Autor: David Gambero
Ilustrador: Vicente Mateo Serra
Correctora: Mary Esther Campusano
Género: Ciencia ficción
Este cuento es propiedad de David Gambero, y su ilustración es propiedad de Vicente Mateo Serra. Quedan reservados todos los derechos de autor.
Ilustración de Vicente Mateo Serra (Tico)
BAJO EL MAR DE LA VERDAD
La explosión le arrancó de los piadosos brazos del sueño de éxtasis. Mientras la neblina etérea se disipaba a su alrededor trató de recuperar el aliento y borrar aquella terrible imagen de su mente. Consiguió lo primero. Lo segundo estaba seguro que no iba a lograrlo en mucho tiempo. Se encontraba en algún lugar bajo la constelación del Mar Carmesí. Y seguía llamándose Jonathan Campbell. Pero el resto no estaba nada claro. Cuando se dispuso a abandonar su lecho la nave le mostró automáticamente la figura gris y solitaria de un planeta de aspecto moribundo. Optó por hacerle caso omiso mientras se enfundaba su Biotraje de combate y estudiaba aquel mundo que era el destino final de su misión. Contra todas las normas militares, y casi el sentido común, envió un barrido de comunicaciones buscando el más mínimo signo de vida. Silencio y frustración recibió de vuelta lo cual no hizo sino enojarlo mucho más. No tenía más remedio: Iba a tener que bajar al planeta para completar su misión.
Todo se torció en cuanto entró en la atmósfera. De pronto una tormenta de arena se cernió sobre él. Campbell aferró los mandos con manos de desesperación y activó el radar holográfico para tratar de aterrizar lo mejor posible. Odiaba pilotar a ciegas. Confiando por completo su vida ya no a su habilidad, sino a los increíblemente precisos y poco humanos sensores de la nave. Maldiciendo por lo bajo resistió los envites de aquel viento que habría desgajado a naves menores y desesperado a pilotos peores y buscó un lugar donde posarse. Cualquiera le valía. Y cualquiera le ofreció la nave. Una enorme explanada al pie de una irregular cadena montañosa le acogió cuando realizó su aterrizaje más penoso desde que fuera un bisoño cadete enla Tierra.
Tras el aterrizaje Jonathan dedicó los siguientes cinco minutos a establecer un plan de acción. Y lo hizo sentado frente a frente con el pequeño cilindro que tenía gran parte de la culpa de encontrarse en aquel lugar. Desconocía lo que guardaba dentro pues su negra superficie opaca no dejaba pasar ni el más mínimo escáner. Nunca había visto nada igual. Y necesitaba respuestas. No. Necesitaba saber que lo que había hecho. Lo que había visto y lo que no había podido evitar eran actos con un fin específico. Lo necesitaba no por su misión sino porque de no ser así temía no volver a ser capaz de ser él mismo nunca más. De pronto una nueva pantalla holográfica nació ante sus ojos mostrándole un punto biológico en el radar. Campbell no podía dar crédito a sus ojos. Ahí fuera había alguien o algo vivo. No se explicaba cómo pero cuando pidió confirmación a la nave esta le dio un nuevo positivo. Diminuto en comparación con la superficie que dominaban los escaners de larga distancia de la nave pero claro como la luz del día. Sin dudarlo tomó el cilindro en sus manos, hizo que su Biotraje desplegara su casco protector y su escudo personal que lo envolvió en un aura magenta y ordenó a la nave que abriese la compuerta trasera para que pudiese salir. La tormenta le recibió con crueldad y hubo de necesitar de toda su fuerza nada más salir para no perder pie. Caminó dando traspiés con el cilindro bajo un brazo y el otro aferrado a su cadera donde dormitaba su pistola de plasma. Hubiese lo que hubiese ahí fuera estaría preparado para el encuentro. Pero para lo que no estaba preparado fue para la aparición de un centenar de brillantes puntos color fuego ante él. Asustado el piloto trató de averiguar lo que sucedía pero ni su radar ni su com-link con la nave estaban disponibles. Con el miedo naciendo en sus entrañas trató de escrutar más allá de lo que le permitía el aluvión de arena que le azotaba inmisericorde. De buscar siluetas para aquellos ojos.
-Ya iba siendo hora.
La voz, incluso amplificada por los sensores del casco de su Biotraje, le llegó amortiguada y lejana a Campbell. Pero humana. Entonces un par de aquellos fuegos esféricos avanzó hacia él y pudo comprobar que lo que había creído ojos no eran más que el iris de unas gafas de visión extrema tan antiguas que él sólo las había visto en museos. Y tras ellas no se movía ningún fantasma, sino un hombre.
-Me envía Hugo –dijo escuetamente Jonathan.
Entonces aquel desconocido hizo algo que este no esperaba. Lentamente se quitó las gafas protectoras y unos ojos esmeralda escudriñaron entornados tanto al piloto como al cilindro. Campbell pudo adivinar una sonrisa bajo aquella enorme bufanda.
