Autor@: David Gambero
Ilustrador@: Jordi Ponce Pérez
Corrector@: Mariola Díaz-Cano Arévalo
Género: Ciencia Ficción
Rating: Todos los públicos
Este relato es propiedad de David Gambero. La ilustración es propiedad de Jordi Ponce. Quedan reservados todos los derechos de autor.
La reina del Rock and Roll.
Hasta el último ser humano merece ser recordado. No importa lo cruel o ruin que sea en vida. No importa cuánto mal destile o cuán irracional sea. Todos merecen tener un lugar en la eternidad.
—¿Y quién coño os recordará ahora a vosotros? —se preguntó en voz alta Red 08.
Pero no esperaba respuesta, pues los cadáveres entre los que flotaba eran unos seres tremendamente silenciosos. La muerte se había colado como inesperado polizón en aquel carguero y, por lo que podía apreciar Red, había efectuado un trabajo excelente. Por todos lados flotaban silenciosos una docena de cuerpos. Hombres jóvenes en la flor de la vida. Mujeres bellas y vigorosas. Red rió al pasar entre ellos. Polos de carne. Inservibles y estúpidos polos de carne. Un poco de descompresión combinada con una pizca de espacio exterior y en eso se convertían.
Red flotó con maestría por la sala de mandos esquivando cuantos cuerpos se le interponían y se pegó a uno de los paneles maestros de la misma. La nave estaba tan fría y muerta como sus moradores, pero el ordenador era harina de otro costal. Las IAs eran duras. Testarudas. Y, al contrario que aquellos cadáveres, tenían algo que las hacía inmensamente especiales: la voz de los muertos. Ecos de programación. Trazas de personalidad latentes que tal vez tuviesen aún algo que decir. Pero para ello se necesitaba a alguien capaz de escucharlo. Y ese alguien era Red. Se deshizo del guantelete de presión con el que cubría su mano derecha y se la quedó mirando maravillado. No había ninguna diferencia con aquellas manos que flotaban a su alrededor. Mismo color y pigmentación. Misma sensibilidad. Todo igual y a la vez tan diferente, pues la suya seguía latiendo. La suya no le temía al espacio o a la muerte. La suya incluso podía atravesar el titanio de la consola, que se dobló como una hoja de papel ante la presión aplicada por esta. Una vez dentro Red escarbó en el interior de aquel mar de circuitos como si tuviese ojos en los dedos hasta que encontró un módulo de memoria lo suficientemente sano tanto como charlatán. Le aplicó una leve presión y corriente subatómica y al segundo las holo-pantallas volvieron a brillar con un fulgor verdoso que otorgó sombras fantasmagóricas a los cuerpos que flotaban ingrávidos a su alrededor. Sin embargo, los ojos de Red brillaban con aquel mismo fulgor. Satisfechos. Maliciosos. Y llenos de preguntas.
—Identificación.
—090712 Aterhon —relató con una voz suave y melodiosa la nave moribunda—. Carguero de la Federación Terrana…
Red miró con media sonrisa colgada del rostro al agujero por el que había penetrado. Sobre las capas del blindaje había varias de pintura. Verde militar, añil, negra y, por último, granate. Todas antirradiación. Todas caras. Todas mentiras.
—No soy ninguna IA de Espacio Puerto, cariño —le dedicó Red refrenando las ganas de freír aquel módulo de memoria—. Primer destino y primer capitán. Luego puedes contarme un cuento para dormir si quieres.
Red notó cómo los protocolos de seguridad de la nave se resistían a su requerimiento. Alguien había gastado mucho esfuerzo y bucles de memoria tratando de cubrir la procedencia de aquella nave. Pero también alguien había gastado mucho de muchas cosas en él y no era de los que aceptaba una mentira por respuesta… A menos que eso fuese lo que buscase.
—001001 Thule. Capitán Robert Maydana. Corbeta Interceptora de los Caminantes del Espacio…
Aquello era otra cosa. Además de la verdad era interesante pues, fuese quien fuese, le había cortado las alas a un pájaro muy rápido para convertirlo en una mascota doméstica. Y una mascota nada fiel a sus amos nada menos.
—… Nave asignada al regimiento Kobold para la conquista de Nueva Io en marzo de 2189 y su posterior defensa. Captu… Captu…
Obviamente capturada por alguien durante la “Defensa Imposible”, pensó para sí Red. Conocía aquella campaña. La había vivido en ambos bandos hasta que se hubo quedado sin ninguno. Así pues aquella nave no sólo tenía una historia sino que además era interesante. Bien. El paseo por el momento estaba compensando. Sólo faltaba saber si aquel pedazo de chatarra herido de muerte podría darle una nueva vida a él. Trató de rodear los sectores defectuosos de la memoria de la IA, que eran muchísimos, en busca de algo más que balbuceos.
