Autor@: Jesús Rodríguez
Ilustrador@: Daniel Camargo
Corrector/a: Carme Sanchís
Género: Relato
Este relato es propiedad de Jesús Rodríguez, y su ilustración es propiedad de Daniel Camargo. Quedan reservados todos los derechos de autor.
El fin del mundo.
– ¿Cómo es posible que no funcione? –preguntó Pablo consternado.
– ¡No lo sé, los cálculos son exactos, esto no tiene sentido! –respondió Diego sorprendido.
Todo había comenzado el día que, Diego, Pablo y Alex, tres investigadores con once años de experiencia, “desde que nacieron”, decidieron crear una máquina para la fabricación y posterior distribución de nubes gordas y negras cargadas con mucha agua. Su idea, les proporcionaría grandes beneficios. Venderían nubes a los Emiratos Árabes y convertirían los desiertos de estos países en fértiles campos, capaces de producir tanta fruta y hortalizas, como para acabar con el hambre en el mundo.
En el garaje de la casa de Alex, se reunían todos los días de aquel verano. En un rincón tenían un baúl que los padres pensaban restaurar, los tres investigadores se habían adueñado de él para guardar sus tesoros.
Todos sus misteriosos proyectos. Los planos de la caseta del árbol, el trineo propulsado por el motor de la vieja lavadora y, muchos otros, habían quedado en el fondo del mugriento baúl. Ahora lo único que importaba era… LA MÁQUINA.
Pablo había llevado de su casa una vieja cacerola que su madre ya no usaba y no echaría en falta. Diego consiguió un embudo metálico muy grande, lo tenía su abuelo del pueblo en el desván de la vieja casa. Alex tenía la misión más importante, debería conseguir un artilugio que les proporcionara una fuente de calor suficientemente potente como para conseguir la ebullición y posterior evaporación de gran cantidad de agua. Tal encargo le trajo loco durante no menos de… cinco minutos.
– ¿Cómo no me habré dado cuenta antes? -Se preguntó Alex entusiasmado por su brillante idea-. ¡El fogón de la paellera!
En la entrada del garaje y sobre unos ladrillos, colocaron perfectamente nivelado el fogón, sobre este, la vieja cacerola llena de agua. Ahora había que colocar el embudo sobre esta con el pitorro hacia arriba y, había que sellarlo todo alrededor para evitar que el vapor se perdiera. En el cajón de las herramientas de su padre, Alex encontró un carrete de cinta americana.
– ¡Perfecto, esto lo sellará! –gritó Alex mientras corría hacia sus compañeros, seguro de llevar la solución en su mano.
Todo estaba preparado para el experimento. Encendieron el fogón de la paellera y se quedaron mirando sentados en el suelo alrededor del fuego.
– ¿Qué estamos haciendo? –gruñó Diego enfadado al darse cuenta de la tontería que estaban haciendo-. ¿Es que somos tontos o qué? ¿Cómo vamos a recoger la nube? ¡No tenemos dónde meterla!
Alex y Pablo se quedaron sin habla. Tenían la máquina y estaban seguros de que funcionaría pero… ¿Para qué servía si no podían empaquetar las nubes para mandarlas a los Emiratos?
Pasados dos interminables minutos, a Pablo se le iluminó la cara.
– ¡Lo tengo!
Al instante, los tres se rascaban los bolsillos en busca de alguna moneda. Tenían que ir al bar del pueblo que tenía un pequeño quiosco, para comprar unos globos.
De regreso colocaron uno en el extremo del embudo y una vez más encendieron el fuego. Se quedaron sentados, expectantes, a la espera de que el globo se hinchara capturando la nube.
– ¿Cómo es posible que no funcione?
Ilustración de Daniel Camargo
Los años de colegio pasaron y aquellos tres investigadores siguieron sus caminos.
Diego estudió ingeniería industrial especializándose en Arquitectura Bioclimática. Una vez finalizados sus estudios, los completó con un máster en Energías Renovables y Medio Ambiente.
