Autor@: Jorge Moreno
Ilustrador@: Carolina Cohen
Corrector@: Mariola Díaz-Cano Arévalo
Género: Relato
Rating: Todos los públicos
Este relato es propiedad de Jorge Moreno. Las ilustraciones son propiedad de Carolina Cohen. Quedan reservados todos los derechos de autor.
Tiempos verbales.
Ilustración de Carolina Cohen
—Pretérito pluscuamperfecto —dije.
—¿Pretérito pluscuamperfecto?
—Sí, claro.
—¿Y por qué?
Algo tenía que decirle. Cuando tienes doce años y la chica de la que estás enamorado te pregunta cuál es tu tiempo verbal favorito, tienes que pensar rápido, no te vas a quedar callado como un bobo. Encima si la chica es mayor que tú y mucho más lista y no te ve más que como el hermano pequeño de su amiga, hay que esforzarse mucho para que su opinión cambie y, quién sabe, quizás algún día dejase de fijarse en los de su edad y se volviese loquita por mí.
—Me gusta, es tan, tan… tan perfecto.
Mentí, claro, lo dije porque me gustaba como sonaba, pluscuamperfecto, solo con su sonoridad merecía ser la palabra preferida de cualquiera.
Ella sonrió y me pareció que también era pluscuamperfecta.
—La mía es el futuro —dijo.
—Anda, ¿y por qué? —pregunté, contento porque la atención se desviase de mis gustos inventados.
—El futuro es esperanza, todo lo que será, lo que podemos llegar a hacer, lo que seremos, ¿no crees?
El futuro, tenía que haber dicho el futuro. Así ella pensaría que éramos iguales, prácticamente almas gemelas, hechos el uno para el otro.
Mi hermana apareció y se fueron, después dedicarme una sonrisa, dejándome con la duda de si existe algún tiempo verbal que sea el futuro pluscuamperfecto.
Fue un año más tarde cuando mi hermana dejó de salir con ella. Empezaron la universidad y cada una fue por un lado, nuevas amistades, nuevas inquietudes, nuevos novios.
Simplemente desapareció. Tuve la tentación de preguntarle a mi hermana por qué ya no venía a casa, por qué ya no podía estar un rato con ella mientras ella se eternizaba arreglándose antes de salir, ni por qué ya no venía a nuestra piscina en verano.
Supongo que con el tiempo me olvidé de ella y de que existió alguna vez y de lo bien que me sentía cuando la veía, o cuando hablaba con ella o cuando me sonreía, al igual que uno se olvida de aquellos chicles que tenían un relleno por dentro que al morderlos era una explosión de sabor. ¿A que no os acordabais de ellos y el que os lo haya recordado os ha devuelto esa sensación tan placentera? ¿Y a que sois incapaces de saber en qué momento dejasteis de acordaros de ellos?
Pues lo mismo me ha pasado a mí. Un nombre y un apellido escritos en una cita médica, precedidos por la abreviatura de doctora. Lorena Vázquez. ¿Cuántas Lorena Vázquez puede haber en el mundo? En Facebook hay cuarenta y siete perfiles, que lo he mirado. ¿Y cuáles son las probabilidades de que una chica de diecisiete años de la que estabas enamorado cuando tenías doce, veinticinco años después sea la doctora de urología que te han asignado? Ni idea, nunca se me dieron bien los números.
Probablemente cuando en el monitor salga mi número y entre en la consulta número cuatro confirmaré que esa probabilidad es muy baja, tendente a cero.
Ya está, sale mi número y la megafonía recita mis iniciales. Allá voy consulta cuatro, allá voy doctora Lorena Vázquez.
Tardo cuatro segundos en darme cuenta. Los cuatro segundos que pasan desde que la doctora levanta la mirada y me sonríe. Es ella, sin duda. Esa sonrisa es su sonrisa y no voy a ponerme a pensar en la probabilidad de que dos personas que se llamen igual tengan la misma sonrisa.
—Pasa, pasa. Siéntate.
