Autor@: Vicente Mateo Serra
Ilustrador@: Rafa Mir
Corrector@: Mariola Díaz-Cano Arévalo
Género: Humor
Rating: + 13 años
Este relato es propiedad de Vicente Mateo Serra. La ilustración es propiedad de Rafa Mir. Quedan reservados todos los derechos de autor.
Versión original.
A través de las letras que forman el letrero que daba nombre a la librería se podía observar la calle mojada tras la lluvia. También la niebla se dejaba ver, espesa niebla que, por contra, impedía distinguir algo del exterior del local, pues allí fuera la luz de las farolas era débil y solo el brillo de la luna iluminaba la noche sin mucha convicción. Eran las sombras, pues, las que gobernaban la calle y pronto se aliarían con la noche, protectora de malhechores.
De súbito, una de las sombras cambió de forma, se movió y adoptó la corpulenta silueta de un hombre junto al cual apareció otra figura, más frágil. La primera sombra se unió a la segunda en un rápido movimiento y ambas se fundieron con las otras que oscurecían el ambiente. Todo fue un suspiro. Un pensamiento. Tan rápido como a Alba le costó recrearlo mentalmente. Su imaginación la transportó a Londres y no tardó un instante en hacerse una idea de la situación: «Dos ladrones buscando la complicidad de la noche», pensó.
Pero el hechizo se desvaneció cuando las dos sombras se adentraron en la librería, dejando atrás la espesa niebla y las gotas de lluvia, adheridas al cristal borroso de los sueños empañados de Alba, al ver claramente que las siluetas pertenecían a un rechoncho hombre de mediana edad y a un espigado (y altivo, como más tarde se comprobará) joven. Se había perdido el duende.
Tan pronto traspasaron el umbral de la puerta los dos hombres fueron absorbidos por una pequeña multitud de ensordecedores murmullos, susurros y siseos suspendidos en el aire. Alba se encontraba allí por trabajo, el cual adoraba, ya que hacer reportajes y cubrir eventos culturales para el semanal de un periódico nacional le permitía estar en contacto con autores y al día de las últimas novedades literarias y artísticas.
Era una mujer joven con un buen empleo como periodista y con gran afición a la lectura. Hacía sus pinitos en la literatura, pero solo por afición, escribiendo relatos en un fanzine online llamado Surcando Ediciona. Todo era normal en su vida excepto por un “pequeño” detalle, y es que a veces descarrilaba de la realidad, tenía sus pequeños lapsus, desconexiones mentales en las que su cuerpo andaba presente pero su mente iba por otros derroteros, vamos, que se le iba la ollita, pero poco, lo justo. Esto no le suponía ningún contratiempo, ya que era debido a su amplio registro literario y cultural: había leído tanto que su cabeza se hallaba repleta de referencias y le bastaban pocos datos para relacionar de inmediato elementos reales con imaginarios, lo mismo que al hidalgo caballero por todos conocido. De ahí que le costara poco recrear en su mente diferentes escenas, interpretaciones reales, leídas, vividas o ficticias, sueños o futuros apuntes para sus relatos. Pero nada grave. Fue lo que le acababa de ocurrir en la librería donde se encontraba, a la que había acudido para cubrir la presentación de una novela.
—Buenas tardes. ¿Qué quieres tomar? —le preguntó el camarero-librero con la mejor de sus sonrisas—. ¿Una birrita con pistachos? Es la especialidad de la casa.
—Mejor un té con pastas —dijo Alba sin mucho entusiasmo, volviendo la mirada con desdén, pues no le hizo gracia que interrumpiera sus pensamientos de esa forma tan brusca.
Ante tal derroche de amabilidad el camarero-librero giró sobre sus talones para volver a sus quehaceres tras el mostrador, que al mismo tiempo era barra de bar, donde vendía y prestaba libros a la vez que servía bebidas, que estaban bautizadas con nombres famosos de autores, novelas o personajes, todo relacionado con la literatura. Y realmente aquella estratagema tenía su repercusión y cierto tirón, pues allí, y solo allí, se podían consumir bebidas extraordinarias con nombres de lo más pintoresco, lo cual hacía las delicias de los asistentes. Ejemplo de ello era un brebaje conocido como Crimen y Castigo, que hacía subir al cielo al primer trago y, de la misma forma, bajar a los infiernos con el segundo; o un chupito de genuino y patrio tintorro elaborado a partir de las mismísimas tintas que escribieron el Lazarillo, según contaba la leyenda reducida exclusivamente a la carta del local; o un Suspiro de Lovecraft, especie de pócima manchada con lágrimas de sangre de Cthulhu. O el peor, o mejor, de todos: un kafkiano bebedizo que nublaba las entendederas, transformaba y ponía del revés al valiente consumidor que lo probase. Su nombre:
Metamorfosis.
