Autor@: Carme Sanchis
Ilustrador@: Veronica López
Corrector@: Carme Sanchis
Género: Negro
Rating: +13
Este relato es propiedad de Carme Sanchis. La ilustración es propiedad de Verónica López. Quedan reservados todos los derechos de autor.
Asesino vacante.
–¿Qué pasaría si el principal sospechoso de un asesinato sufriese un terror patológico que le impidiese cometerlo? –preguntó Vincent, cuando su ayudante entró en el despacho.
–¿Te refieres al caso del asesino vacante?
–Precisamente. No puedo quitármelo de la cabeza.
–Otra comisaria se encarga de resolverlo, nosotros tenemos otros casos en marcha.
–Lo sé, Javi. Pero creo que conseguiría descifrarlo si pudiese hablar con ese hombre, él es la clave de todo el misterio.
–Olvídalo, Vincent. Te traigo un caso interesante. Una mujer ha disparado a su marido con su rifle de caza…
–Seguro que se trata de alguna infidelidad, envía al agente González y algún otro compañero –se levantó de la silla estirando los brazos hacia los lados, desperezándose después de horas de trabajo–. Aquel hombre no pudo salir de su casa. Hace un par de días concerté una cita con su terapeuta…
–¿Qué? El comisario se pondrá furioso si se entera de que volvemos a investigar por nuestra cuenta.
–No sabía que resolver un crimen fuese un crimen, señor Tejeda –respondió, arqueando una de sus cejas.
–Está bien, Vincent. Solo para que puedas explicarme lo que sabes y te quedes tranquilo, pero nada más. Refréscame la memoria.
–¡Eso quería oír! Encontraron a la víctima en el parque de las flores, muy cerca del lago, completamente desnudo. Tardaron casi dos semanas en descubrir quién era, pero finalmente la empresa para la que trabajaba denunció su desaparición. Adrián Gómez, un asistente domiciliario que iba de casa en casa ayudando a ancianos y personas enfermas. Solo tenía veinticinco años.
–¿Qué relación tenía con el principal sospechoso?
–Acudía tres veces por semana a la casa de Joaquín Viera, un hombre que padece agorafobia, trastorno obsesivo compulsivo, misofobia y trastorno disocial.
–¿Puede alguien estar tan loco?
–Tuve la suerte de caerle bien a su terapeuta, y aunque al principio se mostró bastante reacio a explicarme el caso de su paciente, terminó soltándolo todo. Su patología principal era la agorafobia, miedo patológico a los espacios abiertos, pero a pesar de los años de tratamiento, fue adquiriendo el resto de trastornos.
–Nuestro principal sospechoso tiene miedo a los espacios abiertos, y se supone que dejó el cadáver en medio de un parque, muy lógico.
–Mientras cursaba mis estudios universitarios, me gustaba acercarme a la facultad de psicología de vez en cuando, sé de qué van estas cosas –se encendió un cigarrillo y acercó su pitillera a Javier, que negó con la cabeza–. En el caso se presentaron dos testimonios. Las dos mujeres coincidían en que habían visto una sombra desgarbada, con el cabello largo y alborotado, que cargaba con un bulto pesado a su espalda. Ninguna de las dos supo describir con más detalle al supuesto culpable, pero remarcaron que era alto y rechoncho, y no parecía tener mucha fuerza.
–Y, ¿esa descripción puede encajar con nuestro sospechoso?
–Ahí llega el misterio. No he podido verlo con mis propios ojos, de hecho, ningún agente lo ha conseguido. Se niega totalmente a abrir las puertas de su casa, y es imposible que venga a la comisaria.
–No sería la primera vez que un policía echa la puerta de una casa abajo, ¿por qué no lo obligan?
–Declaró desde el otro lado de la puerta. Después de hablar con su terapeuta, dieron órdenes de no molestarle innecesariamente.
–Y tú no quieres hacer otra cosa –su ayudante soltó una carcajada–. ¿Cómo piensas hablar con él?
–El hombre vive con una enfermera interna, pasan las veinticuatro horas del día juntos. Si salió en algún momento de esa casa, ella lo sabrá. Una vez esté dentro, tal vez no sea tan difícil hacerme con su confianza.
–Ten cuidado, Vincent. Si no encuentras lo que buscas, da marcha atrás, no te busques más problemas.
–No soy idiota, sé que puedo conseguirlo. Solo es cuestión de esforzarse un poco.
