El propósito de estar

Autor@: Carolina Cohen
Ilustrador@: Paloma Muñoz
Corrector@: Mariola Díaz-Cano Arévalo
Género: Micro relato
Rating: Todos los públicos
Este relato es propiedad de Carolina Cohen. La ilustración es propiedad de Paloma Muñoz. Quedan reservados todos los derechos de autor.

El propósito de estar. 

Eran más de las doce cuando aún deambulaba por las calles con las manos repletas de objetos y los pies empantanados de frío, sintiéndose acompañar a la noche entre ritmos de kora y yembé. La luna se veía en escenario incierto, como telón de fondo, encendiendo de intensa luz la complejidad de la bóveda celeste.

Andaba su paso envuelto en leves corrientes y una estela difusa se iba dispersando en nostalgias de gari, ukazi y huru. Sobre sus cristales se derramaba el rocío, pero en el intento de enceguecer su mirada a través de sus gafas solo se entreveía la seguridad de no estarle faltando nada.

Sus ojos negros brillaban, convencidos de que Mami Wata, en tierra y en el fervor de su exilio, le seguiría siempre protegiendo con comida, vivienda y abrigo. Su pensamiento era completo: notorias eran las grietas entre historias y anhelos.

Le veía mientras se acercaba desde la calle de enfrente. ¡Me hizo recordar a tantísima gente procedente de la otra orilla del Mediterráneo, llegando a diario a las costas españolas! Con sus pasos largos y de pronunciada estatura, apareció de repente braceando entre las apiñadas mesas del Kiosko Amalia.

Ilustración de Paloma Muñoz

En los matices del lugar perdí su rastro y de pronto noté que estaba junto a la mesa donde me encontraba celebrando otro de mis tantos cumpleaños. Se dirigió a nosotros hablando muy bajito, con la intención de ofrecernos sus productos:

—Tengo pulseras, estatuillas, bolsos, bisutería… Para la señora…

Sin darle la oportunidad de continuar y cercenando sus palabras, sin apenas contacto visual con su rostro, le dije:

—No, no, muchas gracias.

Y tomó rumbo a otra mesa. Luego a otra, y a alguna más. Los clientes no parecían haberle regalado un gramo de ilusión en esta ocasión.

Poco después le vi alejarse hacia el Edificio de las Mariposas tarareando una canción para mí desconocida. Tal como se había aproximado, ahora imprimía sus pasos sobre la carretera.

Me quedé pensando en el aire de perseverancia y empeño que se dejaba ver en su actitud. Le dije entonces a la persona con quien estaba, cuestionando el mensaje que le había transmitido con mi lenguaje no verbal:

—Ha de ser muy grande y poderoso su propósito para ir cargando tanto encima. Seguro que tendrá familia, madre, esposa, hijos. Me lo imagino celebrando su conquista al pisar suelo europeo, en ese despertar de un extenso y peligroso viaje en patera. ¡Cuántas imágenes fabricadas, sus rutas migratorias, los días de trayecto, el desierto que clama! ¡Qué de historias no contadas, incomprendidas, invisibles, silenciadas! ¡Cuántos prejuicios, cuánta xenofobia, cuánta piel, cuántos colores, cuánta pobreza de por medio! ¡Cuántas miradas compasivas mas no inclusivas! ¡Cuánta separación e ignorancia! Ha de ser grande el propósito para llevar las manos, los pies y los hombros cómplices de tanta fatiga.

Carolina Cohen

 

 

La bailarina y el piano

Autor@:
Ilustrador@: Paloma Muñoz
Corrector@: Mariola Díaz-Cano Arévalo
Género: Micro relato
Rating: + 12 años
Este relato es propiedad de Pilar Leandro. La ilustración es propiedad de Paloma Muñoz. Quedan reservados todos los derechos de autor.

La bailarina y el piano. 

Sólo sombra. Me perturba la esencia de algo que no culmina en pupila alguna, que se mece sobre mis pensamientos para hundirme en su profundo entierro. Cada noche la oigo. Me pide aplausos. Es ella, sin duda, no es él. No podría ser él pues su voz es más que aguda, una daga; cálculo exacto de notas y silencios. Cada noche me retuerce en mi lecho de agujas mal enhebradas. Entiendo que me requiere, son sus perfiles en mis esquinas y su sombra en mis rincones su semblante.

Su sueño era ser bailarina, pero se quebró en mil pedacitos de calcio y se le escapó el alma.

