Nyx

Autor@: Paloma Muñoz
Ilustrador@: Rosa García
Corrector@: Paloma Muñoz
Género: Poema
Rating: Todos los públicos
Este relato es propiedad de Paloma Muñoz. La ilustración es propiedad de Rosa García. Quedan reservados todos los derechos de autor.

Nyx.

Ilustración de Rosa García

La noche está hecha para los amantes

Los de ahora, los de siempre, los de antes

La noche envuelve nuestras almas y nuestros corazones dentro de caparazones de estrellas, de luna, de rayos y de sensaciones.

La noche nos lleva al mundo de los sueños, al mundo de Morfeo, a la ensoñación y al deseo.

La noche nos llama. La noche nos mueve. La noche nos cubre. La noche nos mece

La noche es música

La noche es única

La noche despierta los instintos. La noche forja los suspiros. La noche mueve los hilos. La noche susurra en nuestros oídos.

La noche es la verdad

La noche es curiosidad

La noche es engañosa como los ojos negros de una mujer hermosa.

La noche es sublime

La noche redime

La noche es pecado. La noche se engulle como un rico bocado.

La noche apetece. La noche anochece

La noche es vivencia. La noche es consciencia

La noche se vive. La noche se ríe. La noche nos abraza. La noche nos rechaza.

La noche es Nyx, la diosa de la noche.

Su manto de oscuridad cubre nuestra humanidad

Un manto de estrellas que nos asombra y nos fascina y nos ilumina como centellas.

Vivo la noche. Amo la noche. Todo puede suceder en la noche.

La noche es misterio

La noche es sacrilegio

La noche es maleficio

La noche es sacrificio

La noche es clandestina. La noche puede ser tu ruina

La noche se apaga. La noche se indaga

La noche es belleza.

La noche es torpeza

La noche es caverna

La noche es eterna

Paloma Muñoz
2 de agosto de 2022

El huracán Joey

Autor@:
Ilustrador@: Paloma Muñoz
Corrector@:
Género: Juvenil
Rating: Todos los públicos
Este relato es propiedad de Inmaculada Ostos Sobrino. La ilustración es propiedad de Paloma Muñoz. Quedan reservados todos los derechos de autor.

El huracán Joey. 

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Ilustración de Paloma Muñoz

Hay muchos tipos de huracanes, los que pasan desapercibidos, los que ponen patas arriba tu vida  y aquellos que la destrozan por completo arrasándolo todo y haciéndote renacer. Este justamente es el tipo de huracán que era ella, el número 3 en la escala de Saffir-Simpson. Aquel, y cito textualmente, que ocasiona daños devastadores a una velocidad de 178-280 km por hora.

Ella se acercó a mí y desapareció en la nada tan rápido como había llegado, en tan apenas un suspiro. Ni siquiera pude despedirme de ella, el maldito huracán me la arrebató de un plumazo. Aunque tanto nuestras experiencias como su persona ocuparían un lugar importante en mi corazón, que nunca, jamás, olvidaría.

La primera vez que la vi estaba descargando cajas de un camión y metiéndolas en el bajo de la antigua mercería. Iba bastante desaliñada con unos pantalones vaqueros desgastados y rotos en las rodillas; una camiseta de un grupo de heavy metal bastante ajada, de color indefinido, y dos tallas más grande de lo que ella debería usar; y su pelo era una maraña de fuego otoñal que escupía sus cabellos en todas direcciones.

Al principio creí que, aquella horrible presencia, era fruto de un largo viaje y de todo el ajetreo de la mudanza, pues era obvio que era nueva y acababa de llegar al pueblo. Pero cuando la vi al día siguiente, en el instituto, cuál fue mi sorpresa al darme cuenta de que ella era así. Recuerdo que me pregunté si se habría duchado con cierto desagrado, pues parecía llevar exactamente la misma ropa que el día anterior. Pero cuando se acercó a mí no noté ningún olor extraño tan solo un suave aroma a manzanilla silvestre. Y además, vista de cerca la camiseta era distinta, aunque tenía el mismo aspecto que la que yo le había visto puesta ayer, así que intuí que sí se habría duchado. Mi gesto de desagrado debía de seguir dibujado en mis labios pues mientras mis ojos buscaban ese alijo de estropajo naranja ella me dijo muy resuelta y con una amplia sonrisa:

—Ey… ¡si tú eres el fisgón de ayer! ¡Qué bien al menos no estaré sola!

Y dicho esto, se me abalanzó y me dio dos besos.

«¡Maldita chica, acaso no sabes que odio que me toquen!»

—Soy Joey, pronunciado Y-o-i, y yo de ti dejaría de poner esa cara de ajo podrido que tienes, ya sabes cómo funciona el instituto se podrían reír de ti.

«¡¿Reírse de mí?!, ¡¿Estaba de coña!? y lo más importante…¡¿Acaso se había mirado ella a un espejo!?»

—En primer lugar, no tengo cara de ajo…¿Cómo has dicho?

—Podrido, ajo podrido, ya sabes… es cuando alguien pone el gesto así… —me dijo haciendo una mueca y bizqueando.