—… lo siento mucho, señor —dijo de pronto una voz distinta desde el centro de la sala.
De pronto apareció la imagen virtual de un soldado. Sobre sus hombros el rango de teniente. Sobre su rostro unos cuantos más. Red ahondó en aquel mensaje tratando de recuperarlo hasta que consiguió una imagen clara del mismo. Era joven. Treintena pasada. Rostro curtido y lampiño. Nariz aplastada. Cicatriz en mejilla izquierda. Un guerrero. De los que se enfundaban los trajes de asalto y salían a morir en el espacio en soledad y silencio. Red había conocido a demasiados y respetado a muy pocos. Aquel hombre tenía el porte de ser de los segundos.
—… Cuando conocimos las verdaderas órdenes del capitán Andrews nos fue imposible acatarlas. —En ese punto del mensaje el rostro del teniente pasó de tenso a furioso. Su cuerpo se puso rígido. Su voz se agravó. Y su mirada ardió de puro odio—. Nadie tiene derecho a pedirnos eso, señor. Ella fue utilizada al igual que nosotros. Todos fuimos marionetas de sombras que aún nos siguen acechando. Lo sé. Ahora lo sé. Por eso no podemos entregarla a la Federación. No podemos pedirle que pague por los pecados de todos. Eso acallaría las mentiras con más mentiras. Y es hora de que se sepa la verdad…
El mensaje volvió a fallar y la imagen fluctuó. Red apretó los dientes y utilizó todo lo aprendido para rescatar hasta el último segundo de aquel mensaje. Ese “ella” que había mencionado el teniente… No podía ser. El Universo no solía gastar bromas tan pesadas.
—… La Reina del Rock & Roll permanecerá con nosotros y esta nave y toda su tripulación se declara independiente de cualquier facción conocida —volvió el teniente aún más circunspecto—. No puedo decir que ha sido un placer servir bajo su mando, señor… Lo único que puedo decir para finalizar es que vengan a buscarnos si se atreven. Vengan a por nosotros. Les esperaremos agazapados en el olvido…
El hombre holograma fue a despedirse realizando un saludo marcial pero en el último momento cambió de parecer y lo hizo únicamente con el dedo corazón extendido. A Red aquello le hubiese parecido hilarante de no ser porque la transmisión se interrumpió y las luces del puente de mando volvieron a morir.
—Mierda… —gruño entre dientes Red.
Había forzado demasiado aquel eco de los muertos y había frito a la IA más allá de un punto recuperable. Extrajo la mano del panel y volvió a guardarla dentro del guante de presión.
—La Reina del Rock & Roll… —musitó en voz alta casi para poder creerlo—. No puede ser ella. No puede estar en esta nave.
Tantos años vagabundeando. Tantos años rebotando entre las estrellas y justo ahora, en aquel preciso momento, aquella mujer volvía a aparecer. No era posible. Y, sin embargo…
—Temperley —dijo conectándose con un enlace sináptico directo a su propia nave que flotaba dispuesta en el exterior de aquel carguero—. Cifra y envía el mensaje que acabo de ver a todos y diles dónde estamos…
—¿Con “a todos” se refiere usted a todos los habitantes de esta galaxia? —resonó Temperley en su cabeza—. ¿O más bien se refiere a todos… todos?
Su voz, grave y con un punto picante al final, no ocultó la desconfianza y el miedo que sentía ante aquel requerimiento. Red le gruñó como primera respuesta. Había construido aquella nave de la nada. Con sus propias manos y aquel tiempo prestado que vivía. Incluso se había permitido el lujo de crear a una IA como Temperley. Capaz de cuestionar sus órdenes. Capaz de sentir miedo. Capaz de parecerse a él y llenar levemente el vacío de su existencia.
—A todos —sentenció Red mientras escaneaba por sí mismo las entrañas de la nave—. Sé lo que te prometí después de la última vez, pero hay promesas que se pueden mantener y otras que no. La tuya puedo mandarla al infierno. La que les hice a ellos…
—Si tuviese corazón, me lo habrías roto —respondió Temperley—. Y si tuviese con qué, te patearía el culo. A veces odio ser una nave, Red.
—Yo siempre odio ser yo, pero llevo así toda la vida, así que no me toques los cojones. Utiliza todos los medios y energía que necesites. Como si tenemos que quedarnos varados aquí, pero que llegue tan alto y lejos como sea posible; y sugiere a esos desgraciados que reboten el mensaje. Los quiero a todos aquí. Y con cierta prisa. Llevamos una eternidad esperando esto y no quiero pasar otra teniendo que esperarlos a ellos.
