Autor@: Carme Sanchis
Ilustrador@: Sonia del Sol
Corrector@: Carme Sanchis
Género: Negro
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Este relato es propiedad de Carme Sanchis y sus ilustraciones correspondientes son propiedad de Sonia del Sol. Quedan reservados todos los derechos de autor.
Las tres almas.
El agua fresca que viajaba por el río salpicaba la hierba que rodeaba su ribera. Las nubes jugaban con el sol, ocultando sus rayos calurosos. Los pájaros rozaban con sus alas el agua, volando de un lado a otro, robando gotas al río.
En la orilla, una tela a cuadros rojos y blancos cubría un trocito de tierra. Sobre ella había un par de vasos, una botella de vino y platos con restos de comida. Las hormigas ya formaban una fila para poder conseguir su diminuto banquete.
Una joven sentada en la hierba apoyaba su espalda en un árbol en flor. Su largo cabello mojado cubría sus pechos desnudos, que se movían con la música de su corta respiración. En unos segundos dejaría de ver el agua, dejaría de escuchar el canto de los pájaros. En unos segundos dejaría de sentir en su cuello los latidos incontrolables de su corazón y los dedos acusadores que lo rodeaban, apretándolo con fuerza para estrangularla.
Ilustración de Sonia del Sol
***
Cuando Javier entró en el despacho del Inspector, lo encontró sentado en su sofá con un frasco de perfume en sus manos. La pequeña botella tenía perfilada una mariposa de tonos carmesí, Vincent la acariciaba con los dedos.
–Disculpe, señor –expresó desde la puerta. El ayudante se inquietó al no recibir respuesta–. ¿Le ha pasado algo?
–El tiempo… –susurró– El tiempo pasa sin informar a nadie, sin pedir permiso. La mayor parte de tu vida no eres consciente de que se escapa. Pero, cuando te paras a comprobarlo, cae sobre ti, con fuerza.
–Lo siento, Vincent. Sé que se acerca el aniversario de la muerte de tus padres, pero debes animarte. Ya han pasado muchos años.
–Esta mañana he ido hasta su antigua tienda de manualidades. Recuerdo haber pasado toda mi infancia en ella. Ahora está gris, cubierta de polvo. He podido ver su interior a través de los viejos periódicos rotos que cubren los cristales. Nunca he sido capaz de entrar, a pesar de que tengo las llaves, porque todavía los puedo ver sonriéndome desde detrás del mostrador.
Los recuerdos llegaban a su mente uno seguido de otro: su décimo cumpleaños, el día en que se graduó, una excursión por la montaña, y aquel instante en que le dijeron que habían sufrido un accidente, su respiración bloqueada, su corazón paralizado y sus lágrimas contenidas a punto de saltar al vacío.
»No puedo fallarles, debo seguir investigando, debo encontrarles.
–En todos estos años no hemos conseguido ninguna prueba. Recuerdo aquel día tan bien como tú, sé que la información es inconsistente, pero, sino hemos encontrado nada hasta ahora, no creo que lo encontremos. Lo sabes tan bien como yo –por primera vez desde que Vincent fue ascendido a Inspector, Javier le tuteaba. Se sentía extraño, pero le conocía desde el primer día en el cuerpo, desde que un joven estudiante de sociología repartía el correo y preparaba cafés para los verdaderos policías. Le había cogido cariño y, a pesar de que la diferencia de edad era de unos 15 años, para él Vincent era como un hijo.
»No hay indicios de que no fuese un trágico accidente. De verdad lo siento, pero creo que deberías seguir adelante. Así lo querrían ellos.
Compartieron unos minutos de silencio, tiempo suficiente para calmar los nervios y dejar paso de nuevo a la cordura. El Inspector depositó el frasco de perfume sobre la mesita y se acercó a su escritorio. Tenían mucho trabajo por delante.