—¡Chist! —le chisté disgustado.

—Sí, exactamente lo que acabas de volver a hacer ahora, como si hubieses olido una caca de perro recién cagada.

—¿Alguna vez te han dicho que eres una ordinaria?

—¿Y a ti alguna vez te han dicho que eres muy repipi señor en primer lugar…? —se burló de mí en mi propia cara. —¡Menos mal que me caes bien porque si no, no sé qué hubiera pasado!…—Y diciendo esto me cogió con total familiaridad por los hombros y me arrastró hacia el instituto bastante avergonzado y ante la atenta mirada de TODOS.

«Lo había vuelto a hacer, me había vuelto a tocar y la dignidad que tanto me definía se había ido a pasear por el descansillo».

—¡Oye! —me quejé al llegar a la puerta de mi clase. Y aprovechando su sorpresa aparté  bruscamente el brazo que descansaba sobre mis hombros.

—No me gusta que me toquen y menos si no me conocen, deberías cortarte un poco si quieres encajar. Además, las tías no deberían de actuar así se podría pensar que eres una golfa o algo parecido.

Entonces, ella me miró atravesándome con sus grandes ojos verdes sin decir ni una palabra. No parecía enfadada sino solo pensativa.

—Veo que hoy estás algo quisquilloso pero me parece que he llegado en buen momento. Haré que te conviertas en una persona de verdad, ¡anda, entra, señor en primer lugar! —me dijo dándome una palmada amistosa en la espalda y ofreciéndome de nuevo la mejor de sus sonrisas.

«¡Aquella tía ¿estaba loca o qué?! ¿¡es que no sabía coger una indirecta!?».

—En primer lugar, ¡no me llamo señor en primer lugar! soy Sebastián y en segundo lugar, no soy un fisgón pasaba por allí y …

—Claro, claro…¡oído cocina! —me respondió divertida. Y sin saber cómo me arrastró hacia el interior del aula.

—¡Y te prohibo tocarme! —fue lo último que le dije en un susurro apenas audible cuando el alboroto de la multitud nos engulló.

Pasados unos meses la relación de Joey con el resto de compañeros fue algo peculiar y digno de registrar. Imagino que les causaría la misma impresión que a mí. No se parecía a nadie del instituto, era desordenada, olvidadiza, desaliñada, su pelo siempre lucía despeinado y no era porque estuviera sucio ni descuidado, ¡es que ella se peinaba así, aposta! En aquel entonces aquello para mí era un sacrilegio, era inhumano, era sobrenatural. Que una chica no cuidase su aspecto, que no se maquillara, que no intentara ser algo más recatada cuando estaba con los chicos, que no le importara lo que pensasen los demás no era lo normal, pues mi madre siempre le había enseñado a mi hermana a ser la muchacha perfecta y lo había conseguido. Mi hermana era una chica diez, elegante, guapa, amable, inteligente…¡vaya! todo lo que una gran dama debería ser, aunque tenía que reconocer que en cuanto a la inteligencia se trataba, Joey, sorprendentemente, no se quedaba atrás, era una de las estudiantes más brillantes que habían en aquel instituto sin contarme a mí, por supuesto, que en aquel entonces ostentaba el primer lugar, justo como quería mi padre.

Pero lo que más odiaba de Joey era aquella interminable alegría, o más bien, aquella asquerosa positividad que siempre irradiaba y que acababa contagiando a todo el mundo. Tal vez justo por eso los otros acabaron por aceptar sus extravagancias aunque siempre estuviesen criticándola o censurándola, pues a pesar de crear un ancestral rechazo, paradójicamente, no podías resistirte a esa felicidad que le salía por cada poro de su piel. Así que, poco a poco, los rumores y las teorías sobre si era lesbiana, marimacho, o la hija de un rico magnate que utilizaba aquella estrafalaria apariencia para rebelarse contra él, empezaron a perder peso y a ampararse en el olvido, quedándose en un qué más da y rindiéndose ante ese huracán que nos arremetía una y otra vez haciendo temblar nuestros valores, nuestros ideales y nuestras propias convicciones.

Recuerdo algunas escenas que ahora evocan una sonrisa en mis labios pero que en aquellos tiempos hacía que mi resistencia y mi rechazo hacia ella fueran en aumento. Como por ejemplo aquel día de primavera en el que el sol hizo su aparición después de tres feos días de lluvia. Estábamos todos sentados sobre el césped de la parte este del instituto cuando Joey se quitó la camisa de cuadros rojos y negros que siempre llevaba y se quedó en camiseta de tirantes.

«Otra peculiaridad de Joey, su piel parecía la de una ballena azul, jamás tenía frío, era capaz de ir en pleno invierno con tan solo una chaqueta de cuero y  manga corta debajo».

Entonces, ella, puso sus brazos debajo de su cabeza dejando expuestas sus axilas, y todo el bello que emanaba de ellas, a la vista de todo aquel que la rodeaba, lo que obviamente causó una nueva revuelta tanto entre las compañeras como entre los compañeros del insti. La primera que habló fue Marga, la chica más guapa de clase, diciéndole que se tapara porque no se había depilado y quedaba feo. Joey la miró con desdén y le dijo algo así como que también habían cosas feas en su cara como por ejemplo la ligera desviación de su nariz y que nadie le impedía mostrarla.