—¡Un momento! —dijo Alba dirigiéndose al camarerolibrero—. ¿Ese es el tipo que ha venido a presentar su novela?
—Sí, es Mike Jiménez, el escritor de moda que nunca deja indiferenteZ.
—¿IndiferenteZ?
—No lo digo yo. Así reza la coletilla con la que firma sus novelas.
—¿Incluida la Z?
—Así es, incluida la Z.
—Ni el mismísimo Saul Goodman hubiese ideado un eslogan tan… ¡brillante!
—¡BrillanteZZZ! —apostilló el camarero-librero con sorna.
Alba hizo una mueca como desaprobación al chascarrillo del día.
—¡Qué se le va a hacer! —continuó el librero en tono de excusa—. Vende ejemplares a cascoporro y hay que dorarle la píldora. Por eso está aquí hoy, para presentar su nueva novela. Además, también guitarrea, pero se come los mocos con eso, ni flowers. El otro tipo es su agente, pero no pinta nada. Oye, tronca, disculpa por la gracia de antes, ha sido una estupideZZZ —y se marchó riendo a carcajadas como solo un idiota ríe sus propios chistes, aun conociendo la pésima calidad de estos.
Alba sintió en su cabeza el eco de las últimas palabras del camarero-librero-humorista, no las del chiste pésimo recién ejecutado ni las risas alejándose de ella. Lo que recordó eran las palabras referentes a Mike Jiménez, y fue en ese momento cuando, a través del escaparate, la cegó la luz de los faros de un automóvil, que por el sonido se adivinaba un vehículo potente, a más velocidad de la permitida, estaba claro. Y le pareció escuchar también el retumbar cercano de armas disparándose y casquillos que caían. Pero lo cierto es que todo provenía de un grupo de asalto compuesto de fotógrafos cuyas cámaras disparaban hacia Mike Jiménez, quien posaba altanero antes de la presentación, y los flashes fueron los que deslumbraron a Alba al reflejarse contra el cristal del escaparate. De nuevo su imaginación le jugó una mala pasada. Y huelga decir, aunque se deje por escrito de nuevo, que el duende no solo se había perdido definitivamente, ahora, además, se había escondido. Quizás por el tiroteo, quién sabe.
Al salir de su ensoñación, Alba vio gente a su alrededor que no alzaba la mirada de sus libros mientras disfrutaban de la lectura, miradas que se perdían entre renglones. Una variedad de personal de lo más dispar poblaba la librería, debatiendo sobre qué ejemplar leer o charlando amigablemente en torno a un tintorro y un plato de aceitunas. Nada de tés con pastas, ni birritas con pistachos, y mucho menos morro. En definitiva, de no ser por el estruendo de la marabunta que Mike Jiménez arrastraba al pasar, diríase que era una librería como otra cualquiera, repleta de libros y con sus actividades habituales.
Aunque también era conocida la Librería de los Libros Vivos, por las revolucionarias novedades implantadas por el dueño del local, al que apodaban Pol por su polifacética actividad desarrollada en varios campos: camarero, librero, bibliotecario, pésimo humorista y vendedor de humo. Algunos, con retranca, le llamaban Pal, por los palillos con que siempre se le veía juguetear entre dientes e incluso haciendo piruetas con la lengua, a lo Torrente. Todo glamour.
