56ª Convocatoria: Propósito

Propósito.

Carta de  Sísifo al hombre moderno

Ilustración de Rafa Mir

Quizás sepan quién soy, que tengan alguna idea sobre mí y mis actos, así como el castigo que se me impuso por ellos. Mi nombre es Sísifo, fundador de Éfira, actual Corinto.

Hoy hago una pausa para escribirles la verdad oculta tras la historia que me ha condenado y cuyo significado apenas roza la realidad. Con este mensaje deseo hablaros sobre la trampa que me fui construyendo con mentiras, manipulaciones y otros actos egoístas, llenos de bajeza y malicia.

Espero con estas palabras que abráis vuestras mentes, porque los rasgos que las igualan a mí cada día son mas evidentes e irremediablemente os están conduciendo a un castigo similar, a una eterna cotidianidad, de empujar cuesta arriba una pesada roca.

Hijos míos, he tratado eternamente de subir esta roca hasta la cima de la montaña, pero su peso aumenta con el paso del tiempo humano y terrenal, haciendo imposible el poder lograrlo. Al parecer, estamos juntos en esta pena, puesto que estáis siendo atraídos, tal como yo lo fui, de forma irrefrenable a un inframundo similar, enmascarado, encubierto, sí, en ofrecimientos paradisíacos cada día mas poderosos, fantasías hipnóticas, metas absurdas que os separan de la realidad, y también os van separando a los unos de los otros. Todo este frenesí de bajas pasiones a la postre resulta ser la roca que yo empujo, un peso inconsciente que os aleja cada día de vuestro propósito, olvidando en este proceso la esencia de la que estáis hechos, ya que nada de esto nace en vuestra conciencia pura, y por esto estáis destruyéndolo todo.

¿Sois capaces de comprenderlo? La pena que purgáis no es diferente a la mía. ¿A cambio de qué fundé Éfira? Me la jugué con los dioses creyéndome más listo, tratando de burlar el poder de Zeus, Tánatos, Hades y Apolo. Entonces, ¿a cambio de qué habéis fundado vuestros imperios? ¿Con quién creéis que estáis jugando? Jugáis a ser vuestros propios dioses y ya veis, vuestro mundo ha envilecido el camino, y de verdad os advierto, ¡es el mismo juego que jugué y que os llevará a un inframundo del cual ya estáis muy cerca!

Mi propósito no resulta tan solo querer pagar por mis desaciertos, redimir mis actos y obtener la libertad, sino que, con ella, llegue también la vuestra.

¡Escuchad con atención! Ahora os explicaré cómo salir del incierto camino que, al igual que yo, habéis decidido tomar. Nunca he podido empujar la roca hasta la cumbre de la colina y es imperativo llevarla a lo más alto, ya que del otro lado se encuentra el abismo en el cual debe caer y allí se destruirá. Debéis convenceros de que esto será la purga de todos los males que mi historia ha representado y que ahora se refleja en vuestra forma de vivir.

Este vacío que os embargará y cuando se deshaga este peñasco, será el espacio en el cual hagáis de vuestra conciencia algo que no pese ni que os dañe. Será el lugar donde reconstruir un pensamiento equilibrado por la bondad y la buena fe que se aleje de la maldad y el egoísmo.

Comprendan, pues, que el paraíso prometido yace bajo esta capa amarga, ocre, de inconsciencia, por siglos sembrada y cosechada.

Vayamos juntos a la colina para dejar caer en lo profundo del abismo todo el dolor contenido en esta roca del absurdo.

Hagamos las paces con todos los dioses, con todos los seres, con la tierra y el cielo.

Siempre aguardando por vosotros,

Sísifo.

José Oberto

55ª Convocatoria: Mujer

Mujer.

Rebeca

Ilustración de Rafa Mir

Rebeca es una niña de cuatro años a la que conocí en la piscina de la urbanización.

Es una niña muy linda, de pelo castaño y ojos azules profundos.

No tenía miedo al agua. Al contrario, nadaba como un pececillo manteniendo la cabeza erguida y moviendo los brazos y las piernas con un ritmo sorprendente para su edad.

Confieso que fue un verano divertido con Rebeca. A pesar del calor tan horrible que hacía, Rebeca parecía estar en el mundo de las sirenas.

Sí. Rebeca era una sirena, una pequeña sirena.