Marga que en efecto, tenía una pequeña desviación que siempre conseguía disimular con toneladas de maquillaje arrugó los labios y se fue ofendidísima a sentarse con las demás.

—Oye tía, Marga tiene razón, no puedes ir con esas lianas en los sobacos —le dijo entonces uno de los graciosos de clase haciendo que el resto del grupo estallara en carcajadas. Joey recolocó sus brazos exponiendo mucho más sus axilas y con los ojos aún cerrados, y sin ningún atisbo de rabia en su voz, le contestó:

—¿Qué pasa que tú no tienes pelos en los sobacos?

—Pue sí, pero soy un tío.

—Un tío que se depila las piernas…, según tu inteligente teoría sobre la estética de las tías…¿Qué debería llamarte yo entonces? Y perdona que lo diga así aunque no comparta esa visión Neanderthal vuestra ¿Maricón? ¿Afeminado?¿Lo eres?

—No es lo mismo yo…

—Claro que no, tú estas agrediendo a tu cuerpo con cera que daña la piel para evitar que algo natural y necesario como el pelo desaparezca por una cuestión de…¿estética? ¿Y qué es la estética, sufrimiento, dolor? ¿ El canon al que nos han sometido unos pocos? ¿O debería ser una cuestión de  aceptación de cómo es uno mismo? Yo tengo pelo porque es natural, porque lo produce mi cuerpo y tiene su razón de ser y no veo nada de malo en ello. Prefiero parecerme a mis ancestros los monos que a un Action Man o a una Barbie Malibú.

—¡Estás como una cabra!, mejor nos vamos —le bufó el muchacho.

—Eso, eso ¡fúsh,fúsh! —les contestó esta impertérrita.

Y esa fue mi primera lección, las apariencias estaban sobrevaloradas, estábamos siendo manipulados sin apenas darnos cuenta, todo aquello que se supone que debería ser, vestimenta y apariencia, no lo habíamos elegido nosotros sino una sociedad que además nos había impuesto su modo de vida, nos lo había vendido como algo normal cuando en realidad era elitista y atentaba contra nuestra propia autoestima, contra el derecho a ser diferente, individual. De hecho me recordó a los campos de concentración nazis en dónde se vestía con el mismo pijama de rayas y se le hacía el mismo rapado de cabeza a todos los refugiados para arrebatarles su identidad.

Y ahí la primera embestida del huracán atacando directamente a mi obsesiva perfección tanto a nivel emocional como físico. Mi padre era un auténtico snob para eso, las apariencias primaban sobre todo lo demás, por lo tanto, sus hijos debían llegar a límites insospechados de autoexigencia y perfección. Y daba igual lo mucho que te esforzaras ya que por mucho que destacases jamás estaba contento del todo, jamás te dedicaba un cumplido, jamás alcanzábamos su nivel, porque ¡claro está! el único que podía llegar a ese endiosamiento utópico era él.

La segunda embestida del huracán Joey, aquella que arrasaba todo a su paso, la recibí el día en que mi padre decidió entrar en la librería de su familia, no para ojear su contenido o porque tuviera especial interés en la cultura o en el lugar en dónde se encontraban aquellos maravillosos libros que me parecían mágicos, sino para criticar y henchir su orgullo y hacer alarde de su egocentrismo. Recuerdo que una vez dentro, y como ya había recibido mis correspondientes desprecios diarios y mi cupo estaba lleno, decidí apartarme de él e intentar sumergirme en aquel olor a papel antiguo y aventuras para dispersar mi mal humor, mi desesperación y mi rabia. De vez en cuando lo miraba de reojo y veía cómo pasaba sus desagradables y acusadores dedos por encima del lomo de algunos libros y se quitaba el polvo o leía el título con una mueca de disgusto impertérrita y burlona. Odiaba cuando se comportaba así y solo esperaba que el padre de Joey no se acercara a recomendarle ninguna obra porque ese era el detonante que él necesitaba para poder visibilizar su ególatra personalidad. Joey se me acercó de forma sigilosa y me pellizcó ambos lados de la cintura dándome un susto de muerte.

—¡Adefesio, me has asustado! —le dije en nuestra habitual jerga.

—¡Ole! ya ha llegado la alegría de la huerta,¡ni que tú fueses un Adonis! Bueno ¿me cuentas qué leches haces aquí o es que te morías de ganas de verme?

—¡Más quisieras! —renegué. A veces no sabía si esas insinuaciones que me hacía realmente se las creía pues detrás de su mirada escondía una sonrisa burlona. Siempre pensé que a parte de hacerme de rabiar escondía algo más como una especie de ironía privada que dirigía a sí misma.

—Vamos desembucha…hoy vuelves a tener la cara de viejo escagarruzao enfadica. ¡Con lo que me ha costado estos meses borrarla de la faz de la tierra y mírala ahí está de nuevo!

