Autor@: Paloma Muñoz
Ilustrador@: Jordi Ponce
Corrector@: Elsa Martínez Gomez
Género: Aventuras
Rating: Todos los públicos.
Este relato es propiedad de Paloma Muñoz. La ilustración es propiedad de Jordi Ponce. Quedan reservados todos los derechos de autor.
La sombra de Liluhim.
Reinaba la calma en el museo de Historia de las Civilizaciones. Adelia, una guapa chica que trabajaba como investigadora en el Departamento de Antigüedades Orientales se quedaba hasta tarde para terminar un informe que le había solicitado su jefe, el director del departamento.
El trabajo trataba sobre la elaboración de un informe sobre unos relieves encontrados en una desconocida región de los Montes Tauro, una cadena montañosa situada al sur de Turquía. Esos relieves databan de tiempos casi inmemoriales. Pero lo que más le llamaba la atención a la investigadora eran dos detalles.
El primero: la minuciosidad con que se representaba la efigie de un monstruo, una especie de ser alado con mirada torva, colmillos largos a los dos lados de la larga boca y una lengua ligeramente levantada como si fuera a lamer algo, y segundo: la precisión del relieve de un guerrero –concretamente el rostro─ que agarraba al ser alado para estrangularlo con las manos. La cara del guerrero estaba esculpida con tal maestría que se podía dibujar en un papel y colorear para hacerse una idea de la belleza de ese héroe, guerrero, rey, dios o lo que fuera.
Adelia comenzó a esbozar el rostro y sus dedos ágiles y firmes confirmaron lo que su intuición le dictaba: se trataba de un hombre guapísimo que con las avanzadas técnicas de reproducción de imágenes y su posterior tratamiento y manipulación, podía ofrecer una visión más precisa del personaje.
La posición del guerrero detrás del monstruo apretándole con las manos el cuello, recordaba a una famosa escultura en terracota con Perseo cortando la cabeza a la Gorgona Medusa.
Precisamente, Adelia tenía sobre su mesa unas copias de la escultura. Las observaba mientras contemplaba el resultado del dibujo. Sin embargo, había algo más en ese relieve que estudiaba: una inscripción con caracteres muy extraños que nunca antes había visto pero que le recordaban al tipo de escritura que emplearon los distintos pueblos que habitaron el Oriente cercano y la antigua Turquía y se preguntaba por qué le resultaba vagamente familiar.
El ser alado podría tratarse de una criatura similar a Pazuzu, el rey de los demonios en la mitología sumeria. Pero no estaba muy segura.
Escuchó unos ruidos que provenían del pasillo: − El guardia de seguridad tal vez, haciendo su ronda nocturna─ Se dijo y continuó con el dibujo del hombre.
─ ¿Quién eres? ¿Un guerrero, un héroe importante, un rey? ¿O eres todo a la vez?─
De nuevo escuchó algo, unos pasos. Comenzó a inquietarse. Sabía que en esa planta del gran museo no había nadie que se quedara hasta después de las ocho de la tarde cuando faltaba media hora para cerrar el edificio a los visitantes. Tal vez en algún departamento, pero en esa ala situada en la parte posterior que daba a unos tupidos jardines que impedían la vista de los rascacielos en su totalidad, nadie podría escucharla si algo le sucediera como no fuera Henry, el guardia del primer turno de noche.
─ ¿Henry, es usted?─ Para alivio de la chica, Henry entró en la sala y con su sonrisa franca y animosa, conminó a Adelia a que dejara el trabajo y marchara a casa.
─Debería irse ya señorita Adelia. Son casi las nueve de la tarde y hace una noche de vienes preciosa. Un viernes primaveral para perderse en la gran ciudad y disfrutarla.─
-Voy a quedarme un poco más Henry. Gracias por estar cerca. Es usted un encanto.
─No hay de qué, señorita. Si necesita algo, por aquí estoy.─
Henry cerró la puerta y Adelia se fijó en las luces de la ciudad que se imponían y rebotaban en las fachadas brillando sobre la superficie del gran lago del parque. Realmente las vistas eran impresionantes desde su lugar de trabajo. Volvió al dibujo del relieve y contempló el rostro del guerrero. Escribió las inscripciones que habían aparecido tras una minuciosa labor de reconstrucción y limpieza y se acercó a la pantalla del ordenador.
