El ahogo de las palabras

Autor: Irene Moreno Jara

Ilustradores: Reila y Rafael Mir.

Corrector: Federico G. Witt.

Género: relato

Este relato es propiedad de Irene Moreno Jara y sus ilustraciones correspondientes son propiedad de Rafael Mir y Reila. Quedan reservados todos los derechos de autor.

EL AHOGO DE LAS PALABRAS

Si Brasil hubiera sabido dónde iba a terminar su mensaje, seguramente no lo hubiera metido en una botella. El fondo del océano no es un buen lugar para que mueran las palabras. Pero claro, Brasil no conocía el destino de sus letras cuando las creó. Nunca pudo imaginar que su capricho se convertiría en una historia de amor como no hubo otra igual.

Todo comenzó el día que apuró una botella de agua. Tan bonita era que a Brasil le dio lástima tirarla a la papelera mugrienta que había a su lado, así que le secó las últimas lágrimas y se la guardó en la mochila.

Al llegar a casa lo único que rompía la rutina de la joven era el recipiente que ocultaba en su saquito personal. El silencio continuaba; la desilusión permanecía. La soledad se hacía perpetua.

Brasil mordisqueó sin ganas una manzana y se dispuso a irse a la cama. Sin embargo, sus planes se truncaron cuando, de repente, sintió deseos de volver a contemplar el cristal de la botella que permanecía guardada en su mochila de cuero.

La miró una y otra vez, la acarició suavemente y jugó con su pegatina rosa hasta que la despegó. Brasil no supo explicar lo que le evocaba aquel recipiente, pero se mostraba confiada, con ganas de revelarle sus más profundos pensamientos. Sin más rodeos, cogió lápiz y papel y vomitó dos palabras. Dos vocablos mal escritos que denotaban nerviosismo controlado y que hubieran resultado difíciles de leer si así hubiera ocurrido. Pero no.

Ilustración de Rafael Mir

Ilustración de Rafael Mir

Brasil enrolló el papel donde había colocado su mensaje y lo introdujo en la botella. En pijama y con chinelas salió a la terraza, abrió la cancela y anduvo hasta que llegó a la playa. Allí la luna la miraba y adivinaba sus intenciones: lanzar lejos la botella. Adiós, palabras; adiós, pensamientos.

Hola, Wilfredo.

Wilfredo era un cangrejo alegre, pero solitario, al que le gustaba indagar los rincones más oscuros del fondo del océano. Con un pasito para atrás y otro pasito para adelante (siempre y cuando le saliera), Wilfredo conseguía hacer cosquillas hasta al más duro de los corales. Sus patitas, curiosas e inquietas, nunca dejaban de remover la arena en busca de algún tesoro. Un día, el tesoro le cayó del cielo o, mejor dicho, de la superficie del océano.

Wilfredo quedó paralizado cuando un objeto no identificado se posó en la arena. A través de él vio que contenía algo blanco, algo alargado y con forma de tubito. Algo que, por el agua que se había ido introduciendo por el gollete, estaba mutando su forma y se estaba convirtiendo en una especie de sábana suave, ligera y sedosa. O eso le pareció a Wilfredo.

Con cautela, el cangrejo metió una de sus patas dentro de la botella y se introdujo en ella. A los pocos pasos ya había recorrido toda la superficie. Se sintió bien. Con sus pinzas cogió la enigmática sábana y, sin saber porqué, se tapó con ella. Allí permaneció toda la noche. O todo el día… En el fondo del océano no existe el tiempo.

Ilustración de Reila

Ilustración de Reila

Pasaron las horas y los días para los humanos mientras pasaban las corrientes para Wilfredo, y cada noche volvía al mismo lugar, a su botella. La había convertido en su guarida, en su escondite seguro. Pero tal y como ocurre en todas las vidas y en todos los mares, nada es eterno, y todo lo que muta vuelve a mutar.

Llegó el día en el que Wilfredo se tapó con su sábana y notó algo extraño. Hacía más frío de la cuenta dentro de la guarida. La sábana había perdido su suavidad, ahora era más frágil que nunca y al cangrejo le daba miedo cogerla con sus pinzas porque podía dañarla. Sin embargo, el crustáceo siempre encontraba la manera de cobijarse bajo ella, hasta que llegó el día que ni esto pudo hacer.

La sábana se deshizo, se descompuso en pequeños trozos. Wilfredo no pudo asistir a su muerte, pero cuando llegó a la botella, como cada noche, vio a la que había sido su compañera rota en pedazos. De sus enormes ojos brotaron dos lágrimas gigantes, tan grandes que casi inundaron la botella. Sin embargo, como huyendo de lo que se avecinaba, las gotas se escurrieron por el gollete y se mezclaron con el mar.

A partir de ese día, Wilfredo no volvió a salir del recipiente. Más solo que nunca, su vida se tornó rutinaria, silenciosa. Una vida desilusionada, justo igual que la vida de Brasil.

Si la joven hubiera sabido dónde iba a terminar su mensaje, seguramente no lo hubiera metido en una botella. No por la posibilidad de que sirviera de sábana a un cangrejo llamado Wilfredo, sino porque el pensamiento, SOMOS ESPUMA, siempre buscaría su destino: hacerse realidad en el fondo de un mar.

Irene Moreno Jara

7 comentarios en “El ahogo de las palabras

  1. Brasil se equivocò.Cometiò un error.Ella, tenia que arrojarse al mar sin la botella y recibir todas las caricias de Wilfredo, asì cabe la posibilidad que naciera un nuevo amor lleno de realidades y a Wilfredo no se le romperìa el corazòn y,de èsta forma se humanizaba.Los pensamientos hay que metèrselos en un bolsillo, por si alguna vez tienes que bailar con Wilfredo. Un beso. Eugenio

  2. Irene, ya no me van a quedar sombreros que quitarme… Tu prosa tan fresca y original me tiene enganchada y de nuevo te doy mi más sincera enhorabuena. Conmueves y diviertes al mismo tiempo, y eso es un don. Si además te lo acompañan con dos magníficas ilustraciones, te llevas mi 10 redondo. ;-D!

  3. Precioso, Irene! En mi opinión, las palabras de Brasil no mueren: al contrario, dan vida y compañía a Wilfredo. Palabras que arropan (en este caso literalmente), aunque el cangrejo no sea consciente de ello, no? 🙂

    Enhorabuena también a los ilustradores!

  4. La historia del cangrejo Wilfredo y su botella me ha parecido conmovedora y simpática a la vez y eso tiene un gran mérito:el mezclar los sentimientos y las emociones con el humor y la simpatía que destilan los personajes. Las ilustraciones son magníficas. Felicidades a Irene y a Rafa Mir.

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