La madre dragón lanzó una llamarada de ardiente fuego que envolvió al huevo en un abrazo cálido y acogedor. De esta forma se aseguraba de que su pequeño se sintiera protegido y reconfortado por las llamas, el elemento natural de los dragones. En el nido se encontraban, además de Esmeralda, la hermosa madre dragón de brillantes escamas verdes, sus otros dos vástagos, Vulcano y Bestor, reunidos en su lugar de nacimiento, para presenciar el momento en el que el pequeño dragón comenzaría a resquebrajar el huevo y abrirse paso hacia el mundo exterior. El nacimiento de un dragón siempre era un gran acontecimiento.
Mientras, en el interior del huevo, ajeno a lo que pasaba fuera, la criatura se movía inquieta. El fuego que calentaba el huevo le reconfortaba, pero por alguna razón perturbaba su sueño. Con pequeños movimientos, perezoso, intentaba acomodarse de nuevo. Esmeralda lanzó una nueva bocanada de fuego para reavivar las llamas y recordar al pequeño dragón que le esperaban en el exterior. El infante se asustó de este incremento de la temperatura, y en su nerviosismo comenzó a romper el huevo desde dentro.—¡Oh!, mira, madre, ya empieza a intentar salir —señaló Vulcano, impaciente.
—Quizá necesite ayuda. Podríamos… —empezó a comentar Bestor, que fue rápidamente interrumpido por su madre:
—No. Debe salir por sí solo. Esta es la primera de las pruebas que tiene que superar para llegar a ser un gran dragón, como vosotros hicisteis en su momento.
Dicho esto, la dragona volvió a avivar el fuego por tercera vez, justo en el momento en que el pequeño conseguía por fin desprender una parte de la cáscara lo suficientemente grande para poder avistar el exterior. Y lo primero que vio fue… fuego. Una inmensa llamarada dirigiéndose hacia él.
—Vamos, pequeño. Ven con nosotros —le animaba Esmeralda, deseando conocer a su nuevo hijo.
—Parece que es algo tímido —se burló Bestor, observando cómo el dragón los miraba desde el interior del huevo por la abertura que acababa de hacer en la cáscara—. Y está temblando.
—Qué dragón más raro. ¿No será que tienes miedo del fuego? —insinuó despectivamente Vulcano.
—Vamos, muchachos, dejadle en paz. Solo necesita un poco más de tiempo para salir —intentó apaciguarles su madre, aunque también estaba algo decepcionada con el pequeño, tímido y asustadizo dragón.
Lo cierto es que todos ellos tenían razón. El pequeño estaba aterrorizado. Un dragón que tenía miedo del fuego. Era algo impensable, inaudito, y sin embargo había ocurrido y les había tocado a ellos. Los dragones eran criaturas asombrosas, poderosas, orgullosas de ellas mismas y del temor que infundían en los otros seres. ¿Cómo podría sobrevivir un dragón con miedo al fuego? ¿Qué imagen daría mostrando semejante debilidad nunca antes vista?
Vieka, que así fue llamado el pequeño e inusual dragón, salió finalmente del huevo cuando las llamas se hubieron extinguido. Fue recibido en una familia que se avergonzaba de él. Esmeralda, quien a pesar de todo quería a su hijo como a los demás, lo protegió de los comentarios y le hacía esforzarse para superar el miedo que sentía a lo que debería ser su principal arma. Sin embargo, Vieka creció junto a las burlas de sus hermanos, que, orgullosos de sí mismos, no podían aceptar a un dragón temeroso del fuego y evidentemente incapaz de escupir violentas llamaradas como ellos.