–Tienes razón, Javi. Pero seguiré investigando –sacó su libreta negra y preparó su estilográfica–. Adelante, sé que hay un nuevo caso, la comisaría está alborotada.
–Por supuesto, usted nunca descansa. Un hombre ha encontrado el cuerpo de una joven junto al río. Paseaba con su hijo cuando lo encontraron, pero no han sabido darnos más información, no vieron nada.
–¿Identificación?
–Su descripción concuerda con una de las fichas de desaparecidos. Concretamente con Lucía Vera, de 36 años. Su marido, Marcos Lobera, informó de su desaparición hace cuatro días.
–¿Posible causa de la muerte?
–El primer informe detalla que la víctima presenta equimosis y estigmas ungueales en el cuello, así como cianosis facial.
–Vamos, que tenía la cara azul –sintió los ojos de incredulidad de su ayudante–. Entiendo… Asfixia, una muerte lenta. El asesino debía sentir un profundo odio hacia esa mujer. De todos modos, la autopsia nos dará más información, así como el día exacto en que falleció.
–Por los detalles de la escena del crimen, parece que forcejearon. Los agentes han hecho un buen trabajo de investigación, pero si quiere, podemos ir hasta allí para seguir buscando pruebas. El juez todavía no ha ordenado el levantamiento del cadáver.
–No, que hagan su trabajo. Prefiero ir a hablar con su marido, puede que tenga algunas pistas que darnos.
–De hecho, cuando el marido informó de su desaparición, expresó repetidas veces que su mujer nunca se alejaba de casa y, que se temía lo peor.
–Recuerdo a aquel hombre, el agente Matías me pidió ayuda porque no podía controlarlo. Tenía una barba espesa y olía bastante raro, como a bosque –el Inspector hizo una mueca, y Javi soltó una carcajada.
–Marcos Lobera tiene un pequeño herbolario en la calle de las Flores. Todavía no le hemos informado del descubrimiento.
–Perfecto, así podré observar su reacción, me encanta hacerlo. Y de paso, que me de algún remedio para está maldita jaqueca –sacó de su pitillera un cigarrillo y lo encendió con una larga calada.
–Estoy seguro de que el tabaco no ayuda, Vincent.
–Bah, tendremos que arriesgarnos. Venga, prepárate, te vienes conmigo.
***
A unos pasos de la puerta del herbolario, el fuerte olor de la mezcla de cientos de hierbas llegó hasta el Inspector y su ayudante. Era un aroma salvaje, como si la ciudad se convirtiese, en aquel pequeño lugar, en el centro de una frondosa selva, naturaleza en estado puro. Vincent nunca había entrado en un herbolario, así que no podía imaginar lo que encontraría. Siempre había pensado que las plantas solo servían para decorar macetas, para hacer más bonita una habitación vacía.
Al abrir la puerta, un carillón de viento con hojas y mariposas de aluminio emitió un sonido agradable, avisando al propietario de que entraban nuevos clientes. Vincent observó con asombro el establecimiento. Los estantes estaban repletos de pequeñas bolsas con hojas secas, semillas y raíces, de toda clase de plantas diferentes. Había botellines con aceites, tarros de miel, pastillas de jabón de colores y frascos de colonias naturales. Y, para acompañar el fuerte olor, una barrita de incienso se consumía sobre una mesa en el centro de la estancia.
Mientras observaban la habitación, apareció el hombre con la barba espesa. Marcos tenía 42 años, y era tan corpulento que su espalda era casi tan grande como la de Vincent y Javier juntos. Tenía el pelo rizado de color azabache, unido a la barba por unas grandes patillas.
–¿En qué puedo ayudarles?
–¿Señor Lobera? Soy el Inspector Vincent Barrett.
–No me lo diga, lo sé… Lucía se ha ido.
–Hemos encontrado su cuerpo sin vida junto al río –confirmó Javier.