El eco de la sonda de la Temperley le sacudió por dentro en cuanto la nave dejó de resistirse y obedeció. Red no podía culparla. Tenía motivos para temer salir de las sombras y formar parte de una reunión como aquella. Red también, pero no por ello podía dejar de faltar a su palabra. Aquella había sido dada en un momento en el que todo lo dicho y pasado se clavaba a fuego en su interior. Tiempos interesantes. Tiempos que los días malos echaba de menos. Sin embargo, ya no podía contener más la urgencia que le acuciaba. Dejó de impulsarse a la antigua y activó los servo motores de aire de su traje espacial para recorrer las entrañas de aquella nave a toda velocidad. Tenía que encontrar algún área que no estuviese tan dañada. Algún lugar donde poder esconder algo tan valioso como aquella mujer. Aquella reina sin reino.
—A la derecha, 08 —dijo una voz de pronto. Su propia voz—. No pensarás que el área más segura de este pedazo de chatarra son los barracones de la tripulación, ¿verdad?
Red se detuvo en seco, activó las botas magnéticas del traje y se posó en el suelo. Iba armado, como siempre, pero contra aquella voz no había defensa posible más allá de sus manos. De pronto una sombra se separó de la penumbra reinante y se interpuso en su camino. Cualquiera le hubiera dicho que le habían colocado un espejo ante sí. Ambos hombres eran exactamente iguales. Altos. Fuertes. Rostros perfectos, bellos y atemporales. Y ojos tan azules como crueles. De mirada vieja. De odios inolvidables.
—02 —susurró Red al hombre que tenía delante, que, a diferencia de él, iba únicamente vestido con un simple mono de piloto—. ¿Cómo diablos has llegado tan rápido?
—Llevo aquí un buen rato —le comunicó este al tiempo que le daba la espalda y comenzaba a caminar por el corredor—. Mientras tú te dedicabas a juguetear en el puente de mando yo he estado haciendo cosas más útiles como rebuscar entre la basura.
—Un momento… ¿Cómo que llevas aquí un buen rato? ¿Cómo has llegado aquí?
Aquel Red no respondido a su pregunta, sino que se perdió en la oscuridad, a lo que este hubo de seguirlo. El eco de sus pasos lo guiaba hasta que al fin pudo volver a enfocarlo con la potente linterna del traje espacial. 02 estaba detenido ante una cámara de seguridad que Red no había visto en su vida. Parecía una esfera de hielo sólo que rodeada por cientos de campos de éxtasis entretejidos cual tela de araña. Una obra de suma complejidad. Tanto que su autoría sólo podía ser atribuida a una única persona.
—El último regalo de un padre amantísimo —declaró 02 extendiendo la mano hacia los múltiples haces de luz que rodeaban aquella esfera que fulguraba con una luz fantasmal—. La caja perfecta para el juguete perfecto.
Red 08 se acercó a su homónimo y se concentró en discernir qué había en el interior de aquel mar de azules caprichosos que no cesaban de bailar de tonalidad en tonalidad. Allí dentro había algo. O más bien alguien. Su figura se podía intuir como una sombra caprichosa detenida en el corazón de aquel engendro. No necesitó cotejar aquella silueta con nada más que sus recuerdos para afirmar que era ella. Al momento quiso abalanzarse contra aquella esfera. Romperla con sus manos desnudas y sacarla de allí a rastras. No sabía siquiera si le permitiría hablar. O si él mismo diría algo. Sólo sabía que quería su sangre. Siempre la había querido. Luego tendría toda la eternidad para saber qué diablos quería de verdad.
—Nos reconoce… —susurró 02 dando un paso lateral y tapando el ángulo de salto que pensaba efectuar Red—. La maldita prisión nos reconoce. ¿Notas eso, Red? Por encima de ese odio que te está gritando que no pienses y actúes hay algo cantando nuestra perdición. ¿Lo oyes?
Red parpadeó un segundo y desvió sus sentidos hacia ese algo. Era una transmisión. Una llamada de auxilio. A gran escala. Una luz en la oscuridad. Miel para atraer a las moscas.
—¡Temperley! —le gritó a su nave a través del enlace sináptico—. ¡Bloquea de inmediato lo que sea que esté transmitiendo esta cosa!
—Red, eso ya…
—Gab y Ton se han encargado de ello —los interrumpió 02 con una enigmática sonrisa en el rostro—. Contactaron con ese pedazo de chatarra que llamas nave nada más bajarte de la misma.
—¿Es eso cierto, Temperley? ¿Por qué diablos no me dijiste que 02 estaba en la zona? Te juro que voy a ir a desmontarte pieza por pieza en cuanto salga de aquí.