Pol, o Pal, lejos de irse al carajo y arruinarse en uno de los tantos momentos de crisis que le tocó vivir años atrás, se la jugó y sacó adelante la citada librería con su novedoso y revolucionario (e inútil) sistema de negocio. Entre las novedades con las que pensó revolucionar el mundo de las bibliotecas y librerías estaba la de no dejar sacar los libros fuera de los locales, ya que era de la opinión que estos son en su mayoría como ancianos a los que hay que cuidar, y que cuanto menos se trasiegue con ellos, mejor, pues pretendía mantenerlos vivos de por vida, de ahí el nombre de la librería. La premisa era esa, lo siguiente era que los clientes llegaran al local donde ocuparían una zona individual, o en grupo, para abandonarse al relajante acto de leer, previo alquiler o préstamo del ejemplar literario a elegir. Todo por un precio que dependía de diversas variables como el género y tamaño del libro; la edad del lector, ya que no era lo mismo, por ejemplo, una muchacha universitaria de dieciocho años leyendo los peores éxitos de la novela romántica del momento; que un anciano de ochenta y tres años con cataratas decantándose por el diario El corresponsal de Alcobendas, sección Deportes.
Todo tenía su porqué y estaba estudiado al milímetro: los palillos, las aceitunas, el morro… y la grasa o aceite que desprendían las tapas empapaba los dedos de los lectores dejando marcadas las páginas, las últimas páginas por donde se habían quedado al finalizar la lectura. ¿Cómo saber si la huella grasienta de morro de cerdo que decoraba la esquina superior derecha de la página 42 pertenecía a Marisa, la profesora de primaria, o a Puri, la de la pelu, o si el cerco aceitoso de la página 167 era de un tal Roberto? Muy sencillo: el local disponía de un aparato capaz de leer huellas. Pasando la página en cuestión por el citado cachivache y cotejando el resultado con el registro de las huellas de los DNI de la clientela, diría al interesado por dónde debía continuar leyendo. Eran marcapáginas digitales, lo más actual y novedoso del momento adquirido en una web oriental de compras. También lo más ruinoso. Pol lo sabía de buena tinta. De ahí que hubiera querido dar un vuelco a la situación con la presencia de Mike Jiménez y, de hecho, lo consiguió, ya que aquella tarde la librería estaba a rebosar.
Y es que Mike Jiménez era un joven escritor de gran talento que, pocos años atrás, tuvo éxito, relativamente, con un relato largo que la crítica había calificado como conato de novela pero que había entusiasmado a los lectores. Se había autopublicado la novela y creado la portada él mismo, dándose a conocer haciendo spam con píldoras publicitarias en las redes sociales. Tras su éxito inesperado fichó por una editorial de renombre y ahora se dedicaba a escribir una novela cada seis meses. Los otros seis meses los mataba callando.
Había llegado a Alcobendas para promocionar su último libro después de su exitoso Cartas de amor en pasiva, un recopilatorio de epístolas a su ex, de ahí lo de pasiva, que no eran más que un montón de páginas agrupadas en las que reivindicaba que cualquier tiempo pasado fue mejor. A partir de ahí, las críticas le auguraron un éxito arrollador y un futuro prometedor. Mike no dejaba de asombrarse por la contradicción. La paradoja de Jiménez, tal vez.
Al primer contacto, en sus modales y gestos, pero sobre todo al momento de hablar se presentaba como una persona tímida a la par que arrogante, ya que las más de las veces, no siempre, se refería a sí mismo en tercera persona y soltaba perlas como «huid de los lugares comunes» cuando le preguntaban sobre su secreto a la hora de escribir. También le preguntaban por su estilo indirecto libre, a lo que respondía en pasiva.
«A veces le da por juntar letras que forman palabras que construyen frases con sentido. Esas frases forman párrafos que, unidos, crean historias en las que viven sus personajes. Ellos viven sus propias vidas. Al final, Mike se limita a poner un título y entregar el manuscrito a la editorial. Eso es todo».
Como escritor no había duda de su arte. Su dominio de la pluma lo colocaba entre la flor y nata de los escritores de relumbrón a pesar de su edad. El número de sus ventas lo aupó al pedestal de la fama y su ego aumentó igual que el odio que sentía hacia los revisores de trama, grupo secreto de élite especializado en buscar hilos argumentales rotos, atar cabos sueltos y desenredar madejas en cualquier texto que se les presentase. Se mantenían ocultos, no entre la oscuridad y las sombras de la noche, aquellas que Alba imaginó antes, sino en los grupos secretos de las redes sociales a los que Mike se suscribió en un fatídico día. Eran los únicos que le decían las verdades a la cara, aun admitiendo su calidad literaria. Verdades como que un alto porcentaje de sus historias se desvanecían como el hielo en un vaso de agua. En su interior, Mike lograba admitirlo y era algo que le martirizaba. Sus historias atrapaban desde la primera línea y eso le convertía en un hombre de principios. De grandes principios, diría él. Pero de ahí no pasaba. No acertaba a continuar con la trama para mantenerla al dente hasta el final. Entonces, ¿cómo había conseguido tanto éxito? Ese era otro misterio en el mundo de la literatura y el motivo por el que sus presentaciones causaran tanta expectación.