–Se fue hace varios días, lo sentí. Sentí que se escapaba de nuevo –agachó la cabeza y dio media vuelta. Se sentó en una silla que tenía al otro lado del mostrador–. Mi pobre Luci, cada vez se va más pronto.
–¿Disculpe? ¿Qué quiere decir? –preguntó el Inspector.
–Recuerdo haber sentido escaparse de mis manos a mi querida compañera de vida decenas de veces. ¿Usted sabe lo difícil que es vivir sabiendo que se va a ir?
–¿Estaba enferma? Cuando informó de la desaparición no nos dio esa información.
–No, maldita sea. Su alma está enlazada con la mía. Hemos viajado durante cientos de años de cuerpo en cuerpo, de país en país, a través del tiempo. Viviendo siempre juntos, uniéndonos una y otra vez a pesar de las diferentes circunstancias.
–Me parece que no entiendo lo que quiere decir, señor –más bien, Vincent no creía en historias de almas ni destinos.
–Nadie lo entiende. Pero, sé que en nuestro último encuentro fui su hija, lo he soñado miles de veces. Sé que ella era mi madre y la asesinó su segundo marido. Entiendo que algunas personas no lo comprendan, que no sean capaces de entender cómo funciona todo esto, pero yo sé que es real.
–A ver, ¿quiere decir que en otra vida usted fue su hija? ¿Cómo es posible?
–No somos más que simples almas viajeras, cambiando de cuerpo y morada de forma aleatoria. Nuestras almas tienen el destino de estar siempre juntas, de unir nuestras vidas una y otra vez. Y aunque sé que ese mismo destino nos separa cada una de las veces, sigo intentando salvarla. No puedo dejar de intentarlo.
–Perdóneme, señor. Pero supongo que no tengo los conocimientos necesarios para entenderle. Siento su pérdida, en eso sí tengo experiencia –añadió con tono solemne.
–Bah, ahora solo cabe esperar que mi cuerpo perezca y volvernos a encontrar en otro lugar –se levantó con la intención de ir a la parte trasera de la tienda, detrás de una cortina hecha con semillas de colores.
–Un momento, Marcos –apuró Vincent–. ¿Conoce algún posible culpable?
–No, señor. Sé quién es el culpable, siempre lo ha sido. En este caso, podéis encontrarla por el nombre de Julia Pradell. Ella es quien siempre separa nuestras almas. Ha trabajado en esta tienda hasta el día en que desapareció mi Luci, desde entonces, no la he vuelto a ver.
–En ese caso, ¿cree que su empleada ha asesinado a su mujer? –Preguntó agitado Javier.
–Esa maldita enferma molestaba constantemente a Lucia. Siempre que tenía tiempo libre iba a mi casa para ver a mi mujer. Creo que la envidiaba, por estar casada, tener una casa bonita, no tener que trabajar. Ya saben, una solterona como ella necesita ese tipo de cosas, y un hombre, por supuesto.
–¿Era su amante? –lanzó Vincent sin contemplaciones.
–Por el amor de dios, ¿cómo se atreve? Yo adoro a mi Luci, jamás podría engañarla. Pero, Julia se me insinuaba constantemente. Pensé en echarla varias veces, pero mi mujer me suplicaba paciencia.
–Y, ¿por qué cree que es culpable?
–Supongo que al final no ha podido controlar los celos. Ella es el alma oscura que nos sigue vida tras vida, la que nos condena a separarnos.
–Entonces, ¿por qué permitió que trabajase aquí? –preguntó Javier sorprendido.
–Porque así es esta historia, por mucho que quiera deshacerme de ella, nos hubiese encontrado de otro modo –Vincent anotó aquella acusación en su libreta.
–A ver. Dice usted, que sabe que ha sido ella. ¿Acaso tiene pruebas que lo confirmen? –preguntó el Inspector, incrédulo.
–No me hacen falta para saberlo. Pero tranquilos, no habrá ido muy lejos. Estará refugiada en su bosque, calmando su rabia con la naturaleza. Maldita bruja.