En sus incesantes juegos los tres hermanos desarrollaban todas sus habilidades de dragón. Hacían carreras volando, para ejercitar sus vigorosas alas; luchaban entre sí, para entrenar las fuerzas de sus garras y colmillos; resolvían juegos de ingenio que ellos mismos inventaban, para agudizar su inteligencia. En todo esto, Vieka era comparable a sus hermanos, aunque siempre inferior. Demostraba grandes aptitudes de velocidad, fuerza, resistencia y agudeza, no obstante haber tenido que esforzarse el doble que ellos le hizo estar a su altura y que le permitieran participar en sus prácticas. Sin embargo, siempre quedaba rezagado y era menospreciado por su insuperable temor al fuego. De hecho, él mismo era consciente de esto y se avergonzaba por ser como era. Pero por mucho que lo intentara no podía hacer nada para cambiar y ser como el resto de los admirables dragones. No podía luchar contra el fuego.
Una tarde soleada, en uno de sus juegos, Vieka intentaba ganar una pelea contra sus hermanos. Por primera vez estaba logrando alcanzar el ritmo de Bestor, pero Vulcano lanzó pequeñas llamaradas para despistar a Vieka y hacerle perder la competición.
—Sois unos tramposos —les reprendió, cuando las llamas se hubieron extinguido al cabo de un rato.
—Vamos, ¿quién dice que un dragón no puede usar fuego para obtener ventaja? No seas mal perdedor.
—Anda, no te enfades. Hagamos ahora una carrera. El primero que llegue al nido gana.
Los tres hermanos dragones desplegaron sus hermosas alas y levantaron rápidamente el vuelo. A pesar de lo que pueda parecer, los dragones son criaturas ágiles y veloces. No obstante, no pudieron esquivar la trampa en la que Bestor quedó atrapado. Vieka trató de romperla con sus garras, pero fue totalmente inútil. Vulcano no dudó en lanzar fuego para quemarla, consciente de que este elemento no haría daño a su hermano, como tampoco logró hacérselo a la red que lo tenía apresado. Bestor les gritó que se marcharan:
—¡Marchaos! Es una trampa fabricada por cazadores de dragones y no podremos destruirla. Estos hombres nos han estudiado durante mucho tiempo y, aunque no saldrían victoriosos enfrentándose a nosotros directamente, si caemos en una trampa estamos perdidos. Avisad a madre; ella sabrá qué hacer.
Los dos dragones se elevaron en el cielo siguiendo las indicaciones de su hermano preso. Pero tras un instante, Vieka se detuvo de golpe llamando la atención de Vulcano.
—¿Qué haces? ¡Tenemos que avisar a nuestra madre!, ¡rápido!
—¿Pero no te das cuenta? Tenemos que seguir a esos hombres.
—Aún no estamos preparados para luchar contra ellos. Somos demasiado jóvenes, podrían capturarnos a todos. ¿Es eso lo que quieres, Vieka?
—Claro que no. No soy estúpido. Pero tenemos que saber a dónde se lo llevan, para poder rescatarle cuando sepamos qué hacer.
—Está bien. Síguelos, pero no dejes que te vean. Yo, avisaré a madre. Nos reuniremos en el claro al que vamos a jugar por la noche.
Vulcano siguió volando raudo hacia el nido. Mientras, por su parte, Vieka emprendió su camino con una ligera sonrisa en su rostro, pues aunque Vulcano no lo había reconocido de ese modo, no había tenido más remedio que darle la razón en su planteamiento. Se le presentaba una gran ocasión para demostrar que también era digno de ser un dragón. No les defraudaría.
Al sobrevolar la zona donde habían capturado a Bestor tuvo un mal presentimiento que se confirmó al no encontrarle. Sin duda los hombres se habían dado prisa en llevarse su presa a su refugio. Un tanto alarmado, Vieka sobrevoló en círculos la zona, escudriñando todos los rincones en busca de alguna pista que indicara el paradero de su alado hermano. Al cabo de unos instantes, se percató de unas marcas de rueda en el suelo. Muy alerta, siguió su trayectoria con la esperanza de estar siguiendo la pista correcta, aunque no tardó mucho tiempo en pasar volando sobre los hombres que transportaban a Bestor en una carreta.
—Este dragón nos va a dejar una fortuna. Tiene unos colmillos magníficos.
—Y fijaos en estas escamas tan brillantes. Se nota que es un dragón muy sano. Y joven.