~***~
La casa de Joaquín Viera estaba en un barrio residencial muy tranquilo. En aquella zona, parecía que los años pasaban más rápido y que la decadencia de la dictadura que inundaba sus vidas, apretaba menos sus correas. Los niños iban limpios, las mujeres elegantes y los hombres impecables.
Cuando llegó al número veintidós de la avenida, observó la belleza del jardín del principal sospechoso, aquel que aunque quisiera, no podría salir de su casa para disfrutar de aquel día medio soleado del inicio del invierno. Todas las ventanas estaban cerradas, todas las persianas bajadas. Pero había un pequeño tragaluz abierto en la parte más alta de la casa, la única luz natural que bañaría aquel hogar.
Se había vestido con su mejor traje, aquel totalmente negro que parecía brillar con luz propia. Se presentaría como un inspector, lo que era, pero no con la intención de resolver un crimen, sino de ayudar a ese pobre hombre con problemas. Si se ganaba la confianza de la enfermera, pronto estaría hablando cara a cara con el señor Viera.
Golpeó la puerta con la aldaba de hierro con forma de mano que la adornaba, y poco después apareció una mujer tras ella.
–Bienvenido a la residencia Viera, soy la señora Silvia Martí ¿en qué puedo ayudarle?
–Buenos días, ¿podría hablar con el señor Joaquín Viera?
–Lo lamento, pero el señor no atiende visitas –respondió, por el pequeño espacio que permitía abrir el cerrojo con cadena de la puerta.
–¿Podría hablar entonces con usted?
–Yo únicamente soy su enfermera, no tomo decisiones de ningún tipo. ¿Quién es usted?
–Soy el inspector Vincent Barrett –se presentó, con el sombrero entre sus manos.
–Lo siento, pero si viene por el asesinato del pobre Adrián, no tenemos nada más que decir. Aquello fue horrible, y mi señor está intentando superarlo. Es una persona muy inestable, no puedo permitir que sufra más.
–Precisamente por eso estoy aquí. Mi intención es cerrar este caso para que puedan descansar tranquilos. Pero para conseguirlo necesito su colaboración.
–Y, ¿por qué debería fiarme de usted?
–Porque conozco el caso clínico del señor Viera, y sé que él no podría haber hecho nada fuera de estas paredes. Sé que él no dejó el cuerpo de ese chaval en el parque. Sé que es inocente, pero necesito más datos para poder demostrarlo –la mujer lo miró de arriba abajo, apretó los labios, y finalmente, abrió la puerta.
–Acompáñeme, le serviré un té.
Ilustración de Veronica Lopez
~***~
La luz amarillenta que iluminaba las habitaciones de la casa les daba un aspecto enfermizo. Todo parecía ser más antiguo de lo que era, visto a través de aquel filtro color sepia. Vincent observó con asombro la simetría de los objetos, cada uno situado en un lugar estratégico. Libros ordenados por colores y tamaños, fotografías siguiendo una jerarquía temporal, y un jarrón en el centro de cada mesa, con una rosa fresca en su interior. No había papeles sueltos, ni periódicos, nada parecía romper aquel orden tan abusivo.
Cuando llegaron a la cocina, su atención se centró en la puerta de madera cerrada que, sin duda, comunicaba con el jardín. «¿Por qué una persona tendría miedo de contemplar las flores, las nubes o la luna y sus estrellas?» pensó el inspector, mientras se sentaba en la pequeña mesa de la cocina.
–Sé lo que está pensando, esa puerta desmorona a cualquier persona. Pero con el tiempo te acostumbras a vivir así. Los familiares siempre vienen a tu casa, alguien te trae la compra semanalmente… Estás aislado del mundo, pero creas tu propia historia dentro de estas paredes.
–¿Usted tampoco sale a la calle? –preguntó Vincent con un atisbo de horror en la mirada.
–No, el señor no soporta el contacto con las personas de fuera, por los gérmenes y ese tipo de cosas. Hace años que no salgo, pero tampoco lo necesito. Estoy aquí, cuido de él, hago todo lo que me pide y soy feliz. Creo que ese es mi destino.
–Y, ¿cuándo fue la última vez que el señor Viera salió de esta casa?
–Uff, déjeme pensar –meditó, mientras llenaba las dos tazas con un té con aroma a vainilla–. Creo que hará más de seis años que fue por última vez a la consulta del doctor. Cuidado, no se queme, está muy caliente –dejó la tetera sobre la mesa y se sentó frente a él–. Desde ese momento siempre hemos establecido visitas domiciliarias.