-No encuentro ninguna relación posible entre estos caracteres y los conocidos por los expertos. ¡Qué extraño! A simple vista parece escritura cuneiforme, pero hay rasgos que no tienen nada que ver con la escritura clásica de las tablillas estudiadas en diversos museos del mundo.-
En sus archivos, Adelia escribió parte del informe que debería entregar el próximo lunes al director, el doctor Whitehead quien había prestado mucha atención al relieve una vez listo para ser examinado, pero que debido a que estaba inmerso en la organización de una nueva expedición al norte de Turquía, concretamente a las riberas del Mar Negro para encontrar lo que suponía era un asentamiento de mujeres guerreras, las míticas amazonas, no había podido quedarse a investigarlo en el departamento de Antigüedades Orientales.
Pero, para Adelia, que hubiera deseado con todas sus fuerzas formar parte de la expedición, ese relieve significaba mucho más que el hecho de que el doctor Whitehead la hubiera incluido. Significaba que si elaboraba un cuidado y exhaustivo trabajo la tendría en cuenta para futuras expediciones y tendría que contar con ella como un miembro esencial de su equipo.
Adelia conocía el alfabeto cuneiforme y comparó la escritura hallada en el relieve con los ejemplos de pictogramas propios de este tipo de escritura. Mientras que estaba ensimismada en su tarea, una imponente luna llena cubría el cielo y sus rayos cada vez más intensos iluminaban las copas de los árboles del gran parque.
Leyó en voz alta la transcripción que había hecho de los pictogramas, en base a los conocimientos que poseía. La cadencia de las palabras, el ritmo y la forma de expresarlos, y lo que creía intuir que podrían significar, hizo que el corazón se le acelerara.
─Desde luego que no es sumerio o de la región de Mesopotamia y sin embargo creo que puedo entender lo que significa. Si fuera una frase para recordar una hazaña, sería similar a las encontradas en otras tablillas. ¡Es increíble! Veamos.─
Recitó lo que a su entender decía el relieve, algo similar a: “Como las alas de cuervo cubren la noche, así Liluhim cubrirá tu alma que volará a través del mar, del cielo de las montañas y regresará al santuario”
De pronto sintió que se mareaba. Se apoyó en el borde de la mesa, pero las piernas no la sostenían. De repente se habían vuelto de mantequilla.
Percibió un frío viento sobre la cara que la golpeó hasta hacerle caer de rodillas y en un instante el mundo que conocía desapareció a su alrededor como si la página de un libro exhibiese la ilustración de un lugar paradisíaco y la siguiente fuera la fotografía de una escena de guerra: gritos, estruendos, algarabía, polvo, cascos de caballos, el bronco sonido de las ruedas de los carros, terribles aullidos de dolor, el chocar de metales, lenguas desconocidas que bramaban y sangre, sangre por todas partes.
En un parpadeo, herida en los ojos por unos potentes rayos de sol, Adelia se vio transportada por unos fuertes y bronceados brazos hacia una zona oscura cubierta de maleza y rocas.
El hombre gritó. El reluciente casco cayó al polvoriento suelo. Le habló mientras pegaba su sudorosa cara a la frente de ella. No entendía nada de lo que le decía. Se aferró al cuello del guerrero y cerró los ojos. Sus sentidos se desvanecieron. Lo último que percibió fue el fuerte olor a sudor y el intenso olor ocre de la sangre.
Cuando Adelia abrió los ojos, unos ojos azul oscuro, profundos y espectacularmente bellos la observaban como el erudito contempla un raro ejemplar que le acaban de llevar a su estudio.
Se incorporó, pero una mano cubierta de arrugas la empujó con suavidad de nuevo sobre un mullido almohadón.
¿Dónde estaba? ¿Quiénes eran las personas que estaban con ella en aquel lugar desconocido? Acertó a discernir una especie de tienda cubierta por telas amarillas. Sentía calor, mucho calor y la forma de vestir de esa gente… parecían sacados de una película de Cecil B de Mille.
El hombre joven hablaba con el viejo y gesticulaban. El primero era el que la había llevado a una oquedad para resguardarla y protegerla de las flechas y el fragor hostil de la lucha.
Estaba aterrorizada y aturdida. Pero en medio de su aturdimiento le pareció comprender algo de lo que decían, apartados de ella.