Pablo se hizo meteorólogo. En su currículum figura un máster en Geofísica y Meteorología. Ha publicado estudios sobre meteorología espacial, estos abalados por La Fundación Nacional de la Ciencia de Estados Unidos. A día de hoy lleva varios años colaborando en las investigaciones programadas por esta fundación.
Alex orientó sus estudios en torno a la biología. Tiene un máster en biología agraria y acuicultura. También ha realizado un máster en Bioingeniería (aplicaciones industriales, alimentarias y médicas) y un máster en Agrobiotecnología y en Biología Celular y Molecular.
Los tres siguieron siendo buenos amigos. Por sus estudios, trabajos y obligaciones pasaban largos períodos de tiempo separados, aún así, nunca perdieron el contacto. Un día de tantos en los que se reunían, Pablo les contó que se iba del país. Le habían ofrecido un trabajo de investigación. Los árabes habían decidido estudiar la forma de controlar la meteorología para hacer sus tierras más fértiles.
– Anda hombre, déjate de tonterías –dijo Alex en un tono de incredulidad-. Eso no puede ser cierto.
– No solamente es cierto…–afirmó Pablo tajantemente-. Sino que además me permiten formar mi propio equipo, les he mandado un anteproyecto y lo han aceptado.
– Y ¿Qué o a quién necesitas para ese proyecto? –Preguntó Diego interesado.
– A vosotros dos –afirmó Pablo -. Vamos a construir una fábrica de nubes en la costa, a unos doscientos kilómetros de Abu Dabi. Todo aquello es desierto y pretenden convertirlo en un vergel.
Diego trabajaba en el estudio de un compañero de carrera, este había seguido los pasos de su padre pero, el estudio no funcionaba como en aquellos tiempos, lo cierto es que no tenía mucho que perder.
Alex había conseguido un trabajo de esos que solamente coges por la necesidad de comer. Era el encargado de control de calidad de una planta potabilizadora.
Las cosas no podían ir mejor, antes de que la carne estuviera al punto, los tres ya habían decidido el rumbo que tomarían sus vidas.
El vuelo a los Emiratos tomaba tierra en el aeropuerto de Abu Dabi a las dos del medio día hora local. Un coche de la empresa les recogió y les condujo al hotel propiedad de sus nuevos jefes. Se alojarían en él durante el tiempo que durara el proyecto.
Todo estaba dispuesto. El chofer les puso al corriente de los pormenores. Los directivos de la empresa les recibirían al día siguiente a las diez de la mañana, hasta entonces, disponían de su tiempo. El chofer estaba a su disposición para lo que precisasen, era su cometido, les serviría de guía y sería el encargado de sus desplazamientos durante su permanencia en el país.
Se quedaron en el hotel. Los tres se reunieron en la habitación de Pablo, pidieron algo de comer y se prepararon para una larga tarde de trabajo, tenían que estudiar los pormenores de la reunión del día siguiente. A las dos de la madrugada Diego y Alex se retiraban a sus respectivas habitaciones. Todo estaba correctamente estructurado, la reunión sería un éxito.
A las nueve de la mañana su chofer estaba en la puerta del hotel con el coche dispuesto para conducirles a las oficinas principales de la empresa. Una vez en esta, un guardia de seguridad les acompañaba hasta una gran sala donde deberían de esperar hasta ser llamados. Al fondo de la instancia había dos grandes puertas, al rato, se abrieron dejando ver una larga mesa. El presidente, los directivos y los asesores estaban sentados en torno a ella.
La primera impresión les produjo una sensación similar al pánico. Según fue avanzando la reunión, la tensión se fue disipando y al final de esta, los tres salían gratamente impresionados por la disposición de sus nuevos jefes. No les ponían límites económicos, ni estrictas directrices a seguir. Eran libres para investigar y desarrollar sus ideas.