Veo como danza con las velas, un trance sublime, mas no hay vela que no apague; recelosa y amargada culmina su danza con llanto fúnebre y rompe en soplo la llama.

Haré la melodía más hermosa que haya existido nunca para que ella baile.

También al viento con las cortinas se estremece en románticos pliegues azules y ella de golpe enturbia su risa con un cierre violento de ventana y cristales rotos.

Se presta a mí en las esferas somnolientas para que la meza con silbidos de respiración plácida.

Tengo las notas y el compás de mi sinfonía para ella, la bailarina.

A golpe de tecla convenzo al piano para que cante. Mi bella sinfonía está sonando y ella viene enfadada a tronar sobre el teclado, me cierra la tapa, y arde la partitura. Vuelvo a deslizar mis dedos por el piano; ambos, viejos amigos, invadimos la casa de acordes. Todos los muebles gimen, todo se derrumba; mis libros, los cristales, los cajones… Un silencio largo. Se me erizan los pelillos de la nuca. El ventanal fue abierto, entra la luna y las cortinas se retuercen de frío. Entonces, cuando mis dedos exhaustos comenzaban a desafinar, su figura más que bella, inaudita, divina, atraviesa sin pudor de un lado a otro de la luna y danza como nunca danza se vio antes. No hay límites en su vuelo pues es etéreo y se funde con las paredes. Mirarla, es embrujo y es poesía, y toda una melodía de notas no alcanza a cubrir de lleno sus pasos volantes ni sus brazos infinitos. Su cabello, es plata y añil.

-Sigue cantando, amigo, nuestra bella dama no quiere dejar de bailar, son sus sueños cumplidos hoy entre tu tecla y mi palma fría. Canta amigo que es mi amor lo que te brindo para que seas mi fiel celestina. ¿Ha de besarme ahora? ¿Lo hará? Son sus labios gélidos silbidos que yo ansío para calmar mi músculo insano latente. Dile que me bese. Noto de pronto mis labios sellados por un aura invencible de hielo gris. Devuélvele el beso, amigo, devuélveselo con un la menor y un silencio prolongado. Ahora dile que la amo. ¿Qué es brillante que cae de su rostro pulido? ¿Es llanto? Es llanto mi amigo, ¿acaso ella no me ama? ¿Es por amor su triste balanceo? Dile que no llore, que cese su llanto tu hábil susurro.

Está detrás de mí, su figura ha pintado forma en el espejo que me enfrenta, esta detrás de mí su sutil presencia y me abraza el cuello con sus manos.

-No calles, amigo, sigue cantando, no dejes que mis dedos cansados te silencien, no dejes que mi muerte sea la tuya.

Sobre mis teclas yace el músico, muerto de amor, rígido y gélido. Mas mis teclas aun se hunden en alaridos y ella sonríe porque al fin estamos solos. 

Pilar Leandro

Ilustraciòn de Paloma Muñoz

 

Misoginia

Autor@:
Ilustrador@: Paloma Muñoz
Corrector@: Mariola Díaz-Cano Arévalo
Género: Micro relato
Rating: +18 años
Este relato es propiedad de Carolina Cohen. La ilustración es propiedad de Paloma Muñoz. Quedan reservados todos los derechos de autor.

Misoginia. 

Según cifras de la ONU (2021), 137 mujeres
son asesinadas por miembros de su propia
familia cada día.

 

Sabía que te descubriría, que te pillaría en el acto, estaba seguro. Ustedes suelen ser así, de juegos, seducciones, vacilaciones, mentiras. Así ha sido siempre, mil y mil veces comprobado por muchos hombres, sin distinción de edades ni de generaciones. Saliendo y entrando, tú diciéndome que vas a resolver los pormenores más simples y cotidianos de nuestra vida, que si la compra, el paseo del perro, la ayuda a la vecina, la subida a la terraza a tender la ropa, un cursillo que te da por hacer a la vuelta de la esquina.

Tengo la plena certeza que las cosas no son como dices. Lo veo en tus ojos, cuando te esfuerzas por mirarme fijamente como si intentaras decirme que debo ir más allá de lo posible, con ese aire de hipocresía que no eres capaz en sí de sostener, aunque te esfuerces por todos los medios. Si desvías la mirada y cambias el tema, sé que es por disimulo, con la frialdad más profunda que te acompaña, aunque lo niegues, porque te conozco más de lo que crees. Harto parecida a tu hermana, a tus tías, a las malditas mujeres de tu familia…

Llevo años constatando la misma historia, una vez y otra, desde mi madre -la santa más santa de las putas- a cual más mosquita muerta de las que tuve entre mis brazos. En aparentes relaciones estables, con sus vidas hechas, a puertas cerradas fabulosas, amando locamente a sus maridos (¡pobres estúpidos!) y siendo aprovisionadas de belleza y supervivencia hasta el fin de sus días, cuando ya es evidente que no sirven para nada. Porque digan lo que digan, para mí, ya no sirven para nada.