Me conmovió desde el principio. Era muy tenaz y persistente.

Nos echábamos carreras y siempre ganaba Rebeca.

Una tarde me enseñó sus muñequitos. Eran sirenas de varios colores. Pero le faltaba una que se la había llevado un primo suyo que estabas celoso y era un poco patoso.

Así que en un centro comercial busqué una sirenita de color rosa que era el color que le faltaba de la colección de sirenitas y con mucha ilusión se la compré.

Con más ilusión aún le entregué el regalo.

Rebeca me había confesado que le faltaba la sirenita de color rosa, así que yo me propuse encontrarle una sirenita del color que le gustaba, aunque me tuviera que recorrer todas las jugueterías de los centros comerciales.

La sorpresa de la encantadora niña no se podía expresar con palabras.

Sus bonitos ojos azules se abrieron de par en par cuando la contempló. Abrió la boquita para exclamar algo,  pero estaba tan entusiasmada que le quitó el envoltorio con la ayuda de su madre y se lanzó al agua apretando con fuerza la figura de la sirenita rosa

Una noche en la que no era fácil pegar el ojo imaginé el futuro que le esperaría a Rebeca.

Dentro de veinte años, ella sería una mujer de veinticuatro y yo tal vez no estaría en el planeta Tierra.

En cualquier caso, deseé con todo mi corazón que fuera un futuro luminoso como el de sus preciosos ojos azules.

Paloma Muñoz
Madrid, 12 de diciembre de 2022

54ª Convocatoria: La sombra

La sombra.

Breve historia de mi pueblo

Ilustración de Rosa García

Nacieron las luces
y se alargaron las sombras
de los cipreses
y las de los esqueletos
que nos miraban
a través de los agujeros
de las tapias del cementerio.

Crecieron las luces
y las sombras
se fueron un rato a dormir.
Agazapadas, cruzaban los dedos
para que el sueño de la memoria
no fuera demasiado ligero.

Murieron las luces
y, con ellas, las sombras
también se fueron.
Y, cuando salió el sol
de nuevo,
las dos se pusieron a bailar
sobre las tumbas
de nuestros recuerdos.

Ainhoa Ollero

53ª Convocatoria: La noche

La noche.

Ilustración de Paloma Muñoz

Dicen de la noche que es ese período que transcurre desde que se pone el Sol hasta que vuelve salir, opuesto al día, período que suele dedicarse a dormir… Pero ¿acaso la noche no oculta muchas otras realidades?

A veces la noche se llena de vida.

Vidas recién nacidas, que llegan en mitad de la noche, que tal vez se han gestado también gracias esos encuentros a los que invita la madrugada.

Otras veces la noche se llena de voces, que se oyen más fuerte en medio de los silencios. O voces que dicen verdades, que desvelan secretos, animadas por el alcohol de las barras de algún bar, resonando sobre la música de alguna sala de baile, donde dos desconocidos se acaban de conocer.

La noche también oculta sombras, entre los pliegues de las cortinas, bajo las camas, tras las puertas entreabiertas… Sombras reflejo de temores ocultos en nuestra memoria y que, aprovechando el despiste de nuestra consciencia, afloran con toda su fuerza e impiden conciliar ese sueño que dicen que debería ocupar nuestras noches.

Pero lo que sí tiene la noche son infinitas posibilidades, interpretaciones, motivos y matices.

Puede ser final o comienzo, pero siempre habrá la posibilidad de, en mitad de la oscuridad, encender la noche. De que, cuando se apaguen las luces de las casas, se prenda el brillo de las estrellas, los sueños de los dormidos, las miradas de los despiertos.

Hay muchos tipos de noches…Y muy variados habitantes en ellas.

Tal vez, si eres de los que duermen mucho, aún no lo sepas.

Raquel Esteban

52ª Convocatoria: Lluvia

Lluvia.

El niño de hojalata

Ilustración de Rafa Mir

Antes de nada creo que debo presentarme. Me llamo Hipólito y una vez fui un niño de hojalata.

