25ª Convocatoria: La Niebla

La niebla.

Ilustración de Rosa García

 

Niebla baja

La incertidumbre me envuelve
como una niebla baja que desdibuja
el horizonte.
Mi miedo es cencellada,
aún así, río,
no quiero que lo note.
Él es un joven arroyo
de ondulada vertiente,
y yo bebo en su danza.
Imposible que la risa no sea un salvavidas.

Texto de Milagros Morales

¿Qué hay detrás de la niebla?

Autor@: 

Ilustrador@: 

Corrector@: 

Género: Poesía

Rating: Infantil de 6 a 12 años

Este relato es propiedad de Raquel Bonilla. La ilustración es propiedad de Rafa Mir. Quedan reservados todos los derechos de autor.

¿Qué hay detrás de la niebla?.

 

Ilustración de Rafa Mir

¿Qué habrá detrás de la niebla?
Detrás de la niebla ¿qué habrá?
Quizá un unicornio bailando,
o un hipopótamo cantando.

No veo nada.
Nada consigo ver.
Abro los ojos con fuerza,
Detrás de la niebla ¿qué habrá?

Quizá una flor floreciendo,
o una ardilla comiendo,
probablemente un ciervo
o un niño leyendo.

Espesura blanca contemplo,
aunque miro y me concentro.
¿Quién ha pintado de blanco
y ha tapado el campo?

¿Qué habrá detrás de la niebla?
Quizá una roja mariposa
con sus ala extendidas
alegre revoloteando.

Quiero imaginar el arcoíris
tras la espesa niebla,
quiero imaginar el sol
iluminando al verde manto.

¿Qué habrá detrás de la niebla?
Detrás de la niebla ¿qué habrá?
Quizá ya estén las estrellas
y la luna acurrucándolas.

Quiero ver tras la ventana
pero todo blanco está.
Quisiera ver al jilguero
pero ¿detrás estará?

Quizá cuando llegue la noche
y el sol acostado esté,
la niebla desaparezca
y veré al unicornio correr.

Raquel Bonilla

El guardian

Autor@: 

Corrector@: 

Género: Fantasía

Rating: Todos los públicos

Este relato es propiedad de Rosy Martínez. Quedan reservados todos los derechos de autor.

El guardian.

Era el día.

Lo podía oler en el aire, tantos años pasando por esto me hacían un experto en la materia. Suspiré agotado, habían sido tantas veces que no estaba seguro de si sentirme aliviado o comenzar con la nostalgia. Hoy cogería el relevo otro y sería mi última andadura.

Esperaba que el elegido para el trabajo no sufriera lo mismo que yo, y en mi fuero interno deseaba que quien sufriera fuese alguien más. Era egoísta, incluso malvado desearle semejante mal, pero mi dolor había sido tal que el resentimiento había matado el amor que un día nació en mi interior.

Para ser justos, el dolor que sufrí no solo fue culpa de la otra parte, también tuvo mucho que ver mi miedo, el que me impidió traspasar los límites y aventurarme a descubrir más allá de lo que mis ojos veían.

Me levanté del escritorio con esfuerzo, el paso del tiempo había hecho mella en mí y no me sentía tan ágil como antaño. Me aventuré a bajar a la cocina, donde se encontraban mi hijo, mi nuera y mi nieto.

Mi esposa hacía años que me abandonó dejándome solo en este mundo y siempre lamenté el no haberla amado tanto como ella hubiese merecido.

Habían decidido cenar conmigo y después se marcharían:

—Ten mucho cuidado, hijo. Esta noche habrá niebla y sabes lo peligrosa que es.

Mi nieto, que estaba más pendiente del móvil, me miró con curiosidad:

—¿Por qué dices que es peligrosa, abuelo? —Sus ojos negros, idénticos a los míos, reflejaban curiosidad. Tenía dieciséis años y siempre parecía en las nubes.

—No tenemos tiempo para viejas historias. Tienes que ir a comprar, Ízan, y no te tardes dos horas. —Mi nuera siempre creyó que era un viejo senil al que debía ignorar, nunca le había dado importancia a las historias que contaba.

Me acerqué al perchero y cogí mi abrigo, le guiñé un ojo a Ízan y abrí la puerta:

—Te acompaño y te cuento. —Mi nieto cambió su semblante molesto y sonrió. De un salto se puso en pie y cogió su chaqueta, le quitó a su padre el dinero de las manos y se reunió conmigo en la entrada.

—No tardéis demasiado —escuché gritar a mi hijo antes de cerrar la puerta.

Una vez fuera nos miramos y nos enfrentamos al frío y al aire que decidió despeinar el pelo castaño de Ízan, quien se colocó un gorro para protegerse del frío.

—Es mejor darnos prisa, parece que no está dispuesta a esperar —le dije empezando a caminar.

—¿Quién no está dispuesta a esperar?

—No es quién, sino qué. —Ízan me miró sin comprender y yo sonreí y empecé el relato—: Existe una barrera, se alimenta de sangre, no le importa que sea de este lado o del otro, solo le interesa reforzarse cada cierto tiempo. Con el paso de los años se ha debilitado tanto que su necesidad ha aumentado considerablemente, por eso la niebla es cada vez más frecuente. Para alimentarse tiene unos cuantos secuaces que manda a ambos lados para conseguir su sustento.

—¿A ambos lados? —me interrumpió curioso. Yo asentí mirando a nuestro alrededor.

La niebla estaba volviéndose más espesa antes de tiempo, algo irracional. En todo el tiempo que llevaba en mi puesto, no había aparecido con semejante velocidad. Metí ambas manos en los bolsillos y agarré con fuerza mis armas favoritas, un par de cuchillas con mango circulares, y retomé la palabra intentando parecer normal, pero sin dejar de estar alerta:

—Así es. La barrera existe por un propósito, impedir que los habitantes de un lado pasen hacia el otro. Pero en los días de niebla, cuando necesita reforzarse, el límite se rompe y existen unos guardianes que deben proteger su lado y a sus habitantes hasta que la barrera se restablezca.

—Pero si los guardianes protegen sus lados con eficacia, ¿con qué sangre se nutre la barrera? Tu historia tiene lagunas, abuelo. —Ízan sonrió como alguien que ha descubierto un error—. Mi profesora de Lengua te diría que no has tenido en cuenta la regla fundamental de una historia: el principio, el nudo y el desenlace.

—La sangre con la que se alimenta la barrera es la sangre de los guardianes, Ízan, y la de sus esbirros. Cada guardián debe proteger su lado matando a las criaturas y después, además de entregar la sangre de las bestias, ha de dar un poco de la suya propia para reforzar la barrera.

Ízan asintió y yo me detuve en seco. Era imposible que ya hubiese terminado de extenderse por completo. Detuve el avance de Ízan, porque si daba un paso más no podría verlo. ¿Qué estaba pasando con exactitud? Se suponía que la niebla no se presentaba con inocentes cerca. E Ízan entraba en esa categoría.

—¿Cómo se llaman los guardianes de tu historia, abuelo? —preguntó Ízan sin terminar de darse cuenta de la espesura que nos rodeaba. Abrí la boca para responder su pregunta, pero alguien más se me adelantó.

—Wilian, Éria, y ahora Ízan.

Cerré los ojos al escuchar su melodiosa voz por dos razones: la había añorado como un loco y acababa de clavarme el peor puñal que puedes clavarle a alguien. Había condenado a lo más preciado que tenía en mi vida a sufrir mi condena.

Al abrir los ojos, la vi exactamente igual que el primer día, sus ojos ámbar, su luminosa sonrisa, ese cabello castaño y enmarañado y con la espada fuertemente sujeta. Seguía teniendo la apariencia de dieciséis años, haciendo que me preguntara cuántos tendría en realidad y a cuántos guardianes había conocido antes que a mí.

Miré a Ízan y maldije entre dientes por la cara de mi nieto. Era evidente que mi deseo no se había cumplido y que sería testigo de cómo Éria destrozaría a otro miembro de mi familia.

—¿Estáis listos para comenzar a divertirnos?

La misma frase con la que me recibió años atrás, la misma sonrisa, el mismo efecto.

Rosy Martínez

Niebla, Hiedra… Tiembla

Autor@: 

Ilustrador@: 

Corrector@: 

Género: Poesía

Rating: Todos los públicos

Este relato es propiedad de Paloma Muñoz. La ilustraciones son propiedad de Rosa García. Quedan reservados todos los derechos de autor.

Niebla, Hiedra… Tiembla.

 

Ilustración de Rosa García

Niebla que envuelve la hiedra,
Siento que mi corazón tiembla.
Niebla que se vuelve densa,
Siento que mi corazón se tensa.
Niebla que oculta el palacio,
Hace que mis pies caminen despacio.
Niebla que evoca un recuerdo
Hace que mi corazón lo sienta muy dentro.
Niebla que brilla sobre un sauce llorón,
Hace que cante una canción.
Niebla que borra todo alrededor,
Hace que ni siquiera encuentre una flor.
Niebla que no has de querer
Déjala caer.
Niebla que fascina mis sentidos,
Hace que la añore cuando se ha desvanecido.
Niebla que cubre la hiedra,
Oculta todo y aterra.
Niebla misteriosa que hace empalidecer a una rosa.

Ilustración de Rosa García

Niebla que hechiza,
Niebla que aterroriza.
Niebla blanca y suave,
Niebla sombría con alas de ave.
Niebla de madrugada,
Niebla algodonada.
Niebla turbadora,
Niebla fascinadora.
Niebla poderosa,
Niebla morbosa.
Niebla nebulosa,
Niebla pavorosa.
Niebla que cubre los campos,
Niebla que compone un canto.
Niebla que cubre la ciudad.
Niebla que esconde maldad.

Paloma Muñoz
Madrid, 27 de marzo de 2017

Separados

Autor@: 

Ilustrador@: 

Corrector@: 

Género: Fantasía urbana

Rating: Todos los públicos

Este relato es propiedad de Olga Besolí. La ilustración es propiedad de Ana Carmen Kummerow. Quedan reservados todos los derechos de autor.

Separados.