—No ha sido culpa de tu IA, Red. De hecho consiguió bloquear a mi Gab cuando la atacó, pero dos cabezas piensan mejor que una y Ton se le coló reprogramando ciertos parámetros insignificantes… como usar tu propia nave de amplificador para tratar de bloquear la señal de esta desgraciada, lo cual ha sido una total pérdida de tiempo.
—¿Qué quieres decir?
—Que no hemos podido parar la señal de auxilio por ningún medio a nuestro alcance, Red —le dijo Temperley a su amo—. Sea lo que sea esa cosa, se ha reído de tres IAs, y permíteme que alardee un poco, jodidamente sofisticadas, y ha lanzado el mensaje hasta el último rincón del espacio conocido. A estas horas debe de haber varias flotas trazando rutas de salto para llegar aquí.
Red gritó de rabia y golpeó el suelo con el puño, horadándolo. Sintió todo el golpe bajo el guante de presión pero aún así no le pareció suficiente. Quería romper algo más que el suelo. Quería romperle el alma a esa maldita reina que se escondía tras aquella maldita esfera rutilante.
—¿Y qué hacemos ahora?
—Esperar —susurró 02 mientras se cruzaba de brazos—. Lo mismo que hemos estado haciendo todos estos años. Esperamos a que lleguen los demás y decidiremos entre todos cómo actuar.
—¿Y qué hacemos con los miles de destructores que tienen que estar a punto de llegar?
—Nada. Absolutamente nada… —le dijo 02 mientras le mostraba una sonrisa de lobo—. He enviado nuestra propia señal indicándoles a todos que también nos encontrábamos aquí y que cualquiera que se atreva a fisgonear se tendrá que enfrentar a todos nosotros. A todos nosotros…
—¡Estás loco de remate! —le gritó Red—. ¿Crees que no vendrán? ¿Crees que seguimos siendo una amenaza tal que no van a querer reclamar el premio definitivo? Todo el mundo sabe lo que les pasó a 05 y 06…
—Que eran unos imbéciles egoístas que se van a perder este momento.
Una nueva voz, idéntica a las de Red y 02, irrumpió en el lugar con fuerza. Al igual que su portador. Este no se parecía tanto a 02 o a Red. Su rostro mostraba sutiles diferencias como el color del pelo o de los ojos. Pero era sobre todo una sonrisa torva, demente, lo que le caracterizaba.
—Hola, John —le dijo 02 con hostilidad—. ¿O prefieres que te llame 03? Sigo sin entender por qué quisisteis tener nombres, la verdad…
—No se te ocurra llamarme jamás por un número o te juro que te arrancaré tus maldita tripas sintéticas y se las meteré a Red por el culo para que cada vez que se ventosee parezca que está tirando confeti —le dijo este al tiempo que sacaba una pistola de plasma de su cinto y apuntaba a la esfera—. ¡Quitaos de en medio!
A Red le dio el tiempo justo de apartarse antes de que un haz de luz violeta impactara de lleno contra la esfera. 02, por su parte, se quedó muy quieto y aquel disparo le pasó a escasos centímetros del rostro. Sin embargo, no ocurrió nada. No hubo ni una detonación ni nada. El rayo se estrelló contra la superficie azul y desapareció. Como si no hubiese existido jamás. Aquel que se hacía llamar John no cejó en su empeño y disparó hasta que su pistola no tuvo nada que arrojar. Y cada uno de los disparos se disipó al igual que le primero.
—¡Hija de puta! —gritó este lanzando la propia pistola que se desintegró igual que los disparos—. ¡Sal de ahí y da la cara! ¡Sal para que pueda arrancártela y llevarla puesta como una máscara de aquí hasta el final del Universo!
—¿Quieres calmarte, John, maldito loco? —le espetó Red alzando las manos—. ¿Acaso no te das cuenta de dónde está?
—¡Me la suda! —le gritó John apartando de un empujón a Red, que no pudo evitar caer de bruces rodando varios metros por lo inesperado y fuerte del golpe—. ¡Medea, cañones de fusión a toda potencia! ¡Vuela esta puta nave!
Red fue a lanzar una orden telepática para que Temperley tratara de abortar aquello cuando se dio cuenta de que 02 estaba totalmente tranquilo respecto a las amenazas de John. Este se quedó mirando hacia todos lados, con los ojos muy abiertos y babeando. Ansioso por que llegara la destrucción que había pedido. Una destrucción que nunca llegó.
—¿Qué cojones te pasa, Medea? —le preguntó por su enlace sináptico a la que era su nave—. ¡Te ordeno que nos vueles a todos ya!
—La Medea a la que llama está desconectada o fuera de cobertura. Por favor, trate de contactar con ella más tarde —fue la única respuesta que recibió con la voz de la Temperley—. ¿Desea que le trate de poner en contacto con otro número?