En la ciudad donde vivía todos y cada uno de los habitantes estaban hechos de hojalata y carecían de corazón. -¡Yo ni siquiera sabía lo que era un corazón!-. Aquella ciudad podía ser hermosa o siniestra, o ambas cosas, o ninguna de las dos para un hombre de hojalata. Siempre desprendía ese olor ferroso y chirriaba como si las carreteras fueran rabos de ratas gigantes que chillan cuando se camina sobre ellas. Los edificios parecían árboles muertos que aún se deshojan o se deshojalatan y dejaban caer con estruendoso gemido las láminas sobre el asfalto. Pero era hermosa nuestra ciudad, como un juego de acrobacias luminosas, como una caja de música vieja y estridente; los ocasos en ella hacían magia con las latas escarchadas; todo, pintado ya como estaba del cobrizo óxido, se encendía en una llamarada incandescente. Y cuando llovía… Ay, la lluvia… Entended que estábamos hechos de hojalata, temíamos al agua más que los gatos, una ducha nos lisiaba por días, nos corroía las extremidades como un veneno. Y, sin embargo, cuando una tromba de agua asolaba las calles vacías todo retumbaba con la exquisita belleza de una orquesta gigantesca en el momento más dramático de la ópera. Yo, sentado junto a la ventana, fruncía el ceño con rabia mientras mi tambor enlatado latía al ritmo del aguacero. La lluvia era una de las cosas más fascinantes que había visto en mi vida, todo en ella generaba emoción en mí: la primera gota, con la que el avisador de tormentas daba la alarma, esa alarma y su espeso zumbido como el de la bocina de un transatlántico; el bullir de los rumores inquietos que emergían con prisa desde el silencio hasta hacerse ensordecedores; y de pronto, la calle quieta y el cierre orquestal. Todo como una ópera pánica.

Fue en una de esas tempestuosas lluvias cuando el resto de mi vida se deshiló definitivamente de la bobina prieta y ordenada que había sido.

Dije que todos eran de hojalata, pero no era así; había una niña, una de carne y hueso; se llamaba Estela. Estela despertaba en mí una atracción que no sabía descrifrar, “Tendrá algún imán escondido; quizás bajo su vestido; quizás a sus espaldas”, pensaba yo. Aquella tarde, Estela estaba sentada en un adoquín deslizando un palo sobre la carretera, haciendo caso omiso a los seres de latón que iban y venían pues para ella no éramos más que una farola o una rueda. Ni siquiera parecía escucharnos. Sin esperarlo, un niño de hojalata comenzó a gritar estremecido “¡agua, agua!”, inmediatamente después el avisador de tormentas hizo retumbar la alarma. Durante unos segundos la histeria colmó las calles y todos corrían rechinando unos con otros como las entrañas de una máquina. Estela continuó sentada, tan sólo levantó la vista y contemplaba el alboroto sin esbozar mueca alguna. Pero tampoco yo me moví. Me quedé allí, de pie, en medio de la calle, sin poder dejar de mirarla, de tal manera que todo a mi alrededor resultó estar disuelto en una nebulosa onírica ajena a mis sentidos.

Todos se fueron y la lluvia me estaba empapando. Entonces ella se levantó con un movimiento pausado y se acercó a mí lentamente; con una expresión de extrañeza y algo soberbia me dijo “¿Tú no tienes miedo?”. Y yo, que no sabía lo que era un corazón, noté de pronto el percutir rotundo bajo la coraza derrumbando el muro que me contenía. Estela puso su mano pálida sobre mi pecho con curiosidad y en su cara afloró al instante una sonrisa enorme, ancha y generosa; pues descubrió que a partir de aquel momento ya no estaría sola. Y yo, en lo que concernía a Estela, ya no sería jamás un niño de hojalata.

Pilar Leandro

51ª Convocatoria: Al fondo

Al fondo.

Ilustración de Rosa García

Al fondo, el ojo desplomado en la evidencia de la guerra,
caído, entre las sombras de un mar roto,
delirante,
como la voz de una Sirena que incita al desasosiego.

Pero al fondo…
al fondo también la cordura entre los destrozos,
la huída preventiva y la sanación de la vida,
entre cenizas,
el peso de vertido, el fondo del vaso casi lleno-casi vacío.

Un tintineo sobre la mesa,
y el silencio,
asimismo llevan al fondo.

En la fuerza,
los brazos extendidos,
la palabra dicha y concienzuda, en su revolución transformadora que deja clara la fragilidad de la existencia,
de igual manera, al fondo.