Hubo una época, hace mucho, tanto que su recuerdo se pierde en la niebla de los tiempos, en que nuestros mundos estaban únicamente separados por un fino velo invisible, pero fácil de cruzar en ambos sentidos para aquellos caminantes que no temían adentrarse en lo desconocido y que cumplían con los tres requisitos indispensables: tener un corazón valiente, una mente abierta y unos ojos que supieran ver.

Un corazón valiente porque quien teme a los peligros no desea, en el fondo, adentrarse en lo desconocido y sin deseo no hay camino que lleve a ninguna parte. Una mente abierta porque una mente cerrada rechaza todo aquello que no forme parte ya de ella y aunque tuviese delante las puertas que le abren paso a otro mundo, negaría lo evidente y se excusaría en una insolación o el producto de una alucinación. Y unos ojos que supieran ver porque el velo invisible que nos separaba solamente se levantaba ante aquellos ojos que lo reconocen, que ven más allá de esas pequeñas ondulaciones en el aire que indican el lugar exacto donde se halla el punto de conexión entre ambos mundos.

Ni falta hace decir que hace mucho, muchísimo tiempo, seres de ambos mundos transitaban libremente en ambos sentidos. De vuestro mundo aparecían todo tipo de gentes, de alto rango y gentes comunes. Todos por igual cumplían con los tres requisitos. Nobles y plebeyos, damas y caballeros, reyes, reinas o mendigos, todos tuvieron su oportunidad de viajar. Del mío, todo tipo de seres elementales, mágicos y mitológicos, de la luz y de la oscuridad, tanto aéreos como terrestres, acuáticos e ígneos.

Podéis imaginaros la cantidad de tráfico que había entre nuestros mundos; una marabunta de transeúntes que iban de un mundo al otro con la misma facilidad con la que hoy un humano de Occidente se sube al metro o espera su tren en el andén de la estación. Claro que por aquel entonces no existían aún los trenes ni los metros. Hablo de hace mucho, muchísimo tiempo atrás. Hablo de caminantes que se desplazaban por sus propios medios o en carretas tiradas por animales o entes mágicos, según la procedencia. Hablo de seres con curiosidad y sin prisas que establecían contacto, hablaban entre sí con interés y aprendían los unos de los otros. Hablo de respeto, tolerancia y conocimiento, de saber escuchar y de hablar con sentido. Hablo de un tiempo lejano en el que existía una comunicación real y veraz. ¡Qué tiempos aquellos!

Fueron buenos tiempos para las mentes creativas, los corazones apasionados y las almas curiosas; para el arte y la imaginación, las leyendas y las fábulas; para los cuentos de hadas y sus encuentros con humanos, los tapices de doncellas abrazando unicornios y los retratos de caballeros galopando en búsqueda de gestas. Fueron tiempos en los que lo mágico y lo terrenal se integraban y fundían creando objetos híbridos que pertenecen a ambos mundos, como el pentáculo, el grial, la varita mágica o la piedra filosofal. Buenos tiempos para el conocimiento de las artes y el aprendizaje de las artes ocultas; para la música, el teatro y la alquimia; para las ciencias, la sabiduría y las artes curativas. Para los seres de luz, los seres oscuros y, por supuesto, los humanos.

¿Que cómo lo sé? Yo estaba allí y lo vi todo. Es mi trabajo. Observar. Vigilar. Soy el guardián que, desde tiempos inmemorables, ha impedido el paso a todo aquel intruso que pretendiera destruir vuestro mundo, el mío o ambos. No han sido pocos los que lo han intentado en el transcurso de la historia. Y la única razón por la que no sabéis de su existencia es porque yo los detuve a tiempo.

¡El tiempo! A veces pensamos que lo que tenemos durará para siempre, que todo es inmutable e inamovible. Pero no lo es. Todo es cambiante con el paso del tiempo. Hasta nosotros, los seres eternos, somos finitos. Pero el desgaste que sufrimos, comparado con el vuestro, es tan lento, tanto que para vosotros supone una eternidad. ¡El tiempo! El tiempo es un compañero de viaje cruel e incompasivo que arrasa inexorablemente con todo aquello que se cruza en su camino.

Y el tiempo a vosotros, seres volubles por naturaleza, os ha doblegado con su paso firme. He visto cómo a través de los siglos la humanidad ha ido degenerando. Muchos ojos se han ido cerrando, muchas mentes se han ido obcecando, muchos corazones se han adormecido. Habéis ido perdiendo capacidades y la intuición, los sentidos y las sensaciones han sido sustituidas por el sopor.

Fuisteis olvidando quienes eráis hasta tal punto que, hace unos siglos, aquellas pocas personas que mantenían intactas sus capacidades y todavía cumplían con los tres requisitos empezaron a asustaros y los señalabais con el dedo. “Brujas, hechiceros y nigromantes”, los llamabais; “los que quedan despiertos”, eran para nosotros. Los temíais por sus dones. Y el miedo es un pésimo consejero y un peligroso compañero de viaje. Entonces empezaron las acusaciones, las persecuciones y las hogueras. No os juzgo por ello. No estoy aquí por eso. Sé que fue vuestro propio miedo a aquellos que conservaban una capacidad cuya comprensión se os escapaba quien os obligó a intentar exterminarlos. Por suerte, no lo lograsteis. Fue parte de mi trabajo impedir que destruyerais la poca humanidad que os quedaba.

En esos tiempos oscuros, como cabía esperar, las incursiones de humanos a nuestro mundo menguaron drásticamente. Muchos no podían acercarse, los otros no lo hacían por miedo. Luego, la nueva ciencia y la nueva medicina que nacían se apoderaban del nuevo mundo floreciente y negaban nuestra existencia. El delgado velo que nos separaba adquirió grosor, mientras perdíais la certeza de que alguna vez hubiera existido algo tras él. ¡Pobres humanos, tan ciegos, sordos e ignorantes!

Tras eso llegó la modernidad que cubrió el velo que nos separaba con una espesa capa de niebla impenetrable. “Contaminación”, la llamáis vosotros. “Podredumbre”, es el nombre que utilizamos nosotros. Vuestro mundo se convirtió en una vasija humeante y apestosa de ruidos, repleta de aparatos, cachivaches y utensilios fabricados por vosotros mismos a expensas de los recursos del planeta, supuestamente para facilitaros la vida, aunque sólo os la llene de complicaciones. “Necesarios”, decís vosotros; “inútiles”, pensamos nosotros. Si tienes solamente dos pies, ¿para qué necesitas veinte pares de zapatos? A mi entender os habéis rodeado de objetos porque en realidad os sentís vacíos. El hueco que antes llenaban las sensaciones, la intuición y los sentidos os deja tan fríos por dentro que tenéis la necesidad imperiosa de cubriros la piel con montones de cosas.

Ilustración de Ana Carmen Kummerow

Hace mucho, muchísimo tiempo que ningún humano traspasa nuestras puertas ni se acerca al camino. Los últimos que lo hicieron decidieron quedarse exiliados en nuestro mundo, porque ya no comprendían el vuestro. Nosotros los acogimos con tristeza, sabiendo que los demás ya no desharíais los pasos andados. Ya no podéis, ni aunque quisierais. La niebla impenetrable lo cubre todo. Pero nosotros os seguimos visitando, más a menudo de lo que creéis, aunque ya no pretendemos establecer contacto. Es inútil, ya no os entendemos. Vuestro mundo es una pocilga, el nuestro es un vergel luminoso; vuestra parte del camino se ha desdibujado, la nuestra sigue bien visible para nosotros. Por eso, a pesar de todo, yo he seguido ocupando mi lugar. Vigilando. Observando.

Después de tantos milenios observando creía haberlo visto todo, pero no es así. Últimamente vuestra situación es preocupante, muy preocupante. Y he transmitido mi preocupación a mis superiores, que me han dado la razón. He observado que, en los últimos tiempos, se han obrado en vuestro mundo cambios vertiginosamente rápidos. Y con ellos han llegado las prisas que os ahogan. Vivir, para vosotros, se ha convertido en una pura carrera, sin parada ni descanso. Correr, avanzar, llegar ¿adónde? ¿Y de qué sirve apresurarse si no puedes disfrutar del camino que te lleva a tu destino?

De todas las correrías y carreras, la tecnológica es la peor. “Conectados”, lo llamáis vosotros; “apagados”, decimos nosotros. Ciegos y sordos a lo que ocurre alrededor, ignorantes a vuestro propio mundo e insensibles a lo que os pasa por dentro, vivís, si a eso puede llamársele vida, enganchados a una pantalla que os alimenta como una sonda nutre a un enfermo. ¡La humanidad ha enfermado y como mantiene los ojos cerrados, la mente ausente y el corazón dormido, no se ha dado cuenta! ¡Pobres humanos zombificados!

Estoy aquí para comunicaros que, después de mi informe, el concilio de seres mágicos se ha reunido y ha acordado por unanimidad que, por primera vez en milenios, abandone mi puesto de trabajo para deciros que, en estos tiempos en que toda la comunicación que establecéis es a través de artefactos digitales y tanto vuestra mente como vuestro corazón y ojos ya no diferencian entre lo real y lo virtual, un fino velo invisible se ha cernido sobre todos y cada uno de vosotros, aislándoos de los de vuestra propia especie. Se trata del mismo velo que hace mucho, muchísimo, en los albores del tiempo, separaba nuestros mundos.

Y tengo el desagradable deber de anunciaros que, de seguir así, solamente es una cuestión de tiempo que este velo que ya os separa se cubra de una espesa niebla impenetrable.

Olga Besolí
Abril 2017

Marcianos en Guadamur

Autor@: 

Ilustrador@: 

Corrector@: 

Género: Relato de ciencia ficción humorístico

Rating: + 18 años

Este relato es propiedad de Olga Ruiz Trinidad. La ilustración es propiedad de Rafa Mir. Quedan reservados todos los derechos de autor.

 

Marcianos en Guadamur.

Comunicado local 1: A las doce horas de hoy una niebla espesa de color azul pitufo se ha situado en la localidad de Guadamur formando un anillo de protección perimetral que es perfectamente observable a través del satélite Google Maps. Los habitantes del pueblo dicen que muchos seres azules de aspecto humanoide, con cabelleras amarillas y de complexión delgada inundan las calles. No son peligrosos: sonríen y saludan.  Hablan a trompicones en una especie de dialecto mixto. Algo así como: Miau, ¡hola!, guau ¿qué tal? Dale la patita, saluda…, oigg, oigg, esto mola, kikiriki. ¡Ni caso!  Y es que creo que han conjugado los sonidos animales y humanos y tienen un popurrí-jaleo lingüístico bastante importante.