–Pero, por lo que me ha comentado, el doctor Santana no podía ponerse en contacto directo con él, ¿verdad?
–No, yo hablaba en su nombre. Hacía todo lo que él pedía, rellenaba los cuestionarios, hacíamos juntos los test… Después el doctor lo miraba todo y me especificaba cómo seguir con el tratamiento. Venía una vez al mes o siempre que se lo pedíamos.
–¿Cuándo fue la última vez que el doctor habló personalmente con el señor Viera?
–Su fobia hacia los gérmenes empezó hace más de tres años, pero se incrementó a principios del año pasado.
–Cuando hablé con el doctor Santana me comentó que su misofobia había evolucionado rápidamente, y que de un día para otro se negó a seguir recibiéndole.
–Sí, fueron tiempos difíciles. Desde ese momento no sale jamás de su habitación. Se lava las manos en su baño cientos de veces, y cuando hace cualquier cosa, utiliza guantes. Cada vez que entro debo vestir mi uniforme saneado. Es complicado, pero ya estoy acostumbrada.
–¿Cómo es el señor Viera? –preguntó Vincent, mientras relacionaba todo lo que iba descubriendo con los datos anteriores.
–Es una persona especial, con sus muchas desventajas, pero con grandes cosas positivas que equilibran la balanza.
–Y, ¿físicamente?
–Es bastante alto, no come mucho, pero como no hace ejercicio… Bueno, de hecho no hace nada, así que tiene bastante sobrepeso.
–¿Más o menos de su misma altura?
–Sí, tenemos una talla parecida –el inspector la observó con detalle. Era una mujer de unos cincuenta años, bastante alta, muy delgada, y con el pelo corto.
–Y, ¿cómo lleva el cabello?
–Lleva el pelo largo, no quiere que nadie se lo corte. Pero se lo lava dos veces al día –se levantó y cogió una caja con pastas–. Coja una. ¿Por qué me hace esas preguntas?
–Los dos testigos vieron a una persona alta y rechoncha, con el pelo alborotado, así que la descripción concuerda bastante bien con la del señor Viera. Pero eso no significa que sea necesariamente él.
–Por supuesto que no, él sería incapaz de hacer algo así.
–Estamos de acuerdo –tenía la respuesta a todas sus dudas. Sabía que solo era una teoría, pero por algo se empezaba–. Necesito hablar con el señor Viera –soltó, y acto seguido mordió una de las galletas.
–Eso será imposible, inspector.
–No necesito verle, solo quiero hablar con él. Prometo que no hablaré sobre el joven asistente. Me haré pasar por un terapeuta, y le haré unas preguntas muy simples que me ayuden a demostrar que es inocente.
–¡No podemos engañarle!
–Es por su bien, créame.
–No puede hablar con él, olvídelo.
–Sé que no puedo hablar con él, señora Martí. Sé que sería totalmente imposible que hablase con él.
–¿A qué se refiere? –preguntó, poniéndose de pie, mientras recogía las tazas, dispuesta a lavarlas.
–Lo primero que he pensado cuando he entrado en esta casa ha sido lo curioso que era, que un hombre encerrado en una habitación se preocupase por el orden del resto de la casa…
–El señor Viera quiere tenerlo todo ordenado.
–No he terminado. Su paciente quiere tenerlo todo ordenado, pero en la entrada hay restos de barro del jardín. Qué descuido, señora, debería limpiarlo.
–Eso es imposible, nadie entra ni sale de esta casa.
–No, nadie lo hace cuando hay peligro de ser visto. No creerá que he venido hasta aquí sin haberme informado un poco de lo que estaba pasando, ¿verdad? –sacó su pequeña libreta y buscó algunas anotaciones–. He vigilado varios días esta casa, sé perfectamente que sale usted todas las noches. No era necesario ocultar algo tan simple.
–El señor no debe enterarse de eso.
–Estoy seguro de que no lo hará. Cuando encontraron el cuerpo del joven Adrián Gómez, tardaron bastante en descubrir quién era, y se consiguió gracias a la denuncia de la empresa donde trabajaba, y las reclamaciones de los clientes a los que no había visitado durante aquel tiempo. El señor Viera fue el único que no hizo ningún tipo de reclamación y, además, el último cliente que visitó. Por eso se convirtió en el principal sospechoso de este crimen.
–Pero eso no son más que simples suposiciones, no es suficiente para culparlo.
–Por supuesto que no. Pero, ¿por qué no informó usted a la empresa?