La risa del niño
y el incomprensible caos,
el inimaginado quiebre que arroja a la intimidad absoluta,
aquella,

la del grito enmascarado y la lucha por continuar vivo con el atisbo de esperanza…Sí, eso.

Aquella pulsión que jamás desaparece,
el trascender y la supervivencia,
en cada momento que se vuelve entre carbones encendidos…
en el fondo del agua, en el ojo,
el impulso que dictamina el horizonte escogido.

Carolina Cohen

50ª Convocatoria: El presente

El presente.

Mañana empieza ayer

Ilustración de Rafa Mir

Esta mañana recordaba un día de hace muchos años. Era uno de enero y yo estaba en la cocina de la casa de mis abuelos, con ellos y mi hermana. Yo era pequeño, tendría siete u ocho años. La noche anterior me había quedado dormido antes de las campanadas y esa mañana mi abuela acababa de dejar delante de mí un plato con doce uvas y mi abuelo sujetaba una cuchara con la mano.  La movió deprisa golpeando un vaso. Se detuvo y dio cuatro golpes mucho más despacio. Paró de nuevo. Los demás mirábamos expectantes la cuchara, concentrados, como si no hubiese nada más en el mundo, atentos a adivinar el más mínimo movimiento. Mientras lo hacía acariciaba con el índice y el pulgar una de las uvas. Y esta se movió. Mi abuelo la desplazó hasta golpear el vaso con un golpe seco. Mi hermana gritó: «¡Ahora!».

Apreté la uva, tanto que podía haberla hecho estallar, y me la llevé a la boca, mastiqué deprisa a la vez que agarraba otra uva y miraba atento la cuchara.

Otro golpe y otra uva en la boca. Y una más, y otra, hasta doce.

Mi abuela reía, mi abuelo reía, mi hermana reía. Yo intentaba no reír para no atragantarme.

«¡Feliz año nuevo!», me gritaron cuando terminé. En un instante había viajado desde el pasado en el que me había quedado la noche anterior al dormirme al presente del año nuevo en el que estaban los demás.

Esta mañana lo recordé y me sentí feliz.

En aquel pasado seguramente me ilusionaban muchas cosas, que llegara el día de Reyes para abrir mis regalos, volver a clase para jugar al fútbol con mis amigos en el recreo, crecer, y en un futuro más lejano ser escritor o astronauta, ya lo decidiría más adelante. Pero lo que es seguro es que no imaginaba que mi vida hoy es como es, ni todo lo que ha pasado por el camino, ni todo lo que se ha quedado en él, ni cómo iba a ser la alegría más grande que se puede tener, ni el dolor más desgarrador que se puede llegar a sentir.

Hoy pienso en el futuro. Cómo quiero que sea y lo que no quiero que pase. Surgirán cosas que no pienso que nunca puedan ocurrir, pero otras dependerán de mí. Pienso en si me arrepentiré de no haber hecho algo.

El presente es recordar el pasado y desear un futuro. Pero ese futuro depende de lo que haga hoy.

El presente es ahora. No es empiezo el día uno, ni mañana, ni siquiera media hora más y luego me pongo. No. Lo que quieras hazlo ahora. Lo que quieras conseguir en el futuro empieza a sembrarlo ahora. Cuando en el futuro mires atrás seguro que te arrepientes de lo que no hiciste, pero no de lo que hiciste.

Empieza ya. Hazlo ahora.

Aunque solo sea para que en tu presente del futuro tengas recuerdos felices del pasado.

Jorge Moreno

49ª Convocatoria: Versión original

Versión original.

Ilustración de Rosa García

La versión original es fenomenal.
Es auténtica. Es poética. Es monumental. Es sensacional.
A mí dadme la versión original.
Hace mucho tiempo que veo y escucho la versión original.
Aunque tengas que leer los letreros en castellano, no importa.
Todo se pasa estupendamente con un cubata en la mano.
Creo que la versión original nos trae sensaciones que no encontramos en otras versiones.
No es lo mismo escuchar Casablanca en versión original que en versión doblada, aunque la voz de Humphrey Bogart sea una voz atiplada.
En este caso prefiero la voz del actor de doblaje. Es una voz inolvidable que te trastorna el pelaje.
Como en Casablanca, otras tantas maravillosas películas que todos conocemos y adoramos.
Escarlata O´Hara no es la misma Escarlata O´Hara en versión doblada que en versión original.
Personalmente prefiero la voz de Vivien Leigh. La actriz de doblaje española me resulta cursi e irritante. Y no digamos el doblaje de Olivia de Havilland, la inolvidable Melania es repelente y estresante.
Hay muchos motivos para elegir la versión original.
Hay que volver a las fuentes primigenias, a los auténtico y genuino.
Hay que escuchar la versión original.
Es lo verdadero.
Es lo auténtico.
Es lo primordial.
No hay nada mejor que la versión original.
Para bien o para mal.