–Estaremos en contacto con usted, señor Lobera.
–Una última información, Inspector. Desde aquí puedo oler el hedor del perverso tabaco –le acercó una bolsita, mientras Vincent lo observaba con las cejas arqueadas–. Le aconsejo que mastique raíz de jengibre, estoy seguro de que le calmará la ansiedad por un nuevo cigarrillo.
–Es curioso que pueda oler nada con ese maldito incienso acompañando al resto de plantas, pero gracias por el obsequio. Puede que lo pruebe más tarde. Buenos días.
Se guardó el paquete en el bolsillo y salieron del herbolario. El contraste con el olor de la calle era extraño, los dos se sentían un poco mareados.
–¿Qué opinas, Javi?
–Parece que necesita unas vacaciones.
–O un corazón. Por mucho que crea en esa historia de las almas, debería mostrar al menos algún signo de dolor por la muerte de su mujer. No entiendo cómo puede mostrarse tan sereno, tan cínico culpando a su empleada sin pruebas.
–Señor, yo no creo en esas cosas de almas, pero mi mujer sí. Ella siempre dice que el alma te permite vivir aventuras, viajar por el tiempo, estar presente en cada acontecimiento. Supongo que si tuviese que creer en algo, sería en eso. Al menos parece un destino agradable.
–Entiendo, es una creencia como cualquier otra. Pero, ¿es posible que sepa que en una vida pasada estuvieron juntos? –preguntó con escepticismo el Inspector.
–¿Es posible que todos los dioses a los que adoran en el mundo existan al mismo tiempo y se pongan de acuerdo sobre cuál es el verdadero? –Vincent se acercó a él y se llevó el dedo índice a los labios.
–Será mejor que bajes la voz y cambiemos de tema. No tengo ganas de terminar en el calabozo de nuestra comisaria. He odio que se duerme muy mal.
–Perdone, señor. Hablar de política y religión siempre es de mala educación –respondió Javier como si fuese una canción.
–Deberíamos volver y buscar la dirección de esa mujer. Esperemos que no esté en el bosque como dice Marcos, no tengo ganas de buscarla entre los árboles.
***
La casa de Julia Pradell estaba situada en el bosque. Era una pequeña cabaña de madera, rodeada por un amplio jardín con infinidad de plantas diferentes, y un huerto en la parte trasera. En la parte derecha había un pequeño vallado interior con animales.
Cuando Vincent llegó, un labrador con el pelo dorado se acercó hasta él y lo olisqueó. Acarició su hocico y le dio unas palmaditas en la cabeza. Más tarde maldeciría su muestra de cariño, porque desde ese momento no pudo quitárselo de encima.
Encontró a la mujer en el huerto, rodeada de hortalizas brillantes y hojas verdes bañadas por el agua. La mujer vestía unos pantalones anchos y una camiseta manchada de pintura. Su largo pelo dorado, encrespado por los rizos, estaba recogido en el lado izquierdo por una gran trenza desgreñada, acompañada por una pluma negra a su fin; mientras el resto del cabello permanecía suelto, decorado con algunas cuentas púrpuras. Su piel era de un tono muy claro, y cientos de pecas cubrían su cuerpo. Pero sin duda, lo que más llamaba la atención eran sus ojos verdosos, rodeados por unas intensas ojeras que masacraban su imagen. Era más bien baja y le sobraban demasiados quilos. Se acercó hasta él con una sonrisa desganada, mientras se frotaba la nuca con la mano derecha.
–Buenas tardes, señor. ¿En qué puedo ayudarle?
–Buenas tardes. Soy el Inspector Vincent Barrett. Espero no molestarle con mi visita.
–Adelante, acérquese. ¿Le gustan los tomates? Puede coger unos cuantos.