Adelia “conocía” el idioma en el que hablaban. Pero no lo identificaba. Se incorporó y demandó la atención de los dos hombres. El más joven era alto, delgado y musculoso. Llevaba un vestido blanco. La cintura iba adornada con resplandecientes joyas de colores, La barba era de color castaño oscuro con reflejos dorados. El hombre mayor, exhibía una barba blanca muy cuidada y lustrosa. Ambos la llevaban ensortijada. Le habló en un tono aparentemente dulce. La expresión del anciano era grave.
La muchacha comprobó que los fonemas, la pronunciación y el ritmo al hablar eran muy similares al antiguo idioma asirio datado aproximadamente en el siglo VIII A. C.
Le pareció tan alucinantemente increíble que estuvo a punto de caerse de algo parecido a una camilla.
Adelia debía hacerse entender y utilizó sus conocimientos del antiguo asirio-babilonio para contarle al hombre que la miraba con una curiosidad fuera de lo común, que no sabía qué había ocurrido y que lo único que recordaba es que había recitado unas frases en un extraño dialecto o idioma que le resultaban familiares, como el empleado por el imperio asirio en la época de su máximo apogeo, pero que ¡no era propiamente asirio!
La cabeza le daba vueltas. Intentó recordar que hacía y sobre todo dónde estaba antes de que aquella locura comenzase.
Nerviosa, agitada y dolorida, fue llevada por unos jóvenes sirvientes a una tienda cercana cuyo recorrido exterior estaba cubierto por unas profusas telas anaranjadas para evitar el implacable sol y la ayudaron a quitarse la ropa manchada de polvo y sangre . La obligaron a introducirse en una especie de barreño de cobre con agua perfumada, mientras el hombre joven de imponente aspecto se retiraba con el anciano.
Sabía que había entablado comunicación con él y que parecía entender algo de lo que le decía. Adelia supuso que a él le ocurriría lo mismo.
Cuando estuvo preparada (después de un suntuoso baño regado con hermosas flores blancas, el cabello lavado y peinado y vestida con una blanca túnica transparente que dejaba entrever cada centímetro de su piel), Adelia fue llevada a la tienda contigua para ser recibida por el joven guerrero y el amable anciano que la habían atendido.
Adelia habló en la antigua lengua asirio-babilonia y rezó todo lo que sabía para que pudieran entenderla. Para suerte suya, así fue, ya que aunque el idioma que hablaban esos hombres no era exactamente el asirio-babilonio, parecían entenderla sin demasiados problemas.
Adelia dijo su nombre y explicó que provenía de otro lugar muy lejano y desconocido y que por arte de magia había viajado en el tiempo encontrándose en medio de un sangriento conflicto. Se sentía agradecida al atractivo guerrero de grandes y perfilados ojos porque le había salvado la vida y al anciano (sin duda un consejero o médico, hombre de confianza del guerrero) porque amablemente había cuidado de ella.
Ambos hombres, a pesar de su enorme perplejidad, parecían comprenderla.
Adelia no encontraba ninguna explicación coherente y razonable que pudiera ayudarla comprender la situación que estaba viviendo. No era el escenario de una película, no era una representación teatral, ni una fiesta sofisticada cuyos invitados imitaban las vestimentas de imperios antiguos y prácticamente olvidados.
Era real y ella estaba allí, en medio de una contienda furiosa, con unas personas que pertenecían al pasado o quizás no era eso exactamente, sino que se trataba de un universo paralelo que pretendía ser o parecer el imperio asirio, pero que no lo era realmente. Pero no creía mucho en esas cosas.
¡Loca, loca, loca! ¡Estás loca! Cierra los ojos y vuelve a abrirlos y estarás frente al relieve en la sala en la que trabajabas esa tarde-noche de viernes.
Abrió los ojos y vio al guerrero que la miraba con un interés explícito, recorriendo cada centímetro de la piel sin perderse ni un sólo detalle, hasta finalizar el recorrido en los pliegues de la túnica que le caían graciosamente cubriendo apenas los pies envueltos en unas enjoyadas sandalias.
¿De qué región provenía esa mujer? ¿de qué país? ¿quiénes eran sus gobernantes? ¿y sus dioses? ¿una espía del rey de los Harritas? Pero si la hubieran considerado como tal, muy probablemente su preciosa cabeza estuviera sujetando la punta de alguna lanza ensangrentada.