La Santa Biblia del misógino

Ilustración de Paloma Muñoz

Paso, sinceramente, de ser el hazmerreír de la mayoría, el perfecto perdedor sobre el que se posan las risas y miradas. Por eso llevo bien puestos los pantalones, en mi trabajo como en mi casa, por ser hombre, por ser la voluntad de Dios que yo le represente para hacer cumplir y cumplir con su palabra, por ser su imagen y semejanza, como lo ha dicho la Biblia y ha sido reafirmado a lo largo de la historia, porque sea como sea, mal que bien, las cosas así han funcionado.

Que si estudios, que si formaciones, que si derechos, que si igualdad… Hombres y mujeres somos distintos: cada quien con lo suyo y, ciertamente, ¡cada quien a lo suyo! ¿Mujeres deportistas? ¿Mujeres mecánicos, ingenieros, abogados, médicos? ¿Trabajar fuera de casa? Que no me vengan con cuentos, que la familia está en crisis hoy en día por el “caprichito” de las mujeres de dejar sus hogares, y lo que deberían de verdad estar haciendo es mantener intacta esta institución tan importante, que es la base de la sociedad.

Sabía que te descubriría intentando engañarme, perdiendo el tiempo, evadiéndote de tus obligaciones. Luego no te quejes de… porque si me buscas me encuentras. Ni que llores, ni que leas, ni que te encuentres con otras viejas brujas. No podrás dejar de ser quien eres, y que te quede clara la idea, que esta es tu casa y soy yo tu marido, que no tienes a dónde ir, a más nadie, y que sé profundamente que soy yo a quien quieres. Ya me conoces, y así en tu vida me has aceptado.

Carolina Cohen
Julio 2021

El proceso creativo

Autor@:
Ilustrador@: Rosa García
Corrector@: Mariola Díaz-Cano Arévalo
Género: Micro-relato
Rating: Todos los públicos
Este relato es propiedad de Carolina Cohen. La ilustración es propiedad de Rosa García. Quedan reservados todos los derechos de autor.

El proceso creativo.

Se hace ver tímida y someramente una Idea, con su vestidito suave, claro, de tul y algodón, mejillas sonrosadas, inocentes, de durazno-terciopelo, sumida en un silencio enternecido, de absoluta pureza. Con una mueca sobre el rostro, se da cuenta de que no sabe los códigos propicios para expresarse, ni palabras ni tonos, mucho menos de las tintas o los tiempos que permitan poner su esencia sobre el escenario. Se ven ocultas las manitas a pesar de entreverse movimientos en sus dedos diminutos, como si jugara, tal vez con un pincel, tal vez con un lápiz.

Una fuerza extraña se ve surgir entre sus sienes, y se proyecta con una luz intensa, tan blanca y tan potente que enceguece y que conmueve. Se despliega, en espiral ascendente, dotada de aquel delirio en agitación permanente, contundente, ávida de violencia que transforma, y de caos, que no se entiende, pero igual fluye y fluye con un rumbo catártico, sin detenerse, porque es consciencia cósmica. Me sumo en el recuerdo de los vientos huracanados que, con la cólera de sus fauces, van queriendo engullirse hasta la más mínima partícula de tiempo.

Mientras tanto, se respira a sí misma entre fluidos y materiales, en grandes círculos, como en espejos, de agua, tierra y fuego, siendo el color de impacto aún más a los oídos, en su reflejo. Se transforma en texturas, y se encoge, ensancha, pulveriza y solidifica, va y viene, y grita y se silencia intermitente dejando que se imponga el eje lingüístico del mutismo. Hasta que pierde la totalidad de su estado y se trasmuta, derramándose sobre todas las superficies, en el Todo y en la Nada. Se torna confusa, pero impone, como si nada importase más que su carácter, sobre la mesa, en las paredes, entre rendijas y grietas, bajo las sillas, en las ventanas, cubriéndolo todo.