La verdad es que mi relación con Joey había sido algo tortuosa, bueno más que tortuosa había sido algo así como un acoso y derribo ya que no importaba lo que hiciera o lo que le dijera, ella siempre estaba detrás de mí con una sonrisa y tomándoselo todo a guasa.

Algún día serás mi mejor amigo» —solía decir, y  la verdad es que no me preguntéis cómo ni porqué pero lo consiguió. Me había acostumbrado a sus pintas raras, sus peculiaridades e incluso a esos malditos pelos despeinados que me ponían la piel de gallina. De hecho, había conseguido que me volviera a divertir y a experimentar pensamientos, sentimientos y emociones que hasta ahora no me había planteado sumido como estaba en mi burbuja de cristal, perfecta, aislada. Incluso la gente me decía que me había vuelto más sociable.¡ A ver qué remedio, si ella era un imán para las personas! y si yo estaba a su lado, porque normalmente me tenía secuestrado, por fuerza tenía que sociabilizar.

—Nada, ya sabes que no llevo bien los sustos…

—Está bien, pues te tendré que entretener para que no me guardes rencor, te propongo un juego, señálame a alguien de la tienda y yo te describiré exactamente su personalidad, y luego lo harás tú y quién más se acerque invita al otro a cenar.

—¿Y cómo lo vamos a saber si no los conocemos?

—Ahí está la diversión de observar e imaginar, lo importante es convencer al otro de que realmente esa persona es así ¿entiendes?

—Pues no, la verdad es que no le encuentro la gracia…

—¡Qué cenizo eres! empiezo yo…y no hace falta que elijas ya veo que para ti es todo un suplicio el mero hecho de divertirte conmigo.  —A ver a ver…— dijo dando un rápido vistazo entre los clientes que absortos recorrían las estanterías una y otra vez —¡Ese! —aulló  emocionada. Mi corazón dio un vuelco cuando me di cuenta de que señalaba a mi padre.

—Egocéntrico, perfeccionista e intolerante, lo sé por la forma en que se limpia los dedos y ese gesto ¡tan agradable! que pone cada vez que lee el título de un libro que no cree lo suficientemente bueno. Lo de los libros lo intuyo porque su mirada es de desprecio. Me imagino que tendrá a su familia bajo su yugo, siempre intentando cumplir con unas expectativas que nunca llegaran a alcanzar. Lo sé por la forma en la que se pavonea al caminar. Debe ser increíble sentirse Dios ¿no crees?

—Has dado en el clavo —le dije en un susurro y agaché la cabeza avergonzado.

—¿Cómo? —me preguntó confundida. Y entonces mi padre se giró  hacia nosotros, justo el tiempo suficiente para que ella pudiese ver su cara, Joey me miró sorprendida y pude ver el cambio en su ojos, como si acababa de relacionar todo lo que nos había sucedido hasta ese momento, aquella conversación,  nuestra extraña relación, e incluso el porqué de mi comportamiento frío.

—Dicen que nos parecemos ¿Tú que crees? —intervine rompiendo aquel aterrador silencio.

Ella me miró con esas penetrantes esmeraldas verdes.

 «Siempre se las apañaba para leer en mi interior».

—¡Ni de coña! —me dijo —y me arrastró hasta un espejo que tenía en la trastienda —Y te lo voy a demostrar ¿qué ves? —me preguntó de nuevo.

—Su reflejo. —le contesté sorprendiéndome a mí mismo ante aquella afirmación. Entonces ella hizo algo muy curioso, me revolvió el pelo dándome un toque grunge.

—¿Y ahora?

—A mí despeinado —le dije con ironía.

—Pues yo veo a tu verdadero yo, alguien que ha estado demasiado tiempo oculto y ahora empieza a ser libre, alguien que se ha soltado, alguien que empieza a aceptar quién es en realidad. Pero aunque te has desmelenado un poco aún te queda mucho camino por recorrer y yo me sé un atajo ¡vamos!…

Y ahí acabó nuestra conversación profunda. Luego hizo lo de siempre, arrastrarme hacia lo desconocido, pues ella no era de esas personas que te daban extensos y sabios consejos sino de las que actuaba. Así que, poniendo la excusa de que tenía un examen que preparar al día siguiente,  huí con Joey, dejando a mi padre solo en la librería.  Y seguidamente, nos fuimos en su moto al pueblo de al lado en donde habían abierto un karaoke al estilo japonés, es decir, con cabinas privadas e insonorizadas. Y allí estuvimos cantando, riendo y de desahogándonos toda la tarde. Esa fue la primera vez que realmente me sentí libre y que no me importó hacer el ridículo. Y también fue la última vez que estaríamos juntos…

