Tres miradas nocturnas

Autora: Chus Díaz

Ilustradores: Susana Rosique y Rafa Mir

Corrector: Federico G. Witt

Género: microrrelatos, fantasía, intriga, humor

Estos cuentos son propiedad de Chus Díaz, y sus ilustraciones correspondientes son propiedad de Susana Rosique y Rafa Mir. Quedan reservados todos los derechos de autor.

TRES MIRADAS NOCTURNAS

 Luna

Cuando Luna sale a escena, blanca y pletórica, todos se fijan en ella. Unos la admiran y lanzan suspiros poéticos, inspirados por su belleza. Otros la envidian y urden terroríficas leyendas a su costa. Se diría que a Luna, radiante en su teatro nocturno, le halaga tanta atención. Pocos conocen la verdad; a casi nadie ha dejado ver su cara oculta. Luna detesta el protagonismo: prefiere pasar desapercibida y ser ella quien observe a su público.

La cara oculta de Luna es tímida y un tanto voyeur. Le gusta espiar el mundo a través de una mirilla secreta abierta en medio del cielo. Desde su escondite, sigue los pasos de los seres que habitan la noche. Astrónomos curiosos, búhos sabiondos, juerguistas noctámbulos, niños insomnes, lobos transformistas, amantes cariñosos…; todos, tan pequeñitos ahí abajo, tienen encanto para ella. A veces, algún soñador desvelado sale a la terraza para observar el cielo con su telescopio. Si, por casualidad, localiza la mirilla y sorprende a Luna espiándole, ella le guiña un ojo cómplice y sonríe con travesura.

Luna juega a descubrir la vida de esos seres pequeñitos. Trata de imaginar su destino y su procedencia. Intenta adivinar cómo se llaman, qué libros leen o cuál es el sabor de su helado favorito. Algunas noches, si se siente creativa, inventa historias mágicas sobre ellos.

Hoy, por ejemplo, se fija en una mujer que camina sola en plena ciudad. Luna deduce que los dedos fríos del otoño le hacen cosquillas en la nuca, porque acaba de subirse el cuello de la chaqueta. Se dirige con paso decidido a un callejón oscuro. Si avanza con tanta prisa, no hay duda: seguro que acude al encuentro de su amor.

Desde su escondite, hoy es Luna quien lanza suspiros poéticos presintiendo escenas de lo más bellas. Y es que su cara oculta es una romántica sin remedio.

Ilustración Rafael Mir

Ilustración Rafael Mir

Ella

Un callejón solitario. Noche sin luna a finales de octubre. Ella avanza con paso apresurado, ignorando el frío que le araña las mejillas. Sus manos, en los bolsillos. Las llaves, en su mano izquierda, preparadas para abrir en cuanto llegue al portal.

Nunca ha temido volver sola a casa. Esta noche, sin embargo, algo le hace estar alerta. Cree que la observan. Aprieta las llaves dentro del bolsillo: se siente más segura así. Como si ellas pudieran protegerla de cualquier peligro.

Un cosquilleo en su nuca. No sabe si lo causa el frío o esa extraña sensación que la persigue. Recorre el callejón atenta a cualquier movimiento. Le parece oír un sonido ajeno, pero descubre que no es más que el eco de sus propios pasos.

Aun así, está intranquila. Agudiza sus sentidos mientras sigue caminando. Detecta otro ruido, y entonces comprende que no es su andar lo que oye ahora. Es algo más ligero, que se mueve con sigilo entre las sombras. Su corazón se acelera.

Un movimiento rápido, casi imperceptible. Cuando quiere darse cuenta, se ha plantado frente a ella: es un gato negro, negrísimo como la noche. Sus miradas se cruzan. El gato la observa, desafiante. Ella se pone en guardia, precavida. Instantes interminables. Entonces el gato pierde interés y sigue su camino. Ella respira hondo, pero su corazón late a mil.

Avanza rápido. Quiere llegar a casa cuanto antes. Saca las llaves del bolsillo, decidida a utilizarlas como arma si alguien la ataca.

Un último paso hasta el portal. Lanza miradas de reojo a ambos lados. Sigue con esa incómoda sensación de estar siendo observada. Ahora es incluso más intensa. Le tiembla la mano. Casi no atina con las llaves, pero al fin logra introducir la correcta en la cerradura.

Le sorprende un nuevo ruido justo cuando empieza a abrir la puerta. Algo golpea el suelo. Se asusta. Entra en casa tan rápido como puede. Cierra de un golpe. Se lanza a toda prisa escaleras arriba.

Su carrera precipitada le impide escuchar un maullido.

Ilustración Susana Rosique

Ilustración Susana Rosique

Gato

«¿Cómo puede un gato llevar una vida de perros? Paradojas del destino», reflexiona el minino mientras camina. No aguanta más al viejo hechicero para el que trabaja. Horas extra a manta, reproches expresados a gritos y un sueldo con el que apenas alimenta a su familia. Le gustaría cantarle las cuarenta bien cantadas, pero no está la situación como para ir perdiendo empleos. La crisis también afecta al negocio de la hechicería.

Arrastra las patas con cansancio. No ve el momento de llegar a casa y dar un lametón a su mujer. «Los pequeños ya deben de estar durmiendo. Me estoy perdiendo cómo crecen», se lamenta el gato. Está tan sumido en sus pensamientos que no ha visto a una mujer acercarse por el callejón. Cuando repara en ella, es demasiado tarde para reaccionar.

Los gatos negros suelen esconderse para evitar enfrentamientos con los humanos. Existe un acuerdo formal entre los miembros oscuros de la comunidad felina. Reconocen que son mágicos, y de ahí que trabajen con hechiceros; pero en ningún caso provocan mala suerte. Les gustaría explicarlo, aunque no saben cómo justificarse sin que los humanos descubran que saben hablar y que son muchísimo más inteligentes que ellos. Discuten en asambleas la mejor forma de organizar una campaña para limpiar su imagen. Por ahora, las autoridades gatunas recomiendan esquivar situaciones conflictivas.

En un acto de rebeldía felina, el minino decide ejercer su derecho a moverse libremente por una ciudad que también es suya. No es cierto que cause mala suerte, así que no tiene nada de lo que avergonzarse.

Cuando gato y mujer se encuentran, se produce un duelo de miradas. Él puede leer el terror en los ojos de ella, y eso le satisface. «No es nada personal, bonita, pero te ha tocado», se dice, sin dejar de observarla con aire desafiante. Está harto de que le acusen de cuentos de viejas. Está harto de que le discriminen por ser oscuro y nocturno.

Tras unos segundos, el gato cede. Deja de torturar a su víctima. La mujer se aleja con paso rápido; él sonríe, malicioso, y sigue su camino en sentido contrario. Entonces, sin saber cómo, tropieza y se da de bruces contra un contenedor. Una caja de cartón se cae y rebota en su cabeza antes de llegar al suelo. «Para que luego digan de los gatos negros», se queja, dolorido. «¿No serán los humanos quienes traen mal agüero?».

Ese dolor agudo es la chispa que enciende la mecha. La tensión acumulada durante la jornada no tarda en estallar. El minino se gira para mirar a la mujer, que desaparece ya en uno de los portales. Con toda la rabia posible, grita: «¡¡¡BRUJA!!!».

6 comentarios en “Tres miradas nocturnas

    • Gracias, Tico! Son chulas las ilustraciones, eh? A ver qué tal van los cuentos submarinos de esta nueva convocatoria… Tengo ganas de ver tu estreno! 😉

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