Yo, como máxima autoridad, alcalde en funciones, ya me he dirigido a algunos de ellos y les he dado tarjeta de presentación. Distintas opciones viables: unos se ríen, otros se la han comido, otros la han convertido en cenizas con los ojos, otros simplemente han hecho una bolita apretada y la han tirado  al suelo. En fin, es difícil comunicarse con ellos. Les he preguntado por su gran jefe y les he invitado a una reunión protocolaria a las tres de la tarde en la plaza. Todos mis esfuerzos por establecer el contacto pacífico.

Comunicado local 2: Cinco minutos antes de la hora los  extraterrestres han aparecido a bordo de plataformas volantes con forma de hamburguesa y tras ubicarse frente a la Corporación Municipal han bailado la canción de Ricky Martin con Maluma: Vente pa ca. Ha sido un momento digno de televisar, ya que han coreografiado un reguetón para dar la bienvenida a su dignatario Muschogusto XXI, que ha aparecido subido en una especie de lechuga gigante.                                                                                                                                                                                              Sobrecogido por tanta solemnidad y despliegue de medios, y a sabiendas de sentirme ridículo,  he soltado una paloma de la paz que acababa de traer Manolo el secretario. Los animales voladores no les gustan, definitivamente ha sido un error, y con un disparo láser se la han cargado.

Ilustración de Rafa Mir

Comunicado local 3: Son las cuatro de la tarde. Los extraterrestres tienen hambre. Ya se han comido todos los ciruelos del pueblo, con troncos incluidos. Nadie sabe por qué les han  gustado tanto estos árboles.

En principio, ningún habitante de Guadamur puede salir del anillo de niebla y nadie puede entrar. La niebla tiene electricidad repelente que no permite acercarse a ella. Las comunicaciones se están manteniendo a través de las cuentas de Twitter, Facebook y por otras redes sociales. Se ha abierto un cibercafé en el ayuntamiento para que la gente que no tenga internet pueda comunicarse con sus seres queridos que se encuentran fuera. Se ha montado un lío muy gordo cuando los del geriátrico han descubiertos las páginas calientes abiertas, tanto que no querían irse.

Comunicado local 4: Son las 18.00 h. Hace dos horas pedí al presidente del Gobierno y otras autoridades de las Fuerzas Aéreas que mandasen al pueblo un convoy de helicópteros para desalojarlo.  Acaban de contestar. Las autoridades españolas piensan que, dado que han tenido contacto con extraterrestres, no es buena idea que por el momento salga nadie de aquí.  Han preferido establecer un nuevo perímetro de cuarentena y dejarnos a nuestra suerte hasta comprobar qué es lo que quieren exactamente los marcianos. Son palabras muy alentadoras… A tu lado siempre, señor presidente. ¡Con el partido hasta la muerte!

Comunicado local 5: Son las 21.00 h del día uno de esta divertida invasión y se han realizado los primeros envíos de suministros a la zona por parte de Cruz Roja vía aérea. Tanto los habitantes como los recién llegados han recibido los paquetes con los brazos abiertos y a alguno le han tenido que llevar al centro de salud por partirse la cabeza.

Comunicado local 6: Durante las cenas, a eso de las diez, ha habido cierta calma. Los extraterrestres se han comido hasta los paquetes de cartón. Y hacen sus necesidades en una cloaca común que han ubicado en la fuente de la plaza del ayuntamiento. Las heces son de color azul también, no huelen y son biodegradables, tardan exactamente cinco minutos en desaparecer. Un nuevo caso para investigar en Cuarto Milenio.

Comunicado  local 7:  Todavía no he conseguido distinguir quiénes son de sexo femenino y quiénes de sexo masculino. Andan siempre detrás los unos de los otros metiéndose mano y riéndose. La noche no los asusta, creemos que tienen visión nocturna. Algunos se han instalado muy cómodamente en hogares previa patada en el culo al hombre de la casa que ha salido disparado por la ventana. Se han computado en veinte los afectados hasta el momento y el centro de salud no puede dar abasto a tanto descalabro y fractura de brazos y piernas, por lo que se ruega un nuevo envío de material sanitario y personal médico. He realizado un comunicado vía altavoz municipal para abrir las puertas del polideportivo como lugar de acogida provisional para todos aquellos hombres pataleados que quieran acudir. Se darán mantas, cubos y agua para pasar la noche.

Comunicado local 8: Me olvidé comentar entre el comunicado cuatro y cinco que la policía local  y la Guardia Civil está toda en la cárcel.  Los  marcianos los arrinconaron,  les quitaron las pistolas, porras y teléfonos móviles. Me siento solo ante el peligro. Creo que no saben que yo soy la máxima autoridad, o si lo saben, ni les importa. No debo de ser ninguna amenaza. En cuanto a mis vecinos, están todos muy nerviosos. Y yo no sé qué hacer ni qué decir. No estaba preparado para una situación de emergencia tan colosal como esta, ni siquiera acudí al curso de primeros auxilios de los bomberos.

Comunicado local 9: Son las 23.00 h. Los  extraterrestres están empezando a instalarse en las camas matrimoniales y algunos incluso han conseguido mantener relaciones consentidas con mujeres casadas. Por el momento yo me estoy manteniendo a salvo porque no he comido ni he bebido nada en todo el día. No me fío. Creo que están drogándonos.

Algunas de esas mujeres han repetido incluso dos y tres veces como poco, y otras han perdido la cuenta y el conocimiento. Las que han conseguido salir de sus hogares han ido a buscar a Yolanda, la asistenta social, diciendo que han tenido encuentros cósmicos y demás idioteces. Yolanda ha entrado en “modo cachondo” tras escuchar los relatos de algunas de ellas, y se ha ido a buscar a uno de los marcianos que debe de ser la bomba. Llevo toda la noche escuchando gritos de placer por todas partes. Es un éxtasis dionisíaco y está todo el mundo salido menos yo, que como ya os he informado, no he bebido ni he comido nada. Creo que poseen algún poder sobrenatural y que someten a los cerebros a un eco porque la gente no puede pensar con claridad.

Comunicado local 10: Algunos marcianos también fueron al polideportivo a eso de las doce de la noche. Algunos hombres también sucumbieron al eco. Y no hay sentimiento de culpabilidad en ninguno de ellos.

Comunicado local 11: A la una de la madrugada he vuelto a solicitar como medida urgente que retiren a los niños y a los ancianos de este lugar. La guardería, el colegio y el geriátrico se han instalado en la iglesia. Allí, por algún extraño motivo, no entran los marcianos. Las autoridades españolas han considerado que es una buena medida para que no pierdan las clases de mañana ni se vean afectados por el fenómeno. Así que han mandado el convoy de helicópteros con cestas para recogerlos. A las dos de la madrugada del día uno ya no había ni niños ni ancianos en el pueblo. Se ha montado la fiesta más gorda del mundo, eso sí, sin alcohol.

Comunicado local 12: Son las tres de la madrugada. Todos se han vuelto locos de tanto frenesí.  Hasta yo mismo. Lo reconozco.

Comunicado local 13: Miro el reloj y veo que son las diez de la mañana. Sé que tengo que informar de algo, pero no sé qué castaña ha pasado desde el último comunicado. Me siento feliz. Creo incluso que he rejuvenecido. Estoy sentado en la torre de la campana de la iglesia  donde tengo cobertura con el portátil y ya no veo la niebla alrededor: se ha disipado. Y con ella los marcianos, tampoco se escuchan. Siento una cierta lástima porque se han ido así sin despedirse.  Pero bueno, me duele la cabeza. Confío en que se pasen los efectos del eco.

Tendría que haber sido abogado, siempre me lo decía el abuelo Fermín. Me iba a forrar gestionando los divorcios de todo el pueblo. Pero no le hice caso y tendré que mediar… Es lo que tiene, ¿no?

**Reflexión final. Cierto es que yo y mi adorado pueblo se merecían un libro de seiscientas páginas por todas las cosas que tenemos aquí, y no por haber sido pasto de estos marcianos a través de trece comunicados a nivel nacional. Pero este hombre delgado, sencillo, con traumas matemáticos, al que le gusta la jardinería y la cocina, que nunca se casó y que se considera despistado y de alma artista, no podía dejar de contar entre fonética y dramática lo que aconteció en este lugar ayer. Por cierto, me llamo Miguel Ángel y realmente no soy el alcalde, sino un actor en paro con sentido del humor, pero eso tampoco importa ya. Nos lo hemos pasado genial.

Olga Ruiz.

Ilustración de Rafa Mir

 

Solo una ventana

Autor@: 

Ilustrador@: 

Corrector@: 

Género: Drama

Rating: Todos los públicos

Este relato es propiedad de Juan Ramón Lorenzana. La ilustración es propiedad de Paloma Muñoz. Quedan reservados todos los derechos de autor.

Solo una ventana.

A la atención del señor director:

Sé que sería un poco absurdo reiterar por enésima vez esta solicitud sin previamente reconocer, sin ambages, que fui yo y solo yo el auténtico criminal. Discúlpeme por, a pesar del tiempo transcurrido, ser incapaz de pronunciar su nombre y aún menos escribirlo, y permítame por tanto continuar con esta petición saltándome ese intrascendente detalle en el conjunto de acontecimientos de interés en esta mi lamentable historia. Y por favor, no tire precipitadamente a la papelera esta misiva sin leer antes lo que, esta vez sí, puedo asegurar son significativos cambios en mi actitud y conciencia y, por lo tanto, de la explicación con datos muy concretos de los hechos por los que cumplo esta condena y con los que, sin duda, serán satisfechas sus reiteradas exigencias hacia mi persona de reconocimiento de los hechos, aceptación de la pena impuesta y, lo más importante, la revelación del lugar donde está enterrada.

Solo quiero una ventana. Una ventana por donde ver el cielo azul. Una ventana por donde entre el aire fresco de la mañana. Una ventana por donde mirar y quizá ver pasar algún pájaro volando. ¡No pido mucho, señor director! Ni siquiera una ventana por donde entre el sol, tan solo quiero ver luz de verdad y no la que proviene de esta triste y amarillenta bombilla.