—Buenas tardes ¿Qué hay de usted en este libro? —comenzó preguntando Alba.
—Todo. Desde el título hasta la firma —respondió Mike tras dar un trago al San Francisco Umbral que Pol le había preparado con esmero.
—Obvio, me refería a algo más.
—Pues le puedo decir que rotundamente nada, ya que es una copia.
—¡Qué cara más dura!
—Ya que saca el tema de los duros, ¿sabe que mi novela está a un módico precio en ese estante, ese que tiene usted a la izquierda? —señaló Mike, apuntando con sus largos dedos.
—Su actitud no está siendo la más adecuada. Diría que parece un personaje de sus novelas.
—Eso a Mike le halaga. Se ha hecho a sí mismo.
—Ahora me vendrá con el cuento de que se ha reinventado…
—Siendo escritor lo de cuento es razonable, pero… diría que ahora parece usted un revisor de trama, o revisora.
—Solo soy una periodista intentando cubrir un evento.
—Eso, cúbrase no vaya a pasar frío. ¿Puede dormir por la noche?
—Del tirón. Acostumbro a hacerlo con cualquiera de sus libros —contraatacó Alba.
—Tenga cuidado con lo que se lleva a la cama. Podría llegar a pasarlo bien.
Mike se había hecho a sí mismo, creando su propio personaje. ¿Con qué fin: forrarse a su costa, esconder tras él sus propios miedos, sus pasiones secretas? En su caso fue por afán de protagonismo. Y es que albergaba tanto amor propio que decidió pasar a la fama y convertirse en personaje de sus propias novelas. Una delgada línea fácilmente franqueable separaba al autor del personaje. Solo sus más allegados, que no tenía, aunque su ego los inventara, podían arrojar luz al asunto, que era turbio, tanto como sus pasados.
—Cuéntenos algo de su novela. ¿Le costó mucho meterse en la piel del protagonista para escribirlo? —insistió Alba intentando reconstruir la situación.
—Jovencita, está usted haciendo el ridículo. —Alba enrojeció de vergüenza—. ¿El título Yo, autor no le da una pista? —Disculpe, pensaba que usted solo era el autor.
—Y también el protagonista. En este caso es lo mismo. No ha leído el libro, ¿verdad? Todos los escritores deberían dejar de escribir hasta que los lectores leyeran todos los libros que se acumulan en las bibliotecas.
—Pero eso es imposible.
—Se equivoca, en realidad todos los libros han sido leídos al menos una vez.
—Sí, pero no en la misma época ni por la misma persona.
—Ah, mi pequeña periolistilla, su ignorancia es supina. Una vez más lo demuestra.
—A ver, explíquese, Gran Maestro.
—Verá, lo que quiero decirle es que ya está todo escrito. Pero es un cambio constante: los lectores olvidan y los escritores reescriben. Si investiga usted sobre cualquier libro, sobre su contenido quiero decir, se dará cuenta de que todo lo que propone, o un alto porcentaje de lo que proponen sus páginas, está ya ideado, debatido, conjeturado, desarrollado en infinidad de ocasiones, muchas veces descartado, y otras muchas, por supuesto, puesto en negro sobre blanco en cientos de textos diferentes ya sean novelas, ensayos, poemas… De forma involuntaria muchas veces, pero también intencionadamente. Hay quien ha llegado a copiar la biografía de la de aquellos a quienes admiran para hacerla suya solo por vivir las mismas vivencias y tener unas memorias similares.
—¡Qué disparate!
—En eso estamos de acuerdo. Tamaña gilipolleZZZ solo se le puede ocurrir a un necio.
