Autor@: Paloma Muñoz
Ilustrador@: Verónica Mercader
Corrector/a: Elsa Martínez Gómez
Género: Drama
Este relato es propiedad de Paloma Muñoz, y su ilustración es propiedad de Verónica Mercader. Quedan reservados todos los derechos de autor.
Mi nombre es Némesis.
PRÓLOGO
Majestuosamente bella, recorría el mundo viajando sobre un carro dorado tirado por grifos, blandiendo un látigo con el que azotaba y una vara de medir. A veces portaba una hermosa espada de oro y se mostraba implacable. Solía ir ataviada con un velo que envolvía su voluptuoso cuerpo y su linda cabeza estaba coronada por una impresionante diadema dorada cubierta de piedras preciosas.
Su nombre era Némesis.
UNO
Hace mucho tiempo se cometió un asesinato. Pero entonces yo era muy joven para darme cuenta de lo sucedido a Aletheia, mi compañera de clase.
Aletheia era para mi algo mas que una simple colega de instituto o amiga con la que salir a divertirme e ir al cine con el grupo de chicos y chicas los fines de semana. Era huérfana y estaba viviendo en una residencia de estudiantes, becada por sus estupendos resultados académicos.
La señora Richardson que era una de nuestras mas eminentes profesoras del instituto, había recibido el encargo por parte de un juez de familia y asuntos sociales de ejercer como tutora legal de Aletheia y atender a sus intereses, debía velar por su bienestar y seguridad por lo que mi amiga dejo la residencia y se fue a vivir a su casa, una antigua mansión rodeada por un bonito y frondoso jardín.
Aletheia era brillante. Guapa, ocurrente, inteligente, voluntariosa y caritativa, ya que ayudaba a todo el mundo. Siempre estaba dispuesta a echar una mano a quien se lo solicitase.
A mi me ayudaba y, con la mejor de sus sonrisas, se ponia conmigo para sacarme en mas de una ocasión, las castañas del fuego ante la inminencia de los exámenes.
Solía visitarla en la mansión de la señora Richardson y estudiábamos juntas preparando los exámenes y trabajos, pero después de un tiempo, Aletheia comenzó a cambiar. No en sus notas, ni en su amistad conmigo, claro que no. El cambio lo percibía como algo ajeno a nuestra relación. Algún tiempo después supe el por que: Aletheia se había enamorado.
Ahora lo recuerdo todo como una sucesión de fotogramas en mi mente.
La veo y la contemplo y no puedo evitar sentir que en cualquier momento pueda
aparecer para decirme que decidió marcharse para emprender una nueva vida.
Pero no fue así. Aletheia nunca apareció porque alguien se encargo de truncar sus
esperanzas, sus aspiraciones y su vida por algún motivo que entonces yo desconocía.
No, eso no es del todo cierto. Nunca me convencí de que Aletheia se había fugado con el hombre al que amaba aunque todo apuntara a ello.
Se interrogo a la profesora Richardson y a todos cuantos tuvimos relación con ella y no se pudo dar con el hombre con el que ─supuestamente─ Aletheia iba a encontrarse.
Su tutora estaba destrozada y colaboro en todo lo que pudo.
Aletheia siempre había sido muy discreta y yo realmente sabia muy poco de ese
hombre. Solo que era mayor que ella, que lo había conocido accidentalmente mientras paseaba sola a las afueras del pueblo y que era muy guapo. No se las citas que tuvo ni lo que se proponía hacer. Intente que me contara mas detalles pero lo único que saque en limpio es que deseaba marcharse para empezar una nueva vida lejos de todo lo que conocía a excepción de su amistad conmigo.
En realidad, en el fondo de mi corazón, siempre tuve el convencimiento de que tenia miedo o se sentía atemorizada por algo.
Esto lo dije cuando me preguntaron sobre el estado anímico de mi amiga.
Intuía que no era feliz en esa casona y que su tutora no la dejaba tranquila, siempre preocupándose de sus idas y venidas, de su rendimiento, de su salud de forma casi obsesiva.