Era muy joven e inconsciente. Me distraía con facilidad de las cosas verdaderamente importantes y tomaba el camino fácil de la satisfacción de mis instintos sin tener en cuenta que no somos una isla en este mundo, que a nuestro alrededor existen personas que también tienen sentimientos y a las que nuestros actos y nuestra forma de relacionarnos con ellas les afectan, y mucho. Ahora soy consciente de ello, ¡ahora sí! Pero entonces todo me parecía una broma, ganas de ponerme dificultades y limitar mi creatividad, ¡el mundo estaba equivocado y tarde o temprano se daría cuenta!

Me duele explicarle cómo lo hice y más aún contarle por qué lo hice, pero sé que debo ser absolutamente correcto y sincero en esta descripción si quiero apelar a su humanidad y compasión y me permita tener esa ventana  por la que pueda ver si aún es de día o ya es de noche, una ventana por donde entre el frío o el calor, el olor a tierra mojada, quizá la nieve. Una ventana por la que pueda sacar el brazo y pueda sentir en mi piel la lluvia fresca. ¡Solo pido una ventana!, soy consciente de que jamás saldré de aquí sin antes cumplir con todas sus exigencias y redactar sin un solo error u omisión todo lo acontecido. Usted ya me lo ha dejado claro, mi pecado fue tan grave, tan obscenamente cruel y despiadado que me merezco el castigo y mucho más, pero…

La veía siempre a su lado. Nunca le faltaban motivos para tocarla, acariciarla y sonreír, casi siempre mirando hacia mí, ¡o al menos yo lo sentía así! La rabia y los celos me volvieron loco. La envidia y mi absurdo sentido del ridículo hicieron el resto. Ni por un momento se me pasó por la cabeza que me estuviera haciendo un favor. Yo debía madurar, debía saber que no se puede tener todo y ya, que hay un tiempo para dar y otro para recibir, que hay un tiempo aprender y otro para enseñar, que habría un tiempo para mí pero que ese momento era suyo, suyo y de ella. No sé si fueron las risas de los demás o que no pudiera evitar sonrojarme, el caso es que decidí en aquel mismo momento que me vengaría de usted y lo haría haciendo el mayor daño posible a lo que usted más amaba.

Espero que aprecie en mis palabras la absoluta sinceridad de ellas y no su evidente crueldad. No quiero, como en otras ocasiones anteriores, hacerle creer que fue sin intención o un lamentable error, y por supuesto, no voy a reiterar mentiras vacuas y sin sentido como las que dije durante los primeros tiempos de encierro en las que mi soberbia y estulticia me impedían reconocer mis atroces errores, pensando, absurdamente, que podría engañarle, manipularle y hacerle dudar sobre mi culpabilidad y la justicia de la pena impuesta. Todo aquello pasó, con dolor, pero pasó y ahora pienso ser con usted brutalmente sincero y absolutamente correcto.

Sabía que estaría sola. Era la última clase del viernes y usted se fue precipitadamente. No me costó mucho acercarme a ella y disimuladamente esperar a que todos los demás se hubieran ido. Después, la verdad es que no se resistió mucho y solo le di un par de puñetazos llenos de odio pero que me ayudaron a soltar un poco los nervios que me atenazaban. ¡Funcionó!

Es increíble lo que se puede hacer con un simple cúter. Usted y todos los demás lo saben porque saqué algunas partes de ella y me las llevé. El resto lo arrojé sobre su mesa. El lunes siguiente estaba el primero junto a la puerta, no quería perderme ningún detalle y, cuando usted llegó y abrió…, su cara de incredulidad, de miedo, de asco, fue mi mejor recompensa. Fue tanta la dicha que asomó a mi cara que, aunque los demás no se dieron cuenta, usted se percató inmediatamente de mi satisfacción. Ahora sé que usted me tenía calado desde el principio, que sabía de mi fondo ruin y tenebroso, y por eso dirigió su mirada hacia mí. No me dijo nada, no podía, no tenía ninguna prueba, usted lo sabía y yo también, por eso dejé que viera mis afilados dientes.

Nadie sabía nada. Nadie había visto nada. Las cámaras de seguridad, instaladas únicamente en los accesos y los pasillos, no habían grabado nada extraño. Las alarmas no saltaron. Los interrogatorios no dieron ningún fruto y, con el paso del tiempo, todo volvió a la normalidad, o al menos eso creía yo.

Le vi la cara, señor director. Justo antes de que me pusiera la mano encima y me volteara como a un peonza. Vi sus ojos inyectados en sangre. Después, debí de perder el conocimiento porque soy incapaz de recordar el trayecto recorrido hasta llegar a esta celda sin ventana donde llevo tanto tiempo rumiando mi desgracia.

Ya le he contado casi todo, señor director, y sé que quiere más de mí, pero le aseguro que no puedo decirle exactamente dónde están los dos pedazos que arranque de ella porque… Era noche cerrada. La luna era ridículamente menguante y la fría niebla calaba hasta los huesos. En esas condiciones, la verdad es que no me di mucho tiempo. Solo quería terminar cuanto antes, enterrar mis trofeos y salir corriendo. Tan solo le puedo decir que…, recuerdo dos grandes olmos junto al río justo después de cruzar el puente, y una gran roca medio cubierta de musgo. Al lado de esta, una más pequeña en comparación pero que no pesaría menos de veinte kilos. Bajo esa piedra los dejé, ¡se lo aseguro! Esta vez sí que le digo la verdad. Allí están enterrados los dos pedazos que extirpé de ella sin ton ni son. Solo después supe que se trataba del capítulo VI  de las abreviaturas y un par de hojas sueltas sobre el uso de la g y la j. El resto de la última edición de la Ortografía de la Lengua Española la dejé casi intacta.

A la bondad de su alma y a la justicia de su corazón apelo, señor director. Sé que debo pasar todas las tardes, después de las clases, escribiendo mi confesión una y otra vez hasta que lo haga con absoluta sinceridad y, sobre todo, con total respeto a las normas gramaticales y ortográficas. También soy consciente ahora de mi escaso conocimiento y poco seso, pues llevo catorce largas tardes haciéndolo y usted siempre me la devuelve repleta de correcciones y anotaciones al margen.

No sé cuánto tiempo puede durar esto. Es evidente que he mejorado, pues ya no se ven tantas tachaduras de su intransigente aunque justo bolígrafo rojo, pero sigo viendo siempre ese terrible «Repítalo otra vez» al final de cada una de mis redacciones. A este ritmo pasaré en este cuartucho el resto del curso y quizá más allá si usted le cuenta a mi madre lo que he hecho y lo burro que soy.

Tan solo le pido una ventana, señor director. Una ventana que me permita ver la luz del sol, sentir el aire fresco, oír a mis compañeros jugar en el patio. Una ventana estoy convencido de que me estimularía en este denodado intento mío por ser mejor persona con los demás y para mí mismo, y como usted mismo dice: «Esforzarnos en escribir correctamente demuestra lo mucho que respetamos a los que nos leen».

Muchas gracias, señor director, por su atención y enseñanza.

Le saluda atentamente su peor alumno: J. R.

Juan Ramón Lorenzana

Ilustración de Paloma Muñoz

 

Pulp Fogtion

Autor@: 

Corrector@: 

Género: Negro

Rating: + 18 años

Este relato es propiedad de Vicente Mateo Serra. Quedan reservados todos los derechos de autor.

 

Pulp Fogtion.

EL ENCARGO

No fue buena idea hacer caso a aquel fulano. Su olfato de perdedor se lo decía y aun así aceptó el encargo. ¿Qué podía hacer? Llevaba la soga al cuello de por vida debido a diversas deudas, y aquella parecía una buena oportunidad para salir del atolladero. Hacía un año se había involucrado en un asunto feo que resultó ser un fracaso, uno más en su largo expediente. Desde entonces la desesperación le iba consumiendo, y se dejaba caer por los garitos de más baja estofa en busca de trabajillos de poca monta que le permitieran ir saliendo del paso; pero estaba siempre contra las cuerdas y a ese ritmo jamás bajaría del ring. Habituado a perder, siempre puesto hasta las cejas, bien de alcohol, bien de drogas; siempre en estado febril, sudoroso, como si ardiese en el infierno. Ese sería su final si seguía así.

Una noche, en uno de esos locales donde las luces brillan por su ausencia salvo las rojas que alumbran sinuosas curvas bailarinas sobre una barra, un fulano vestido con traje negro barato, corbata estrecha a juego y camisa blanca, se le acercó y le calzó, sin más, un pitillo en uno de los huecos de la nariz. El pobre diablo salió de su trance dando un brinco y no entabló de inmediato una pelea contra aquel tipo porque vio que el pitillo eran mil pavos mal enrollados, cosa que captó su atención más que el cuerpo de la muchacha que andaba (o bailaba) (o se desnudaba) justo a la altura de sus cabezas.

Aquello olía a dinero fácil, así que acabó aceptando el encargo que aquel tipo le propuso en aquel ambiente embriagado de cerveza, entre rayas de coca y rodeado de sensuales mujeres. Pero aquel primer contacto dio pie a todo un embrollo del que Jimmy salió mal parado. Y sabe que actuó mal, que metió la pata, y que se excedió de los límites aunque los límites ya venían sobrepasados, porque aquel asunto olía a mierda de las gordas desde el principio. A pesar de eso Jimmy jamás hubiera pensado que fuese a tomar tales proporciones y es que hay terrenos donde no hay que pisar salvo si eres el Diablo o si has pactado con él, y en todo caso, si se quiere cruzar la delgada línea, hay que hacerlo con cautela, pisando siempre sobre las baldosas amarillas hasta llegar a Oz para pedir, arrepentido, un deseo: abandonar, rechazar aquel encargo (o pacto) maldito. Pero eso ya parecía imposible, aunque él pensó que tendría la última palabra. Y no sólo no pisó sobre las baldosas amarillas, sino que también meó fuera del tiesto. Lo que ocurrió es que él mismo puso un petardo en la mierda y, al explotar, sólo le salpicó a él. Quizá se lo tenía merecido.