—¡Ja, ja, ja! GilipolleZZZzzz… otra veZZZ ZZZZ ¡Ja, ja, ja! —Una estruendosa carcajada proveniente de lo más adentro de Pol hizo que este perdiera el control y el dominio de la bandeja que transportaba repleta por igual de libros que de copas, con la que hacía malabares para no perder el equilibrio ni que cayese al suelo su contenido, cosa inútil tras el estrépito, no menos estruendoso que la carcajada anterior, que provocó al dar todo contra el suelo y rodar más allá de sus pies, hasta los de Alba concretamente—. Perdón, ha sido un desliZ… un tropeZón… Vamos, que la he liado parda, quería decir —se excusó ante el personal evitando hacer más gracias con la zeta.
Tras el altercado y una vez todo en orden de nuevo, Mike prosiguió con su intervención dirigiéndose a Alba.
—Verá, lo que le estaba contando es que ya hay multitud de libros y otros tantos autores olvidados. Y muchos de estos libros son repetitivos, abordan los mismos temas, idénticas tramas, similares personajes, los mismos finales. Lo que ocurre es que son desconocidos para la gran mayoría.
»Por eso le decía antes que mi obra ha sido copiada, plagiada si prefiere el término más crudo y cruel. No digo que sea yo la víctima, sino que he sido yo quien ha copiado. Y le digo esto, ya que estoy seguro de que en alguna ocasión, en esta época o en anteriores, existió un autor con las mismas ideas que yo y que también lo dejó por escrito. Y su libro, o sus libros, pertenecen ahora, quizá, a una pequeña biblioteca en los confines de la Tierra, o quién sabe, se encuentren en la Biblioteca Central de Nueva York o de Cerdanyola, vaya usted a saber.
»¿Acaso alguien es capaz de centrar sus esfuerzos y encontrar el tiempo y la paciencia necesarios para recorrer, cual rata de biblioteca, cual periodista de investigación, todas las páginas escritas de todas las bibliotecas del mundo para comprobar que ya existen en otro libro retazos de esa obra de la que tan orgulloso se siente? ¡Eso es imposible! Pero de poder llevarse a cabo, ¿debería abortar sus pensamientos, rechazar sus ideas y no publicarlas, anular su imaginación? Obviamente no.
»Digamos ahora que tanto la editorial como el autor hicieron los deberes de comprobación y rastreo hasta donde buenamente sus capacidades les permitieron, y tras esto se lanzaron a publicar su última obra. Pasado un tiempo, alguien descubre que sus ideas, sus teorías o sus textos se hallan expuestos en otros libros escritos ya con anterioridad, demostrando que el autor ha copiado y carece de originalidad. ¿Podrían acusarle de plagio?
—Si lo demuestran sí. Todo depende de si lo escribió conscientemente o si citó al autor original, es decir, en este caso no es copia, ya que era imposible citarlo porque desconocía la existencia de ese antiguo ejemplar, digo yo.
—Algo así. En docencia se admite el derecho de cita, no así en una novela o relato, donde es muy difícil encontrar obras plagiadas de principio a fin, generalmente se refiere a frases o párrafos o escenas concretas. Y sobre el subconsciente no vamos a entrar ahora porque nos llevaría al surrealismo y ese es otro cantar.
»La cuestión de determinar si algo es original o no es una tarea ardua para el juez de turno que quiera demostrar que un autor halló sus ideas por pura revelación, que son originales.
La conversación continuaba en torno al tema de la versión original y poco, o más bien nada, se hablaba de Yo, autor; la novela que Mike Jiménez había ido a presentar.
—Mi teoría es que la inspiración se encuentra en cualquier situación, en cualquier circunstancia. Flotando en el aire está la iluminación que guía al artista para crear su obra, ya sea escritor, músico, escultor, etc. Todo artista tiene una percepción diferente y cada cual coge su parte del pastel y lo transforma en arte según su disciplina, pero, en el origen, todos parten del mismo punto.
»Lo que para un poeta podrían ser unos versos, para un músico unos acordes, o unos trazos para el pintor, etc., y todos habrían partido de la misma referencia, pasada por el tamiz de la inspiración de cada cual. De algún modo las características de su disciplina habrían dado frutos diferentes, pero la esencia de su originalidad sería la misma.