Paloma Muñoz,
8 Noviembre 2021

48ª Convocatoria: Bestiario

Bestiario.

Portada 48º

Ilustración de Rosa García

Hay un solo lugar en el que seres mitológicos como la mantícora, el grifo o la górgona pueden compartir espacio con otros animales tan reales como el tigre, el elefante o el áspid: en las páginas de un bestiario.

Si bien el primer bestiario conocido proviene de la Grecia Antigua, no es menos cierto que fue en la época medieval de castillos, doncellas, caballeros, brujas, reyes y reinos muy muy lejanos que los bestiarios proliferaron. Sin ellos quizás habríamos olvidado a la acuática hidra de aliento venenoso, al basilisco que mata con la mirada o a la centícora que ataca con sus dos inmensos cuernos móviles.

Y sin la inspiración que nos ofrece la existencia de todas esas bestias mitológicas de la antigüedad, de las salamandras, los unicornios, las sirenas… ¿qué sería de nosotros, los pobres escritores? ¿De dónde sacaríamos la imaginación para crear nuestros animales fantásticos y explicar dónde encontrarlos?

Olga Besolí
Agosto 2021

47ª Convocatoria: Error inventado

Error inventado.

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Ilustración de Susana Rosique

No nos gusta errar. Obviamente el error no es deseable, ni ideal y, sin embargo, sucede.  Y desde el inicio de los tiempos, e incluso a los Dioses: Epimeteo y Prometeo y al ángel Luzbel. Así que, si le ocurre a lo divino, ¿cómo no les va a pasar a los humanos?

Pero si algo nos cuesta todavía más que errar, es reconocerlo de forma pública y manifiesta, en cuyo caso tenemos dos opciones: optar por la humildad inmensamente desconcertante y triste, o por otra postura más orgullosa que es disfrazar el error. Es humano también ese instinto de protección.

Esta convocatoria de Surcando Ediciona es altamente inflamable porque hablar de errores «inventados» lleva aparejada la intención de minimización de daños colaterales y ciertas expiaciones propias. O no… Todo es posible. En realidad, ¿qué es correcto, acertado o verdadero si nuestra realidad es la gran falsa del espectáculo?

He encontrado un término en internet que me ha gustado especialmente y que voy a recuperar en esta intro:  El «errorismo» definido como una palabra acción, una filosofía de vida. La experiencia del error es la experiencia del conocimiento. El error educa, transforma y revoluciona.  Escribí esta frase hace años: «Los errores, las mejores flechas del camino» porque, en mi caso, si algo he aprendido es a abrazar el error como un elemento de guía y crecimiento y que tiene que ver, desde esa acción primigenia, con el acto de atreverse a dudar.

Pero inventar el error es otra cosa, es una mentira, una falta de respeto al resto de seres humanos y una forma de burlar al karma. Los errores de un árbitro pueden modificar el resultado de un partido, o los errores de invención en un juicio pueden dejar absuelto a un corrupto, los cuales, aunque se cometerían de forma involuntaria, producen un beneficio o disminuyen un perjuicio. Los errores involuntarios pueden ser causados por distintas razones: ignorancia, confusiones, prejuicios, distracciones, etc. En cualquier caso, un error inventado, para considerarse una mentira piadosa, deberá tener como ingredientes fundamentales, a mi juicio:

  1. Que sea creativo
  2. No dañino
  3. Que esté basado en el amor
  4. Autosuficiente
  5. Mejore o aporte algo beneficioso a la especie
  6. Independiente

Si crees que esto es imposible, date un paseo por los relatos e ilustraciones que han hecho mis compañeros, que son todos unos pedazos de artistas, basados en este tema. Déjate sorprender. Una convocatoria muy reflexiva. Seguro que la disfrutarás.

Por Olga RT, @Principio0