Autora: Irene Moreno Jara
Ilustrador: Jessica Sánchez
Correctora: Mariola Díaz-Cano Arévalo
Género: cuento infantil
Este cuento es propiedad de Irene Moreno Jara, y su ilustración es propiedad de Jessica Sánchez. Quedan reservados todos los derechos de autor.
UN ÁRBOL EN MI RETRETE
En la casa azul de un pueblecito perdido en los mapas vivía Curro, un niño pelirrojo y regordete que soñaba con ser Superman.
En su octavo cumpleaños, Curro esperaba recibir el regalo que llevaba días y meses esperando: un edredón de su héroe favorito. Al fin, cuando tuvo en sus manos el gran paquete que le habían entregado sus padres, supo que había llegado el momento de dormir seguro. Superman velaría por él, pero Curro sabía que seguiría habiendo un problema que se le resistiría hasta al mayor de los superhéroes: el escurridizo pipí.
El pequeño pelirrojo no sabía por qué sucedía, pero, cada mañana, sus sábanas amanecían mojadas. Lo había intentado todo: apenas beber agua en la cena, mantenerse despierto durante la noche leyendo cómics, poner el despertador a cada hora… Nada había funcionado. El escurridizo pipí siempre acababa haciendo de las suyas; era el mayor de los malignos y, día tras día, conseguía ganarle la batalla. Ahora, y gracias a sus padres, tendría cada noche a Superman de aliado. A Superman y a un objeto misterioso a los pies de su cama, pero esto Curro aún no lo sabía…
Margarita y Ramón siempre desayunaban tristes. Su hijo bajaba las escaleras cabizbajo, queriendo guardar un secreto a voces, y ellos no eran capaces de encontrar una solución. Hasta que en la estantería más alta de la tienda de juguetes vieron un extraño retrete; un wáter amarillo, sin dibujos, con cisterna y todos los abalorios típicos de una letrina. Pero era un retrete extraño. La caja que lo contenía era vieja, sus colores estaban gastados por el tiempo, y en la parte superior solo había una etiqueta que decía «Retrete mágico».
Margarita y Ramón estaban a tiempo de elegir el wáter mágico como regalo, pero conocían la ilusión que le haría a Curro dormir junto a su héroe favorito, así que compraron el edredón de Superman como regalo de cumpleaños y el retrete como posible pócima contra el pipí escurridizo.
Después de haber abierto once paquetes, Curro no podía imaginar que antes de irse a la cama tendría que abrir uno más. Con la barrigota llena de merengue y la lengua del color de las guindas, el pequeño llegó a su habitación y vio un bulto sobre de la cama. Envuelto con papel amarillo y un gran lazo naranja, el bulto brillaba encima del edredón nuevo que acababa de colocar Margarita. Solo hubo una cosa que no le gustó a Curro de ese misterioso regalo: tapaba la cara de Superman.
Con ilusión y ansias, el único pelirrojo de la familia Limón abrió el paquete y vio que lo que contenía era un mini retrete. Ante la cara de duda de su hijo, Margarita comenzó a explicarle los poderes mágicos de aquel wáter y le dio las instrucciones de uso. A partir de aquella noche, el pipí escurridizo tendría un nuevo enemigo; los bosques, un nuevo aliado.
Por la novedad, y porque la palabra «magia» siempre tiene efectos asombrosos en los niños, Curro empezó a utilizar con frecuencia el retrete amarillo. Había algo en aquel wáter que hipnotizaba al pequeño; algo en el fondo que parecía que quería salir, pero que, por vergüenza, permanecía oculto. Algo que, el día menos pensado, consiguió asomar una ramita.
Un pequeño árbol de hojas moradas, ramas finas y un tronco del color del chocolate, había emergido del fondo del urinario y permanecía quieto ante los ojos de Curro, que miraba atónito lo que había conseguido crear su retrete mágico.
Le hubiera gustado saber qué habría hecho Superman en ese caso, pero como su superhéroe permanecía callado y quieto, Curro pensó que la mejor opción era sembrar el árbol en algún lugar. Se asomó por la ventana y a lo lejos, cerca de la casita roja de su abuela Lola, vio el lugar perfecto: el Bosquecillo Apagado.
El Bosquecillo Apagado era el recuerdo de lo que había sido un bosquecillo alegre y colorido; un lugar lleno de alegría, de árboles y flores que, por falta de mimos, se había puesto triste hasta convertirse en una zona oscura y solitaria. Curro pensó que, si de su retrete salían arbolitos de colores, podría crear un bosque mágico al que llamaría el Bosque Arcoíris.
Y así sucedió.
Por cada vez que el pequeño hacía pipí en el wáter amarillo, un nuevo árbol comenzaba a crecer en el fondo. Salieron árboles de hojas rojas, hojas de color turquesa y de color pastel; arbolitos con ramas de canela y florecitas de vainilla. Decenas de árboles que Curro sembró con mucho cariño y cuidado durante años hasta que llegó el día en el que el pequeño no pudo regar más.
El pipí escurridizo había desaparecido y con él los arbolitos, pero Curro no estaba triste. Ahora, cada mañana, bajaba contento las escaleras porque, al despertar, podía mirar por la ventana y ver un bosque como el de los cuentos.
Los arbolitos del Bosque Arcoíris no crecieron nunca, pero vieron cómo Curro se convertía en un apuesto joven que estudió jardinería y se casó con la bella Manuela. Cada vez que los enamorados paseaban por el bosque, el viento movía las hojas hasta que llenaban el cielo de fantasía. Sin embargo, era la época del otoño la que más le gustaba a Curro. El suelo se llenaba de pulguitas rojas, verdes, azules y amarillas que el jardinero guardaba en un saquito para llevárselas a casa. Allí, en la morada de Manuela y Curro, las paredes de la que sería la habitación de Currito iban llenándose de magia…
En apenas veinte años, el pequeño gran pelirrojo había sembrado el bosque más bonito del planeta, había derrotado al más pesado de los enemigos y, sin darse cuenta, se había convertido en el competidor de su gran héroe. Ahora, Curro era un Superpapá.
Mientras tanto, el retrete mágico y el Bosque Triste esperaban ansiosos que Currito creciera…