-Soy historiadora y arqueóloga. Mi especialidad son las antiguas civilizaciones del Oriente Próximo. Lo que en nuestro mundo denominamos las regiones del Creciente Fértil.-
Los dos hombres se miraron por un instante haciendo gestos entre ellos de incomprensión.
─ ¡Oh Dios! ¡Espero que no me tomen por una bruja o una aparición demoníaca!─
La vestimenta de Adelia que había sido depositada en una especie de mesa ricamente labrada, les resultaba a los sirvientes muy extraña: una prenda que cubría el torso y dejaba al descubierto los brazos, otra prenda que cubría desde la cintura hasta debajo de las rodillas, un extraño artefacto similar al que usaban las bailarinas del palacio para sujetar los senos y algo con forma triangular que cubría el pubis y la nalgas y algo parecido a unas sandalias pero de un tacto más suave que los mocasines de tiras de cuero que solían utilizar.
Los sirvientes cuchicheaban y reían sin ningún disimulo observando a la chica de piel blanca y cabello castaño: ─Probablemente son eunucos.─ Pensó.
Adelia comprobó el trato reverencial que recibía ese hombre e intuyó que se trataba de un personaje importante.
Un tipo bajito y muy moreno se sentó cerca del guerrero después de inclinar el cuerpo ante él, mientras este hablaba a la chica y le decía que era el príncipe Asshur-Nim, que estaban en guerra con la nación Harrita. Un enconado odio les había llevado a las armas y que obedeciendo las órdenes de su padre, el rey Azarakh-Shidad-Nim, está guiando la lucha que parece decantarse a favor de las armas de su padre y de su país, Asshuryad.
El escriba anotaba todo lo que decía el príncipe en sus tablillas y Adelia comprobó que no eran unas toscas tablillas de arcilla sino que eran planchas de latón o algo similar.
Ahora le tocaba el turno y debía explicar al príncipe quién era ella y por qué estaba en un lugar tan inapropiado e intempestivo.
─No sé cómo he llegado hasta aquí. He viajado en el tiempo hasta un momento histórico que pudiera ser una guerra librada por el antiguo imperio asirio y sus enemigos los egipcios, pero vuestra forma de hablar no es como la de los asirios aunque se le parece mucho y el escriba que has traído, no utiliza arcilla sino una plancha de latón o plata sin pulir.─
Asshur-Nim se acercó a Adelia y una bocanada de intenso perfume, arrobador y a la vez muy masculino hizo que se tambaleara. La fiereza de los ojos oscuros que envolvía la mirada del príncipe, hizo latir su corazón desbocadamente.
─Tengo que volver a palacio. Mis emisarios ya han partido para dar cuenta a mi padre de nuestra victoria y tú vendrás conmigo. Adelia es un hermoso nombre pero no sé lo que significa.─
─Significa valiente, noble.─ Y le sonrió. Los ojos de Asshur brillaron en mil chispas de fuego.
-Entonces, es un nombre que debe ser impuesto a alguien que lo merezca.-
El escriba se levantó al mismo tiempo que Asshur salía de la tienda, volvió a inclinar el cuerpo ante su señor y el príncipe desapareció acompañado por el anciano.
Adelia se quedó temblando. El calor se debilitaba a medida que el día finalizaba y las áridas extensiones de tierra roja y amarilla se adueñaban de la llanura que terminaba en unos montículos cubiertos de flechas, lanzas, espadas y sangre, mucha sangre, incluso sobre algunos carros desvencijados que aún quedaban en pie, mientras que los rayos del sol chocaban con el metal de los cascos esparcidos entre los polvorientos matorrales y los buitres comenzaban su infernal y canallesco baile inmisericorde sobre los cadáveres de los soldados que yacían esparcidos, algunos con los miembros desgarrados a causa de los tremendos cortes de las espadas y las lanzas lanzaban sus últimos estertores de vida.
Adelia se tapó los ojos y después atendió a la amable solicitud de un joven para que le siguiera. La subieron a un camello y tomaron la dirección del norte para salir de esas abrasadoras llanuras. Supuso que viajarían de noche.
El gran palacio del rey Azarakh-Shidad-Nim, se erguía entre la multitud de palacios, edificios inmensos con aspecto de zigurats y casas señoriales de la capital de Asshuryad, Nibur-Sin y hasta la gran Sala Real fue conducida Adelia.