–No quería meter en líos a ese joven, supuse que tendría otros planes.
–Claro –cogió otra de las galletas y la mordisqueó, saboreando los trozos de chocolate–. Por otra parte, la descripción que dieron los testigos es muy parecida a la de Joaquín, y su incapacidad para prestar declaración mosquea a los policías. Nadie puede negarse durante mucho tiempo a la justicia.
–¿Para eso ha venido? ¿Para obligarlo a salir?
–No. He venido para conocer la verdad –pasó las páginas de la libreta–. El doctor Santana diagnosticó la misofobia del señor Viera sin verle, teniendo en cuenta lo que usted le contaba.
–El señor rellenaba todos los test, yo solo era el medio de comunicación.
–Todos los datos pasaban siempre por sus manos. Cada explicación, cada decisión. ¿Sabe por dónde voy, señora Martí?
–No, inspector, no entiendo nada de lo que sugiere.
–La primera vez que entré la decoración era diferente. Había fotos de los padres del señor Viera, los cuadros eran otros y no había ni un solo jarrón –la cara de la enfermera empalideció–. Sí, es muy diferente a como la recordaba.
–Usted nunca ha estado en esta casa, no sea mentiroso.
–No personalmente, pero alguien me lo explicó con todo lujo de detalles. Lo he estado hablado con el doctor Santana, y coincidimos bastante con la resolución del misterio. Su paciente mostró indicios de recuperación durante unos meses, y poco después recayó, sumergiéndose en un abismo absoluto.
–Fue horrible ver como cambiaba tan rápido.
–Por supuesto, para usted fue horrible ver como Joaquín Viera se recuperaba. Poco a poco empezaba a salir al jardín, pero usted no lo podía permitir. Si él recuperaba su vida, usted perdía la suya. ¿Dónde iría con su edad? ¿Quién la querría como enfermera teniendo la posibilidad de escoger a gente más joven? No le quedaba ninguna otra opción, ¿verdad? Eso es lo que pensaba. Si perdía al señor Viera, lo perdía todo. Y, ¿cuál era la manera de no perderlo jamás? Deshaciéndose de él, fingiendo que sus progresos habían fracasado, y había desarrollado nuevas fobias que le impedirían volver a comunicarse con nadie más que usted. Un plan demasiado ambicioso. Tan cínico que suponía un riesgo desmesurado. Pero aun así lo llevó a cabo. ¿Cómo, señora Martí? ¿Cómo lo hizo? ¿Cómo se deshizo de él?
–Todo lo que dice son mentiras, el señor Viera está en su habitación –la mujer rompió a llorar, emitiendo un llanto desgarrador–. Váyase de aquí –gritó–. ¡Fuera de esta casa!
–Sabe mejor que yo todo lo que hizo. No se engañe a sí misma, jamás recuperará a su paciente. ¿Cómo lo hizo?
–Yo no hice nada. Yo le ayudo en todo lo que puedo y me amoldo a sus necesidades.
–El doctor Santana afirma que usted se niega siempre a intentar verle, que muestra un comportamiento atípico y que no se fía de usted.
–No puede ser, ¡está mintiendo!
–Sabemos que espantó a todos los asistentes que llegaban, hasta que ya no supo cómo controlarlo. Adrián sabía demasiado, había llegado a la misma conclusión a la que hemos llegado nosotros y, tuvo que deshacerse de él.
–No, no fue así, lo juro. No fue así.
–¿Cómo fue? –gritó Vincent, golpeando la mesa con el puño–. ¡Explíquese, señora!
–Yo no quería hacerle daño –gimoteó–. Siempre había estado a su lado, fiel ante las adversidades. Había cambiado todo mi vestuario, me había mudado a esta casa, incluso había renunciado a mi prometido por él. Y, de un día para otro, me dice que ya no le hago falta. Que avanza rápido y que pronto podrá volver a salir, en busca de alguien con quien vivir una aventura, casarse y tener hijos. Me dijo que la esperanza de encontrar el amor era más fuerte que su horror a salir, y que por eso luchaba.
–Usted quería ocupar ese lugar en su vida, ¿verdad?
–Creí haberlo ocupado –las lágrimas resbalaban por sus mejillas, cayendo sobre su uniforme blanco–. Pero aquel día me di cuenta de que todo el esfuerzo, todo el tiempo que había invertido en él, había sido en vano. No podía permitir que aquello que yo había conseguido fuese para otra. O mío o de nadie –lanzó una de las tazas al suelo–.
–¿Qué pasó, entonces?