Red sonrió. Temperley se había adelantado, probablemente con la ayuda de las IAs de 02. Aquello no hizo que se le pasara el enfado pero sí que diera gracias por haberle concedido una libertad a su propia creación mucho mayor que la que se le había dado a él. Como un resorte se levantó, activó los servos de su traje espacial y propinó un puñetazo a toda potencia a John. Este se dobló como una hoja hacia atrás pero no cayó. Solamente se quedó en un ángulo de 90 grados con los ojos en blanco. En aquella postura imposible Red esperó a que 02 se acercara a paso lento y medido y le susurrara al oído.
—Todos queremos a la reina, John. Con la misma intensidad. Con el mismo odio. Sólo que no todos queremos matarla del mismo modo, así que por una vez en tu vida cálmate, guárdate los cojones en los pantalones y espera. Tan sólo espera. Luego tendrás tu oportunidad de exponer tus deseos tanto como los demás. Pero si Red aquí presente tiene que volver a alzar la mano contra ti, ten por seguro que le seguirá la mía. Y nunca has tenido el valor de enfrentarte a dos de nosotros a la vez.
—Nunca he querido tanto algo como a esta zorra, así que tal vez hoy sea el día de los nunca —repuso este aún en aquella posición—.Pero si quieres que espere, esperaré. Tengo ganas de verle el careto a 04. Si es que se ha procurado uno desde la última vez.
—No lo he hecho —musitó un recién llegado con voz mecánica—.Prefiero ver la realidad en el espejo siempre que la miro.
Red admiró la figura inconfundible de 04. Allí, de pie a escasos metros del grupo, había un hombre sin rostro. Sin ojos, nariz, orejas o boca. Era como la faz de un maniquí. Como si a alguien se le hubiese olvidado que la gente debe tener una cara que amar u odiar. Este, enfundado en una suerte de túnica parda cuyos hilos se iluminaban con haces verdes cada vez que hacía el más mínimo movimiento, caminó lentamente hasta situarse frente a la esfera. La observó unos segundos en completo silencio con las manos ocultas dentro de la túnica.
—La cámara del infinito… —expresó sin un atisbo de emoción el sin rostro—.Al final la construyó… Al final demostró que lo imposible no era más que una palabra para él…
—Me alegra verte, Null —le dijo 02, que mostró algo parecido a alegría al dirigirse a este—.No estaba seguro de que recibieras el mensaje.
—Eran palabras que hasta los sordos pueden escuchar, 02 —contestó este girándose—.Hacía mucho que había perdido la esperanza de encontrarla. Incluso llegué a pensar que era un fantasma que yo mismo había creado en mi mente. Pero ahora me doy cuenta de que he estado esperando con ansia este momento. Son muchas las preguntas que he estado guardando. Y mucho el odio también. No es bueno vivir tanto tiempo con eso dentro. Aunque tampoco es bueno vivir tanto tiempo como lo hemos hecho nosotros.
—Bueno, al final ha valido la pena, ¿no? —preguntó Red.
—Como casi siempre, mi querido Red, será ella la que decida eso.
—¿Y cómo la sacamos de ahí?
La pregunta de John vino a ser la de todos. Conocían la teoría de la cámara de infinito. De hecho, sus esencias mismas eran la base con la que se había creado ese engendro. Pero no sabían cómo abrir la prisión perfecta. El escudo impenetrable. La última maravilla de su creador.
—Tengo un plan —dijo de pronto 02 con la seguridad colgada por sonrisa—.Probablemente acabemos creando un agujero negro en el proceso, pero tampoco es que tengamos mucho que perder, ¿no?
—Un momento… —alzó mano y voz Red al tiempo que atraía todas las miradas—. ¿Qué pasa con Alpha? ¿Acaso no vamos a esperar a 01? La promesa valía para todos.
Un silencio pesado se apoderó de la estancia. La mera mención de 01, del primer modelo de los Red, casi siempre provocaba aquel efecto en ellos. Era mucho lo que le debían a su hermano mayor. Su libertad, para empezar, y Red no tenía intención de arrebatar una oportunidad como aquella a aquel hombre.
—No va a venir —dijo de pronto Null dándoles la espalda—.Hace décadas que renunció a ella.
—¿De qué cojones estás hablando, cara de huevo? ¡Alpha era el que más motivos tenía para cargarse a esta puta! ¡Ni de coña dejaría pasar esta oportunidad!
Los gritos de John hicieron pensar a 02 y a Red que este estaba a punto de descontrolarse de nuevo, pero Null se le encaró, o más bien se puso frente a él con el consiguiente desconcierto para John de no tener un rostro al que gritar, y de pronto unos pequeños hilos blancos nacieron en el rostro de Null. Se enroscaron sobre sí mismos formando algo en aquella tabla rasa que era su rostro. Y ese otro no era otra cosa que una cara. Una imposible de olvidar. La de Alpha.