—Llevamos tiempo observando a esos estúpidos dragones. Al menos hemos podido capturar a uno de ellos. Será suficiente.
Los hombres caminaban lentamente, ralentizados por la carga que transportaban. A pesar de que Bestor no era un dragón adulto ya había desarrollado un considerable peso y tamaño. A intervalos constantes, forcejeaba contra sus ataduras, incapaz de romperlas. Con cada sacudida, los hombres se mostraban inquietos. Habían logrado anular sus habilidades de dragón con las trampas que habían desarrollado, habían fabricado materiales inmunes al fuego, con los que se cubrían; sin embargo, un dragón nunca podía tomarse a la ligera: si conseguía liberarse podían darse todos por perdidos aunque se tratara de un dragón adolescente, como era el caso de Bestor.
Tras varias horas de pesado avance, consiguieron llegar a una cueva semioculta en la ladera de una montaña. Penetraron en ella en sumo silencio. Bestor estaba agotado y aterrorizado, todos sus esfuerzos y prácticas para desarrollarse como un temible dragón se habían visto truncados por estos insignificantes hombres, ante los que se encontraba a su total merced. Vieka entró discretamente, caminando por el techo de la cueva, camuflándose con su superficie para no ser visto. Observando con atención la estancia, uno podía darse cuenta de que lo que pretendían hacer con su hermano no podía ser nada bueno.
En un lugar algo más alejado, Vulcano había encontrado a Esmeralda y le había informado de todo lo ocurrido. Ambos habían iniciado juntos el viaje de regreso hasta el lugar donde debían reunirse con Vieka para ir a rescatar al aterrorizado Bestor. Sin embargo, el joven Vieka tenía otros planes. No podía abandonar a su hermano a su suerte, debía actuar. Y pronto.
Observó con atención los preparativos de los hombres. Desconocía por completo qué estaban organizando y no quería averiguar cuál era el papel de Bestor en esos trámites en los que se encontraban tan ocupados. El asustado dragón, ahora encadenado en una tarima de extraño material oscuro, lanzó bocanadas de fuego y humo para asustar y alejar a los hombres, consciente de que no podía hacerles daño usando su elemento. Lo que nunca hubiera pensado es que ese mismo fuego le haría daño a él.
—El material sobre el que te encuentras absorbe tus llamas y las transforma en energía capaz de dañar tu dura piel —explicó uno de los hombres, observando divertido al dragón dolorido—. Ahora ya no pareces tan valiente, dragoncito.
Bestor gruñó violentamente, lo cual hizo retumbar las paredes de la cueva y cogió a todos los hombres desprevenidos. No esperaban que el dragón hiciera algo así, no lo tenían todo tan bien previsto. Vieka puso su mente a trabajar, analizando todo lo que veía para elaborar una estrategia de rescate. Aun siendo cazadores de dragones, temían a estas criaturas y, como todos los hombres, desconfiaban de aquello que no podían ver y desconocían. Esa sería su gran arma. No usaría el fuego, esta vez un dragón usaría armas no previsibles.
Durante unos instantes recordó con añoranza los juegos con sus hermanos, especialmente aquellos en los que frecuentemente le lanzaban pequeños brotes de fuego para asustarlo y reírse de él, gracias a los cuales había desarrollado una gran capacidad pulmonar que le permitía apagarlos con rapidez para protegerse. Esta habilidad, nada propia de los dragones, sería de especial utilidad ahora para dejar a esos detestables hombres a oscuras.
Una a una, fue apagando las antorchas que iluminaban la estancia. Al principio los hombres lo asociaban a una ráfaga de viento, pero pronto descubrieron el motivo.
—¡Hay otro dragón! —gritaron unos.
—¿Dónde está? —preguntaron otros, con los arcos preparados.
—Arriba, en el techo. Camuflado entre las sombras y la piedra. ¡Disparad!