Y por esa razón, ahora se encontraba huyendo a toda la velocidad que aquel taxi que había robado le permitía, sin más acompañamiento que los chirridos de la carrocería, el ruido del motor y los remordimientos de su conciencia además del cuerpo que había dejado inconsciente en el maletero junto al maletín que se había agenciado, motivo por el cual se hallaba en esa situación. Su contenido era tan valioso que era un crimen esconderlo allí porque sería el primer sitio donde miraría, pero la huida fue precipitada y no tuvo tiempo de pensar nada mejor. Y no era algo que pudiese llevar puesto porque no le pertenecía, ya no. Así que lo dejó atrás y se puso al volante como un loco.

Usar un taxi para huir no es la mejor idea para salir de la ciudad tras un robo, ya que su típico color amarillo le delataría en cualquier localidad que fuese. Era una más de las calamitosas decisiones de Jimmy, aunque tampoco tuvo muchas más opciones. Ahora mismo no pensaba en eso sino en acelerar.

El calor era sofocante. Era extraño pero siempre le acompañaba ese calor que le empapaba la ropa de sudor y le producía agobios, y esa vez, cómo no, ocurría lo mismo. Eso, junto a las drogas que le consumían por dentro día a día, era una combinación explosiva.

Tenía los ojos desorbitados, puestos más sobre el retrovisor que hacia adelante, y por más que mirase no conseguía alcanzar a ver ningún coche tras él debido al espeso manto de niebla que se había extendido sobre la carretera, pero estaba seguro que aquel tipo no se iba a quedar parado y le perseguiría.

ESMERALDA

Esmeralda Villalobos salió del taxi por la puerta de atrás, es decir, por el maletero. Le costó lo suyo ya que tenía los huesos entumecidos. Se hallaba desconcertada, en medio del bosque y con un manto de niebla que la rodeaba. Además, hacía frío y para una latina como ella eso era algo que no llevaba nada bien. Se preguntó cómo había llegado hasta allí, y para colmo dentro de un maletero. ¿La habían secuestrado? ¿Por qué a ella si sólo era una humilde taxista que intentaba ganarse la vida honradamente? Bien es cierto que en ocasiones hacía sus triquiñuelas con el taxímetro y en otras servía de plan de escape para boxeadores de tres al cuarto que no cumplían con su parte del trato en combates amañados, pero eso no era motivo suficiente para un secuestro. Eso pensaba.

Pero esa duda se desvaneció en segundos porque sus ideas fueron aclarándose poco a poco y al instante recordó a su agresor, aquel enclenque cabronazo yonki (ahora lo recordaba bien, colocado hasta arriba) que la había golpeado en la cabeza con algo lo suficientemente duro como para dejarla inconsciente. Acertó a pensar que no había sido un secuestro sino una huida; lo dedujo porque recordó también que ya había despertado una primera vez dentro del maletero pero con el coche en marcha, y por el ajetreo y los golpes que iba recibiendo justo donde se encontraba ella, en la parte trasera, recibidos seguramente por otro coche, adivinó que se trataba de una persecución y que viajaban a gran velocidad. Hasta que de repente notó un golpe brusco. Seguramente en ese momento volvió a perder el sentido porque a partir de ahí ya no recordó nada más.

Y ahora veía su taxi, de típico color amarillo, lleno de arañazos y abolladuras; estaba golpeado por todas partes y estampado contra un árbol con una fea cicatriz en el morro. Eso la convenció de que estaba en lo cierto. Por fortuna para ella, debido al accidente y los golpes contra los árboles se abrió una pequeña rendija en la puerta del maletero por la cual pudo hacer palanca y salir.

Vio las huellas de los neumáticos que se perdían en la niebla, si las seguía llegaría a la carretera y sólo sería cuestión de tiempo que pasara alguien que la llevase a algún lugar civilizado, donde pondría una denuncia y volvería a casa dando gracias a Dios por salir airosa de aquel percance. Ahora Esmeralda era una persona creyente y no quería complicaciones. Había tenido un pasado turbulento antes de que el reverendo Samuel la encauzase por “el  camino del hombre recto”. Y cuando vio el reguero de sangre que se adentraba en el bosque se dio cuenta de que pertenecía al cobarde que la había agredido y abandonado en el maletero durante horas, casi a la intemperie, perdida en aquel bosque; así que decidió coger la dirección opuesta: el camino hecho por los neumáticos que la llevaría a la carretera.

Puesto que hacía frío volvió al maletero en busca de su abrigo, donde también vio un maletín que había viajado con ella pero que no le pertenecía. ¿Qué contendría? Trató de abrirlo pero no pudo. No era momento de perder el tiempo con eso, ya lo abriría en otra ocasión. Pensó que a lo mejor, después de todo, iba a salir ganando.

Volvió a la parte delantera del taxi para coger su revólver que guardaba en la guantera. Para abrirla tuvo que extraer las llaves del contacto, y al hacerlo se apagaron las luces del coche. Le costó un rato adaptarse a la oscuridad, pero cuando lo hizo cogió el revólver y comenzó su marcha hacia la carretera.

LA PERSECUCIÓN

La niebla era intensa y no dejaba atisbar más allá de dos o tres metros. Tan sólo árboles y alrededor de ellos sólo el gris en la noche que se confundía con el humo del motor del taxi empotrado contra uno de los árboles del bosque. Aquello no parecía un accidente como otro cualquiera, ya que el vehículo se encontraba a unos cuatrocientos metros de la carretera. Demasiado lejos. Por la ladera que discurría hasta la zona del accidente se apreciaban los surcos dejados por los neumáticos mezclados con los restos de arbustos aplastados, y cortezas arrancadas de los troncos de los árboles.

El olor a gasolina que impregnaba el ambiente le despertó recordando cómo empezó todo, aquella noche en la que el mismísimo Satanás vestido con un arrugado traje negro, corbata a juego y camisa blanca le hizo oler el dinero en un pitillo enrollado. Despertó sumido en esa pesadilla, empapado en sudor  (como era habitual), y también en sangre (no tan habitual). Dedujo que había sufrido un accidente, de ahí la sangre que manaba de su cabeza y que además alcanzaba el volante y había puesto perdido el interior del coche y el parabrisas, que ahora veía también hecho añicos. Poco a poco iba haciéndose cargo de la situación y el tremendo dolor de cabeza se lo confirmó. Pero no sabría decir cuánto tiempo estuvo inconsciente ni cuánto tiempo había estado huyendo, quizá dos o tres horas en total porque ya había anochecido. Le alivió verse en ese estado, ya que peor hubiese sido que le cazase aquel tipo. Aquello no era nada, comparado con lo que podía haber llegado a sufrir. Y es que jamás nadie daría crédito a su historia si conseguía escapar y contársela a alguien.

Consiguió salir del coche tras comprobar que, milagrosamente, no tenía nada roto salvo la brecha en la cabeza de la que manaba sangre sin cesar; quizá Dios se había puesto de su parte por una vez en la vida, justo en el momento más oportuno. Quiso pensar en cómo había ocurrido el accidente. No estaba seguro de si se había salido de la carretera al quedarse inconsciente debido a las drogas que había consumido y que ahora necesitaba más que nunca, o se quedó dormido fruto del cansancio. O quizá fue algo peor. Sí, fue eso, algo peor.

Al ver los faros encendidos le vino a la mente el momento en el que, tras largo tiempo conduciendo por aquella carretera solitaria, vio acercarse, progresivamente, lo que en principio eran dos faros y que conforme iba estando más próximo comprobó que se trataba de un coche tuerto con una sola luz encendida y la otra a medias. ¡Vaya imagen!, como un pirata con parche en el ojo presto al abordaje, o como un sádico en esa noche gris de niebla, guiñándole el ojo con el faro roto mientras decía: “Ya estoy aquí…”.

Desde que salió a la carretera no se había cruzado con ningún alma al volante, cosa que, con el transcurrir de las horas, le había dado cierta tranquilidad. Dejó de pensar que le perseguían, se olvidó, y cayó en cierto sopor, en el que no andaba dormido ni tampoco despierto del todo, sino que se hallaba en un duermevela que absorbía sus pensamientos, de los cuales muchos no quería recordar. Tampoco podía escapar de ellos, ahí estaban, repiqueteando como campanadas a media noche… en la hora de las brujas y también de los fantasmas… como aquel que iba tras él, con un ojo encendido y otro no, a gran velocidad y acercándose cada vez más.

Jimmy se puso en alerta de un brinco, como un resorte se reincorporó en el asiento y apretó el acelerador todo lo que daba de sí aquel trasto.

La carretera atravesaba un frondoso bosque del cual escapaban hileras de árboles de robusta envergadura que escoltaban a la carretera por ambos lados, y era interrumpida de vez en cuando por algún camino secundario que llevaba a granjas abandonadas o semiabandonadas pero ocupadas por gentes fuera de la ley que habían encontrado amparo en aquellos parajes donde nadie los buscaba ni ellos se dejaban encontrar. Vivían de pequeños saqueos y a las autoridades locales les era más fácil tenerlos controlados en esas zonas que ir tras ellos, por lo que hacían la vista gorda. No tenían buena fama, ni unos ni otros, así que lo mejor era ignorarse mutuamente y todos tan felices. O al menos eso es lo que pensaba la gente.

Los dos automóviles cada vez estaban más cerca, el del ojo tuerto acosaba al taxi, y Jimmy apenas podía controlar su coche. Habían alcanzado gran velocidad, los neumáticos echaban chispas y la carretera comenzaba a serpentear, lo cual complicaba la conducción.

El coche fantasma se aproximaba y embestía con su morro contra el parachoques trasero del primero. Las sacudidas eran cada vez más virulentas. A Jimmy le faltaba tiempo para reaccionar con cada golpe, hasta que llegaron a un punto donde la carretera tomaba una curva cerrada y Jimmy no pudo verla debido a la espesa niebla. Quitando los dos escasos metros de claridad delante de él, el resto era noche gris y confusión. La curva llegó de repente y fue como una atracción de feria: el coche salió volando alrededor de cinco metros ladera abajo hasta dar contra el suelo, momento en que Jimmy recuperó la respiración. A partir de ahí fue una carrera frenética sin control por enderezar el rumbo, pero el automóvil había tomado demasiada velocidad y fue misión imposible, se había adentrado en el bosque atravesando arbustos, plantas y cualquier cosa en su camino. Tras chocar lateralmente con varios árboles fue a parar bruscamente contra el que lo frenó frontalmente. Y entonces todo quedó en calma.