-Ya le ha encontrado soldado.
-¿Cómo dice? –preguntó Jonathan de inmediato.
-A Robert Temperley. Al dueño de eso que sostiene en sus manos. Le tiene delante. Ahora déme eso. Ya ha cargado con ello demasiado tiempo.
Campbell entonces dio un paso atrás. Algo en su interior le decía que aquel hombre era exactamente a quien decía. Y algo mucho más en su interior e inexplicable le decía que no debía entregarle aquel cilindro.
-Voy a necesitar algo más que su palabra…
Y entonces la tormenta arreció. Lo suficiente como para poder apreciar los matices en la profunda mirada de aquel hombre. En descubrir cuan cansada parecía. Y como no dejaba de mirar a la mano del piloto en la que sostenía el cilindro.
-La cagó, ¿verdad?
-¿Quién?
-Hugo. Al final, cuando todo se vino abajo, cuando te entregó eso, te reconoció que la cagó, ¿verdad?
Campbell se quedó anonadado. No necesitaba recordar cada una de las palabras que el tal Hugo le había dicho. Todavía resonaban en su cabeza. Igual que explosión. Y los gritos que no había podido oír de ninguna manera pero que de todas maneras reverberaban en su cabeza.
-Ya es hora que dejes de cargar con los pecados de otros soldado.
-Tengo que volver… -susurró Jonathan y por primera vez desde hacía mucho tiempo no reconoció su propia voz –.Ha pasado mucho tiempo…
-Seguirá ahí soldado. Se lo aseguro. La guerra no se ha ido a ningún lado. Todavía seguimos seguros bajo el Mar Carmesí. No puedo asegurarle por cuanto tiempo pero si prometerle que mañana sus amigos seguirán matando amigos de otras personas.
De pronto se percató que una mano enérgica se había alzado ante él. Campbell suspiró hondo. Por fin había sucedido. Las fuerzas habían terminado de menguar. Ya no le quedaba nada. Hubiese deseado desplomarse. Dejarse caer y descansar incluso bajo aquel infierno de arena. Pero en su lugar le entregó el cilindro junto con las últimas palabras de Hugo.
-No cometa el mismo error que él.
-¿Eso te dijo Hugo? – preguntó Temperley todavía compartiendo el tacto del cilindro con el piloto -.Tranquilo muchacho, tengo por costumbre cometer mis propios errores.
En menos de media hora Jonathan quedó libre de aquella eterna tormenta de arena, a buen resguardo en una base subterránea y, lo más importante, al día de boca de otro ser humano. La guerra de la que Campbell era parte activa seguía desarrollándose por los derroteros habituales. Planetas se perdían y planetas se recuperaban cada día. Lo que si se perdía y nunca se recuperaban eran las vidas que habitaban dichos planetas. Temperley le dibujó en un mapa estelar los movimientos de ambas flotas, al menos de los que estaba al tanto, y Campbell no pudo más que dar la información como cierta. Como siempre la línea que separaba ambos imperios espaciales seguía siendo el Mar Carmesí. Una larga combinación de sistemas solares ricos en recursos naturales y en planetas terraformados que formaban per se un cinturón de defensa prácticamente inexpugnable. Y con ellos la mayoría de los cuarenta y dos nodos de saltos descubiertos.
-Ahora son cincuenta y ocho –indicó Robert mientras le servía un café recién hecho. Jonathan se preguntó de donde había sacado el grano -.En los últimos seis meses ha habido mucho movimiento en esa dirección.
-Eso sin contar los extra-oficiales…
Robert le guiñó el ojo cuando dijo aquello y alzó su taza metálica ante sus palabras. Nunca se contaban los extra-oficiales. Mayormente porque eran inestables, la deuda temporal que se adquiría al viajar por ellos solía ser más alta y, sobre todo, porque estos siempre daban a lugares del espacio poco transitados o desconocidos. Como aquel lugar. Como Dirac.
-¿Por qué no lo pregunta ya?
El piloto aguantó la respiración ante la pregunta de Temperley. Era la segunda vez que lo hacía. Que se anteponía a sus acciones o le leía el pensamiento. Y aquello le inquietaba. Y mucho.
-¿Qué hay ahí dentro?
Temperley arrastró con dos dedos el recipiente y lo interpuso entre los dos como si quisiera que esta fuese también testigo de la conversación. Entonces posó su agrietada mano sobre la superficie de este de pronto hubo un destello cegador. Cuando Campbell recobró la visión al completo no daba crédito a lo que estaba viendo.
-Una gota de agua –musitó Robert describiendo con exactitud lo que tenía ante sí -.La Flota quiere terraformar este planeta por completo muchacho. Colonizarlo como Dios manda y una vez lo hagan oficializar el nodo de salto por el que has venido para, seguidamente, lanzar un ataque a los Caminantes del Espacio que les coja por sorpresa. ¿Para qué tanto esfuerzo si no?