–Preparé una cena especial poniendo como excusa que había aprobado unas oposiciones. Le dije que había encontrado otro trabajo, para ver cómo reaccionaba, pero simplemente se alegró por mí. Así que le asfixié con una almohada. Después de años encerrado, no tenía mucha fuerza, no opuso resistencia.
–¿Cuánto tiempo hace de eso?
–Seis meses y cuatro días.
–Y, ¿dónde está el cuerpo? –preguntó Vincent, impaciente.
–Allí donde nunca quiso estar. El lugar que más lo inquietaba.
–El jardín…
–Exactamente, ese precioso jardín. Al principio pensé que los vecinos se darían cuenta, pero, ¿quién iba a interesarse por el jardín de un lunático? Fingí que construía un huerto, y planté unas cuantas verduras. De noche, por supuesto, tenía que guardar las apariencias. Por el día no salgo jamás, pero por la noche, no puedo evitarlo. Por el tragaluz del desván a penas se ve una parte del cielo, y me gusta ver la luz de la luna.
–Y, ¿por qué mató al joven asistente?
–Como bien ha dicho, sabía demasiado. Como usted.
Vincent abrió su americana negra y mostró la pistola a la mujer.
–No haga tonterías, señora, no le saldrán bien.
–¿Cree que después de contarle todo esto voy a dejar que vaya a la comisaría a soltarlo todo? No soy ninguna idiota, inspector –abrió uno de los cajones y sacó un cuquillo.
–No me gustaría hacerle daño, así que será mejor que se tranquilice. Ha asesinado usted a dos personas, no se perjudique más. Nadie ha notado la ausencia del pobre señor Viera, y tardaron en echar de menos al joven Adrián. Pero, en menos de una hora, mi ayudante saldrá a buscarme.
–No es usted tan importante.
–Nadie lo es. Por eso debemos aprender a ser sustituidos, sin por ello arrebatar la vida a nadie. Un consejo que le llega un poco tarde –se levantó con las esposas en la mano–. Haga el favor de dejar ese cuchillo sobre la mesa y después levante las manos.
–De eso nada, ¡soy más rápida que usted! –gritó, mientras lanzaba una estocada hacia el cuerpo de Vincent. Con un sencillo movimiento, el inspector esquivó el golpe y empujó a la mujer al suelo. No fue nada complicado mantenerla inmóvil, y una vez esposada solo tuvo que ponerse en contacto con la comisaria.
~***~
Como era de esperar, al comisario no le hizo ninguna gracia que el inspector Barrett hubiese investigado sin su consentimiento el caso de otra comisaria. Pero, el periódico anunciaría en portada el gran descubrimiento tras meses de arduo trabajo que los policías habían hecho, todo por el bienestar de la población.
–¿Te ha gritado mucho? –preguntó Javier, sentado en la butaca de Vincent, con una copa en su mano.
–Bah, como siempre. Ya sabes que ese tío no tiene ni idea de lo que quiere –lo observó con asombro–. ¿Se puede saber qué haces ahí sentado, bebiéndote mi licor?
–Me estaba preparando por si te echaban del cuerpo, no está nada mal este lugar –los dos rieron juntos–. Cuéntame, ¿cómo sabías que había sido ella?
–El doctor me dio todas las claves cuando hablamos en su consulta. Me dijo que ella se comportaba de una manera extraña desde que él empeoró, y que le parecía ridículo no poder ni hablar con su paciente. Evidentemente no recelaba hasta el punto de culparla de asesinato, pero yo enlacé los datos y pensé que era una buena teoría.
–Y tan buena. Pero podría haberte hecho daño, Vincent.
–Sabía que atacaría, así que estaba preparado.
–Y, ¿quién llevó el cuerpo del joven al parque? La descripción no concuerda en absoluto con la de esa mujer.
–Pues, fue ella… Encontramos en la casa una peluca y sospechamos que utilizó un relleno para parecer más gruesa. Es increíble, la enfermera matando a su paciente porque mejoraba… El mundo está loco, ¿verdad?
–Bueno, al menos la parte con la que nosotros tratamos.
–Será mejor que retomemos nuestros casos, Javi. ¿Qué ha pasado con la mujer que disparó a su marido?
–Tenías razón, fue una infidelidad. Nada más por el momento.
–En ese caso, me tomaré un trago contigo –sacó un vaso y lo lleno con el mismo licor que su compañero–. Ya era hora de tener un respiro.
–Y bien merecido, Vincent.
Carme Sanchis