El tercer tipo de huracán, ese que lo destroza todo por completo, aquel que borra todo aquello por lo que has vivido y te hace sentir que, en realidad, no somos nada más que una unión aleatoria de moléculas dispersas en este enorme universo, vino a mi encuentro una semana después. El tifón Sonia llevaba un mes amenazándonos con hacer acto de aparición y justo aquella semana su presencia se hizo mucho más virulenta pues las tormentas no dejaban de acecharnos a la par que iban ganando intensidad. Por lo que pasó de ser una típica tormenta de primavera a declararnos la guerra poniéndonos en alerta naranja, cosa que implicaba el confinamiento, el cierre de los centros públicos así como la suspensión de las clases en toda la comarca. Y he de reconocer que lo peor que llevaba era no estar con Joey. El ambiente en mi casa se había tornado igual de lúgubre y gris que aquellos odiosos días de lluvia y el hecho de que mi padre tele-trabajara hacía que la tensión entre nosotros aumentara de forma considerable. Y es que acababa de descubrir una cosa que no se le daba nada bien, los aparatos tecnológicos y las nuevas herramientas que estos ofrecían y le frustraba tanto que solía pagarlo con nosotros, bueno, en realidad conmigo. Lo tenía como un sabueso siempre detrás de mí al acecho y un día no lo pude soportar más, estaba hablando con el grupo de clase, que Joey había creado, para preguntarles si sabían algo de ella pues últimamente ni siquiera se conectaba y me habían dicho que lo último que les dijo había sido que las lluvias habían perjudicado, considerablemente, la infraestructura de la librería. E intentando averiguar algo más acerca de esto apareció mi padre y al verme con la videollamada se lo llevaron los demonios, así que me cerró la tapa del portátil de malas maneras y empezó a echarme la bronca, a decirme lo inútil que iba a ser, lo desgraciada que iba a ser mi vida… Después empezó a insultar a Joey diciendo que desde que ella había aparecido me estaba volviendo más descuidado, que me estaba aborregando o algo así, no recuerdo muy bien la cantidad de insultos o todo lo que me dijo pero sí la intensidad de los mismos y el desagrado y desprecio que había en su voz. Entonces el pecho empezó a dolerme y la garganta  a abrasarme, podía soportar todo lo que me dijera a mí, pero ahora, al hablar así de Joey y de su familia hizo que algo se rompiera en mi interior. Los pulmones me oprimían, no podía respirar, así que en un arrebato de locura tuve que huir…

La verdad es que este tipo de situación no era la primera vez que la vivía y la discusión era una de tantas otras, pero creo que, en aquel momento de mi vida, aquella estúpida trifurca fue la gota que colmó el vaso. Me ofusqué, mi cerebro no daba para más, los pensamientos, las sensaciones y los reproches se arremolinaban en mi mente en una vorágine huracanada en la tan que solo, en el ojo del huracán, iba a sentirme seguro, tranquilo, reconfortado y justo sabía dónde se hallaba ese centro, ese equilibrio y si no podía estar con la persona que me lo proporcionaba iría al lugar en donde más había de ella, de nosotros. Iría a nuestro lugar, a nuestro refugio, el roble de la parte de atrás que protegía a nuestro instituto de los calurosos días de verano cobijándolo con su alargada y espesa sombra.

No recuerdo cuándo ni cómo llegué pues el viento se había vuelto insoportable hasta para caminar. Tan solo recuerdo las gotas de lluvia clavándose en mi piel como agujas, la desagradable sensación de no poder mantener los ojos abiertos en todo momento y esa fuerza racheada que me impedía continuar. Aunque mi tozudez pudo más que su furia y finalmente llegué al lugar y me senté totalmente empapado entre las raíces de aquel majestuoso árbol que me acogieron con amor maternal. Y fue entonces cuando lloré y grité desconsolado. Ya no podía dar más de mí y después de la pataleta llegó la calma, el vacío, la soledad, la desesperación. Y entonces lo vi, se había formado una especie de tornado a unos 900 metros del lugar en donde estaba. Era impresionante la fuerza con la que arrancaba y expulsaba todo lo que había a su alrededor y lo más sorprendente era que en vez de estar aterrorizado lo único que sentía era alivio y una hipnótica atracción. Quería ser absorbido por aquel monstruoso remolino y acabar de una vez con mi angustia existencial, esa angustia que me ahogaba y me aplastaba desde lo más profundo de mi ser.

Y fue entonces cuando me asustó lo poco que estimaba en realidad mi vida pero en el mismo instante en el que estaba siendo consciente de esto algo cambió y todo aquello que importaba en mi vida, todo aquello pue para mí significaba algo empezó a pesar más que mi tristeza y aquel pesar que oprimía mi alma. En ese mismo momento supe que, en realidad, no quería morir, que solo estaba herido, enfadado, aunque tal vez ya fuera demasiado tarde pues el tornado se había acercado más rápido de lo que creía, incluso podía notar que la fuerza del viento había aumentado. Intenté ponerme en pie pero caí ¿qué podía hacer? estaba solo, sin fuerzas y nadie sabía que estaba allí escondido. ¿De verdad que iba a morir de aquella forma tan absurda y cruel? «¡Estúpido niñato!, tendrías que haberlo previsto…»  Y mientras pensaba esto, lo escuché, atravesando aquel ensordecedor silbido del viento, era tan apenas un susurro pero un susurro que parecía deletrear mi nombre y entonces me giré y vi su cara a escasos centímetros de la mía.