El príncipe había tenido una interesante conversación con su padre y con sus consejeros más inmediatos entre los que se encontraba el anciano Nam-Rud quien además de ostentar un importante cargo en la corte, era astrónomo, médico y poeta.
─¿Puedes estar completamente seguro de que esa mujer extranjera a la que has apartado de la batalla no es una enviada del rey Kargus?─
─Padre, esa mujer extranjera con ese atuendo tan extraño apareció de la nada. O por mejor decir, yo estaba fuera de mi carro y la vi junto a unas grandes piedras. En ese momento no pensé en lo que expones. Era una mujer en medio de una situación descontrolada que podría ser mortal─
─ ¡Podría haber sido mortal para ti, insensato si una flecha de los hombres del maldito Kargus te hubiera atravesado el corazón!─
Asshur bajó los ojos y esperó a que el mal rato pasara lo más rápido posible.
─ ¡Tráeme a esa mujer y veamos qué es lo que tiene que contarle al rey de Assurhyad!─
El rey era un hombre imponente, algo más alto que su hijo, esbelto y fuerte, la barba rizada con unos ojos azules más claros de tonos violáceos perfilados de intenso negro similar al “kohl” que usaban los egipcios y que lo hacían sumamente atractivo, ya que contrastaba con la piel morena, oscurecida por pasar largas temporadas al sol y al aire libre y si era cierto lo que Adelia recordaba de la antigua Asiria, la afición de los reyes por la caza de leones, sería uno de los motivos principales junto con las campañas de guerra, para que Azarakh-Shidad-Nim, luciera tan impresionantemente atractivo. Y si a esta descripción se añade el hecho de que estaba majestuosamente sentado en el trono dorado bajo las garras de un león gigantesco con las dos alas desplegadas, el efecto no podría ser más impactante y sobrecogedor para Adelia.
Los consejeros, se situaban alrededor del rey a una prudencial distancia y los cortesanos se apiñaban junto a las escaleras de acceso al trono.
El rey se levantó. Los consejeros, la corte y los sirvientes se inclinaron.
Sin embargo, algo que podría considerarse poco importante o insignificante, captó la atención de Adelia: la mirada del rey no era tan luminosa como cabría esperar en un momento de alegría general por la gran victoria conseguida, y era por un motivo que sabría más tarde: Azarakh había enterrado a su difunta esposa y reina Ulah-Kadi hacía algún tiempo y su corazón se encontraba tan seco como las áridas tierras que circundaban el fértil oasis que era ese extraño y exuberante reino al que Adelia había llegado en un viaje a través de eones de tiempo.
Después de ser presentada ante el rey por su propio hijo, ordenó que la chica se acercara. Azarakh quedó muy impresionado con la singular belleza de la joven extranjera.
Las damas de la corte hablaban en voz baja.
Adelia comprobó con gran sorpresa que el rostro del rey era muy parecido al esculpido en el misterioso relieve del museo, pero prefirió no comentar nada, al menos de momento.
Algunos consejeros y cortesanos comentaban que la mujer de piel blanca podría ser una espía al servicio de los enemigos del rey, o una cortesana, pero desde luego no de esas regiones, ya que su aspecto y su raza la delataban.
El rey, junto con su hijo, deseaba saber más acerca de Adelia y su procedencia de modo que ordenó que la llevasen a las estancias privadas.
Le explicó todo al rey y le suplicó casi de rodillas que no la tomara por una loca que se había escapado de un manicomio. El rey no entendía lo que decía, los conceptos que utilizaba, pero su ventaja era que sabía plasmar en un lienzo la historia que el rey la demandaba. Pero no recordaba la frase que creía haber traducido del relieve.
De modo que en una tablilla de latón muy brillante y pulido, para plasmar su aventura con un cincel que parecía de plata y los escribas anotaron todo lo que acontecía en la estancia privada del rey.
─Un ídolo alado estrangulado por un guerrero que se parece a mí. Es realmente algo fuera de lo común y jamás he escuchado hablar a los sabios de tales misterios.─
Llamó a sus consejeros y transmitió órdenes concretas a sus sabios y astrólogos para que analizaran el dibujo cincelado por la extranjera.