Proceso creativo-def

Ilustración de Rosa García

No podría describir mis sensaciones al imaginar su intensidad creciente. En la intensión, el cuerpo se me agota con todo cuanto promueve porque, en definitiva, no es de este mundo. Se sumerge, emerge, despega y aterriza y, sin control, sigue el impulso de su canturreo que se pierde alucinando en las cuerdas de una electroacústica.

Me inspira pensar que no se reconoce en medio de la gigantez que le acontece, en tal furia de titanes, y se deja ir, aun así, en todas sus maneras, en todos sus vientos, en todas sus mareas. Es tal, que alcanza finalmente a ocupar hasta los espacios vacíos de las más pequeñas de sus estancias. Desbordada, lo único que le queda es esparcirse, debajo de las puertas, entrando por las ventanas.

La historia habría sido inverosímil si no me hubiese cautivado su danza hechicera, en la que permanezco envuelta, la espesura en su mirada, reconduciéndose desde mi conciencia. Algo de mi ser no ha podido liberarse nunca, y la voluntad sigue deshecha porque, esclava de por vida, en sus resistentes vientos y abundantes lluvias, decidí que mi destino se encuentra con ella.

Carolina Cohen

45ª Convocatoria: Nieve

Nieve.

Ilustración de Carolina Cohen

En las dos nevadas siberianas del pasado 7 y 8 de enero, en Madrid, estuve disfrutando de lo lindo, móvil en mano y, calada hasta los huesos a pesar de llevar paraguas.

El viento, helado, traía unos copos impresionantes de hielo y nieve que flotaban con una velocidad pasmosa sobre mi cabeza cubierta con un gorro azul de lana.

Como iba tan absorta ante el espectacular paisaje que se mostraba en todo su esplendor de llanuras blancas, árboles blancos, arbustos, bancos, monumentos, y de gente también cubierta por un manto blanco.

Al principio no me fijé en el muñeco de nieve que unos chavales estaban realizando en uno de los jardines con nieve hasta casi media pierna.

Pero al fijarme mejor comprobé que no era un muñeco de nieve sino una muñeca de nieve con coletas, gorrito, bufanda, nariz en forma ramitas. Además, las coletas estaban adornadas con unas hojitas enroscadas en forma de lazo.

Me hizo mucha ilusión porque hasta entonces no había visto una muñequita de nieve. Después, Los chicos le colocaron unas manoplas en sus brazos de nieve pegados a su orondo cuerpo.

Lo cierto es que a la muñequita de nieve no le faltaba   ni un detalle. Hasta con unas piedrecillas le colocaron unos botones como si llevara un abrigo o un chaquetón.

Me quedé un rato disfrutando de ese momento tan mágico para mí.

Esos dos días fueron algo muy especial.

Estaba deseando que nevara en Madrid a tope. Y nevó a tope, tan a tope que la ciudad quedó cubierta por un manto blanco unos cuantos días.

A veces lo que pedimos tan insistentemente se nos concede.

Paloma Muñoz
Madrid, 1 de febrero 2021

Nieve

Autor@:
Ilustrador@: Rafa Mir
Corrector@: Mariola Díaz-Cano Arévalo
Género: Micro relato
Rating: Todos los públicos
Este relato es propiedad de Carolina Cohen. La ilustración es propiedad de Rafa Mir. Quedan reservados todos los derechos de autor.

Nieve. 

Un punto suspenso de hielo seco, en un espacio indeterminado, sobre el rostro, los brazos o las piernas, emanando hacia pies y manos, agua y aire en condensada concesión. Entre mente y cuerpo, el pensamiento y sus esquirlas dramáticas. La hiel que derrama y vierte el cuerpo. El viento y la tierra se limpian con el fuego.

Nieve - Carolina

Ilustración de Rafa Mir

Caminaba solo en medio de la nada, como si de un desierto de su mente se tratara, entre la grama, los árboles y fuentes, y un griterío de niños le invadía llegando a incomodarle los oídos. Las arterias le bullían, y un cóctel de neurotransmisores le martilleaban la frente.

Se cruzaba el remanente emocional sobre la sangre sobria, en apariencia, de la pulsión reprimida y la mirada distante, la piel congelada al unísono del corazón en busca del recuerdo. Una imagen, el significado, el símbolo. La palabra inundada en un sinfín de razones de escasa coherencia, apenas suprahumanas, de excusas, historias, explicaciones sin rumbo, y un fugaz ataque en el que ganaba la discordia.