—Sebas tenemos que irnos ¡ya! —me gritó Joey aunque solo noté una suave caricia fonética en mis maltratados oídos. No sabía qué hacía allí ni cómo se habría enterado pero me alegré tanto de verla…Así que me incorporé dejándome ayudar por ella y cuando lo hice vi que llevaba atada una cuerda a la cintura.

—¿Por qué llevas…? —empecé a preguntarle elevando la voz todo lo que pude, pero ella no me contestó sino que miró algo detrás de mí con una expresión que me heló la sangre en las venas.

—Sebas ¡cuidado! —me dijo, y fue lo último que oí salir de sus labios. De un empujón me apartó haciéndome caer de bruces al suelo, no sé de dónde sacó aquella fuerza con aquel viento tan castigador.  Pero el hecho es que cuando alcé la vista ella estaba inmóvil en el suelo y sangrando escandalosamente. Una rama había impactado contra su cabeza, una rama que tendría que haber impactado sobre mí. Recuerdo que un alarido salió de mi garganta perdiéndose en aquel el ruidoso y desgarrador espectáculo de la naturaleza y arrastrándome hacia ella la tomé entre mis brazos, llorando desconsolado, para intentar proteger lo poco que, al parecer, quedaba de Joey, la note fría y estática al tacto y el dolor me partió en dos, la abracé a pesar de todo aquel frío y humedad que nos atravesaba como estalactitas de hielo.  No recuerdo cuánto tiempo pasamos así, yo abrazado y ella inerte entre mis brazos hasta que una mano fuerte se apoyó en mi hombro y me hizo reaccionar. Cuando giré la cabeza vi a mi padre que con lágrimas en los ojos me decía que lo tenía que acompañar, que tenía que dejarla ir. Pero yo no quería y me aferré hasta que otros brazos más potentes consiguieron separarla de mí, Joey no había venido sola y, bueno, ese fue el final de mi destructiva huida.

Mi padre me contó que cuando salí Joey me llamó, que cogió el teléfono desesperado y le contó la situación y que ella le dijo que se tranquilizara, que sabía donde estaría exactamente, así que se pusieron en contacto con los bomberos y la policía y salieron tras de mí, ataron a Joey a una cuerda porque pensaron que en mi estado emocional sería mejor estar frente a una cara conocida que frente a la persona con la que discutí o, en su defecto, un extraño. «¡Gran decisión!» La cuerda era para asegurarnos a los dos una vez ella llegara hasta mí por si la cosa se ponía peor. ¡Qué ironía, peor! Después todo pasó muy rápido, las luces de los coches de policía, la sirena de la ambulancia, mi padre pegado a mí en la parte de atrás. Una vez curados los pocos rasguños que tenía, solo recuerdo estar esperando en una sala, la frialdad de aquel asiento, el ajetreo de personas que pasaban delante de mí y un solo pensamiento en mi cabeza, aquello que creía que jamás podría recuperar, Joey.

Y ahora, sentado en ese solitario banco de madera, no me había podido despedir de la única persona que creía en mí, la única persona que sabía verme como en realidad era, la única persona que puso patas arriba todo lo que yo fui y la única persona que había salvando mi vida. Si tan solo hubiese llegado diez minutos antes le habría podido dar el último adiós, pero ya era demasiado tarde su tren había salido…   «Y cuánto la echaba de menos…»

Mi teléfono sonó sobresaltándome, había sido un aviso de WhatsApp. Cuando vi el globo que apareció en mi pantalla no pude evitar esbozar una sonrisa, rápidamente introduje el código de seguridad y busqué el contacto para leer lo que me decía:

Joy huracán

Inma Ostos Sobrino

Zarandeo

Autor@:
Ilustrador@: Rafa Mir
Corrector@: Mariola Díaz-Cano Arévalo
Género: Poesía
Rating: + 18 años
Este relato es propiedad de Ainoha Ollero. La ilustración es propiedad de Rafa Mir. Quedan reservados todos los derechos de autor.

Zarandeo. 

zarandeo - Rafa para Ainhoa

Ilustración de Rafa Mir

Los huracanes
llegaron, dejándonos
un vacío bajo los pies
y enredones en el pelo.
(Y, así, despeinadas
y con nuestros piececitos de geisha
arrancados del tiesto,
plantamos una mirada desafiante
a las máscaras
de nuestros ancestros).

Los huracanes
se quedaron un tiempo
entre nuestras piernas temblorosas
y nuestros labios vacilantes,
zarandeando
estos corazones tiernos nuestros,
hasta que dejamos de permitir
que otros
marcaran nuestros ritmos,
nuestros silencios.
(Y, así, mirando a los ojos
a la hoguera
que nos ardía dentro,
crecimos como árboles centenarios
y nos atrevimos
a intentar tocar el cielo).

Los huracanes
se fueron, por fin,
y tras su paso quedaron
los campos arrasados
para que los sembráramos
de nuevo,
los cimientos removidos,
con todos los secretos
al fresco,
el aire frío, limpio, desafiante
para que los pájaros
de nuestras cabezas
pudieran emprender,
otra vez,
el vuelo.