El rey sugirió que pudiera tratarse de una enviada del gran dios protector del reino de Assurhyad, el dios león, Mahaharit, el dios de la guerra y benefactor del rey y su familia.
Adelia le describió al fabuloso monstruo alado de boca ancha con colmillos y al guerrero que le daba muerte y como dijo en voz alta una frase que se encontraba escrita e intentó describir lo que inmediatamente sucedió después.
La figura del ídolo y del guerrero fue examinada por los consejeros, entre los que se encontraba el anciano Nam-Rud.
Los sacerdotes hablaron de un ser alado al que llamaban Liluhim y el rey ensombreció la mirada retirándose a sus aposentos.
El príncipe le explicó que su madre había fallecido por una maldición de Liluhim, un demonio que se adueñaba de las vidas de las mujeres embarazas, entre otras funestas maldades.
La esposa del rey cuando falleció estaba en cinta y este aún no se había repuesto de la pérdida a pesar de que habían transcurrido unos años desde aquello.
─Hay mucha similitud entre ese ídolo demoníaco y Lilû, un espíritu maligno de la antigua civilización asiria con características muy parecidas a las de Liluhim ya que arrebata la vida a las mujeres que esperan un hijo y a los niños recién nacidos.─
Todo lo que contaba Adelia cada vez parecía más increíble y excitante y por eso, Asshur le pidió que recitara las palabras que encontró en ese relieve, pero ella no las recordaba.
Lo que sí recordaba perfectamente era la visión de ese monstruo a siendo estrangulado por el héroe y sobre todo la horrible cara de la criatura que parecía la representación vulgar de una máscara griega.
─El héroe guerrero es muy parecido a tu padre. Es un hombre impresionante. Debes sentirte muy orgulloso de ser su hijo.─
─Me siento muy orgulloso de ser el primero de sus hijos en llevar su sangre y portar sus armas.─
─Creía que los reyes asirios, quiero decir los reyes de tu pueblo iban a la batalla comandando el ejército.─
─Mi padre lo hizo muchas veces. Yo le rogué que me permitiera dirigir la batalla.─
Asshur se acercó tanto a ella que casi podía rozarle la frente con los labios.
─Eres una mujer que me tiene completamente fascinado. Tal vez tu misteriosa e inexplicable aparición nos haya traído la victoria.─
El príncipe fue interrumpido por Nam-Rud.
El anciano consejero sabía de esa imagen porque siendo niño la había conocido en unas montañas al sur del país. Allí tenía su santuario ese demonio.
─ ¡Entonces es cierto que existe un santuario y que seguro que está en los Montes Tauro!-
Pero los que la rodeaban no conocían los Montes Tauro y el santuario estaría en ruinas si es que aún existía.
─Hay unos montes pero tienen otro nombre: Montes Kadesheyet.─ Aclaró Nam-Rud
─ ¡Es un universo paralelo en el que vivís! Y se asemeja a la antigua Asiria, hasta los nombres son similares ¡Dios esto es increíble, no puede ser cierto que esto me esté sucediendo!─
La única forma de salir de dudas es visitar el lugar y encontrar ese santuario maldito.-
Asshur parecía muy decidido y así se lo comunicó a su padre.
Después de la contienda, el empeño de los consejeros era que Azarakh se anexionase los territorios limítrofes al sur de sus dominios. Era una estrategia de guerra muy utilizada por los asirios y que Adelia conocía de sus estudios e investigaciones.
-¡Cuando le cuente al profesor Whitehead todo lo que me está sucediendo va a pensar que me he puesto ciega de alguna sustancia alucinógena! Por cierto ¿en la corte esnifarán o se chutarán algo? – Le entró una risa nerviosa que intentó reprimir. El príncipe y el consejero la observaban, pero no deseaba tener más problemas que resolver.
Como buena investigadora que era intentaba aprender todo lo que podía de esa civilización similar a la asiria, pero con unas diferencias tan fascinantes.
El tiempo transcurrió deprisa en un sinfín de situaciones y conocimientos mutuos que la llevaron a relacionarse más directamente con el rey y propició un acercamiento muy deseado por Azarakh e indeseado por su hijo ya que el rey se mostraba muy atraído por Adelia y esta le correspondía hasta tal punto que había ordenado despedir a las concubinas más solicitadas y tener más de cerca a la chica.