Imagino la actitud de la profesora Richardson cuando Aletheia le confeso ─si es que lo hizo─ que amaba a alguien y que pensaba marcharse de la casa para siempre.
Y si mis sospechas acerca de la suerte de Aletheia no las comunique a los detectives encargados del caso, fue debido a que no tenia pruebas o no encontré nada extraño o anormal excepto su comportamiento, pero eran apreciaciones mías y los responsables del caso alegaron, que si se había escapado con alguien, era probable que algún día aparecería cuando menos lo esperásemos.
Pero Aletheia nunca apareció y yo siempre conserve en mi interior ese desasosiego que no me dejaba tranquila, pensando que estaba muerta y enterrada en algún lugar no muy lejos de los rincones que ambas conocíamos y recorríamos cuando estábamos juntas.
!Añoro a Aletheia! !La echo de menos! Desde el día en que desapareció y nadie pudo dar razón de su paradero, no he dejado de pensar en ella y en todo lo concerniente a su infructuosa búsqueda.
No hace mucho cayo en mis manos un libro sobre invocaciones a los dioses y encontré una muy interesante: una invocación a la diosa Némesis, la diosa de la venganza retributiva que castigaba los delitos y los crímenes que habían quedado impunes.
Debía preparar un trabajo, concretamente para la asignatura de Iconografía Antigua dentro del programa del curso de Estudios Superiores de Literatura Comparada de la Universidad. Era una evaluación trimestral.
El trabajo trataba de dioses menos conocidos pero no por ello menos trascendentes. Y uno de los dioses era Némesis.
Una noche de luna llena comencé a leer el himno a Némesis, y encendí unas velas, queme incienso y prepare el escenario propio de una suplicante.
No se porque lo hacia. Si Némesis podía escucharme, ella se encargaría de sacar a la luz lo que realmente ocurrió con Aletheia.
A fin de cuentas Aletheia significa ‹‹verdad›› en griego.
-‹‹! Te invoco, oh Némesis! Diosa augusta, soberana, omnividente, espectadora de los mortales, eterna, venerada, a la que todos temen, pues todo lo ves, todo lo oyes y todo lo riges. Diosa vengadora.››-
Al poco tiempo encontraron muerta a la señora Richardson. Se había suicidado
envenenándose y hallaron una carta escrita y firmada por propia mano en la que exponía que Aletheia había decidido abandonarla y que no podía soportarlo ni permitirlo. La abandonaba por un hombre y antes de que eso sucediera era capaz de cualquier cosa, incluso de matarla. Y eso fue lo que hizo. Le dio un bebedizo y la durmió para siempre.
Después enterró su cuerpo en un bonito e idílico rincón del jardín de la casa. Pasado algún tiempo, los remordimientos no la dejaban vivir.
Pero hubo algo mas: alguien muy poderoso le había ordenado quitarse la vida.
Las ultimas palabras de la señora Richardson fueron: -‹‹Le pregunte quien era y ella me contesto: Mi nombre es Némesis››.
Ilustración de Verónica Mercader
DOS
No podía creer lo que veía. Su hombre, el amor de su vida, lo que mas amaba en el mundo salía de ese lujoso restaurante abrazado a una mujer.
El corazón le latía frenéticamente. El sudor empapo su cuerpo y se enfrió dejándole una sensación desagradable de humedad mientras el corazón estallaba y las lagrimas corrían a borbotones por las mejillas.
‹‹-! Como has sido capaz de hacerme esto!››- Murmuro mientras las lagrimas se
Congelaban sobre el rostro.
Apretando los dientes sentencio: ‹‹-! Te arrepentirás!››-
Espero a que entraran en el coche y les siguió con cautela, a pesar de que no era nada fácil dominar los nervios en esas condiciones de amargura, dolor y decepción.