Al menos no me ha llamado de usted. Quizá se haya dado cuenta de quién soy. Ahora con treinta y siete no me parezco mucho a cuando tenía doce, pero quién sabe, algún gesto quizá le haya hecho recordar, como a mí su sonrisa. Me doy cuenta de que es imposible porque ya llevo un rato en el que no he hecho el más mínimo movimiento.
—Vamos, siéntate. ¿Estás nervioso? No te preocupes que esto es lo más normal del mundo. Y estar nervioso también.
Es encantadora, como lo era de joven. ¿Por qué dejaría de quedar con ella la imbécil de mi hermana?
Ha cambiado, desde luego, pero es fácil reconocerla. Es una mujer atractiva, segura, encantadora, que dan ganas de ponerse a hablar con ella de tiempos verbales.
—A ver… Ramsés —dice tras mirarla pantalla—, cuéntame lo que te pasa.
Hago una mueca, no por ningún dolor, sino por oír mi nombre. Lo odio. Culpa de mis padres que fueron de luna de miel a Egipto y les gustó tanto que prometieron poner nombres egipcios a los hijos que tuvieran. A mi hermana le tocó Nefertiti y a mí Ramsés. Tutankamón hubiera sido peor, pero no sé, quizá Amón Ra o Akenatón. Pero Ramsés… Imaginaos en los ochenta siendo el único Ramsés en todo. Aunque quizá en este caso pueda servirme para que ella me reconozca. No creo que se hayan cruzado muchos Ramsés García en su vida. Me doy cuenta de que desde los diez años me hice llamar por todos Erre. Rezo a Osiris porque mi hermana le hubiese dicho mi verdadero nombre.
Espero unos segundos, para ver si de un momento a otro dice <<¡Erre, eres tú!>>. Pero no lo hace.
—No, nada —me atrevo a decir cuando veo que no se acuerda—. Que vengo porque tenía unas molestias al, al.. ya sabes.. al… orinar —¿Orinar? ¿Qué soy ahora? ¿Mi padre? ¿Mi abuelo?
—Ya y tenemos unos análisis, por lo que veo.
Mira hacia la pantalla y manipula el ratón, está muy concentrada y de vez en cuando dice <<Aha, aha>>
—Voy a hacerte un tacto rectal.
—¡No!
No estoy preparado para eso. No puede ser que después de veinticinco años me reencuentre con mi amor platónico de adolescencia y a los diez minutos me meta el dedo por el culo. Pero si soy muy joven, siempre me habían dicho que esas cosas hasta los cuarenta y pico largos nada.
—Es necesario, Ramsés. Que no te resulte violento, mira, yo estoy acostumbrada, hago cientos de ellos —No me estaba relajando nada—. Mira, pasa ahí, ven. Desnúdate de cintura para abajo y ponte una de estas batas. Cuando estés preparado me avisas. ¿A qué te dedicas, Ramsés?
¿Que a qué me dedico? ¿Me pregunta eso ahora? ¿No sería más normal al revés, primero preguntar a qué me dedico, tomar algo, ir al cine y luego ya si eso los tocamientos?
—A… a… a… a… a… arquitecto.
Espero que no haga la bromita de que si tengo algo que ver con las pirámides.
—Pues mira, para mí esto es como para ti diseñar un baño. Lo harías lo mejor que sabes sin pensar quién se va a sentar en la taza del báter, ni los pedos que va a tirarse ni nada eso.
Como ejemplo es una mierda de ejemplo, la verdad.
Me resigno, cojo la bata y cierro la puerta.
Me la pongo y luego me quito los pantalones y los calzoncillos. Pienso en cómo me tendré que poner y qué es lo que dejaré a la vista. Miro hacia abajo. Estas cosas se avisan, podría haber hecho algo, para, no sé, parecer más imaginativo, más divertido. Miro alrededor buscando unas tijeras, una cuchilla, cualquier cosa.
—¿Todo bien, Ramses?
—Sí, sí todo bien. Ya termino.
—Solo desnúdate, eh, nada más.
Estoy por depilarme a tirones. Lo intento, pero me doy cuenta de que no es buena idea.
—Ya, ya estoy.
Ella entra.