Ainoha Ollero

Rugen palomas

Autor@:
Ilustrador@: Rosa García
Corrector@: Mariola Díaz-Cano Arévalo
Género: Poema
Rating: + 18 años
Este relato es propiedad de Vicente Mateo Serra. La ilustración es propiedad de Rosa García. Quedan reservados todos los derechos de autor.

Rugen palomas.

Ilustración de Rosa García

Rugen palomas el canto áspero que retumba en su sien,
que le atosiga y acompaña en el vaivén
de los días y las noches; vida en peligro de derrumbe
agarrada al clavo ardiendo de un yunque,
dejado caer a plomo sobre el hielo,
como quien apoya en barro una barra de hierro,
para dar un paso y pisar en falso y caer en picado.

Alivio de viento en la cara aunque sea soplo de aire viciado;
recreo de la euforia, aunque sea la lucidez que caduca
al amanecer; y el sudor de invierno bañando la nuca…
Son frutos, todos, de tomar los blancos senderos
colocados ante él con sumo esmero,
reflejando su rostro sobre el rostro de plata,
confuso por la impresión de la sensación barata
al ver su cara sin distinguir ser uno mismo,
aun así, ¡cómo no coger ese atajo al abismo!

Zancadilla a la vida y corte de manga al presente,
futuro y pasado batallan en su mente,
matando el tiempo debaten quién fue el primero
en alcanzar ese lugar donde un mohín grosero
se convierte en sonrisa, donde se anda sin prisa
y por pura inspiración el canto de una cigarra,
inspira a Slash el más salvaje riff de guitarra.

Qué bello fue o será vivir montado en una nube sin frenos,
y emprender la subida a los infiernos,
encender las estrellas y acariciar los delfines
que vuelan, y ver los felinos con sus hermosos botines
andando sobre el agua. El fin del estado perfecto
venido a menos cuando, pasados los efectos,
retumba el canto áspero que rugen las palomas en su sien,
sonando una y un montón de veces cien.
Y después caer de nuevo y respirar el polvo,
de los blancos senderos, el blanco polvo,
colocados, paralelos, ante él, con esmero.

Vicente Mateo Serra
 31-01-21

Secretitos de mi corazón

Autor@: Paloma Muñoz
Ilustrador@: Rafa Mir
Corrector@: Paloma Muñoz
Género: Poema
Rating: Todos los públicos
Este relato es propiedad de Paloma Muñoz. La ilustración es propiedad de Rafa Mir. Quedan reservados todos los derechos de autor.

Secretitos de mi corazón.

Secretitos, secretitos de mi corazón
Yo te guardo secretitos metiditos dentro de un cajón
Si algún día, secretitos no quisieras volverme a contar, no te creas que ya no los quiero es que no me los pude guardar.
La noche que a media luz me contaste un secretito
No he sido el mismo hombretón que se marcó un tango contigo
Yo te ofrecí mi amor y mi alma y mi vida
Tú me prometiste contarme el secretito
El secretito tan escondidito que estaba loco por descubrir para compartirlo contigo
Secretitos, secretitos, secretitos de mi corazón
Yo te cuento secretitos que pueden abrasar tu corazón
Si algún día, secretitos tú quisieras conmigo compartir
Yo dispuesto estaría a escucharlos, y en el intento no morir
Cuando te vi con el clavel que llevabas en el pelo
Te pedí que lo prendieras del escote y lo sujetaras con celo
Así estaría seguro de que el clavel no caería
Y yo cogerlo intentaría sin que me temblara el pulso y no se me notara mucho la tontería.
Secretitos, secretitos, secretitos de mi corazón
Yo te cuento secretitos muy jugosos como el zumo de un fresón
Si algún día, secretitos no quisiera volverte a contar, no te creas que ya no los cuento
Es que no quiero hacerme de rogar.
El barrio de Santa Cruz, el barrio de Las Marías.
No hay una mujer como tú con los ojos como la luz del día.
Hoy tiemblo al recordar el secretito que nos unió y me parece mentira cómo nos quisimos tú y yo guardando nuestro secreto, pero el destino cruel nos separó por completo
Ahora me pongo a recordar el clavel de tu pelo y el secreto que nos unió y que nos llevó hasta el mismísimo cielo
Yo quiero seguir recordando y guardando nuestro secreto, el tuyo y el mío
Un secreto que nos llevó a la sombra y a la luz, al calor y al frío.
Han pasado los años y a saber dónde estarás.
Quien sabe por dónde pararás y qué secretitos guardarás
Y sí con Dios puedes hablar pregúntale si nuestro secreto es una flor que no se marchitará jamás.

Ilustración de Rafa Mir

Paloma Muñoz
Madrid, 28 de noviembre 2020

La canción de mis secretos encriptados

Autor@:
Ilustrador@:
Corrector@: Mariola Díaz-Cano Arévalo
Género: Poema
Rating: + 18 años
Este relato es propiedad de Ainhoa Ollero Naval. La ilustración es propiedad de Carolina Cohen Polanco. Quedan reservados todos los derechos de autor.

La canción de mis secretos encriptados.