Supo donde vivía ella, su odiada rival. Sabía que tenia que vengarse. Pero debía
planearlo todo con cuidado. Su venganza implacable no iba a golpearla sino que iba a dirigirse al traidor, al hombre que tanto había amado y que la había engañado después de hacerla sentir la mujer mas feliz del mundo.
Se hizo miles de preguntas y solo encontraba una sola respuesta: traición. Traición y venganza.
Debía calmarse y procurar por todos los medios que el no supiera lo ocurrido. Que no sospechara nada, era primordial. Después planear la venganza podría ser coser y cantar para una mujer con paciencia.
Lo ideal era esperar a que saliera de la visita a esa zorra que lo había enredado y que antes de que entrara en su coche, atropellarlo y salir pitando del lugar. Eso es lo que iba a hacer. Pero antes de nada, las cosas debían ser como antes. Como deberían haber sido siempre. El no debía sospechar en absoluto y eso no iba a resultar tan sencillo.
Cuando recordaba como lo conoció intentaba no llorar. No lo merecía.
Ese cerdo no merecía ni una sola de las lagrimas que vertía, pero la congoja era tan grande y el dolor del corazón tan punzante que lloraba desconsoladamente.
Se habían acabado los lloros y los lamentos. Había que pasar a la acción y la venganza estaba muy próxima. La sola idea de hacerle pagar con creces su traición le hacia sentir que la vida no acababa con el corazón destrozado, sino que tenia que resurgir de sus cenizas y emplearse a fondo para que la gratificación fuera de igual proporción que el deseo de vengarse.
La calle estaba desierta. Una fría noche de noviembre. Ya habían pasado las fiestas de Halloween y existía una quietud que aprisionaba los sentidos.
Él estaba en esa casa, con ella. El automóvil lo había aparcado frente al edificio, el
inconfundible Audi plateado. El suyo estaba convenientemente camuflado en un rincón ─ para que no pudiera divisarlo desde ningún Angulo cuando saliera a la calle.
! Todo lo que había hecho por el y así se lo pagaba el muy cabrón! Ella que se sentía la mujer mas afortunada que pisaba la tierra teniendo a su lado a un hombre tan atractivo, inteligente, divertido, complaciente y apasionado.
La seguridad de su existencia se tambaleaba por momentos.
De repente lo vio salir subiéndose el cuello de la gabardina. Iba hacia el coche. Se giro hacia el edificio y tiro un beso en dirección a la ventana del quinto piso en la que una silueta delgada le devolvía exactamente el mismo gesto.
─! Hijo de puta!─ Exclamo. Se preparo para poner en marcha el motor justo en el
momento en el que la mujer de la ventana desparecía y el cruzaba la calle.
Pero en ese mismo instante un coche pasó a la velocidad de la luz.
Un golpe seco. Un cuerpo volteado en el aire cayendo inerte sobre el húmedo
pavimento de cemento y el automóvil perdiéndose a toda velocidad engullido por la oscuridad de la noche.
Ella quedo petrificada, pegada al asiento. Lo había visto todo y entonces reacciono: no podía quedarse allí, de modo que arranco y dio la vuelta a la manzana para largarse lo antes posible.
El corazón le latía a doscientos por hora. Alguien había hecho el trabajo. Por una parte lo agradecía pero por otra…
Todo había acabado. Un tipo atropellado y muerto en el acto. Ningún testigo.
Después la noticia en la prensa y ella hablando con los policías encargados del asunto.
─ ¿No sabe lo que hacia su novio en esa dirección a esas horas de la noche, señorita?-
─No tengo la menor idea, señor inspector.-
Poco tiempo después se concluyo que había muerto atropellado por un desconocido o desconocidos que se dieron a la fuga. El tiempo pasó y nada pudo aclararse.
La amante no apareció por ninguna parte. Debió mudarse de barrio.
Los policías barajaron la hipótesis de que se veía con alguien de la zona, pero era un edificio de gente que solía entrar y salir con asiduidad y nadie se fijaba en nadie.