–Gracias, tiene un huerto muy bonito. Estoy seguro de que debe ser un lugar de relajación magnífico. Pero, debo darle una mala noticia.
–Han encontrado a Lucía, ¿verdad?
«Parece que todo el mundo está informado, no sé para qué demonios trabajo –pensó Vincent»
–Así es, hemos encontrado su cuerpo sin vida junto al río –la mujer cayó de rodillas, las lágrimas se agolparon en sus ojos verdosos–. Lamento la pérdida, señorita Pradell. Sé que eran buenas amigas.
–Pobre Luci, era un encanto, siempre atenta con todo el mundo.
–Verá, me gustaría ser sincero. Alguien nos ha asegurado que usted es la culpable del asesinato de Lucía, por eso estoy aquí.
–¿Alguien? No se ande con enigmas. El chiflado de mi jefe cree que he sido yo. Estoy harta de sus locuras.
–¿Ha tenido problemas con él?
–Siempre me está explicando su maravillosa historia. Cree que Lucía es el amor de su vida, que su destino es estar con ella para siempre, a través del tiempo. Mil veces ha jurado que la seguiría al fin del mundo, pero ni siquiera era capaz de saber lo que ella deseaba.
–¿Cree que tenían problemas en su relación? –preguntó el Inspector.
–Creo que pasaban demasiado tiempo pensando en sus almas, en sus vidas pasadas, en viajar por el tiempo, en que algo malo iba a llegar. Luci me explicaba muchas veces que tenía miedo, que sabía que le iba a pasar algo. De hecho, ni siquiera quería salir de casa.
–Pero aquel día salió. ¿Con quién cree que podía estar junto al río, Julia? –La mujer parpadeó repetidas veces. Unas gotas de sudor aparecieron en su frente y su respiración se aceleró– Por favor, necesitamos toda la información que pueda darnos.
Permanecía arrodillada en el suelo, manchando su ropa con el barro del huerto. Todavía temblaba por los nervios.
–Le juro que yo no la maté. Habíamos salido aquel día. Hacía tiempo que íbamos a comer al río, lejos de la ciudad y sus líos. Allí podíamos hablar tranquilamente, y Lucía se sentía segura. Pero, yo no la maté.
–Encontramos señales de una discusión.
–Cuando me fui, ella estaba acostada junto a un árbol. Tenía que irme a trabajar, pero me dijo que prefería quedarse un poco más. Me fui con mi bicicleta al herbolario, y al día siguiente, Marcos informó de la desaparición. No volví a acercarme a esa tienda.
Vincent no sabía qué pensar. Por una parte, Julia parecía mucho más afectada por la muerte de Lucia que su propio marido, pero había estado con ella justo antes de la muerte. Y, el marido parecía muy convencido de que era culpable, más allá de su historia de las almas, odiaba a su empleada.
–¿Por qué se llevan tan mal usted y el señor Lobera? –observó la duda durante unos segundos en el resto de la mujer, mientras se ponía en pie con su ayuda.
–Él no quería que me acercase a Lucia. Era muy acaparador, no soportaba que ella pudiese compartir nada conmigo. Trabajaba allí porque necesito el dinero y, como ve, me encantan los remedios naturales. Poco después de empezar a trabajar, Marcos me presentó a Lucia. Nos hicimos amigas de inmediato, y al él no le gustó en absoluto.
–Pero usted y la señora Vera se veían regularmente. Supongo que a escondidas de su marido, puede que eso lo cabrease.
–No, no sospechaba nada. Luci le decía que iba a casa de su tía a darle de comer, pero hacía años que su tía había muerto. Y, por otra parte. No sé muy bien cómo explicarlo… –la mujer agachó la mirada y se limpió un poco la suciedad de los pantalones– Marcos me propuso un par de veces mantener relaciones carnales, pero jamás accedí. Tenía que soportar sus miradas, sus desprecios cuando me llamaba solterona.