Tenía sentido. No era la primera vez que se hacía y siempre había acabado con una victoria segura para el atacante. Además el nodo que había atravesado era lo suficientemente grande como para que la integridad molecular de los destructores de masa pudiesen atravesarlos sin problemas. Y aún así…
-¿Y esto es la clave de todo? –señaló Campbell con la cabeza a la gota.
-Hasta el momento ningún planeta que no contuviese previamente reservas de H2o ha sido terraformado. Es la base de la conversión planetaria usar el agua para desarrollar el resto de elementos.
-Ya… ¿Acaso quiere convertir la arena en agua?
Temperley asintió con seguridad. Y Campbell le creyó. No conocía lo suficiente de la ciencia de la terraformación como para poder rebatir aquella aseveración. Sólo que no creía que fuese posible tal cosa. Sonaba más a alquimia que a ciencia.
-Ahora si me disculpas creo que tengo que ponerme a trabajar –dijo Temperley señalando a la gota -¿Por qué no vas a hacerles una visita a los mineros? Les alegrará ver una cara nueva. He cargado las coordenadas de cada punto importante en tu sistema y mi localizador personal. Hasta que recibas nuevas órdenes considérate un invitado de la colonia de Dirac.
Jonathan se levantó suspirando. Como se imaginaba apenas había obtenido nada útil de aquella charla y estaba seguro que no sacaría mucho más de aquel hombre.
-¿Qué es lo que están excavando? –fue la última pregunta que le hizo Campbell a un Temperley que le había dado ya la espalda y se alejaba a las entrañas de su complejo de investigación.
-Kelium. ¿O ya no se acuerda por qué empezamos a matarnos todos?
Ahora todo estaba un poco más claro. El material del que estaban hechos los milagros. El que hizo ganar el pulso a la humanidad contra el espacio. Claro.La Flotano se arriesgaría a montar aquella operación de no haber algo importante que ganar además de una batalla.
-Vamos muchacho, admítelo ¿dos minutos más y te habrías cagado de miedo dentro de ese elegante Biotraje, verdad?
El que preguntaba se llamaba Henry. Y lo suyo era la minería y no los modales. Estaba al mando de la colonia minera que no era más que una enorme y tosca nave que hacía las veces de transporte espacial, barracones para los trabajadores y punta de lanza para la excavación. Una vez se posaba en tierra jamás volvía a despegar. Sólo podía ir hacia abajo.
-Eso nunca lo sabremos – desvió el tema Campbell -¿Hace mucho que estáis aquí?
-Dos añitos y medio llevamos tragando arena y mierda a partes iguales… pero el viejo creo que lleva más.
-¿Cómo lo sabes? –inquirió Campbell mientras Henry sacaba la taladradora de la pared.
-Cuando aterrizamos ya estaba aquí esperándonos con una bonita atmósfera respirable, una jodida gravedad suave como la seda y una órbita de lo más estable. El tipo es un genio. Un poco solitario pero en un planeta lleno de maromos la verdad es que yo también escogería esa opción.
Aquello no le cabía en la cabeza a Campbell. ¿Un solo hombre consiguiendo todos aquellos logros sin ayuda de nadie? Aquel Temperley debería ser una eminencia en el campo de la terraformación y sin embargo el no había escuchado hablar de él en su vida.
-¿Y vosotros que ganáis con todo esto? –preguntó mientras le pasaba una cantimplora al minero.
-Principalmente un lugar donde hacernos viejos. No somos tan tontos como parecemos, ¿sabes chaval?
todos los de aquí estábamos hasta los cojones de sacarle lo mejor al planeta de turno, verlo florecer y hacernos ilusiones con una vida de señoritos hasta que un buen día nos despertábamos con el cielo lleno de naves enemigas y la mierda hasta el cuello. Por eso cuando nos enteramos que nos iban a enviar fuera del radar, a un mundo a tomar por culo y con Kelium casi todos los de aquí nos apuntamos con los ojos cerrados. Extrae Loenio y no tendrás una maldita patrulla para cuidarte las espaldas. Pero saca Kelium y habrá más destructores que nubes en el cielo cuidando el planeta.
Henry tenía toda la razón. El valor del Kelium era incalculable. Los motores sub-lumínicos se alimentaban de él y lo que era más importante: los nodos de salto. No sabía que tenían aquellas piedras toscas de color azul cobalto pero si había algo que reaccionaba apropiadamente con las normas del espacio tiempo era el Kelium.
-A propósito chaval. ¿Tú has venido a través de un nodo de salto, no? ¿Cuántos años gastas?
-Veintitrés y medio –dijo con seguridad, aunque añadió por lo bajo -.Reales… unos setenta.
-¡Ja!, pues te conservas bien para ser un abuelote. Una curiosidad, ¿Cómo es verle las barbas a la verdad esquiva? ¿Cómo es hacerle trampa al espacio?