El músculo se hacía escarcha al caminar esos senderos, pisados por gentes en ocasiones tan felices, en esas calles sin destino, las de siempre, aquellas realmente plagadas de anécdotas y rabias, de indignaciones y letras sueltas, dichas, no dichas, las impuestas en burbujas diminutas, evidentes y microscópicas, sobre la nieve, explícita, de pies cansados y manos atrapadas, entre la mentira y lo mundano, las de él como las de esas otras personas.

Se hacía la pregunta de por qué habría acontecido, por qué se habría marchado, sin decirlo, en ese silencio tan mortuorio, y sin quererlo, la respuesta invadía como savia espesa su garganta, ascendiendo a su masa encefálica y llevando a estallar sus ojos, entre la noche, de la cual nada veía, ni de él mismo ni de ella, ni entre las razones envueltas en su rojiza cabellera.

¿Que si le quiso? Aún lo parecía. Lo sabría solo si la encontrara, atada de nuevo a esa esquina donde la vio saludarle por primera vez como si se conocieran la vida entera, para dar inicio a una velada que no parecía rendirse en la llama llevada a la mecha de una vela. En el tiempo… poca confianza en el tiempo: ¿Unas horas –tal vez–, unos días –quizá–, a lo mejor unos meses? Todo parecía haberse detenido al rozar sus pómulos.

La recordaba tendida en la cama, absoluta, abundante de argumentos que la guarecían. Dos, cinco, cien, diez mil quinientas palabras, en frases, versos, párrafos, monólogos, diálogos y obras teatrales. Su vida entera tras sudores y romances falsos, amores perdidos, juramentos eternos en esa noche de copas cubiertas de aceitunas. Una lágrima, las risas, la fuerza creadora del acto y del vínculo, en el amor que se afirma perpetuo, de aquel evento que solo podía jurarse como auténtico y único, dotado de misterio por su elocuente naturaleza.

Se encontraron, se vieron, sonrieron y convidaron. Y ahí estaban, confirmándose la subjetividad del tiempo en los tictacs que se vieron pasar, etéreos, ajenos a todo lo que ahí se decía, jubiloso, como la caricia y la mirada que se apaga, vívidas siempre en los recuerdos que jamás lograron borrarse. Sí, era ella, a la que esperaba. Y él, sí, parecía ser él a quien ella aguardaba. Pero tan sorpresivo como la muerte, al girar la cabeza sobre la almohada, ya no la veía. Se fue, con él, de él y para siempre, llevándose su ilusión, sus sudores, los besos que jamás había dado. La ropa, el lápiz de labios y la máscara de pestañas. Se fue, ella, con él y para siempre, con las historias que le dejó tatuadas en su impacto y sorpresa, de esos ojos verdes que veía bajo su hermoso flequillo.

La boca de anís, y la fruta. De sus dientes, los mordiscos. El murmullo de toda su historia en un mismo instante, contundente e inolvidable.

Carolina Cohen

Gato tóxico

Autor@: 

Ilustrador@: 

Corrector@: 

Género: Microrrelato

Rating: Todos los públicos

Este relato es propiedad de Ainoha Ollero Naval. La ilustración es propiedad de Rafa Mir. Quedan reservados todos los derechos de autor.

Gato tóxico.

Ilustración de Rafa Mir

 

El gato tóxico llegó a mi vida una mañana de diciembre, ese mes en que algunos querríamos que se nos tragara la tierra para no tener que dar explicaciones sobre nuestros fracasos profesionales y/o sentimentales a una horda de familiares tan bienintencionados, o no, como entrometidos. En diciembre, el papel de regalo se convierte en nuestra segunda piel y las sintonías edulcoradas se instalan en nuestros cerebros como tenias hambrientas de las que nos costará desprendernos sangre, sudor y lágrimas, aunque no tanto como habremos de sudar para drenar los excesos de nuestros saturados estómagos e hígados. Solo unos pocos años me han separado de la visión idílica a la cínica, de las navidades de ensueño a las navidades de miedo, esos días en los que preferiría estar tranquilamente sentada delante del mar, en vez de responder a eso de “¿Y los niños, para cuándo? Que se te va a pasar el arroz..”.