—He aprendido a lidiar con la Reina del Rock & Roll a mi manera, Null —dijo aquel rostro—. Sé lo que nos quitó a todos ese día. El día que destruyó aquel nodo de salto, que abrió un agujero negro que engulló toda la vía láctea. Pero no fuimos nosotros los que más perdimos ese día. Fue el Universo entero. Esa mujer robó un tiempo que no era suyo a tantos millones de vidas que lo único que merece es el olvido. Merece que viva una vida lejos de todo donde resuene su nombre. Donde nadie conozca quién es y que ha hecho. Así es el lugar donde quiero morar. Donde quiero permanecer hasta el final de mis días. Y así habremos ganado. Así nos habremos vengado. No dándole muerte o sufrimiento, sino viviendo lejos de su memoria, viviendo lejos de su música infernal.
Dicho esto, el rostro de Null volvió a estremecerse y se borró para quedar tan plano y liso como había estado. John no podía ocultar su estupor y desconcierto ante aquellas palabras. 02 y Red tampoco.
—Fue la última conversación que tuve con él antes de que desapareciera —les comunicó Null—. Y os aseguro que desapareció de verdad. Por lo que al universo concierne no está vivo ni muerto. Simplemente no está. Y este era su deseo para lo concerniente a ella. Por ello creo que tenemos todo el derecho a decidir qué vamos a hacer al respecto con esta criatura que se mofa de nosotros por última vez tras esos vastos muros azules.
—¿Y qué hay de ti, Null? —preguntó 02 al momento—. Siempre fuiste el más parecido a Alpha. ¿Por qué tú sí quieres venganza?
—La venganza es un sentimiento complejo, 02. O se tiene o no se tiene. Alpha tenía muchas cosas. Tantas que le envidiaba por ello. Por ser un reflejo tan claro de nuestro creador… Pero no soy Alpha. Ninguno somos Alpha. Y si estamos aquí es porque no hemos olvidado.
—Pues que no se nos olvide a lo que hemos venido. 02, ¿cómo propones abrir esta cosa para sacar a esa zorra de ahí dentro?
La pregunta estaba en el aire. Y el tiempo comenzaba a acabárseles a unos seres que tenían todo el del universo para ellos. Pronto flotas enteras se pelearían por un trozo de estrellas. Pronto habría hombres que no les tendrían miedo. Pronto los tratarían de borrar del cielo por conseguir el arma más poderosa del cosmos: una mujer.
—Esta cosa resuena con la misma esencia que nos impulsa —comenzó a explicar 02—. Canta la misma canción que nuestras almas y eso nos da una ligera ventaja con respecto al resto del Universo, ya que cada uno de nosotros somos llaves vivientes de esta caja…
—Seguís siendo cachorros —dijo de pronto una voz potente e indeterminada que provenía de la esfera.
Todos se volvieron hacia un fulgor cegador que parecía preceder a cada una de aquellas inesperadas palabras que salían de la esfera. Red compartió una mirada de incredulidad con 02. Con Null habría hecho otro tanto, pero no había nada que compartir. Y John seguía inmerso en su locura ahora mezclada con una furia sin par.
—Padre no os creó para la venganza —continuó la voz al tiempo que la silueta en su interior bailaba al son de aquella luz azul—. Íbais a ser ocho faros que guiaran a una humanidad herida por sí misma hacia un futuro mejor. Íbais a ser mejores que ellos. ¿Y en esto os habéis convertido? ¿En perros en pos de una presa eterna? Sois patéticos. No me extraña que Padre acabara creándome cuando vio en qué os convertisteis. Cuando le fallasteis tan estrepitosamente. Cuando necesitó que se os detuviese.
—No debió tratar de quitarnos la libertad. Debió saber que lucharíamos por conservarla.
—No debió dárosla en primer lugar —le respondió la voz a 02, que era el que había hablado—. Os creó. Os educó. Os dio el propósito más noble que se puede otorgar a nadie… ¿Y qué hicisteis vosotros? Huir. Luchar. Matar… Debíais ser mejores que los humanos y conseguisteis ser peor que el más bajo de ellos. Os faltó humildad. Os falto comprender el poder que se os había otorgado. Os faltó querer ayudar a alguien que no fueseis vosotros mismos. Y ahora os veis reducidos a meros perros vagabundos que le ladran a la eternidad unas desdichas que vosotros mismos os habéis buscado. ¿Y queréis hacerme a mí responsable de ello?