–¿Lo sabía Lucia? –maldito mentiroso, dijo que jamás la engañaría; recordó el Inspector.
–Tuve que decírselo, sabía que algo me pasaba, y a ella no le pude mentir. Le molestaba que me hiciese daño, pero no le importaba en absoluto el engaño. A partir de ese momento se sentía menos culpable por vernos a escondidas en el río.
Vincent repasó su libreta. El marido había informado de la desaparición, al parecer, poco después de la muerte de Lucia. A partir de ese día, Julia había dejado de ir a trabajar; así que Marcos y ella no se habían vuelto a ver. Además, el día del asesinato las dos mujeres estaban comiendo juntas, y el marido no tenía ni idea de que fuese así, o al menos, eso suponían ellas. En ese caso, la última persona que había estado con la mujer asesinada había sido Julia.
–Señorita Pradell, me gustaría ser sincero con usted. El día en que asesinaron a Lucia estaban comiendo juntas, justo en la escena del crimen. Afirma que Marcos no sabía nada de sus encuentros, por tanto, usted se convierte en la sospechosa principal. ¿Lo entiende?
Sus ojos se volvieron a llenar de lágrimas y su piel empalideció, a pesar de lo blancuzca que ya era. Debía llevarla a la comisaria, detenerla para evitar una posible fuga, pero no tenía muy claro si era culpable. No había pruebas sólidas en aquel caso, y todos parecían esconder más de lo que mostraban.
»Acompáñeme, por favor. No hará falta enmanillarla, seguro que cooperará.
–Por supuesto, soy inocente. Iré donde usted me pida, pero prométame que buscará al verdadero culpable.
–Haremos justicia.
***
Vincent fumaba un cigarrillo junto a la ventana de su despacho cuando Javier llamó a su puerta. Ya habían pasado varios días desde que encontraron el cuerpo de Lucia Vera, y la autopsia había confirmado lo evidente: había sido asesinada por asfixia. El asesino había golpeado repetidas veces a la víctima, antes de empezar a estrangularla. Una vez aturdida por los golpes y tumbada en el suelo, rodeó su cuello con las manos, presionando con sus pulgares su delicada tráquea. La uñas se habían clavado en su piel, creando estigmas ungueales. La presión ejercida por sus manos comprimió las arterías carótidas, impidiendo al cerebro abastecerse de sangre. Finalmente, su tráquea cedió, y el aire dejó de llegar a los pulmones. Su rostro se tiñó de un tono azulado. Y quedó tendida junto al árbol, totalmente desnuda, esperando a que alguien fuese a buscarla.
Ilustración de Sonia del Sol
«Tanto Marcos como Julia podrían haber ejercido toda la fuerza necesaria para golpear a Lucía y estrangularla. Pero, ¿quién de los dos fue? Uno de ellos miente…», pensaba el Inspector mientras le daba más vuelta a las pocas pruebas que tenía. Habían interrogado a los dos sospechosos, pero no había sacado más información. El comisario había ordenado que se juzgase a Julia con las pruebas que tenían, para él eran más que suficientes: estaba en el lugar del suceso, tenía un móvil y todas las pruebas la incriminaban. Pero Vincent no estaba de acuerdo, no tenía nada clara su culpabilidad.
–Disculpe, Inspector. El señor Lobera pide hablar con usted, quiere proponerle una cosa.
–Que pase, por favor.
Marcos parecía un hombre totalmente diferente. Se había peinado elegantemente, y vestía un traje oscuro, con una corbata de color escarlata. La espesa barba que tanto le caracterizaba, había sido afeitada, junto a las espesas patillas. Incluso olía diferente. Se acercó hasta el escritorio de Vincent y se sentó frente a él.
–Buenos días –le tendió la mano.
–¿A qué se debe su visita, señor?
–Quiero hablar con Julia, antes de que la juzguen. Quiero hacerle algunas preguntas, saber por qué lo hizo –a Vincent no le gustó nada aquella afirmación. No podía parar de pensar que todo estaba siendo muy precipitado, y su apremio le recordó que no quedaba tiempo.