Nam-Rud organizó y dirigió el trayecto a los Montes Kadesheyet para comprobar la existencia del santuario en ruinas. Ya que en ese lugar debía estar la clave del ese viaje en el tiempo de Adelia.
Encontraron el lugar oculto entre las montañas y Adelia se documentó como pudo de todo lo que halló y transcribió lo esculpido en los frisos del altar del demoníaco ídolo ¡los pictogramas idénticos a los de la tablilla del museo! Entonces lo recordó de inmediato.
Naturalmente, los sacerdotes que acompañaron al rey en la expedición oficiaron sus propios ritos propiciatorios para que el viaje de regreso fuera bendecido por los dioses y contrarrestar el poder diabólico del demonio.
Para ello llevaban un cargamento de amuletos protectores de los espíritus depredadores de la noche que el rey llevaba colgados, así como el príncipe y los sacerdotes.
Nam-Rud insistió en que Adelia llevara un amuleto también, porque no podían permitir que nada malo le sucediera si no se protegía contra el poder nocturno de Liluhim.
El rey se había enfrentado cara a cara con el ídolo al que consideraba responsable de la muerte de su amada esposa y decidieron destruir el templo en sombras para siempre.
Así, creyendo que el ídolo alado de boca ancha y largos colmillos era reducido al polvo, no encontraría su lugar de reposo.
Pero Adelia insistió en que no lo hicieran debido a su ferviente credo de preservar todo cuanto se había construido en el mundo. Pero ese no era el mundo que ella conocía y en el que vivía. Era un mundo situado en otro plano dimensional y ella tenía que volver al lugar al que pertenecía.
Los acontecimientos se precipitaron.
Adelia se entregó a los brazos del rey dejándose llevar por la absoluta fascinación que le provocaba un hombre que parecía un dios.
Mientras que Asshur rumiaba su despecho y su sangre hervía al sentirse rechazado por Adelia, sin poder evitar enemistarse con su padre.
En los brazos de Azarakh, Adelia encontró algo más maravilloso que el paraíso. Encontró una pasión sin límites y una vida que no superaría a las vidas de las heroínas más celebradas y amadas.
Hacer el amor bajo la luz de la luna de la habitación real circundada de terrazas y cubierta de flores de intenso perfume, contemplando asida al cuerpo del rey, los reflejos sobre la tranquila y sedosa superficie del río, mientras el sonido de las fuentes y el arrullo de las aves nocturnas la envolvía, hacía que sus sentidos se llenaran de la plenitud del deseo y de la magia de la noche de Nibur-Sin, la ciudad de los mil zigurats de fría piedra gobernada por el mejor rey que podían tener ese fiero pueblo: Azarakh-Shidad-Nim, cuyo nombre quería decir “el león que lucha contra el viento”.
Pero todo paraíso tiene su tiempo contado y para Adelia era la hora de abandonar los brazos del enamorado rey porque tanto ella como Azarakh preveían que los celos del hijo podían propiciar una tragedia sin precedentes en el reino si su relación continuaba.
Así que le habló y le dijo que haría exactamente lo mismo que hizo cuando fue llevada a ese mundo paralelo, orgulloso y floreciente calco de una antigua, excitante y gloriosa civilización de la que le había contado tantos detalles y curiosidades.
Recitaría los pictogramas convertidos en fonemas encontrados en el friso del altar de Liluhim para volver al mundo al que pertenecía y, así evitar que el hijo llegara a rebelarse contra el padre por amor a una mujer llegada de otras desconocidas latitudes, de otra época, de un lugar muy distante.
Para impedir esa rivalidad que podría llevar al reino a una lucha fratricida, Adelia debía volver a su mundo.
La noche elegida para la despedida era similar a la que la trajo hasta Asshuryad. Una noche de luna llena, misteriosa y turbadora.
Adelia, antes de invocar las palabras “mágicas” abrazó con pasión a Azarakh y se besaron con fuerza, casi con dolor. Finalizó su invocación y Azarakh regó sus manos con las calientes lágrimas que corrían vertiginosamente por su atractivo rostro.
Se volvió hacia él y lo miró por última vez.
La luna seguía brillando en el firmamento lanzando sus rayos de plata sobre la superficie de color azul profundo como los ojos tristes de un rey enamorado.
Paloma Muñoz
Madrid, 18 de abril, 2013