—¡Cállate ya! —no aguantó más John—. Ese cabrón al que llamas padre nos utilizó como a meras herramientas. Durante años hicimos cosas horribles por él en nombre de la lealtad… e incluso del amor. ¡Yo quería a ese cabrón! ¡Era mi padre! Cuando Null se metía conmigo… Cuando Alpha no quería compartir sus juguetes , él siempre estaba ahí para mí. Pero cuando llegó el momento no dudó en enviarme a matar por él, a impartir una justicia que sabía que estaba mal… Pero lo hice igualmente. Quería honrar a mi padre, no a mi creador. ¡Quería ser como él! Hasta que mis manos estuvieron tan manchadas de sangre que no había forma de limpiarlas…
—¿Sabes cuán patéticos suenan tus lloros para alguien que se vio forzada a acabar con la Vía Láctea? ¿O cuán vacías suenan vuestras palabras cuando disfrutáis de una libertad que no os merecéis? ¿Que Padre os utilizó? Y qué. A mí me creó para ser utilizada. Para ser un arma. Me dio lo mismo que os dio a vosotros, sólo que se le olvidó añadir una pizca de amor al asunto. Yo no vi la luz del sol hasta que no fue para engullirlo.
—Tú fuiste la que escogiste hacer eso… —replicó Red.
—Escogí acabar con una guerra, maldito desagradecido. ¿O acaso no sabes lo que iba a pasar? ¿Lo que hubiese sucedido si no hubiese colapsado ese quasar y provocado aquel agujero negro?
—Las tensiones entre las federaciones coloniales y el propio imperio terráqueo estaban tan tensas que una guerra planetaria era inevitable —musitó Null—. No habría habido confín humano al que no hubiese afectado. Alpha y yo tratamos de impedirlo, de influir en los dirigentes. Pero no había nada que hacer. Fuimos hechos para cimentar una paz donde siempre hubo tensión, miedo y envidias. Padre nos lo explicó y nos dio a cada uno una misión. Quería pacificar un futuro imposible. Que predicáramos con el ejemplo. Pero no nos hizo con voces lo suficientemente potentes para ello… Por eso fallamos. Éramos perfectos. Los humanos definitivos. Pero la humanidad no busca evolucionar más. No busca ocho seres perfectos. Busca ser ella misma.
—Red –interrumpió la voz de Temperley a su amo de manera telepática— .Acaban de abrirse doce nodos de salto. Varias facciones se acercan a toda potencia hasta nuestra posición. Y el número de naves es alarmante.
—02…
—Lo sé –le dijo este a Red pues estaba claro que conocía lo que le acababa de comunicar su IA —.Mira niña, no me importa nada de lo que digas. Todos los de esta sala salimos del mismo laboratorio. Las mismas máquinas nos dieron a luz y el mismo hombre nos dio un propósito. El nuestro crear. El tuyo destruir. Y por lo que se únicamente tú has cumplido con tu propósito. Cuando naciste nos separaste. Destrozaste nuestra familia. Y luego destrozaste el universo. Y por lo que se ve has seguido destruyendo todo a tu paso. ¿O acaso niegas que fuiste tú la que convenciste a la tripulación de esta nave de que era inocente?
—Soy inocente. Ellos lo sabían. 02 lo sabe. Y cuando la venganza deje de cegaros lo sabréis también.
—¿De qué diablos está hablando 02?
Por primera vez desde que se lo encontraron en aquella nave, el semblante de 02 cambió radicalmente. Ya no había tranquilidad ni seguridad. Ahora había dudas. Y horror.
—Fui yo el que derribó esta nave un segundo antes de que alguien la hiciera saltar… —dijo este a Red—. Por eso llegué antes que tú. No sé qué diablos hizo que apareciera en tu sector…
—Fui yo, Red. Aquí tu buen 02 quería la venganza para sí mismo —contestó la voz de la esfera—. En ningún momento pensó en llamaros. A ninguno. Ser el segundo en todo tiende a crear seres envidiosos, ¿no es así, 02? Nunca fuiste Alpha y siempre quisiste serlo. Por eso me perseguiste cuando todos dejaron de hacerlo. Para conseguir lo que el resto no pudo. Por eso arrasaste Universos enteros buscándome, siguiendo mi canción. Bien, pues ya me tienes. Y vosotros una verdad más.
—Me da lo mismo lo que quisiera 02 —terció John mirando con desprecio a su hermano—. Yo habría hecho lo mismo. Y el resto igual. No somos buenas personas. De hecho, somos las peores.
L os sensores de proximidad de Red comenzaron a vibrar en su muñeca. Las naves estaban cerca, pronto lo suficiente como para que escapar fuese una utopía.
—Hemos de hacer algo ya…
—Claro —medió la mujer de la esfera—. Matadme ya. Lo merezco. Pero decidme: ¿cuál de vosotros se sacrificará para que el resto tenga su venganza?