–No estoy seguro de que sea una buena idea. Pero, si quiere hacerlo, deberá permitir que esté presente en todo momento.
–No me importa, así escuchará su declaración.
–Está bien, sígame.
Julia estaba en el calabozo de la comisaria, en aquel sitio frío con lechos duros e higiene inexistente. Su cabello permanecía igual que el día en que la llevó allí, pero estaba sucio y daba un toque grasiento a su rostro. El barro de sus pantalones, aquel que había aplastado al caer de rodillas, estaba seco y se desprendía de ellos a cada pequeño movimiento, cubriendo el suelo de arenilla. Sus ojos estaban rojos, y el hedor del sudor la envolvía.
–Señorita Pradell, el señor Lobera ha venido a visitarla. Le gustaría hablar con usted un par de minutos –la mujer arrugó la nariz y echó una mirada de rabia hacia el herbolario.
–No tengo nada que hablar con ese desgraciado.
–Puede que esta sea su oportunidad de hacer justicia –susurró Vincent.
–Está bien, acepto.
–Pues, ya puede empezar con sus preguntas, señor.
–¿Ni tan solo va a salir de su celda? ¿Tampoco puedo entrar yo?
–Lo toma o lo deja, el tiempo corre, y no puede estar aquí más de cinco minutos.
–Está bien. Seré claro. Pronto se sabrá toda la verdad y pasarás el resto de tu vida sufriendo por remordimientos, Julia –la mujer observaba con curiosidad su ropa, su rostro. Seguramente pensaba lo mismo el Inspector, ¿por qué demonios ha cambiado tanto?
–No tengo nada por lo que arrepentirme. Yo siempre estuve al lado de Lucía, en las buenas y en las malas. Jamás le mentí, jamás le fallé. ¿Puedes decir lo mismo?
–Luci solo estaba contigo por pena, asúmelo. Pobre solterona, me decía siempre, jamás encontrará a nadie que la quiera.
Vincent podía sentir la tensión entre las dos partes, cada uno mantenía su versión dela historia. Pero, ¿cuál era la cierta?
–Acéptalo, estúpido. Ya te lo dije una vez y te lo repito ahora, aunque sea lo último que diga. Lucía me eligió a mí, me prefería a mí, por eso te engañaba. Por eso salía de casa para estar conmigo.
–Maldita zorra. Espero que te acuerdes de mi cara cuando te den garrote.
Marcos dio media vuelta y se fue directo a la puerta del calabozo, que guardaba un agente, decidido a terminar de ese modo el diálogo. No podía creer que hubiese pronunciado aquellas palabras, no creía que un alma tan pura como la que él decía tener pudiese hablar así.
–Discúlpeme, señorita. Volveré más tarde. Siento haberla hecho pasar por esto.
Vincent salió tras él, esperando que siguiese en la comisaria para poder hablar. Y así era. Le esperaba en su despacho, sentado de nuevo en la silla. Tamborileaba con sus dedos sobre la mesa, emitiendo una música rápida.
–¿Podría traerme una taza de café? Necesito beber algo.
–Por supuesto –El Inspector preparó dos tazas, y las llenó del café que le quedaba. No estaba recién hecho, pero tampoco estaba frío–. ¿Le gusta con azúcar?
–Utilizo un edulcorante natural –sacó un frasquito de su chaqueta y precipitó un chorro largo en el café–. Es mucho más bueno así. ¿Ha probado ya lo que le di?