Esa noche les invitaron a cenar en el mejor restaurante de la ciudad. Dos directivos, un consejero y el propio presidente cenarían con ellos. Durante el transcurso de esta, hubo un pequeño lapsus de tiempo en el que sus mentes se trasladaron al garaje de Alex. Ahora sí conseguirían hacerla funcionar.
Dos largos años hicieron falta para que todo estuviera a punto.
Alex estudiaba la forma de separar ciertas partículas volátiles encontradas en el agua de mar, de lo contrario, serían transportadas por las nubes y no permitirían hacer fértiles las tierras. También procuraba la forma de añadir ciertos componentes como fertilizantes químicos, etc. Su fin, era conseguir unas nubes cargadas con todos los nutrientes que aquellas tierras precisaban para convertirse en terrenos de cultivo.
Pablo investigaba las corrientes eólicas de la zona: su intensidad, dirección, frecuencia, etc. Debería conseguir que las nubes tuvieran la densidad y temperatura necesarias para hacerlas descargar en el lugar y momento adecuados.
Diego se ocupaba de construir lo que él llamaba: “la gran cacerola”. Construyó una planta potabilizadora. Unas inmensas turbinas propulsadas por energía nuclear bombeaban el agua de mar a unos grandes depósitos. De estos, el agua salía libre de sales, partículas no deseadas y demás sustancias innecesarias para su fin. Unas inmensas palas accionadas por unos potentes motores, revolvían el agua mezclando las sustancias químicas y fertilizantes que se precisaban para transformar aquellas áridas tierras en campos de cultivo. A no más de cien metros de estos, se elevaban, dentro de un parque circular, chimeneas de acero de ochocientos metros de altura. Estas torres se dividían en tres compartimentos. En la zona baja, se encontraba la cámara de combustión. Potentes quemadores calentaban el agua que procedente de los grandes depósitos, se albergaba en el segundo compartimento, la cámara húmeda. Desde esta, el agua ya evaporada se mandada al exterior.
El día 21 de Junio del 2010 todo estaba preparado. El presidente de la empresa sería el encargado de cortar la simbólica cinta que anunciaba una nueva etapa para su país.
Dos días más tarde, las condiciones climatológicas eran las adecuadas y la planta comenzó a producir nubes cargadas del maná que las tierras precisaban. El experimento fue un éxito, durante meses y en los días en que la climatología lo permitió, se fueron regando los campos y estos agradecidos comenzaron a dar sus frutos. Lo que era un desierto se convirtió en un vergel.
El día 15 de Agosto del 2011, un año y casi dos meses después de poner a funcionar la planta, Pablo se encontraba estudiando las condiciones meteorológicas. Comenzó a darse cuenta de que algo muy malo estaba sucediendo. Nada tenía sentido, los ciclos climáticos estaban cambiando y esto le alarmó. Lo que ya había temido, aunque lo había callado, estaba sucediendo.
Al alterar el ecosistema de la zona convirtiendo una zona seca y muy calurosa en otra fértil y de temperaturas suaves, la humedad relativa de la zona cambiaba, las temperaturas sufrían drásticas alteraciones. Esto era tremendamente peligroso. En consecuencia todos los ciclos meteorológicos del planeta se alteraban haciendo chocar frentes fríos con cálidos que se encontraban situados donde no debían estar si se siguiera el ciclo natural. Esto ocasionaba choques isobáricos que llegaban a producir grandes tifones, maremotos y todo tipo de catástrofes. Exceso de frío en lugares que no corresponden, demasiado calor en otros que hoy son fríos. Los polos se derretían inundando todo, los volcanes entraban en erupción. Todo se destruía, la tierra quedaba cubierta por el mar y toda vida desaparecía.
Había que tomar serias decisiones. A los pocos días Estados Unidos daba la alarma. Se convocó una cumbre internacional con el fin de dar solución al inminente desastre.