Una tarde, ella estaba tomándose una copa de vino, leyendo una historia acerca de la venganza por amor y leyó algo sobre Némesis, la diosa que vengaba los ultrajes amorosos.
Contemplo un cuadro en el que la diosa aparecía volando sobre el mundo con unas impresionantes alas blancas, con una espada en la mano y, sujetando una rueda con la otra.
Era una inquietante ilustración, pues los colores predominantes eran los rojos oscuros.
Suspiro y leyó mas cosas a cerca de Némesis.
La diosa había hecho el trabajo por ella.
Levanto la copa e hizo el gesto de brindis. Un brindis imaginario.
─Gracias, Némesis.-
Ilustración de Verónica Mercader
TRES
Trabajaba de camarera. Tenía el turno de tarde y siempre salía a las tantas.
Aquella noche había resultado especial en cuanto a los clientes de la cafetería. Un grupo de amigos celebraba algo y se gastaban bromas mutuamente.
Ella sabia que la observaban. Era una chica bastante guapa y estaban bastantes bebidos.
Lo cierto es que entraron ya ‹‹cocidos›› en la cafetería.
Normalmente, los tipos que se le acercaban eran inofensivos. Pero esta vez percibió que algo no andaba como debería. No le gustaba nada la forma que tenían de mirarla. Estaba deseando que se largaran y continuaran la juerga en otra parte.
Él estaba sentado al fondo del pasillo observando con desgana el jaleo que se traía el grupito y el molesto ruido que hacían. Contemplo a la camarera y sonrió. Realmente era una muchacha bonita. Conocía a muchas mujeres guapas. En el mundo en el que había vivido, las había por doquier.
Estaba acostumbrado a las fiestas y juergas de las que nadie sale a pie. A fiestorros en los que abundaban el alcohol, las drogas y los encuentros sexuales a tope.
Ahora eso quedaba en un segundo término para una superestrella de rock que había decidido dejarlo todo y vivir una vida mas tranquila, lejos del ambiente del “star system” y las “celebrities”.
Había abusado de todo tipo de sustancias y los médicos le advirtieron que si seguía por ese camino, se convertiría en otro ‹‹bonito cadáver›› antes de llegar a los cuarenta. Así que con algo de la lucidez que le quedaba, decidió tirarlo todo por la borda y replegarse a su cuartel de invierno que era una lujosa mansión situada en lo alto de una imponente colina, desde la que dominaba la luminosa ciudad por la noche.
Iba vestido de negro, su atuendo habitual. Aborrecía el blanco. En realidad era una
manía suya debido a que llevaba mucho tiempo enfundado en trajes negros, por cuestión de imagen. Pero el blanco podía sentarle de maravilla por el tono bronceado de su piel, el intenso color oscuro de los ojos y del cabello.
Era alto, espigado, de porte elegante y las mujeres lo miraban. Pero ella no.
La joven camarera estaba trabajando para ganarse un jornal de mierda ─seguramente─ después de haber estado horas trabajando, yendo y viniendo con la bandejita a cuestas y esa absurda vestimenta que le apretaba la cintura y remarcaba los pechos mientras que la faldita le dejaba al descubierto algo mas que unas rodillas preciosas.
Se fijo en las rodillas y en el conjunto del sensual cuerpo de la chica, pero lo que mas le llamó la atención fue la sonrisa con la que obsequiaba a los clientes y la forma que tenia de esquivar a esos payasos que le estaban estorbando.
Decidió pedir un batido de chocolate, algo ridículo para un tipo que habría sido capaz hasta de beberse un litro entero de colonia si fuera necesario.
Cuando la camarera atendió a la llamada, miro a un lado y a otro y al no tener una
compañera cerca para servir al tipo de negro del fondo del pasillo, fue hacia él y
sonriendo encantadoramente, le pregunto lo que deseaba tomar y espero a que hablara.
La chica anoto el pedido y antes de darse la vuelta, él le interrogo sobre los niñatos que
le molestaban.