–Pues no, la verdad. Seguiré fumando por un tiempo…
–Sé que no ha estado bien decirle lo del garrote a Julia, pero quiero que tenga miedo, el mismo miedo que sintió mi Luci antes de morir –dio un gran sorbo de café e hizo una mueca, como si siguiese agrio–. Usted no entendió nuestra historia de las almas, pero quiero que intente entender. Somos tres almas unidas por el destino. Hemos viajado por el tiempo, por el mundo y siempre ha terminado todo igual. Dos almas unidas por amor, y una tercera que termina con todo. Durante mucho tiempo advertí a Lucía de que algo malo pasaría, y así fue –soltó un nuevo chorro del líquido edulcorante y dio un nuevo sorbo–. Cuando conocí a Julia me gustó su entusiasmo, siempre quería aprender cosas nuevas, y me enseñaba otras que yo desconocía. Pero, pronto descubrí que ella nos separaría, que nos alejaría. Nuestras almas están destinadas a estar juntas, me decía a mí mismo. Entonces, ¿cómo es posible que las cosas no vayan bien? –las manos le empezaron a temblar fuertemente– Sabía que Lucia me estaba engañando, pero no podía imaginar que se iba con ella. Su maldita tía estaba muerta, ¡muerta! ¿Cuánto tiempo me engañó? ¿Cuántos años llevaba escabulléndose para verla? –Empezó a sudar, tenía la frente brillante y un par de gotas resbalaban por su cuello– Pero yo no lo sospechaba, solo fui capaz de verlo cuando Julia me gritó: ¡Su alma es mía, mi alma es suya! ¡Tú eres la tercera alma, el alma negra! –sus pupilas estaban muy dilatadas, y su respiración se aceleraba cada segundo un poco más– Entonces me di cuenta, Lucía la había elegido a ella. Su alma pura había elegido a Julia, y así habría sido en otras vidas, y así sería en las siguientes. Yo era el alma oscura –se terminó el café, y lanzó un poco más de líquido en la taza. Tenía un color oscuro, lo bebió de un trago–. El alma oscura debe terminar con todo, y así lo hice. Fui hasta el río, las encontré. Esperé escondido, escuchando su conversación. No podía soportar verlas allí, traicionándome. Cuando estaba a punto de salir de mi escondite, Julia cogió su bicicleta y se marchó. Entonces lo vi… –la voz le dio un salto, por un momento parecía que se hubiese quedado mudo– Entonces lo vi claro, debía acabar con ella, allí, justo en su lugar secreto. La sorprendí, la golpeé. La desnudé, la tiré al río. Se resistió, mucho más de lo que pensaba que se resistiría. Cuando su espalda chocó contra el tronco del árbol, pareció desmayarse –sus manos se movían con golpes, agitadas por espasmos–. La tumbé en el suelo, apoyada en el tronco. Rodeé su cuello, aquel que tantas veces había besado, y apreté. Apreté hasta que empezó a darme patadas. Apreté hasta que vi que se le ponía la cara azulada. Apreté hasta que dejó de respirar –Vincent le miraba con espanto, por su relato y por las convulsiones que recorrían su cuerpo–. ¿Sabe lo último que hice? La besé, le robé el último de sus besos.
Marcos Lobera se quedó en silencio. Movía los labios, abría y cerraba la boca pero no podía hablar. De sus ojos salían lágrimas, y su rostro estaba lleno de sudor. A penas podía respirar y su último aliento lo utilizó para sacar de su bolsillo una carta. Golpeó su cabeza en el escritorio y quedó inmóvil para siempre. El frasco que guardaba en su chaqueta estaba lleno de Belladona, y la dosis que había tomado era suficiente para provocarle todos aquellos síntomas, y el último, la muerte.
En aquella nota, se declaraba culpable y narraba la historia tal y como lo acababa de hacer. Julia sería declarada inocente, pero como Marcos le había dicho, sufriría toda la vida por el remordimiento. Cada vez que recordase su lugar secreto, cada vez que recordase aquel momento en que orgullosa le confesó que Lucía y ella se veían a escondidas. Pero, creyese o no en almas, lo cierto es que en aquella vida ella era inocente, y él, culpable.
Carme Sanchis