»La versión original es, a mi modo de ver, una gran playa en la que cada individuo deja sus huellas sobre la arena. Los habrá que anden con paso moderado dejando un ligero rastro tras de sí, estarán los que den zancadas largas, los que corran haciendo su pisada honda, o los que anden en círculos, e incluso los que caminen de rodillas. Y también estarán los que anden paralelos a la orilla, creando caminos que serán borrados por el ir y venir de las olas del mar, mar que es la memoria y también el tiempo que avanza inescrutable, borrará las huellas y cuando estas no sean más que un recuerdo, o ni eso, mucho después, otros caminos y otros autores andarán sobre aquellas que fueron huellas en su día sin ser conscientes de estar repitiendo el proceso, hasta que las pisadas sean borradas de nuevo por el mar, y esto pasará una y otra vez, por siempre.
»Por toda la playa habrá caminos que se entrecrucen, huellas pisoteadas por otras. ¿Esas pisadas en común significan que alguien encontró y siguió, parcialmente o por completo, el camino de otro; o se entrecruzaron por puro capricho del destino ya que cada cual eligió su camino y modo? That’s the question.
—Muy interesante su teoría. Sin embargo, usted por un lado defiende la libre inspiración del autor pero también afirma, si no le he entendido mal, que no es necesario escribir más ya que no hay originalidad, que todo está inventado, digámoslo así.
—No le negaré que es contradictorio —la paradoja de Jiménez, de nuevo—. ¿Sabe que se dice que todo está escrito ya en el Quijote y que a partir de ahí se ha creado toda la literatura que conocemos?
—Pero no se puede dejar de escribir así por las buenas. Además, eso va en contra de sus intereses. ¿De qué iba a vivir entonces?
—De mi próxima novela: Versión original. Me alegra que me lo pregunte porque aquí ha habido mucha cháchara, pero yo he venido aquí a hablar de mi libro, ¿sabe usted?
—Eso no es original. Esa frase no es suya, y además es usted muy raro, con perdón.
—Francamente querida, me importa un bledo. Y tiene razón en que no es original, lo cual me da la razón. ¿Lo ve, periolistilla? Todos copiamos, aunque sea con una cita de la que no he mencionado al autor.
—Bueno, nadie es perfecto.
Una hora después acabó el acto y en un tono más íntimo y relajado, sin focos ni periodistas de por medio Mike se acercó a Alba.
—¿Tiene un minuto, periolistilla? Me ha parecido un tema muy interesante y creo que nos ha faltado tiempo. ¿Qué le parece si la invito a cenar y seguimos debatiendo?
—Aceptaría gustosa si no fuera porque ahora tiene que firmar ejemplares —respondió sarcástica Alba.
—Podemos obviar la sesión de firmas. Creo que esta novela pasará sin pena ni gloria —respondió Mike ante la multitud multiplicada por cero que aguardaba a tener el libro firmado.
Ante la previsible reacción de Alba, Mike pasó al plan B y alzó la mirada buscando a Pol, quien tomó la guitarra que escondía bajo el mostrador.
—Tócala otra vez, Pol —le indicó con un guiño. Y fue entonces cuando comenzaron a sonar los míticos primeros acordes de Sweet Child O’Mine, la canción favorita de Alba. Mike había hecho los deberes.
Alba ya había salido a la calle cuando la música llegó a sus oídos. Y tras ella llegó Mike, a lo Bogart, engalanado con la gabardina del todo a cien, y agarrando a Alba del brazo la invitó a caminar traspasando la niebla, que nuevamente hacía acto de presencia y no permitía ver nada a su alrededor más que sus propias sombras, y ante ellos los dos focos deslumbradores de una avioneta que, por el ruido, parecía comenzar a despegar transportando quizá a dos amantes con sus respectivos salvoconductos hacia la libertad. Pero, en realidad, el ruido de motor y las luces pertenecían al coche del agente de Mike, que no pintaba nada, tenía entradas para el partido de aquella noche y salía a toda prisa para no llegar tarde.
Alba había vuelto a soñar despierta, aunque en ocasiones como aquella era difícil discernir entre sueño y realidad.
—¿Sabe, Mike? Presiento que este es el comienzo de una hermosa amistad.
Y tras estas palabras ambos se adentraron cogidos del brazo en esa atmósfera pintada de gris niebla, regada de humedad por la lluvia y con el telón musical idílico de fondo hasta la próxima escena, original o no, quizá en casa de alguno de los dos, visionando pelis de serie ZZZ y brindando con un gaZZZzzpacho andaluZZZzz.
Vicente Mateo Serra
14/11/2021