EL JUEGO

Los dos hombres viajaban con las luces apagadas, conocían el terreno y no les causaba ningún problema. Sabían muy bien lo que hacían y lo que hacían era un juego perverso del gato y el ratón. Ellos eran el gato, o el lobo en ocasiones, y andaban por la carretera durante kilómetros en busca de caperucitas: otros vehículos que circulaban por la misma carretera. Cuando los veían encendían las luces y los perseguían a gran velocidad. Uno de los faros fallaba, lo cual daba al asunto un punto más aterrador, y eso es lo que pretendían: asustar a los otros conductores, divertirse un rato y después, ya verían.

Algunas noches se reunían para beber y echar unas partidas: la cosa iba a más y cuando eso ocurría, ciegos de alcohol, salían de caza. Primero era el juego: la búsqueda, la persecución… Los acosaban, los embestían, golpeaban sus vehículos y los aterrorizaban. Después, o bien les robaban o bien lo otro.

Aquella noche era propicia ya que la niebla era un ingrediente muy oportuno en su macabro juego, pero no todo había ido bien hasta ese momento: se les había escapado una presa y eso no solía ocurrir y si ocurría era un problema porque estaba la posibilidad de que los denunciasen y eso los pondría en un aprieto.

Entre latas de cerveza y cajas de pizza iban conduciendo mientras discutían, aunque el tarado no hablaba, sólo lloraba bajo la careta de cuero que le escondía la cara. Era Zed quien se cagaba en sus muertos e insistía una y otra vez en que se callase o le dejaría tirado en la cuneta. Se les había complicado la noche, insistieron tanto con aquel taxi que el juego se les fue de las manos.

El tarado no dejaba de llorar y gemir y Zed estaba cada vez más nervioso. La tensión iba en aumento al igual que la velocidad, así que cuando apareció el cuerpo de una mujer en la carretera agitando los brazos pidiendo auxilio a punto estuvo de llevársela por delante. La niebla no le dejaba ver mucho, por eso la mujer apareció de improviso. Esmeralda tuvo que echarse a un lado rápidamente y rodar por el suelo para no ser atropellada.

Cuando se levantó vio cómo el coche frenaba y daba la vuelta. Estaba de suerte, la habían visto y volvían a por ella. Pero se equivocaba, en parte.

Zed estaba como loco: desquiciado por culpa del tarado y fustrado porque se le había escapado una víctima, además de borracho. Así que quiso pagar sus fustraciones con aquella mujer que se le apareció como caída del cielo: dio la vuelta, encendió las luces, aceleró y fue a por ella.

Esmeralda se vio deslumbrada por el único faro del coche tuerto y vio cómo este se abalanzaba sobre ella, pero pasó de largo aunque lo suficientemente cerca como para tirarla al suelo. El coche derrapó detrás de ella mientras rugía el motor y rechinaban las ruedas sobre el asfalto.

De nuevo se repitió la situación, el coche volvió a hacer una pasada veloz muy cerca de Esmeralda, que volvió a caer al suelo. No comprendía la actitud de aquel coche de policía, o mejor dicho, de su conductor. Cuando lo vio se sintió aliviada porque pensó que había encontrado la ayuda que necesitaba, pero aquello se había convertido en una pesadilla. Intentó levantarse como pudo para huir pero el coche patrulla había reaccionado rápidamente y le cortó el paso frenando bruscamente, lo que hizo que el tarado se golpeara la cabeza y quedara inconsciente. Esmeralda se sintió acorralada, Zed salió del coche… Ya sólo quedaban Caperucita y el lobo, pero Caperucita llevaba un revólver y no le tembló el pulso a la hora de usarlo, y con un disparo certero en la cabeza de Zed se acabó la amenaza.

Cuando Esmeralda se recuperó se dio cuenta de lo que había hecho: había disparado a un policía. No les resultaría difícil atar cabos en las investigaciones, con su taxi de por medio y la bala del calibre de su revólver. Y nadie creería su historia porque ella era una chica latina y el otro no dejaba de ser un policía… muerto.

Además, estaba el maletín con el que pensaba huir. No sabía lo que contenía, ya lo averiguaría más tarde, pero algo gordo debía de ser para formarse aquel revuelo. A fin de cuentas puede que hasta saliese ganando… o no.

EL BOSQUE

Y ahora, ¿dónde iría? ¡Qué más daba! Comenzó a caminar alejándose de la claridad que le proporcionaban los faros del coche. La luna poco podía hacer por alumbrarle, ya que era una pequeña grieta blanca en la noche, casi imperceptible debido a la niebla, al igual que los árboles a su alrededor, a los que iba descubriendo conforme caminaba. Además, los encontraba todos iguales, y es que así eran: un bosque de coníferas cortadas por el mismo patrón. Había que ser un experto en el terreno para guiarse por allí y Jimmy no lo era, por lo que el panorama que tenía ante él no era muy alentador, pero menos lo era el que había dejado atrás, así que continuó su marcha pensando en que, tarde o temprano, encontraría algo, no sabía muy bien qué pero le aliviaba pensarlo. Seguro que algo que le ayudaría a salvar esa noche y ponerse a resguardo.

Cuando ya había andado un buen rato se dio cuenta de que los faros encendidos del coche podrían desvelar a su perseguidor el lugar del accidente. No cayó antes en ese detalle ya que estaba bastante alterado debido al impacto, con una brecha que sangraba en la cabeza y sumido bajo los efectos de las drogas. ¡Qué idiota! Aquello le iba a pesar durante la caminata. Aunque a decir verdad, no sabía qué había sido del pirata tuerto, si había corrido la misma suerte y se encontraba accidentado en otra parte del bosque o incluso en la carretera, o si le había perdido la pista y se había largado; pero no pensaba retroceder para comprobarlo ni volver para apagar las luces. Correría ese riesgo.

Del remolino de pensamientos que azotaba su mente el que destacaba entre todos era el de salir de allí y alejarse cuanto más mejor.

Anduvo durante bastante tiempo, no sabría decir cuánto, pero todo le parecía igual: los mismos árboles por todas partes, y esa niebla espesa que los difuminaba. Por fin llegó a un punto en el que los árboles parecían estar más distanciados y donde cambiaba ligeramente la pendiente del terreno. Empezaba a animarse, quizá encontraría algo diferente: un camino, una casa… Pero la ilusión duró poco porque de nuevo los árboles empezaron a rodearle y volvía a estar en la misma situación. Ya no sabía qué hacer más que andar para entrar en calor. Si paraba a descansar sería peor porque la noche era fría y no lo iba a pasar muy bien.

Ya habían pasado al menos dos horas. A esas alturas ya no pensaba en su perseguidor, ahora tenía otro objetivo que era el de salir de ese bosque. Empezó a calmarse pensando en que si no lo hacía pronto siempre podría esperar a que amaneciese y entonces le sería más fácil orientarse.

Pero para eso aún quedaba mucho, así que de momento no le quedaba más remedio que buscar una salida a ese laberinto y para ello no tenía otra más que andar, andar, andar…

De repente tropezó con algo metálico que le hizo perder equilibrio y caer al suelo. Cuando vio el objeto detenidamente un mal presentimiento le abatió… ¡No se lo podía creer! Miró a su alrededor y entre la niebla logró distinguir el color amarillo del taxi con el que había huido empotrado contra un tronco. El objeto metálico era parte del parachoques que se desprendió por los impactos contra los árboles. ¡Había vuelto al punto de partida! La desdicha le perseguía. Había andado desorientado durante horas, soportando el frío y la niebla, para volver al mismo sitio. Cosa inútil. Y para colmo las luces del coche estaban apagadas. Pensó que se habría agotado la batería, pero cuando vio que las llaves tampoco estaban se puso en alerta.

Fue entonces cuando escuchó el disparo que rasgó su alma ya de por sí quebrantada. Inmediatamente le vino a la mente el fulano del traje barato. Probablemente habría estado allí hace poco, habría encontrado el coche y ahora estaría en su búsqueda. Seguramente escuchó el ruido al tropezar con el parachoques, lo cual indicaba que no andaba muy lejos.

Presa del pánico salió corriendo de allí, sin saber hacia dónde. No importaba, todo era lo mismo: niebla y árboles. Corrió todo lo que pudo y más, hasta que el corazón le pidió un respiro. Entonces se apoyó en un árbol, jadeante, esperando no sabía muy bien qué mientras recobraba el aliento: esperando escuchar otro disparo, seguramente. Pero ya no se escuchó nada más.

LA CASA

La noche estaba llegando a su fin y se vislumbraban los primeros albores del amanecer. Había transcurrido una hora desde que se produjo el disparo y ahora parecía como si nada hubiera ocurrido en aquel frondoso bosque.

Aunque la niebla ya no era tan espesa como antes, aquella casa apareció ante él sin previo aviso: ni un vallado, ni una señal de propiedad privada, ni un camino que le llevará hasta allí. Apareció sin más de la nada. Era gris o así la tintaba la niebla, y era una construcción de madera de dos pisos, con porche en la entrada y tejado a dos aguas. Se quedó un rato parado contemplándola. Tenía un aspecto siniestro. Seguro que de día sería otra cosa.

A pesar del aspecto era una buena noticia para Jimmy porque esperaba encontrar alguien dentro que le pudiese ayudar aunque, a decir verdad, no había ni una luz encendida ni se oía nada en el interior. Algo comprensible a esas horas de la noche. Si vivía alguien dentro en esos momentos estaría durmiendo. Jimmy esperaba que quien fuese no se tomase a mal que le despertara tan tarde. No sabía lo que se iba a encontrar, pero seguro no sería tan malo como lo que le perseguía.

Los efectos de las drogas ya se habían evaporado y el pánico que antes le alteraba había desaparecido al ver su posible salvación frente a él.

Pero quien nace perdedor lo es para toda su vida, hasta el final, y Jimmy lo era y su final estaba cerca.

Lo que ocurrió fue que al caminar hacia la casa pisó una de las trampas para osos que los dueños habían colocado estratégicamente para protegerse y no de los osos precisamente, sino de los hombres. Eran marginados, proscritos, gente fuera de la ley y del sistema. Ese era su mundo y renegaban de la sociedad porque la sociedad los había expulsado. Habían formado su propia comunidad y rechazaban las visitas, por eso habían rodeado la casa de trampas como aquella.