-Una putada…
Ni siquiera de noche la tormenta arreciaba. Unos cuantos mineros con los que había hablado le habían dicho que no se hiciera ilusiones. Mientras observaba la furia de la arena dentro del refugio en el que se había tornado su nave esta le advirtió que tenía una conexión entrante. Campbell creyó que debía ser Robert que quería comentarle algo, pero se sorprendió cuando el que apareció ante él fue el rostro adusto y serio de un Comandante. Lo reconoció en seguida y algo se removió en su interior. Era Edgar Christopher. Un piloto más que competente cuando ambos estudiaban enla Tierra. Ahoraera un condecorado cuarentón que parecía haber perdido la sonrisa.
-Ha pasado mucho tiempo –dijo Christopher sin el menor atisbo de sentimiento.
-Para algunos más que para otros… señor.
-Tiene buen aspecto… capitán.
-Disculpe señor, pero no soy capitán –le corrigió a sabiendas de lo que se jugaba.
-Ahora lo es Campbell. Felicidades por haber llegado a Dirac.
-Creo que se olvida de felicitarme por lo de Nueva Io, señor.
Christopher alzó una ceja algo molesto por la mención de aquel planeta. Pero Jonathan necesitaba mencionarlo. Y sacárselo de la cabeza de alguna manera.
-Nueva Io fue una tragedia capitán, de la cual usted no sólo no tuvo culpa alguna sino que contribuyó a que su sacrificio no fuese en vano.
-¡Me mandaron a un mundo a punto de desintegrarse sin decirme lo más mínimo! –comenzó a gritarle como si estuvieran en la cantina de la academia después de que este le robase la novia -¡Y yo hube de aterrizar no para ayudar a sus habitantes a escapar, sino para recoger una jodida gota de agua!
-Temíamos que no lo hubiese logrado –suspiró Christopher mientras se recolocaba el cuello del uniforme -El planeta estaba condenado Campbell. No había nada que pudiésemos hacer más que lo que hicimos. Además Hugo estuvo más que de acuerdo de quedarse y pagar por su fallo.
-¿Qué? ¿Me está diciendo que aquel hombre fue el causante de todo?
-Eso es información clasificada Campbell. Igual que la que le voy a dar en este momento. Cumpla con su cometido y a la vuelta le estará esperando el mando de una corbeta de asalto y dentro de dos años su propia flota. Será el hombre más joven en alcanzar tales logros.
-No soy joven Christopher y lo sabes.
-Yo tampoco, pero al menos tú todavía no tienes canas. ¿Ahora vas a dejar de quejarte como un infante de marina y escuchar a tu superior?
Campbell le dio la espalda con los brazos en jarras tratando de contener su rabia pero asintió. No le quedaba más remedio. Todo el mundo luchaba por alguna razón y la suya siempre había sido llegar lo más lejos posible tanto en el espacio como en el ejército. Y lo primero ya lo había logrado con creces.
-Le escucho señor.
-Temperley nos remitió informes hace años acerca de sus progresos de terraformación y de cuanto avanzaría en cuanto tuviera la muestra que necesitaba, así de cuanto Kelium consideraba que había realmente en el planeta. Y es mucho capitán. Tanto como para dar un golpe definitivo en la guerra y ahogar en el Mar Carmesí a los Caminantes del Espacio. Pero hay voces discordantes entre los altos mandos. Personas que no confían en Temperley.
-¿Y en que se fundamentan tales sospechas?
-En que no sabemos quién es en realidad. Hay sospechas de su verdadera identidad, pero nada concluyente…
-¿La Confederaciónteme que sea en realidad un espía de los Caminantes?
Christopher asintió. Si aquello era verdad entonces todo aquello podía tornarse de una victoria definitiva en algo mucho más aterrador.
-¿Qué quieren que haga?
-Si Temperley no es quién dice que es. Si tiene la más mínima sospecha de que está jugando a dos bandas queremos que lo elimine en el acto.
-Soy un piloto, no un asesino.
-Uno no sabe lo que es hasta que llega el momento adecuado de averiguarlo Campbell. Y usted se quedará en ese planeta hasta que lo descubra. Si no lo hace, no se moleste en volver.
-¿Debo entender eso por una orden, señor?
-Más bien por una realidad. Me gustaría poder enviar a alguien para hacer el trabajo pero por desgracia no viajamos tan rápido como la información Campbell. Y no puedo permitirme esperar meses hasta que alguien llegue a través de un nodo de salto. Y menos que Temperley no sospeche de ello. Así pues necesito saber que llegado el momento hará lo necesario.
Campbell no contestó. No había una respuesta correcta para ello. No después de lo que había pasado.
-Haré lo correcto señor.