Meteorólogos de todo el mundo se reunieron. Los días pasaban y no se encontraban soluciones. Las noticias cada vez eran más alarmantes.
Pablo, Diego y Alex estaban al frente de las investigaciones. Desde los laboratorios centrales de la Fundación Nacional de la Ciencia de los Estados Unidos saldrían las propuestas hacia la Casa Blanca; donde el gabinete de crisis y el presidente de los estados unidos, se reunían con los más altos mandatarios de todo el mundo.
La planta estaba cerrada desde hacía dos meses, ya no era necesaria. La climatología de la zona ya había cambiado y era la propia naturaleza la que decidía regar aquellas tierras.
Las noticias, cada vez más alarmantes, llegaban a sus oídos.
– Escuchad lo que dicen de Galveston, Texas. –Comentó Alex angustiado-. Según parece, un huracán de fuerza 6 provocó entre 18.000 y 22.000 víctimas. Increíble, ¡es la mayor catástrofe natural de la historia de los EE.UU!
– ¡Pablo, nos avisan de otro huracán en los cayos de Florida! –Comunicó Diego alarmado-. ¡Parece ser que ha provocado graves daños y más de 5000 muertos!
Las horas pasaban y solamente llegaban malas noticias. El teléfono directo con la Casa Blanca no dejaba de sonar. Pasaban los días y las noticias cada vez eran más catastróficas.
– ¡Dios mío Diego, cada minuto que pasa las cosas están peor! -Afirmó Pablo desencajado-. ¡Mirad lo que dicen que está pasando en Nueva York, Massachusetts y Connecticut! ¡Joder, otro huracán! Hablan de más de 6000 muertos y 300.000 heridos, dicen que los vientos superiores a 300 Km. por hora son los mayores registrados en la historia del país.
– ¡Sí, pues no os perdáis esta! –Gritó Diego en un tono de clara histeria mientras se paseaba sin rumbo por la habitación-. ¡Si teníamos poco, ahora inundaciones en Gran Bretaña y Holanda! Dicen que la conjunción de vientos huracanados y olas gigantes en el Mar el Norte provocan inundaciones de magnitud hasta hoy desconocidas. En pocas horas en las tierras bajas de Holanda quedaron inundadas unas 200.000 hectáreas de zonas agrícolas causando la pérdida de decenas de miles de animales y la muerte de 11.800 personas.
– Pues parece que ya no es solamente en Estados Unidos e Inglaterra –confirmó Diego turbado por la impotencia-. En Pakistán occidental, una tragedia mayor. El mayor ciclón de todos los tiempos arrasa la isla de Bohla en el delta del río Ganges, al sur de Bangladesh, con vientos de hasta 290 km/h y con olas de hasta 11 metros de altura provocando la inundación de una de las áreas más densamente pobladas del mundo. Los muertos suman oficialmente 650.000 y otros tantos los desaparecidos.
Los gobiernos en alerta roja, enfrentándose a la más grande de las catástrofes jamás imaginadas, impotentes, sin vislumbrarse la más mínima solución.
Todos los estudios realizados hasta el momento indicaban lo peor.
En unos meses, el crecimiento del nivel del agua, producido por la descongelación del hielo polar, originó la desaparición de Holanda y los países bajos, el sur del Estado de Florida y la Bahía de San Francisco en EEUU, así como los alrededores de Beijing y Shanghái en China, Calcuta en la India y Bangladesh, donde vivían 60 millones de personas. El nivel del mar en el Caribe aumentó 40 cm en dos días, esto provocó que las aguas subterráneas se mezclaran con el agua salada del mar, dejando sin agua dulce a la población.
– ¡Bien, de acuerdo, ya sabemos lo que ha pasado! -Dijo Pablo visiblemente alterado–. Centrémonos en lo que está pasando en este momento y pensemos en lo que se puede hacer.