—Muy bien. Mira, apoya el pecho sobre la camilla —disipa mis dudas—. Muy bien.
Estoy a punto de abrazar la camilla y ponerme a llorar, pero noto que la bata se abre y me deja el culo al aire. Intento taparlo, pero en cuanto lo suelto vuelve a deslizarse. Pienso que quedaré como un crío si se gira y me ve sujetando, así que lo suelto y lo dejo al descubierto. Quién sabe, una vez una chica me dijo que tendía el culo bonito. Vale, estaba borracha y pensaba que yo era su amiga, pero lo dijo.
Ella se pone unos guantes y estira de ellos haciendo sonar un chasquido. Va hacia mí. Está detrás. Pienso que me está viendo el culo. En este momento deseo que esté borracha y piense que soy su amiga. Espero que no se vea nada más, pero por otro lado, que pensará si no ve nada colgando. Estoy por decirle que hace frío y que estoy nervioso, que normalmente es mucho más grande, pero noto su mano en la espalda.
—Entonces arquitecto, ¿eh? —dice.
—Sí, me grad…
Y entonces lo hace.
Tampoco es tan malo. Solo tengo que pensar, que no es ella la que está urgando, sino un hombre de sesenta años, estirado, con corbata y que da grima
—Muy bien, Ramsés. —Noto que ya no está—. Fenomenal. Vístete. —Me da un cachete en el culo.
No sé qué hacer. Permanezco en la misma postura. Al fin reacciono y me muevo. Me limpio, me visto y salgo.
No me atrevo a mirarla a la cara.
—Todo bien, Ramsés. Nada es una pequeña infección, te mando un antibiótico y se te pasará en unos días.
¿Ya? ¿Eso es todo? ¿Ya me voy a ir y no volveré a verla hasta que tenga problemas de próstata? Tengo que hacer algo.
—¿Te puedo hacer una pregunta? —me lanzo a lo loco.
—Claro, dime, Ramsés.
—¿Cuál es tu tiempo verbal preferido?
—Siempre fue el futuro, pero creo que ahora es el presente. ¿Y cuáles el tuyo, Erre?
—El pasado… —¿Ha dicho Erre?—…pluscuamperfecto. ¡Erre, Erre, has dicho Erre!
—Vamos, así te llamaba todo el mundo, ¿ya no?
—Pero ¿cuándo te has dado cuenta de que era yo?
—Hombre, Ramsés García no hay muchos por España y viendo la fecha de nacimiento, pues me lo he imaginado. He dudado ahí dentro —señala el box donde ha realizado la exploración—, pero claro de pequeño tenías menos pelos. Y tú cuando me has reconocido.
—Al ver tu —voy a decir sonrisa, pero reacciono en el último momento— nombre y apellido también.
—Vaya, lo tuyo tiene más mérito. Oye, me muero de ganas de hablar un montón contigo, pero es que tengo un montón de hombres esperando ahí fuera para entrar aquí y bajarse los pantalones. ¿Quieres que comamos juntos luego y nos contamos?
Pienso que quizá ahora también mi tiempo verbal favorito es el presente.
—¡Claro! Pero no sé, ¿estaría bien? Por tu profesión…
—Te juro que me lavaré bien las manos antes de salir.
—Me refiero a que si está bien que comas con un paciente, por el código deontológico y todo eso.
—¡Hombre, Ramses, nosotros nos conocemos desde hace mucho tiempo! Y además hace un rato ahí dentro… no eras tan remilgado.
—No, no —no sé si podría ponerme más rojo—. Si era por no causarte problemas.
–Nada, nada- Término las consultas a las dos y media, pásate por aquí y vamos a comer juntos. —Me da un cachetito en el culo—. Hasta luego.
No sé por qué en este momento recuerdo que los chicles esos que os contaba estaban envueltos en un papel que era una pegatina de los dibujos que se ponían de moda y me doy cuenta de que también se me había olvidado algo de Lorena: que era muy bromista.
Miro al box de la exploración y siento que vamos uno a cero. Ella el uno y yo el cero.
Jorge Moreno
Enero 2022