El gato tóxico no era tan venenoso como algunas opiniones no solicitadas sobre cómo vivo mi vida. Tampoco era radiactivo, pero casi: estaba flaco y sucio y padecía una diarrea galopante, fruto de la vejez y de una colección de achaques que haría las delicias del hipocondríaco más pertinaz. Cuando un saco de huesos de color naranja se instala en tu porche de entrada, lo lógico es que lo ignores hasta que se marche. O, como mucho, que le saques un poco de comida, no muy sabrosa no vaya a ser que el bicho se encuentre a gusto y se instale ahí per saecula saeculorum, amén. Pero yo, poseída por un ramalazo de amor muy poco higiénico, tras comprobar que el felino estaba por la labor de intentar una convivencia pacífica conmigo, lo dejé entrar, le preparé una camita y un piscolabis, tan acorde con el espíritu de las fechas, y me harté de limpiar pelos de un color naranja sucio y caca de gato, de desinfectar cojines y baldosas y de disfrutar de sus miradas oblicuas cargadas de adoración.

Durante la cena de Nochebuena, ante el horror de alguna de mis tías más finas, el gato tóxico se aposentó en mi falda, ronroneando, tirándose pedos y haciéndome sentir la persona más especial del mundo. El muy tunante se metió de tapadillo algún que otro langostino. Meses después, cuando ya la primavera estaba en pleno apogeo, se despidió de mí rozándome las pantorrillas con la cola. Se marchó tan campante por la misma puerta por la que había entrado y ya no regresó.

Ainoha Ollero Naval

Circo y Fantasía

Autor@: 

Ilustrador@: 

Corrector@: 

Género: Microrrelato

Rating: Todos los públicos

Este relato es propiedad de Conchita Ferrando de la Lama. La ilustración es propiedad de Rafa Mir. Quedan reservados todos los derechos de autor.

Circo y fantasía.

 Nunca me gustó el circo en mi infancia.
Mi abuela siempre nos llevaba porque, en su opinión, era un espectáculo infantil y era bueno para los niños.
Tal vez a ella le gustaba pero a mí, la verdad, nada. No me parecía apropiado para los niños: miedo, bromas de casi maltrato, peligro…
Lloraba porque me daba pena que le pegasen al pobre payaso. Tampoco me gustaba aquel “gracioso” disfrazado de lobo que venía a la grada a asustar a los niños, al que yo hubiera disparado seguro si hubiese tenido una escopeta.
Me angustiaba ver a los equilibristas sobre el alambre, por si se caían; o a los trapecistas… ¡Qué gente más loca! Saltando y dando volteretas en el aire, sin red. Pensaba que cualquier día se matarían.
Y no digamos cuando armaban las jaulas para las fieras… ¡Uf! Es que apestaba a fiera todo el circo y, para mí, ese era el olor del miedo. En medio de aquel círculo, el domador, pequeñito e indefenso, vestido de raso bordado, tal vez para que aquellos “bichitos” pensaran que si se lo comían, se les podía indigestar.
Cuando salían los caballos ya me atrevía a mirar a la pista sin taparme los ojos. Ellos eran bonitos, elegantes, nobles y obedientes. Me gustaban.
Ahora, al recordar todo esto, siento que me voy alejando de esa realidad de mi infancia, donde no logré que el circo me hiciese feliz.
Un pequeño movimiento me llama la atención. Miro a mi lado y veo con sorpresa y alegría la carita azul de mi querido dragoncito Dragüi.
¡Caramba! Ha salido de mi cuento Dragüi, el dragoncito ilustrado y me mira recordándome lo bien que lo pasamos en la Torre de la princesita de los “calentadores de colores”, subiendo y bajando por la tirolina para poder ayudarle.
Realmente aquella Torre del cuento era casi un circo… Sonreímos y me coge de la mano.

Ilustración de Rafa Mir

De pronto, nos encontramos bailando en lo alto de las almenas, llenos de alegría, dando vueltas por el cielo rojo y malva del atardecer. Bajo mis pies veo el alambre del equilibrista, y los trapecistas que ahora están muy abajo y también bailan en sus trapecios.
Miro al dragoncito y ¡ha crecido! Ahora es aquel aventurero “lobo de mar” que me contaba mil historias de viajes en el Café del Faro del Fin del Mundo. Lleva su pipa y su gorra de marino y baila conmigo sonriente, hacia el horizonte, sobre las olas azul oscuro.
Debajo sigo viendo el circo, muy pequeñito.
Un caballo se sitúa en el centro tras un salto y lo reconozco: es Furia, el caballo cárdeno, noble, esbelto y obediente en el que siempre monté de joven. ¡Por eso me gustaban los caballos! Monto sobre Furia y me va trayendo, impulsado por el viento del atardecer que lleva a los barcos a tierra firme.
Comprendo ahora que todo aquello es mío. Forma parte de mi ilusión. Es bonito y no está lejos.
Noto en el brazo que alguien me toca…
¡Niña! ¡Cierra la boca y los ojos que los tienes como platos, que la función va a terminar! ¡Menudo te lo has pasado hoy en el circo! ¡Y eso que no te gustaba!
Es mi abuela, que se ríe al ver la cara que tengo desde hace un rato. Y es que ella no sabe toda la magia que he vivido esta tarde: ¡la ilusión y la magia del circo!