A la herida de la cabeza se le unía la herida en la pierna. Si no abría la trampa y conseguía frenar la hemorragia moriría desangrado, pero él era un yonki enclenque y estaba agotado. No tenía fuerzas para abrirla por lo que empezó a dar voces desesperadamente con la idea de que alguien de la casa le escuchase y saliese para ayudarle.

Era imposible que alguien oyera sus gritos en esa casa porque estaban todos muertos. Los había matado el tarado uno a uno, pero con delicadeza, porque eran su familia. Y aun así cuidaba de ellos: los sentaba a la mesa, afeitaba a su padre todas las mañanas, los acostaba a la hora de dormir incluso los aseaba y les lavaba la ropa. Pero esto Jimmy no lo podía imaginar, ni conocía al tarado, hasta que se presentó ante él. Y entonces Jimmy gritó más que nunca. Porque la presencia del tarado imponía: era un gigante de dos metros con mentalidad de un niño de dos años, vestido con traje de servidumbre sadomasoquista y careta de cuero.

Cuando el tarado recobró la consciencia debido al golpe en la cabeza, contempló el panorama que tenía frente a él: el coche de policía atravesado en mitad de la carretera donde se veían las marcas de los neumáticos desgastados por los derrapes, y junto al coche el cuerpo sin vida de Zed, que se desangraba formando un gran charco. Lloró y huyó despavorido de allí en busca de su familia y cuando estaba llegando a su hogar fue cuando escuchó los gritos de auxilio de Jimmy, que estaba tirado en el suelo sin poder moverse, con una pierna inservible.

El tarado se agachó frente a él y lo alzó en el aire como quien levanta una pluma, se lo cargó al hombro, y se dirigió al interior de la casa.

Jimmy no daba crédito a lo que estaba ocurriendo: había conseguido engañar al mismísimo Diablo para nada; para terminar víctima de aquel gigante retrasado. Le dolía en el alma cómo su vida había sido una desdicha constante, repleta de infortunios y calamidades: un perdedor.

El tarado cerró la puerta tras él, y durante un rato continuaron escuchándose los gritos desesperados de Jimmy.

Vicente Mateo Serra

Tras la niebla

Autor@: 

Ilustrador@: 

Corrector@: 

Género: Drama

Rating: + 18 años

Este relato es propiedad de Jesús Cernuda. La ilustración es propiedad de Ana Carmen Kummerow. Quedan reservados todos los derechos de autor.

Tras la niebla.

• ¿Alguna vez se ha sentido sola, sumida en unos pensamientos que sabe que no la llevarán a ningún sitio, dejando pasar el tiempo, sin que el tiempo le importe lo más mínimo? Así me siento yo todas las mañanas cuando me despierto, rodeada de la oscuridad en la que se ha convertido mi vida, con el único deseo de no despertar jamás, pero con la extraña esperanza de que el nuevo día traiga con él buenas noticias.

Silvia se recostaba en el cómodo sillón mientras, sin mirar a ningún sitio, le hablaba a aquella mujer, hasta hace unos meses una total desconocida, pero que se había convertido en la única persona a la que poderle confiar todos sus más íntimos secretos.

•Aún recuerdo la primera vez que entré a tu consulta: Me miraste a los ojos y me sonreíste. En ese momento supe que estaba haciendo lo correcto, que aunque nunca pudiera dejar de sentir miedo, ese miedo me mantendría con vida.

•Perdóname, Silvia. Hace ya un par de meses que vienes todos los jueves a hablar conmigo. Hoy te has presentado sin avisar. Sabes que es martes, que mi secretaria no viene a la consulta, y me pides que te escuche por última vez. Empiezo a creer que no fue casualidad que vinieras a verme, que tal vez me conocías de algo, y empiezo a estar un poco cansada de todo.

•Hay quienes dicen que todo en la vida sucede por casualidad — Silvia se levantó del sillón recorriendo despacio la sala—, como esa persona que deja pasar a otra en la cola del supermercado, sin saber que esos pocos segundos que ha retrasado su rutina, harán que alguien no vuelva a ver salir el sol, o que con una simple búsqueda en Internet, fueras tú quien apareciera…

•¿Pero qué dices? Realmente me asustas. Como bien has dicho, ésta será la última vez que te atienda. No tengo tiempo para tonterías, que empiezo a darme cuenta de que no nos llevarán a ningún lado. Así que ya puedes aprovechar esta hora que tengo libre.

•Shhhhhhhhhhh— dijo Silvia haciéndole un gesto para que se callara, acercándose a la foto en la que la doctora parecía posar feliz con su marido—. ¿Le quieres? Estoy segura que sí, que muchas noches te has acostado viendo cómo duerme, sintiendo que sin él tu rumbo no tendría un norte, que despertarte sin el tacto de su piel no tendría sentido, y aun así… aun así, seguro que no sabes apreciar lo que tienes. Ojalá nunca te acuestes sintiendo que no es más que un desconocido para ti, con miedo a no volver a tenerle a tu lado porque alguna, más guapa y delgada que tú, decidiera ser su putita…

•No voy a aguantar más tus estupideces. Estos dos meses lo he hecho porque realmente pensaba que necesitabas ayuda. ¿Pero sabes?, lo que necesitas es darte cuenta de una vez de que tu matrimonio no funciona, y que posiblemente lo mejor que puedes hacer es pasar página y olvidarte de él.

•Y tú… ¿serías capaz de hacerlo, de olvidarte de él para siempre? No me hagas reír— Silvia se volvió a sentar en el sillón, contemplando el viejo parque que podía ver a través de la ventana—. Todas las mañanas me despierto con el mismo miedo, la soledad. Es esa niebla, esa maldita niebla que cubre mi casa, la que me atormenta una y otra vez. Apenas puedo dormir, y cuando lo hago, no dejo de verla, ahogándome por momentos. Creo que incluso me habla, que me dice lo que tengo que hacer. Me susurra al oído con una voz esquiva que yo no merezco morir, que no soy la culpable de todo, pero no puedo evitar llorar. He estado a punto de cometer una locura, pero no, no merece la pena darles esa satisfacción.

•Silvia, de verdad, ¿no has pensado en dejar a tu marido? Por todo lo que me has contado, no creo que ni siquiera le quieras, sólo te aferras a esa vida cómoda que él te da. No debes tener miedo. Esa niebla no es más que tu subconsciente que se niega a dejarlo todo atrás, que trata de hacer que no veas con claridad tu vida, o mejor dicho, lo que podría ser si tuvieras el valor suficiente de afrontarla. Si te soy sincera, no creo que sea conmigo con quien tengas que hablar.

•Qué equivocada estás. Si algo sé, es que quiero a mi marido con toda mi alma, y que estoy dispuesta a hacer todo lo que esté en mi mano para que siga a mi lado, por seguir despertándome con su olor entre las sábanas. Eres la única persona con quien quiero hablar, y la única que podrá ayudarme. No te quepa la menor duda que en estos sesenta minutos te darás cuenta de que tengo razón. Pero no es de ti de quien quiero hablar — poco a poco empezó a respirar más fuerte, mientras se tocaba la frente y se daba pequeños golpes—. Este dolor de cabeza me va a matar. Siento como si algo taladrara mi mente, y no puedo dejar de pensar que es esa puta niebla, que vino esa tarde para quedarse en mi vida atormentándome con aquella imagen, pero para enseñarme a la vez lo que tengo que hacer. Por fin voy a dejar de tener miedo, por fin he visto con claridad lo que hay tras esa niebla, y sé de verdad que no le va a gustar.

•Mira, ya está bien. Lo mejor es que te vayas.

•Esta mañana, cuando esa niebla me ha vuelto a visitar, no he sentido miedo, ni dolor. Por un instante me he sentido mejor que nunca, sabía que hoy era el día, el día en que el viento soplaría lo suficientemente fuerte como para quitármela de encima. No lo he podido evitar y me he masturbado, me he tocado hasta correrme pensando en ti…

•Estás mal de la cabeza, Silvia. Está mal que yo lo diga, pero es así…

•¿Alguna vez te has masturbado pensando en alguien que no fuera tu marido? ¿No te has sorprendido a ti misma, tocándote mientras piensas en otra persona, en lugar de Marco, al que seguro le dices que estás muy cansada para tener sexo con él?

•Un momento, ¿cómo sabes…?

•Seguro que sí. Seguro que muchas veces has dejado que tu imaginación te lleve a la intimidad de otras personas, o quizá lo has hecho, engañando así a tu marido. ¿Alguna vez te has follado a alguien en este sillón?— Silvia dejó escapar una pequeña sonrisa—. Esa cara, ese mirar a todo lo que nos rodea para acabar posando tu vista en el sofá. Te gustó hacerlo en él, ¿verdad? Y sin embargo, soy yo la que está mal de la cabeza… ¡Dios!, mi cabeza, no sé si podré aguantarlo más. Creía que esta mañana se había acabado todo, pero al entrar aquí… al entrar he vuelto a notar cómo esa niebla me rodeaba sin dejarme apenas respirar, y he recordado aquella tarde, escondida tras ella por casualidad. Ya ves, de nuevo esa maldita casualidad, justo después de que aquella muchacha me dejara pasar en la cola del supermercado, tres simples minutos que fueron suficientes para permitirme coger el autobús que todos los días perdía en el último segundo.

•¡Qué cojones estás diciendo! Vete de mi consulta ahora mismo. Si no lo haces, llamaré a la policía, y espero que sepas explicarles por qué conoces el nombre de mi marido.

•Mmmmmmmm, Marco, pobre inocente. Ajeno a todos tus momentos de lujuria, acariciándote cada noche antes de dormir, y susurrando al oído cuánto te quiere antes de despertarte. No puedo evitar verle arrodillado frente a mí, llorando mientras me suplicaba que te perdonara.

La doctora sacó el móvil de su bolsillo, buscó el nombre de Marco y, nerviosa, se dispuso a llamar. De pronto, el tono del teléfono de su marido sonó dentro del bolso de Silvia.

•No insistas— dijo tirando el móvil en el sillón— Marco no te lo va a coger.

•¿Pero qué has hecho? ¡Estás loca!