Y cortó la comunicación quedándose nuevamente con aquella incansable tormenta como compañera de pensamientos. Campbell era un soldado. Sabía hacia que dirección había encaminado su vida. O al menos creía haberlo sabido. Pero lo que había pasado la última semana. La semana que era real para él y no los meses y casi años desde que saliera a cumplir con su misión atravesando aquellos nodos de salto, le pesaba demasiado. Y no estaba seguro si tendría fuerzas para cargar con aquel peso. Entonces, y más como rutina que para interrumpir su línea de sufrimiento más que de pensamiento, la nave le indicó que a los pies de la misma había alguien. El soldado hizo que la nave iluminara aquella sección y al momento distinguió una silueta conocida sentada en una piedra en mitad de aquella tormenta.
-Bonita noche –dijo un Campbell enfundado con su Biotraje a plena potencia cuando se acercó a la figura de Temperley cuya atención parecía robada por algún punto del horizonte.
A su lado descansaba el cilindro en cuyo centro orbitaba aquella gota de agua que brillaba como si fuese una luciérnaga.
-Lo es. Casi puedo ver la superficie –contestó este alzando la cabeza.
El soldado hizo un tanto y se encontró con la densa capa de la tormenta de arena impidiéndole ver nada que no fuera oscuridad.
-Somos como peces en el océano. Sabemos que hay un mundo inmenso ahí arriba. Soñamos con él, incluso algunos lo recorren, peor al final acabamos aquí. Bajo nuestro propio mar.
-Mi mar son las estrellas Robert.
-El mío también lo fue antaño –siguió melancólico el científico sin dejar de escrutar el cielo -.Y el de todos en algún momento. Pero ahí fuera hay demasiadas corrientes. Demasiadas encrucijadas. Y al final acabas nadando o contra corriente o peor, a favor de esta.
Campbell no entendía del todo las palabras de aquel hombre. No podía dejar de alternar su mirada entre el cielo encapotado de arena y aquella pequeña lágrima de agua que tanta importancia parecía tener.
-Te debo una disculpa muchacho.
-¿Una disculpas?
-Te había tomado por uno más. Por alguien traído aquí más por la suerte que por tu propia fuerza. Pero ahora se que eres alguien importante. O al menos lo serás. Dime, ¿Qué te han dicho?
A Campbell se le hizo un nudo en la garganta. ¿Cómo podía saber aquel hombre que acababa de recibir una transmisión del alto mando?
-No me contestes a eso si no quieres. Estás en tu derecho. Pero concédeme algo, ¿quieres? ¿Qué pasó al final en Nueva Io?
Si había algún rincón de su memoria donde no quería ahondar Campbell era aquel precisamente. Pero para su desgracia no encontró razón alguna para negarle aquel favor a aquel hombre.
-No lo sé a ciencia cierta. Recuerdo que mientras abandonaba el planeta era como si todo este se desgajara por mil lugares distintos. Como si la gravedad… la esencia misma de este dejase de existir hasta que al final no pudo más. Luego vino la implosión…
-¿Y Hugo? ¿Qué tal estaba él?
-Cuando llegué a él su Biotraje apenas podía contener las hemorragias. Parecía como si su cuerpo estuviese sufriendo lo mismo que el planeta. Y aún así tuvo la entereza de entregarme esa gota para usted y negarse a recibir cualquier tipo de ayuda. De hecho de no haber sido por él probablemente no estaríamos teniendo esta conversación.
Entonces Robert se levantó, cogió el cilindro y se encaminó hacia la tormenta, de vuelta a su laboratorio.
-Las guerra vienen y van Campbell, no vayas tu tras ellas. No vale la pena –viajó la voz del científico en el viento.
-¿Y qué vale la pena?
Entonces Robert se detuvo en seco y se giró brindándole una mirada severa.
-Todo aquello que sacrificamos muchacho. Dime, ¿qué has sacrificado tú para llegar hasta aquí? ¿Familia, mujer, hijos?
Campbell sonrió para sí mismo. No. No había sacrificado nada de eso pues nunca lo había tenido. Al menos no lo suficiente como para sentirlos reales. Ya ni sus nombres recordaba.
-Sólo mi tiempo Temperley –contestó el piloto.
-Entonces lo has sacrificado todo. Entonces… entonces has sacrificado demasiado. Nadie tiene el derecho de sacrificar tanto.
Y dicho eso se marchó, dejando con un amargo sabor de boca al piloto de la flota que se quedó viendo como la tormenta de arena volvía a engullir al científico borrando al instante sus huellas como si este nunca hubiese existido.
Al día siguiente volvió con los mineros. No se sentía con ánimos para seguir vigilando a Temperley. Encontró a Henry y a varios de sus compañeros dando grandes voces de júbilo mientras dejaban correr aquel sucedáneo de cerveza que les servía de válvula de escape.
-¿Qué sucede? –preguntó al minero cuando consiguió llegar hasta él.
-¡Kelium chaval! ¡A raudales! Eso sucede.