El caos reinante en aquellos momentos era notable. Los hombres estaban nerviosos, disparaban afiladas flechas de acero hacia el techo, pero Vieka se movía con agilidad esquivándolas y apagando a su vez más antorchas. Mientras recuperaba el aliento, uno de los cazadores más fieros apuntó certeramente su flecha y disparó, hiriendo al dragón en su ala derecha. Vieka perdió el equilibrio y cayó dando vueltas, impactando con fuerza en el suelo. Bestor, que lo había visto todo atónito, aprovechó la confusión para recobrarse de sus heridas y volver a gruñir de forma violenta, lo cual produjo un fuerte estremecimiento en las paredes seguido de un repentino desprendimiento de algunas piedras.
Algunos de los hombres huyeron despavoridos, incapaces de enfrentarse a la vez a dos dragones y a la montaña. Vieka, algo aturdido por el reciente golpe, unió sus fuerzas a las de su hermano, y ambos bramaron de tal manera que la montaña entera tembló, sacudiendo a los asustados cazadores, que salieron corriendo horrorizados y temerosos de perder la vida en el inminente derrumbe de la cueva.
—Tranquilo, hermano, te sacaré de aquí. —Vieka mordía insistentemente las ataduras que tenían aún inmovilizado a Bestor. El dolor del ala y de los golpes recibidos por las piedras que ellos mismos habían desprendido no importaba ahora. Tenía que liberar a su hermano y salir de allí rápido.
—Vieka, tienes que usar esa palanca para liberarme. Antes vi cómo me ataban; no podemos romper estas ataduras antidragones.
Vieka miró unos instantes extrañado, sin comprender lo que tenía que hacer. Bestor le explicó el funcionamiento del mecanismo que lo liberaría, tras lo cual Vieka entendió y procedió a ponerlo en marcha torpemente con sus robustas garras.
Al cabo de un rato los dos hermanos abandonaron la peligrosa cueva. Una vez en el exterior unieron de nuevo sus rugidos para provocar el derrumbamiento. Esos hombres no volverían a usar aquellas viles herramientas con ningún otro dragón.
Pausadamente, puesto que a Vieka le costaba volar con el ala herida, llegaron al encuentro de Esmeralda y Vulcano, que les esperaban preocupados. La dragona inspeccionó a los dos dragones recién llegados y prestó especial interés a la curación del ala dañada.
—Has conseguido escapar, Bestor. No podía ser de otra forma —comentó Vulcano, satisfecho de su hermano.
—Sí. Gracias a la ayuda de Vieka. Sin él no lo habría conseguido. —Bestor se mostraba ahora realmente orgulloso e impresionado por su hermano Vieka, y transmitió a los demás estas sensaciones.
Vieka y Bestor relataron lo que habían vivido en el interior de la cueva de los humanos, haciendo especial hincapié en cómo lograron salir victoriosos sin necesidad de usar ninguna de las técnicas características de los dragones.
—No hemos usado fuego, no hemos volado, ni peleado con nuestras garras, colmillos y cola —repetían una y otra vez a lo largo del relato.
Al finalizar su historia, Vulcano estaba sorprendido, orgulloso de sus dos hermanos. Esmeralda, igualmente impresionada y satisfecha de sus vástagos, se dirigió a ellos:
—Habéis empleado la mejor de las habilidades que posee todo dragón, vuestra inteligencia, demostrando que sois dignos de ser llamados dragones. Todos. Vulcano, has buscado ayuda cuando la situación te superaba; Bestor, no te has rendido en ningún momento y has seguido luchando por tu libertad; y en especial tú, Vieka, quien a pesar de tus limitaciones has sido capaz de encontrar una solución, y no como necesidad de salvarte a ti mismo, sino para conseguir salvar a tu hermano.
Los cuatro dragones volvieron a su nido, donde crecieron y siguieron defendiéndose los unos a los otros. Ya nadie se avergonzó del dragón con miedo al fuego, sino que lo aceptaron tal como era. Se dice que siglos más tarde, cuando los dragones se hubieron extinguido, aún perduraban ciertos reptiles con temor al fuego, o ¿de dónde creéis que vienen las lagartijas?