─No se preocupe. Estoy acostumbrada, pero lo cierto es que tengo ganas de que se vayan. Son bastante inaguantables.-
Sin pensárselo dos veces, le pregunto por la hora de salida.
─ ¿A que hora terminas el turno? ─
Ahí comenzó todo. La historia de amor entre la ex estrella de rock y la guapa camarera.
La colmo de amor, de pasión, de regalos. Todo era poco para ella.
Había encontrado una verdadera razón para seguir adelante. La adoraba. Con ella vivió los momentos mas mágicos de su vida.
Continuamente le confesaba: ─! Ojala te hubiera conocido mucho antes!-
A lo que ella le contestaba: ─Creo que he llegado a tu vida en el momento justo.-
Le encantaba la parafernalia gótica de la mansión y los trajes negros vampíricos que guardaba en uno de los muchos armarios.
Aunque no vestía así, le gustaba que lo hiciera para ella.
La puesta en escena antes de hacer el amor era digna de una película de la Hammer, con los candelabros, las cortinas de color purpura, la cama con sabanas de satén rojas como la sangre. A él no le importaba y le resultaba divertido. El final era apoteósico.
Cuando terminaban, estaban rendidos, pero el deseaba tenerla a su lado como si su cuerpo estuviera adherido al suyo por una lazada invisible.
Le dio carta blanca para gastar cuanto quisiera. Ella había vivido siempre con penuria económica y se iba a desquitar con el amante tan generoso que tanto le prodigaba en amor y en obsequios. No podía pedir mas.
Se zambullo en un mar de excesos y el empezó a preocuparse. Se había fundido un monton de dinero: compro casas, propiedades, joyas, objetos de arte. Hizo inversiones.
Todo le salía bien. Parecía que la chica le traía suerte, pero no quería seguir por ese camino. No era lo que deseaba.
El cambio en su vida no era lo que comenzaba a odiar de esa situación.
La amaba con locura, pero ella cada vez le resultaba más lejana y mas vulgar y eso era lo que no podía soportar: la vulgaridad en la mujer que mas amaba en el mundo.
Comenzaron las discusiones y los malos rollos.
Había conocido a muchas otras que lo único que querían era sacarle la pasta o
encumbrarse a su costa para saltar al mundo de la fama.
Sin embargo, ella no era así. No. No podía ser como las demás. Se negaba a
reconocerlo. Así que decidió hablar con ella y planear un largo viaje, a una isla desierta lejos de las boutiques de moda, de las fiestas, del glamour que el tanto había llegado a odiar. Pero no entraba en razón y no deseaba abandonar esa vida.
Aguanto lo indecible. Parecía curioso que un tipo que había tenido a las mujeres mas impresionantes e imponentes del mundo hubiera puesto su vida en manos de una chica a la que había conocido en una cafetería.
Los pocos amigos que le quedaban sabían lo mucho que la quería y lo ciego que estaba.
No podían comprenderlo.
─ ! L´amour est fou!─ Exclamaban.
Una tarde fueron a la exposición de un nuevo genio, Milton-Saint Claire, y ella se
encapricho de un inquietante cuadro. Era el retrato de una mujer velada con una espada en la mano y un látigo en la otra. Se trataba de Némesis, la implacable. Así se titulaba el cuadro.
Lo compro para ella.
─ ¿Sabes quien es Némesis?─ Le pregunto con la sonrisa en los labios. Esa sonrisa que lo había conquistado tiempo atrás.
El echo un vistazo al catalogo de la exposición y leyó en alto.
─ “‹‹Retrato de Némesis, la implacable››, la diosa vengadora de los amores traicionados y del excesivo orgullo”.-
Un halo de tristeza le cubrió los ojos. No tenia constancia de que lo engañara con otro.
Solo lo engañaba con el dinero, con las joyas, con su afán de acaparar todo lo que
consideraba valioso. Se había olvidado de él. La había perdido y tal vez para siempre.