– Aquí tengo las noticias de hoy –apuntó Diego-. Os las leo:
Debido al exceso de calor, enfermedades respiratorias, cardiovasculares e infecciosas causadas por mosquitos y plagas tropicales están causando miles de bajas entre los habitantes del trópico.
Las altas temperaturas están produciendo grandes problemas de abastecimiento de agua a las ciudades. Los embalses se están agotando y la población demanda más cantidad de agua ya que las temperaturas propician cuadros de deshidratación. Hay zonas donde la gente se está muriendo de sed.
Los alimentos no llegan a los mercados ante las dificultades de cultivo por la desertización de los campos.
Se están extinguiendo gran cantidad de especies animales a consecuencia de los cambios en los ecosistemas. El incremento de la temperatura del mar afecta notablemente a la flora y la fauna marinas.
El aumento de la intensidad y frecuencia de las lluvias, huracanes y tornados, producido por el aumento de la nubosidad, consecuencia del incremento de la evaporación del agua, están devastando las zonas donde nunca llovía.
Los ríos y lagos de las zonas fértiles se secan. Todos los pobladores de las riberas de estos, hombres y animales, mueren de sed o por las infecciones producidas por las aguas estancadas y putrefactas.
Los suelos fértiles se tornan desiertos, perdiendo gran parte de sus nutrientes. Las zonas que eran desérticas se están viendo asoladas por fuertes tormentas de granizos y nieve. Todos sus pobladores mueren.
Seguían pasando los días y todo el equipo se iba desmoralizando. No había nada que hacer.
El día 15 de Abril del 2012, Alex, Pablo y Diego estaban en el laboratorio, el teléfono sonaba pero nadie lo cogía. Diego se levantó, y gritando poseído por un arrebato de cólera, mandó salir a todos de la habitación, se acercó al teléfono que sonaba insistentemente, cogió el cable y de un fuerte tirón lo arrancó. Pablo y Alex lo miraban, nunca le habían visto tan alterado como en aquel momento, no se atrevían a decir nada. Diego se dirigió hacia la puerta y de un fuerte golpe la cerró, se dio la vuelta y miró a sus dos amigos que le observaban desencajados, paralizados por su reacción. Se quedó mirándolos un instante y en el mismo tono alterado dijo:
– ¿Qué? ¡Sabemos que no hay nada que hacer! ¿Qué hacemos aquí perdiendo el tiempo?
– ¿Y qué quieres que hagamos? -Respondió Pablo todavía obcecado en encontrar alguna solución.
Diego respiró hondo durante un instante y se tranquilizó, a continuación les dijo:
– No sé lo que vais a hacer vosotros, pero yo tengo una familia que no veo desde hace meses y no quiero morir sin despedirme. Podemos quedarnos aquí intentando lo imposible, o podemos pasar el tiempo que nos queda en su compañía. Es cierto que somos los culpables de lo que está sucediendo, pero aquí ya no se puede hacer nada. Sin embargo, en casa tenemos a personas realmente preocupadas por nosotros y que nos necesitan tanto como nosotros a ellas. No podemos pedir perdón al mundo por lo que hemos hecho, pero al menos hagamos que la última decisión que tomemos en nuestra vida, sea la adecuada.
A los dos días cogían un vuelo hacia España, por suerte las cosas en su país todavía no estaban tan mal y había muchas personas desplazándose de un lado a otro en un frenético intento de encontrar algún lugar del mundo donde poder creer que esto no estaba sucediendo. Sentados en el avión, Diego pensaba en su madre, no le importaba morir pero nunca antes de verla. Las noticias se retransmitían por los monitores del avión. En un instante entre noticias, en un tono irónico, Pablo dijo:
– ¿Quién habría podido imaginar, que el fin del mundo, comenzaría en el garaje de tu casa?
A lo que Alex contestó:
– ¿Sabéis que según el calendario Maya el fin del mundo es el día 21 de Diciembre de este año?
Diego no se pudo callar…
– Sí, Alex, justo el día de tu cumpleaños.