Había una vez un secreto
que nació de una colección
de cicatrices del alma
y otro,
de la curiosidad,
de las cosas de la edad.
Y, sobre todo, de mi ombligo
en llamas.

Vinieron, vieron y vencieron
porque no había,
para detenerlos,
ni medio abrazo
ni la caricia de una mirada.
Entre noches borrosas
y escaramuzas
a los pies de mi cama
tejieron su telaraña.

(Y como veían
que no me moría,
fueron a llamar
a otro secreto.)

Había una vez un secreto
que vivía en terror
de la primera piedra
y de la última palabra,
y me tatuó una máscara
que asfixió mi corazón saltarín
y llenó de barro
esas huellas mías,
disfrazadas de mujercita fatal,
que todavía bailaban.

Ese secreto hizo amagos
de salir a recorrer el mundo,
porque ardía de injusticia,
y de suciedad, y de rabia,
pero todo quedó
en un par de escaramuzas
que pronto ya nadie recordaba.

(Y como los secretos,
envalentonados en su cueva
regada por la vergüenza
y las lágrimas,
veían que no me moría
o, aún peor,
que mi misma existencia
era recordatorio y batalla,
fueron a llamar
a otro secreto.)

Ese secreto intentó gritar,
pero su vocecilla no interesaba.
Y, en su silencio rojo
de frustración
y blanco de candidez,
que le hacía preguntas
a las matrículas de los coches,
a las sábanas revueltas
y a las margaritas deshojadas,
llamó a una legión de secretos
que se armaron, insidiosos,
en la retaguardia.

(Y como veían
que no me moría,
me abrieron los ojos
con aguijones
y con balas de plata.)

Ilustración de Carolina Cohen Polanco

*Epílogo:

Ahora veo, un poco,
en la oscuridad
y avanzo a tientas,
aunque los secretos
todavía me visitan,
y me tiran del pelo,
y me susurran
que no valgo nada,
pero no pueden impedir
que pasee por este barrizal
desnuda, serena, descalza,
con la razón en una mano
y, en la otra,
una metralleta cargada.

Ainhoa Ollero Naval

43ª convocatoria: Individualismo

Individualismo.

Realidades paralelas.

Ilustración de Paloma Muñoz

Ilustración de Paloma Muñoz

Bajo mi paraguas me protejo Yo
Y bajo la lluvia,
tras el confort de la climatización que te envuelve en cierto halo de seguridad,
Te observo en la distancia.

Su
casa,
esa del esfuerzo único que otros no han hecho
Ahí,
la familia,
Su familia
de la compañía,
las relaciones de «valgo/vales lo que me das»,
el regalo de las Grandes Fiestas,
el perro comprado por varios tantos cientos de euros,
lo que pareciera ser algo… algo que dicen «Amor».

El dinero de Él,
la Visa de Ella,
la relación del «me salvo antes que muera»,
Porque ante todo: «He de pensar primero en ».

Y : «A tus problemas, que son nada más que tuyos».

– ¿Nuestro?
– Primero Yo, segundo Yo, tercero Yo.
– De eso se trata la vida (o por lo menos esa historia me han vendido).

Carolina Cohen

41ª Convocatoria: La ventana

La ventana.

Ilustración de Rosa García

Nos hablan las ventanas de nuestras vidas,
nuestro fluir abarrotado
las relaciones enclaustradas
los gritos de profundos amores.

Respiran los marcos de nuestras entrañas,
cuando germina el deseo de la vida
cuando se anida el caos y el dilema.

Los cristales nos hablan de la transparencia
¿las verdades dichas o enredadas en los dientes ?
Se salta a veces hacia afuera cuando aflora el juicio
llevamos la consciencia a cuestas.

Nosotros, los otros, ellos mismos…

Una cortina, la persiana y el visillo.

Te miro, que no te encuentro.

Pero aún, cuando llega la noche,
la habitación, la trinchera o la salita
ahí volvemos, con nosotros mismos.

Carolina Cohen Polanco

40ª convocatoria: La igualdad

La igualdad.

Ilustración de Rosa García

Igualdad, palabra hermosa
Igualdad, palabra generosa
Igualdad, palabra ferviente
Igualdad, palabra hiriente
Igualdad abriendo caminos
Igualdad cumpliendo destinos
Igualdad, un gran mensaje
Igualdad, un buen viaje
Igualdad, palabra con historia
Igualdad, palabra con memoria
Igualdad, siempre desde niños
Igualdad, peleando por ella hasta con los piños
Igualdad, divino tesoro
Igualdad, el mundo es de oro
Igualdad por la que se lucha
Igualdad siempre se escucha
Igualdad desde la Revolución Francesa
Igualdad, chúpate ésa
La igualdad es una llave que abre la puerta de la justicia
La igualdad es la clave para desterrar la mediocridad y la estulticia
Hay que luchar por ella
Hay que vivir en ella
Hay que preservar la igualdad
Hay que proteger la equidad
La educación es un bien común
La Igualdad no puede ser manejada al tuntún
Sin la igualdad no hay justicia y si no hay justicia los corazones se llenan de malicia

Paloma Muñoz
23 de marzo de 2020