─ ! Némesis! Donde quiera que estés, ¿Que puedo hacer?─ Pregunto mirando el hermoso rostro severo de la diosa que se adivinaba tras el velo.
Aquella noche, ella vio relucir algo muy brillante sobre la balaustrada de mármol de la terraza. Estaba segura de que era un nuevo regalo de su entristecido amante. El corazón comenzó a acelerar el ritmo hasta que la sangre le golpeo en las sienes.
De repente, se levanto un fuerte viento.
El contemplaba el cuadro de Némesis y se volvió justo cuando ella se acercaba a la joya. No tenia ni idea de lo que estaba haciendo. Solo la veía a través de los visillos y parecía encaramarse sobre la balaustrada como si estuviera intentando coger algo.
En un abrir y cerrar de ojos escucho un grito desgarrador y vio horrorizado como la
túnica que llevaba puesta flotaba en el aire y desaparecía en el cielo nocturno.
Corrió hacia la gran terraza y miro abajo. La vio estrellada sobre el Lamborghini
Murciélago amarillo, un nombre muy apropiado para un superestrella de rock gótico.
Había quedado con los brazos en forma de cruz y las piernas abiertas.
Una gran mancha de sangre cubría el techo del superdeportivo.
Grito desesperado y corrió como si huyera de las mismas fauces del infierno.
Estaba muerta. Nada podía hacer.
La policía lo interrogo. Él les conto una y mil veces lo que había ocurrido y algunos
detalles de su comportamiento en las ultimas semanas, como las discusiones que tenían.
¿Accidente? ¿Suicidio? ¿Homicidio?
─ Fue un accidente. Iba a coger algo que brillaba sobre el mármol de la cornisa. No se lo que era. Puede que una joya. A ella le volvían locas las joyas.-
─Usted tenía fuertes discusiones con ella. Puso algo allí que reclamara su atención.
Quería dejarle, no lo soportaba y la empujo.-
Negaba desesperado.: ─! No puse nada! !No sé que era! !No, no! Yo la amaba.
! Nunca le haría daño, a pesar de que me lo hacia!-
Indagaron sobre la supuesta joya. La policía no encontró nada.
Le preguntaron sobre la posibilidad de que se suicidase. Volvió a negarlo.
─ ¿Suicidio? Es totalmente imposible. Parecía disfrutar de la vida minuto a minuto.-
No entendía lo que sucedía. La cabeza le daba vueltas y estaba a punto de derrumbarse, abrumado por el dolor y la confusión.
─Puede que hubiera alguien con ella en esa terraza. Tal vez la empujaron. ¿Tiene idea de quien podría haberlo hecho? ¿Tenia enemigos? ¿Un amante?-
Los polis con las preguntas de rigor y la sutileza de siempre.
De nuevo lo negó todo.
─ La posibilidad del accidente es remota, señor. La balaustrada es ancha. Había
suficiente iluminación. Tenia que haberse subido encima y usted asegura que no lo hizo y que la vio abalanzarse sobre ese objeto. La noche era muy tranquila, a pesar de que insiste en ese fuerte viento que se levanto.-
El abogado estaba con el y le aconsejo que no contestase a ninguna pregunta mas.
─ Persiste en su declaración del principio: no estaba con ella en el momento de la caída.
Dice que contemplaba el cuadro que tiene en el salón, el de la mujer con la espada. Dice que es una diosa, una tal Nem… no se, un nombre muy raro.-
Los detectives intercambiaban sus comentarios.
─Si no ha sido un accidente, ni un suicidio, la tercera posibilidad es el asesinato.-
─ ¿Quien dices que lo hizo?─ Pregunto el abogado mientras le rodeaba el hombro con el brazo, mostrándole todo su apoyo en esos terribles momentos.
Los policías se acercaron mientras lo contemplaban. Con la mirada perdida y los ojos llenos de lagrimas dijo entre susurros:
─Némesis. Ha sido Némesis.─
Ilustración de Verónica Mercader
Paloma Muñoz
Madrid, 16 de octubre de 2012