•Seguro que ahora te arrepientes de haber discutido con él antes de venir a trabajar, pero sobre todo, de haberlo hecho en la puerta de la casa donde todos tus vecinos lo vieron. Me gustaría ver cómo le dicen a la policía que os despedisteis con un sonoro: “Será lo último que hagas”. ¡Joder!, menuda satisfacción sentí al escuchar eso, al ver cómo vosotros mismos poníais sobre la mesa el motivo perfecto. Yo no lo quería hacer, pero esa niebla estaba acabando conmigo, igual que tú quisiste acabar con mi vida.

•Pero… yo no te conozco de nada. Estás confundida por algo, y yo no tengo nada que ver— dijo la doctora al ver que Silvia parecía culparla de algo.

•Nunca he estado tan segura de mí como lo estoy en este momento. El día que nos conocimos, me dijiste que tú podrías ayudarme. De eso hacen ya dos meses y no has hecho nada por remediarlo. Tan sólo te has sentado ahí, haciendo que me escuchabas, pero de haberlo hecho, te habrías dado cuenta de muchas cosas. Puede que hasta te hubiera perdonado, pero no, seguías con tu actitud de médico prepotente que todo lo sabe, intentando ayudarle con la vida a otras personas sin mirar la tuya, sin ver lo jodidamente perdida que estabas. No has hecho desaparecer la niebla, esa que se apartó mostrándome tu cara sonriente, o este dolor de cabeza que me hace gritar todas las mañanas. Ni siquiera me has reconocido, porque no me has mirado a la cara. Para ti sólo era una paciente más, anotaciones en una libreta que pronto olvidarías. Pero no voy a dejar que lo hagas.

Quiero que me mires a los ojos y veas esa niebla, que sientas todo ese dolor que provocó en mí, que mi mirada sea lo último que recuerdes antes de morir.

La doctora se acercó despacio a Silvia y le miró a los ojos. Durante unos segundos, sus recuerdos olvidados pasaron por su mente, y llegaron a aquella tarde, esa en la que, con una sonrisa y un beso en los labios, se despedía de Luis.

•¡Dios mío, eras tú, la chica que se bajó de aquel autobús!

•Ahora lo entenderás todo. Recuerdo que miraste hacia mí, sin ni siquiera verme, sin saber que con esos besos estabas robando mi vida. ¡Parecías tan feliz, tanto como yo debería serlo! Cómo me gustaría poder sonreír de esa manera, sentirme querida sin ninguna otra preocupación. Tú quisiste serlo, pero no pensaste en las consecuencias que traería a los demás.

•Marco… ¡No puede ser, él no tiene culpa de nada; yo le quiero, tienes que creerme!— dijo antes de ponerse a llorar.

•Claro que te creo, tanto como tú deberías creerme a mí cuando te digo que quiero a Luis, que no lo voy a perder, que voy a dejar de tener miedo y que, aunque por un instante lo pensé, yo no quiero morir. Te veo llorar y me das pena. Siento lástima por ti, porque lo tenías todo pero quisiste lo de los demás. Estoy aquí sentada y siento el olor de Luis en el sillón— Silvia se levantó despacio, acercándose a la doctora para susurrarle al oído—. ¿Tanto te gustaba follarte a mi marido?

•De verdad estás loca. No sé lo que has hecho pero le contaré todo a la policía. Me da igual eso del secreto profesional; que me retiren la licencia o que hagan lo que quieran. Eres una psicópata y no vas a poder escapar de esto.

•De nuevo sigues sin escuchar. Llevas dos meses hablando conmigo y ya te he dicho que hoy será el último día— Silvia sacó una pistola de su bolso—. ¿La reconoces? Seguro que sí. Es la de Marco, tu maridito. Tenías que ver lo fácil que me resultó que se la metiera en la boca, y más aún, que apretara el gatillo después de prometerle que te dejaría en paz… ¡Joder!, de verdad que te quería. En cierto modo, hasta te envidio. Supongo que él te quería tanto como yo a mi marido. Estoy segura de que te hubiera perdonado, de que hubiera olvidado que te follabas a otro. Yo también perdonaré a Luis… pero no a ti.

•No podrás huir. La policía te encontrará y sabrá lo que hiciste. Verán que contactaste conmigo y has estado viéndome dos meses. Está claro que se darán cuenta.

•En algo tienes razón: Se darán cuenta de que una tal Silvia ha estado viéndote todos los jueves de los últimos dos meses. ¿No pensarás que ese es mi nombre? De todos modos, tú lo has dicho antes: Hoy es martes, tu secretaria no está, y por esta consulta no ha pasado absolutamente nadie. Bueno, sí, Marco, que después de discutir esta mañana al enterarse de que le estabas engañando, ha venido para matarte justo antes de suicidarse en vuestra casa. Y Luis, hablará con la policía, lo confesará todo y me pedirá que le perdone. Follaremos como locos, y puedes estar contenta, creo que los dos pensaremos en ti.

•No, por favor, no lo hagas— gritó la doctora.

•Ya lo has hecho tú hace tiempo, sólo que no te habías dado cuenta todavía.

Ilustración de Ana Carmen Kummerow

El sonido del disparo retumbó en todo el edificio. El humo que salía del cañón de la pistola llenó la habitación al momento. De nuevo una niebla espesa rodeó a Silvia que, a pesar de todo, no pudo dejar de sentir ese horrible dolor de cabeza que le golpeaba una y otra vez. Al menos, ahora, sería ella quien sonreiría.

………………………………………………………….

Tres días después de aquello, Luis recibió una visita en su casa.

•Buenos días. Supongo que ya sabrá por qué estoy aquí.

•La verdad que puedo imaginármelo. Mi mujer y yo hemos visto las noticias. Aún no puedo creérmelo. Pero no entiendo qué hace usted aquí. Yo no sé nada, más allá de lo que he leído en los periódicos.

•Ya. No se preocupe, entra dentro de la rutina. Simplemente hemos visto en el teléfono de la doctora que le llamaba a usted con cierta frecuencia. No nos ha sido difícil descubrir que ella y usted… bueno, ya sabe. ¿Se lo ha dicho a su mujer?

•¡Joder!, no me siento orgulloso de ello. Mi mujer ya lo sabe, lo hemos hablado. La quiero demasiado como para perderla, y lo ha entendido. Sé que le costará pero me ha perdonado. Ahora mismo está tumbada en la cama. Siento si no sale a hablar con usted. Lleva varios días con migraña. La pobre está que no se aguanta de dolores.

•No pasa nada. Déjela descansar. Espero que entienda que era mi obligación hablar con usted, después de enterarnos que mantenía una relación con la víctima. Sólo hay algo que quería preguntarle, y es si usted conocía al presunto culpable del crimen, el marido de la doctora.

•En persona, no. Pude verlo alguna vez con ella, pero es evidente que no nos conocíamos. Ha dicho presunto, y no lo entiendo. Por lo que han dicho las noticias, se sabe que fue él quien lo hizo.

Bueno, parece bastante claro que fue un crimen pasional, llevado por los celos al enterarse de que su esposa le estaba engañando. Pero si algo me han enseñado los años de experiencia es que las cosas no siempre son como parecen. En el escenario del crimen, encontramos el móvil de Marco. No acabo de comprender muy bien por qué lo tenía su mujer, y menos aún por qué, minutos antes de que la matara, ella utilizó el suyo para llamarle. Un poco extraño, si ella tenía su teléfono. Pero en fin, seguro que tarde o temprano habrá una explicación para eso.

No le entretengo más. Si en algún momento usted o su mujer se dan cuenta de algo que pudiera servirnos de ayuda, no dude en contactar conmigo. Sólo tiene que llamar a Comisaría.

•Puede estar segura de que lo haremos, aunque dudo que mi mujer quiera saber nada de todo esto. De todos modos, si puede usted decirme su nombre, estaré encantado de llamarla si sé algo.

•Por supuesto. Sólo tiene que llamar y que le pongan con el Departamento de Homicidios; y preguntar por mí. Soy la detective Carlota.   

Jesús Cernuda

                        

Niebla, tregua momentánea

Autor@: 

Ilustrador@: 

Corrector@: 

Género: Poesía

Rating: + 18 años

Este relato es propiedad de Ainhoa Ollero. La ilustración es propiedad de Jordi Ponce. Quedan reservados todos los derechos de autor.

 

Niebla, tregua momentánea.

Ilustración de Jordi Ponce

Tráeme, niebla, la cabeza de Medusa
en una bandejita de plata,
con los pelos al fin lacios,
la mirada neutralizada,
los ojos en blanco para no tener que ver,
para nutrirnos, simplemente, de soñar
los hechizos de la luna llena,
la convivencia pacífica con la voluntad,
la sal que ha de curarnos el miedo
flotando en las olas del mar.

Tráeme momentos de lucidez nublada
donde luces y sombras tomen sentido
en antídotos contra la infancia,
en lluvias purificadoras para crecer,
contra todo pronóstico,
en tierras regadas con sal,
en recuerdos de incertidumbre
que tal vez, y solo tal vez,
las brumas jueguen a calmar
porque para despertarnos
tenemos la eternidad.

Tráeme la esperanzada desesperación
de saber que lucho, estaca en mano,
contra los vampiros del alma
pero que aún tengo tiempo
de ganar, al final, la batalla.
Tráeme, niebla, la paz y la palabra,
el ensayo del gesto que habrá de ocultar
la certera bala de plata.
Tráeme la tranquilidad del sueño,
el bálsamo dulce de la risa,
las ganas de enterrar el hacha.

Tráeme, niebla, la tregua momentánea,
el pasaje lejos de los ríos de sangre,
de las nieves del fracaso,
de las cicatrices de lava,
de la condena de la obligación
restregada por la cara.
Suspéndeme en un limbo infinito
donde las decisiones son aplazables,
donde, si no quieres, no pasa nada.
Donde para hacerse mayor no hay peaje,
donde no hacen daño las palabras.

Tráeme, niebla, bálsamos contra el escándalo,
tardes en soledad, silencios necesarios.
Respuestas a preguntas no formuladas.
Ofrendas que no piden nada a cambio.
Permíteme escapar de vez en cuando,
escurrirme de las trampas
del laberinto del Minotauro.

Ainhoa Ollero