  Conchita Ferrando de la Lama (Jaloque)

 

29ª Convocatoria: La Nieve

Guerreros de nieve.

Ilustración de Daniel Camargo

Era mi último día en la Academia de las Nubes. Por fin estaba listo para ir al mundo, pasear por él en lugar de observarlo desde la distancia. Llegó la hora del salto masivo, de la invasión de la tierra para por fin hacer una superficie terrestre adecuada para la vida.

Allá vamos. La misión de mi pelotón es taponar las salidas de los habitáculos de nuestros enemigos los carnosos. Lentamente caemos. Somos la ventisca definitiva. Me posiciono en la formación de ataque y sigilosamente nos acercamos hasta la entrada de madera y cristal. El primer destacamento ya está llegando, yo por el contrario aún estoy a cierta distancia, pero por los puntos de observación veo a los carnosos asomados con una expresión que debe de ser de miedo pues tienen la boca abierta y nos señalan. Un último giro en formación y ahuecamos el cuerpo para el impacto contra la madera. El golpe ha sido duro, pero para ello llevamos preparándonos semanas desde que salimos del lago guardería aún sin habernos enfriado para la guerra. Ocupo mi lugar contra la madera empujando con los compañeros para evitar el contraataque de los carnosos. Somos el muro que recordarán las generaciones venideras.

No sé cuánto tiempo pasó, pero allí estábamos aguantando impasiblemente cuando la madera cedió dejando paso a la guarida. Fue entonces cuando nos lanzamos al ataque contra el sorprendido carnoso que hacia guardia tras la madera. Fue un ataque relámpago y logramos derribar al rival. Todo iba perfecto cuando un nuevo carnoso apareció. Nosotros estábamos cansados y enseguida fuimos conscientes de que íbamos a ser derrotados pues los nuevos carnosos venían armados con una vara de madera con una especie de pequeño muro de metal en la punta. Con cada arremetida del arma miles de los nuestros eran expulsados. El final estaba cerca, sólo cabía esperar que al menos fuera rápido e indoloro.

Estábamos en el aire cuando un carnoso más pequeño que los anteriores dijo: 

—Papá, hagamos personas de nieve.

No sé qué significaba aquello, pero no me gustaba nada. Los carnosos empezaron a atrapar a los nuestros y los apretaban en un claro intento de asfixiarnos. Poco a poco nos capturaban, nos presionaban unos contra otros, y dándonos por muertos nos amontonaban. Yo rodé sobre mis compañeros y hui intentando coger una corriente que me elevara para poder informar al alto mando. Todo fue en vano, me cogieron y noté cómo me apretaban, Tal era la presión que noté cómo mi cuerpo se fusionaba con el de mis compañeros.

Entendí entonces que había sido derrotado. Exhausto y deshecho me limité a resignarme y ocupar mi sitio en la montaña de caídos mientras esperaba exhalar mi última gota de vida.

El sol salió y noté cómo se me escapaban las fuerzas cuando el pequeño carnoso decidió poner fin a mi existencia aplastándonos a unos cuantos con un dolmen anaranjado mientras decía:

—Mira, papi, ahora ya es una persona de nieve.

Sergio Pastrana

Ladrón de sangre fría

Autor@: 

Ilustrador@: 

Corrector@: 

Género: Microrrelato

Rating: + 18

Este relato es propiedad de Sergio Pastrana. La ilustración es propiedad de Daniel Camargo. Quedan reservados todos los derechos de autor.

Ladrón de sangre fría.

Ilustración de Daniel Camargo

La nevada era intensa y allí estábamos tirados sobre la nieve, yo y la sangre que escapaba de mi cuerpo, y quizás os preguntaréis cómo llegué a esta situación. Pues os lo contaré mientras las fuerzas me aguanten.