Campbell miró en una de las pantallas físicas que había repartidas por el lugar buscando respuestas. Y las encontró aunque no palabras para expresar su estupor por lo que se quedó con la boca abierta largo rato. Dirac no poseía una vasta veta de Kelium sino que el manto del planeta estaba compuesto en un 89% de Kelium convirtiéndolo en la mayor fuente conocida en todo el Universo de aquel material. De un futuro enclave estratégico aquel lugar se había convertido casi en la piedra angular del espacio humano.
-¡Somos ricos! –gritaban todos mientras se abrazaban y brindaban con sus copas -¡Somos puñeteramente ricos!
Campbell se apresuró a llevar a Henry a un aparte. Este se debatió lo justo pero ya iba lo suficientemente ebrio de cerveza y alegría como para resistirse.
-Henry escúchame… ¿qué es lo que vais a hacer ahora?
-¿Con ahora quieres decir hasta que me haya bebido hasta la última gota de todo lo que parezca cerveza?
-Quiero decir con respecto ala Confederación¿No estáis obligados a comunicarles el descubrimiento?
-Hablando de descubrimientos –desvió intencionadamente la conversación el minero con un brillo de cordura extraño en los ojos -¿Quieres ver algo que te va a dejar patidifuso?
Henry le hizo un gesto para que le acompañara. El minero abordó su exoesqueleto con más destreza de la que en esos momentos poseía y cogió a Jonathan con su mano mecánica subiéndolo al hombro de esta. En una ruidosa y caótica carrera recorrieron una suerte de túneles hasta que llegaron a un nuevo ramal de nuevo cuño. Estos brillaban con el fulgor del Kelium de manera casi hipnótica.
-Ahí lo tienes –señaló con la mano del taladro Henry.
Campbell bajó de un salto y se dirigió hacia donde apuntaba. Sus ojos no daban crédito. Ante él había una nave destrozada por completo en lo que debía haber sido un aterrizaje de emergencia pero lo suficientemente entera como para distinguir su enseña y diseño. Limpió con fruición la suciedad que se había adherido al emblema y casi se le paró el corazón. Era el dibujo del planeta Tierra.La Tierraoriginal. De cuando no existíanla Confederación Terranao los Caminantes del Espacio. De cuando no había disensiones sino sueños de exploración. Aquella nave debía tener más de trescientos años. Campbell buscó la manera de entrar pero las compuertas estaban totalmente destrozadas.
-¡Henry, haz un boquete en este cacharro! –gritó casi fuera de sí al minero.
-¿Seguro? Yo diría que ese trasto debería estar en un museo.
-¡Hazlo y tienes mi palabra que no diré nada a la flota del Kelium!
El minero tiró la cerveza a un lado y se secó con la mugrienta manga la comisura de los labios. En sus ojos chisporroteantes y vivarachos se podía leer la lucha interna que estaba librando.
-Como quieras. Pero que sepas que pensábamos matarte para que no dijeras nada –dijo con demasiada sinceridad.
El blindaje arrugado de la nave no fue rival para el taladro y en menos de treinta segundos Campbell había abordado la nave. Dentro las cosas estaban peor de lo que se había imaginado. Trató de conectarse con el ordenador de abordo pero alguien había borrado hasta el último bit de datos. Y el que lo había hecho debía ser la misma persona que faltaba en todo aquel desastre.
-¿Dónde diablos está el piloto? –se preguntó.
Entonces fue a buscarlo en el lugar donde debería encontrarse: En el lecho de éxtasis. Pero allí tampoco estaba. Pero en su lugar encontró algo que sólo había visto en los libros de historia. El A-01. El primer prototipo de lecho de éxtasis que se había construido para los viajes a través de los nodos de salto. El primero que permitía al ser humano sobrevivir a dicho viaje.
-¡Ostia puta! –blasfemó el ebrio minero que se había aventurado también dentro de la nave -¿Qué coño es esto? ¿La nave de los soñadores?
Campbell le miró sorprendido que alguien como aquel hombre supiera de aquello, aunque tampoco le extrañaba tanto. El primer vuelo tripulado por seres humanos a través de un nodo de salto se había convertido poco a poco y con el tiempo en una leyenda para asustar a los exploradores. Cuenta como la tripulación dela Ithiliense aventuró a través del primer nodo estabilizado sin nichos de éxtasis. Y cómo llegaron al otro lado aunque ninguno consciente. Todos habían caído en un coma irreversible y lo que era más curioso y aterrador: sus ojos habían quedado blancos y vacíos. Aquel sacrificio de pilotos y científicos sentó las bases del viaje interestelar moderno dejando claro que el ser humano podía atravesar grandes distancias entre nodos de salto a cambio de una considerable deuda temporal. Pero además sus conciencias no sobrevivían al viaje. Estas se perdían entre la antimateria generada por el vórtice de los nodos. Por eso se hubo de inventar el lecho de éxtasis. El útero protector del alma humana. Entonces algo se iluminó en la mente de Campbell. Algo demasiado extraño para ser verdad y que podía explicar todo aquello. Buscó en la base de aquella enorme cúpula de éxtasis y lo encontró.
