacara a relucir las alucinaciones más truculentas y estridentes de la gente.

Mi disfraz no era truculento ni estridente. Era mi sombra, sencillamente.

Pero debía de tener en cuenta que mi propia sombra venía conmigo y si me disfrazaba de sombra una y otra podrían solaparse y no saber cual de las dos era la auténtica y la real.

Sin embargo, no me importaba mucho, la verdad. Lo cierto es que me emocionaba el pensar en que podía ser la reina de la fiesta con mi disfraz de sombra.

Nadie más en el mundo se disfrazaría de lo que yo pretendía disfrazarme y eso me emocionaba muchísimo.

Estuve ensayando movimientos. Comprobé frente al espejo que la sombra estaba unida a mí y se reflejaba en el cristal. Era como mi guardaespaldas.

Me probé el disfraz de sombra. Encajaba perfectamente.

Llegué a pensar por un momento en los celos que podría sentir mi verdadera sombra frente a la impostora.

Divertido, misterioso, intrigante. Tal vez escalofriante.

Llegó la noche del 31 de octubre y aparecí con mi sombra.

Era yo disfrazada de sombra con el contorno de mi cuerpo marcado por mi sombra de pegote.

Para sorpresa mía y estupefacción me encontré con que un grupo de mis amigos y otras personas que no identificaba iban disfrazados de sombra.

Tuve que contener la risa. Cuando vieron que me acercaba estallaron en carcajadas.

Ese era el disfraz único que iba a causar sensación.

Entre sus manos de sombra sujetaban las copas de cristal con liquido verde humeante que alzaban brindando por mí.

Decepción, desilusión. No. Diversión que es lo que importa y Halloween está para divertirse.

Porque después de todo que somos los humanos si nuestra sombra.

Paloma Muñoz
19 de octubre de 2022

 

53ª Convocatoria: La noche

La noche.

Ilustración de Paloma Muñoz

Dicen de la noche que es ese período que transcurre desde que se pone el Sol hasta que vuelve salir, opuesto al día, período que suele dedicarse a dormir… Pero ¿acaso la noche no oculta muchas otras realidades?

A veces la noche se llena de vida.

Vidas recién nacidas, que llegan en mitad de la noche, que tal vez se han gestado también gracias esos encuentros a los que invita la madrugada.

Otras veces la noche se llena de voces, que se oyen más fuerte en medio de los silencios. O voces que dicen verdades, que desvelan secretos, animadas por el alcohol de las barras de algún bar, resonando sobre la música de alguna sala de baile, donde dos desconocidos se acaban de conocer.

La noche también oculta sombras, entre los pliegues de las cortinas, bajo las camas, tras las puertas entreabiertas… Sombras reflejo de temores ocultos en nuestra memoria y que, aprovechando el despiste de nuestra consciencia, afloran con toda su fuerza e impiden conciliar ese sueño que dicen que debería ocupar nuestras noches.

Pero lo que sí tiene la noche son infinitas posibilidades, interpretaciones, motivos y matices.

Puede ser final o comienzo, pero siempre habrá la posibilidad de, en mitad de la oscuridad, encender la noche. De que, cuando se apaguen las luces de las casas, se prenda el brillo de las estrellas, los sueños de los dormidos, las miradas de los despiertos.

Hay muchos tipos de noches…Y muy variados habitantes en ellas.

Tal vez, si eres de los que duermen mucho, aún no lo sepas.

Raquel Esteban

Nyx

Autor@: Paloma Muñoz
Ilustrador@: Rosa García
Corrector@: Paloma Muñoz
Género: Poema
Rating: Todos los públicos
Este relato es propiedad de Paloma Muñoz. La ilustración es propiedad de Rosa García. Quedan reservados todos los derechos de autor.

Nyx.

Ilustración de Rosa García

La noche está hecha para los amantes

Los de ahora, los de siempre, los de antes

La noche envuelve nuestras almas y nuestros corazones dentro de caparazones de estrellas, de luna, de rayos y de sensaciones.

La noche nos lleva al mundo de los sueños, al mundo de Morfeo, a la ensoñación y al deseo.

La noche nos llama. La noche nos mueve. La noche nos cubre. La noche nos mece

La noche es música

La noche es única

La noche despierta los instintos. La noche forja los suspiros. La noche mueve los hilos. La noche susurra en nuestros oídos.

La noche es la verdad

La noche es curiosidad

La noche es engañosa como los ojos negros de una mujer hermosa.

La noche es sublime

La noche redime

La noche es pecado. La noche se engulle como un rico bocado.

La noche apetece. La noche anochece

La noche es vivencia. La noche es consciencia

La noche se vive. La noche se ríe. La noche nos abraza. La noche nos rechaza.

La noche es Nyx, la diosa de la noche.

Su manto de oscuridad cubre nuestra humanidad

Un manto de estrellas que nos asombra y nos fascina y nos ilumina como centellas.

Vivo la noche. Amo la noche. Todo puede suceder en la noche.

La noche es misterio

La noche es sacrilegio

La noche es maleficio

La noche es sacrificio

La noche es clandestina. La noche puede ser tu ruina

La noche se apaga. La noche se indaga

La noche es belleza.

La noche es torpeza

La noche es caverna

La noche es eterna

Paloma Muñoz
2 de agosto de 2022