El día empezó como casi todos los de mi vida en estos últimos años. Me preparé una tostada con paté de jamón y un té negro, me di una ducha porque ante todo uno debe salir limpio a la calle para no molestar a la gente con malos olores corporales. Elegí la ropa que ponerme, algo cómodo que me permitiera moverme fácilmente y preparé mi equipo de trabajo, una riñonera, una navaja automática y una sonrisa pícara que demuestra que me encanta mi trabajo.

Sin pensarlo más salí a la calle y me dirigí a la parada de metro más cercana. Allí esperando al tren de la línea uno había una chica que era mi tipo: pelirroja, buen cuerpo y un bolso grande. Sin duda, a ella acudirían los salidos en busca de roce y junto a ellos estaría yo con mis ágiles dedos para dejarle un mal recuerdo de esa experiencia, sobre todo cuando haya tenido que pagar algo.

Diez minutos de trayecto en los que mi pronóstico se cumplió y con creces, la cartera de la chica y dos de los salidos.

Decidí no seguir en el metro y aproveché que aquella parada daba a una zona turística para ejercer varias de mis técnicas de trabajo. Al salir por la boca de metro una ráfaga fría traspasó mi cuerpo y al elevar la vista vi cómo los primeros copos de nieve caían de un cielo que se había oscurecido muy rápido. Sin duda eso iba a dificultar mi trabajo.

La nevada empezaba a arreciar cuando vi a mi siguiente “cliente”, un joven delgado con ropa cara y claramente más previsor que yo, pues llevaba puesto un chaquetón de plumas. Él se encaminaba hacia un callejón y yo iba detrás. Llamé su atención pidiéndole ayuda. Él, confiado, se acercó y empezó a explicarme cómo se llegaba a la dirección por la que le había preguntado. En un momento mientras explicaba se giró para reforzar sus indicaciones, y ese fue el momento que yo aproveché para sacar la navaja y ponérsela en el cuello. Le pedí su cartera, su móvil y su chaquetón porque la nevada se estaba convirtiendo en ventisca y después le indiqué que corriera si no quería quedarse allí tirado para siempre. Qué irónico que ahora yo esté en esa situación.

El individuo corrió como alma que lleva el diablo, yo por el contrario me lo tomé con calma. Me puse el chaquetón y revisé la cartera. Me quedé solo con el dinero, bueno, y con un preservativo. Quién sabía qué podía deparar el día. Quité la tarjeta al móvil y la tiré sobre la cada vez más blanca calle, tras lo cual me encaminé de nuevo por la vía principal en busca de una nueva víctima.

La tarea era cada vez más complicada pues el temporal arreciaba. La nevada se estaba convirtiendo en ventisca y cada vez era menos y más difícil de ver la gente por la calle, aunque claro, eso también facilitaba hacer cambiar de dueño las posesiones de aquellos a los que encontrara.

A unos doscientos metros vislumbré una silueta y me dirigí hacia ella. Caminar ya no era tan fácil como antes, pues los pies comenzaban a enterrarse en la nieve, pero ella estaba allí, inmóvil, quizás esperaba a alguien. Era una mujer esbelta pero no delgada, el cabello moreno movido por el aire le tapaba la cara. Apenas me separaban de ella diez metros cuando giró la cabeza y sonrió. Era una sonrisa increíble, casi parecía que había salido el sol. Nada hacía presagiar lo que sucedió a continuación.

Giró el resto de su cuerpo y me preguntó:

—¿Aún tienes la cartera de mi amiga?

Yo quedé sorprendido sin saber qué decir. Ella continuó:

—Sí, una pelirroja esta mañana en el metro.

La situación comenzaba a asustarme. ¿Quizás ella me vio o su amiga me identificó? Era imposible, así que decidí negarlo de pleno.

Al hacerlo su sonrisa desapareció, su mirada se volvió perforante y empezó a caminar hacia mí. Me apetecía huir, pero mis piernas no respondían. Ella metió la mano bajo su chaqueta a su espalda y sacó una daga grande, casi una espada, y sin mediar palabra la clavó bajo mis costillas. Noté cómo la giraba y me desgarraba por dentro y cómo la sacaba tirando brutalmente de mi carne. El dolor fue indescriptible. Ella me sujetó unos segundos mientras me decía:

—Es lo malo de robarle a las buenas personas, que a veces tienen un ángel de la guarda como yo.

Después me soltó, y yo caí sin resistencia alguna sobre la nieve, justo en la postura en la que estoy ahora esperando, mientras me cubre la nieve, a que me falte sangre suficiente como para morir.

Sergio Pastrana