-Hugo Pereyra… No… No puede ser…
-¿Qué te pasa ahora? Te has puesto blanco como un fantasma –dijo preocupado Henry.
Pero precisamente fantasmas es a lo que se estaba enfrentado Campbell. O mitos. O peor todavía: la verdad. Salió de allí a toda prisa con el corazón apuñalándole el pecho y la mente bulléndole a toda prisa. Llamó a su nave por control remoto y en cuanto salió de la instalación minera la abordó para ir a toda prisa al lugar donde se encontraba el bunker de Robert. Pero un barrido de su escáner le localizó mucho más lejos. En el corazón del desierto. Luchando contra las corrientes, pues no quería ascender por miedo a perder su señal, llegó justo al lugar donde este se encontraba rodeado de una cantidad ingente de maquinaria.
-Usted no es Robert Temperley –le dijo nada más plantase ante él apuntándolo con su pistola.
El científico, como parecía costumbre en él, le siguió dando la espalda. A su lado el cilindro yacía desechado. La gota ya no se encontraba en su interior. De hecho la descubrió flotando al lado de Robert entre dos enormes émbolos que desprendían una energía azul cobalto. Energía de Kelium.
-Me alegro que estés aquí muchacho.
Robert accionó algo en el control de su muñeca y toda la arena que había ante él comenzó a brillar con un fulgor fantasmagórico. Campbell no se dejó impresionar y avanzó hacia aquel hombre.
-¿Qué es lo que está tratando de lograr Hugo? –preguntó el piloto. -¿Para quién trabaja?
-Trabajar… Yo siempre he trabajado para ella.
Entonces el resplandor comenzó a intensificarse al tiempo que la tormenta perpetua arreciaba hasta desaparecer por completo. Fue en ese instante cuando la vio. Atrapada en un lecho de éxtasis y flotando sobre sus cabezas a gran distancia. Gracias a la visión aumentada de los sensores de su casco distinguió perfectamente a quién se refería pues dentro de aquel lecho había tendida una mujer. Descansaba con los ojos abiertos, las manos cruzadas sobre su pecho y una expresión de paz plena.
-Hubo un tiempo en que nos habrían confundido a ambos Campbell. Ambos obsesionados por el espacio. Por la conquista y la gloria. Ambos dispuestos a sacrificar lo que fuera por alcanzar nuestros sueños… pero los sueños son lugares solitarios si no dejamos a los demás entrar en ellos. Mi error y mi salvación fue dejarla entrar a ella.
Sabía a quién se refería. Igual que sabía quién debía ser aquella mujer. Erika Snow. La capitana dela Ithilien. ErikaS. Snow. La esposa del científico que descubrió los nodos de salto. Hugo Snow. El mismo hombre que debería llevar muerto ya más de una centuria. El mismo hombre que tenía ante sí Campbell.
-Ese era mi día. Debí haber sido yo el que atravesara el nodo de antimateria. El que debería haberse perdido en él, y no ella. Pero ella sabía lo de la deuda temporal. Dijo que me volvería loco si tenía que esperarla. Que no la querría cuando la viera vieja y arrugada. Cuanta razón tenía. Y cuan equivocado estaba yo.
Entonces Hugo hizo un gesto y dejó caer la gota. Esta se hundió en la arena y un estallido azul les envolvió. Pareciera que el recién despejado cielo se hubiese reflejado en el suelo. Pero no era así. El cielo seguía siendo el cielo. Y el suelo… el suelo ya no era de arena. Era agua. Un enorme mar de un azul puro y profundo se extendía ante ellos. Campbell bajó el arma maravillado. Aquel prodigio era impresionante. Y era seguro que había sido uno de los pocos que lo había contemplado.
-Campbell, ¿sabe como funcionan de verdad los nodos de salto? ¿Qué es realmente la antimateria?
El piloto sabía lo básico. Y lo básico equivalía a nada. Y por eso negó con la cabeza cuando llegó a la altura del científico. Este, por primera vez le dedicó una sonrisa amable.
-La antimateria no es más que una sombra de la materia misma. Es lo que hay tras el espejo de lo que somos.
-Creía que era algo más complicado que eso –reconoció Campbell mientras se agachaba y sentía la tibieza de un agua que se le escurría entre los dedos de la mano.
-Y lo es. Muchísimo más complicado. Infinitamente más pues tiempo y espacio también influyen en ella. Por eso cada vez que la atravesamos nos regala espacio a cambio de nuestro tiempo.
-La deuda temporal…
-Así es. Desde el día del desastre del vuelo de los soñadores no he dejado de buscar la verdad dentro de los nodos. De encontrar la manera de vencerlos. De domeñarlos para nuestros fines y no ser sus esclavos. Y de traerla de vuelta.
-¿Así es como acabó aquí?
-Hace mucho que acabé aquí. Asumo que, de alguna manera, ha visto mi nave, ¿no es cierto?