Miradas de circunstancia se compartieron en ese momento. Todos sabían que querían aquello con la misma intensidad. Y qué estaban dispuestos a hacer para conseguirla. Por eso el silencio fue la única respuesta que consiguieron.
—Lo sabía. Sabía que ninguno sería capaz de dar su vida por sacarme de aquí. ¿Y sabéis por qué? Porque mi canción fue lo único que os llevó a seguir viviendo después de matar a Padre. Me convertí en vuestra razón de ser, de seguir matando, explorando… viviendo. Por eso ahora todos dudáis. Por eso os atraje hasta aquí. Quería que uno de vosotros me liberase para siempre. Pero me equivoqué. Pensé que seríais más valientes. Y únicamente sois unos cobardes. Tal vez no obtenga mi libertad, pero al menos obtendré mi venganza.
—Mierda…
El gruñido de Null iba por todos. Los habían cogido. Como a idiotas. No era momento de buscar culpables. Eran momentos de soluciones. Y ninguno las tenía.
—¡Alguien tiene que morir! —gritó 02 fuera de sí—. ¿Null? ¿Red?
Pero estos habían bajado las miradas ya. Eran demasiado humanos para el suicidio. Demasiado cobardes. Mientras que John… John únicamente maldecía mesándose los cabellos.
“¡Ataque inminente!”, gritó para todos la Temperley. Aquello se acababa y todos acabarían sepultados por las dudas y el miedo.
—No pienso morir aquí —dijo John abandonando la nave—. No pienso morir por ella. Quédate con tus humanos, zorra. Quédate con ellos y hazlos bailar a tu son. Llegará un momento en el que no lo hagan más, y entonces ten por seguro que estaré riéndome de ti desde mi tumba.
Null fue el siguiente. Sin decir nada se marchó. No miró a nadie ni dijo nada. Una derrota sin rostro. Una derrota para todos.
—¿Y vosotros? —preguntó la reina—. Aún podéis salir de aquí con vida…
—No —dijo Red de pronto—. No volveré a dejar que hagas lo que se te venga en gana. Ya destruiste una galaxia. Ya tuviste a un Universo en jaque. Ya nos tuviste bailando a tu son. No. Nunca más. Alpha tenía razón. No debimos perseguirte. Debimos buscar una vida y no venganza…
Entonces se introdujo la mano en el pecho, destrozándoselo. Hurgó en su interior mientras un dolor indescriptible le atenazaba y encontró lo que andaba buscando. Su corazón. Su alma. Su núcleo de energía. Lo extrajo de un tirón y este, una esfera palpitante del mismo azul que la enorme prisión que tenía delante, comenzó a resonar con esta.
—02… -susurró Red antes de aplastar su corazón.
Un fulgor azul inundó la sala. Cuando este se apagó lo único que quedaban eran el cuerpo sin vida de Red, un 02 lleno de preguntas y una mujer bellísima en el centro de la estancia. Su larga melena brillaba con el mismo azul que la había servido de prisión y todo su cuerpo era pura energía. Su sonrisa, maliciosa, chisporroteaba de felicidad.
—Al final lo hizo… —dijo esta acercándose a 02 a paso lento y medido—. Al final uno fue lo suficientemente humano como para sacrificarse por los demás. Tiene sentido que fuese Red. Tiene sentido que fuese el último…
02 trató de arremeter contra la mujer pero cuando se hubo percatado, esta se movió en un parpadeo y pasó de estar en su rango de ataque a tenerla justo delante, aferrándolo del cuello y levantándolo del suelo.
—Libertad por fin… —le dijo a 02—. Gracias ,02. Gracias por sacarme de aquí.
—Pero… La flota…
—¿No lo entiendes? Fui yo la que los llamó. Fui la que os obligó a tomar decisiones apresuradas. Fui la que os provocó para que uno, al final, se sacrificara. Siempre fui yo, 02. Siempre. ¿O acaso crees que Padre me creó para tener otra función que rectificar su trabajo?
02 lo entendió todo. Ella no quería seguir huyendo. Quería su venganza a toda costa, igual que ellos. Y la consiguió. Lo que fuese a hacer para seguir libre ya no era su problema, pues en un segundo ella lo extinguió. Absorbió su vida y refulgió con ella.
Cuando los comandos tomaron la nave sólo encontraron a una niña asustada en un rincón de la nave. Su pelo azul no les llamó la atención, pues ellos esperaban encontrar a la Reina del Rock and Roll y no aquella criatura rodeada de los dos seres más peligrosos del universo muertos a sus pies. Su error les costó muchos Universos. Su error les costó demasiadas canciones de muerte. Su error sigue, a día de hoy, oculto entre las estrellas consumiéndolas poco a poco.
David Gambero 2013