Campbell asintió. Hizo replegarse el casco de su Biotraje para que la cristalina agua dejase de mostrarle el reflejo de aquel monstruo del espacio y le enseñase a sí mismo. Lo que el azul le devolvió finalmente apenas le reconoció. Si. Al final tenía razón. Si que había sacrificado demasiado.
-Los mineros la encontraron al igual que el Kelium. Pero usted ya sabía que tarde o temprano descubrirían que estaban excavando en el planeta más valioso del universo. ¿Por qué todo esto entonces? ¿Por qué ellos? ¿Por qué yo?
-Necesitaba que alguien me trajese el material que precisaba para mi investigación. Por eso contacté conla Confederacióny camuflé mi pedido dentro del material de Terraformación con la promesa de Kelium y un nodo de salto seguro. Mientras llegaban sólo tuve que alterar las condiciones del planeta y crear una tormenta de arena que ocultara mis secretos el tiempo suficiente como para que la gota llegase aquí.
-¿Entonces quién diablos era aquel Hugo?
-Alguien que deseaba que esta empresa tuviera éxito. Alguien dispuesto a hacer creer a los pocos
escépticos dela Confederaciónque finalmente me había vuelto loco y había perecido junto con Nueva Io. Alguien que todavía recordaba como éramos antes que todo cambiara.
Entonces señaló con el dedo a Erika y la cúpula del lecho de esta se abrió por completo. De pronto el lecho al completo cayó al agua quedando el cuerpo de la mujer suspendido en el aire. Campbell se enderezó por completo. El agua había comenzado a agitarse. El planeta entero lo estaba haciendo. Y una sensación familiar le vino a la mente llenándola de un temor que ni siquiera había tenido tiempo de hacerse viejo en él.
-¿Qué es lo que pretende Hugo? –le gritó mientras alzaba de nuevo su arma plantándosela a menos de un palmo del científico.
-Traerla de vuelta. Y para eso necesitaba una gota. Un infinitesimal pedazo de pasado que no conseguí conservar. Aunque algo cambiado. Una gota de un mar de antimateria…
-¡De qué está hablando!
-De sus ojos muchacho. Para sumergirla en la antimateria necesito que esté exactamente igual que cuando entró en ella por primera vez. Pero ya no recordaba como eran sus ojos. En algún punto dejé de mirarlos y empezar a mirar hacia otro lado. Pero había alguien que si los recordaba. Su tono exacto. Su profundidad. «Son como el mar de Nueva Io», me dijo. Y me prometió que me traería el mar hasta mí. Y cumplió…
Ahora todo estaba claro para Campbell. Aquel descabellado plan que iba a sumergirlos en un mar de antimateria para tratar de traer de vuelta la conciencia de aquella mujer. Pero…
-Eso hará inestable el planeta…. –susurró Campbell – ¡Va a suceder lo mismo que en Nueva Io!
Hugo entonces asintió con tranquilidad mientras su mirada estaba fija en el cuerpo de Erika que había descendido hasta casi rozar con sus pies el agua.
-No. Será mucho peor. Cuando ella entre en el agua el Kelium comenzará a resonar al unísono con la antimateria y probablemente resquebraje la esencia del espacio. No será como en Nueva Io. Aquí no habrá explosiones ni gritos. Sólo el nodo de salto más grande de toda la galaxia. Lo suficientemente como para que una armada pase de un solo salto.La Confederaciónpodrá ganar su guerra de un definitivo golpe y sin siquiera disparar un láser. Los Caminantes tendrán que rendirse y acabar con el conflicto. Y tú serás el héroe que hará eso posible. Sólo necesito que me prometas una cosa.
-¿Qué os saque de aquí a ti y a ella?
-No. Sólo a ella. Yo sólo la necesito unos segundos entre mis brazos. Pero ella merece la vida que mi error le arrebató. Prométeme que la llevarás lejos y no le contarás lo que hice.
Era un trato justo. Más que eso. Campbell sería el artífice de una paz que tanto se clamaba entre ambos bandos. Pero quedaba una cosa más. La más importante de todas.
-No tiene derecho a sacrificarlos –susurró Campbell entonces -.A los mineros. Al planeta. A usted. No tiene derecho a sacrificar tanto por tan poco.
Entonces Hugo cerró los ojos y bajó los brazos.
-Algún día lo comprenderás muchacho. Algún día encontrarás algo por lo que sacrificarlo todo…
Pero el disparo interrumpió su despedida. Los temblores. El futuro. Todo.
Con el tiempo le felicitaron. Le condecoraron. Le ascendieron. Pero nadie le preguntó por la verdad. Nadie era capaz de mirar más allá de aquel mar de Kelium. Nadie era capaz de ver más allá del sacrificio de un hombre que nadó, hasta el fin de sus días, bajo su mar de la verdad. Tratando de no ahogarse en él. Tratando de nadar contra la corriente de su destino.
David Gambero 2011