En la penumbra

Autora: Olga Besolí

Ilustradores: Fernando Halcón y Julio Roig

Corrector: Elsa Martínez

Género: terror (a partir de 13 años)

Este cuento es propiedad de Olga Besolí, y sus ilustraciones correspondientes son propiedad de Fernando Halcón y Julio Roig. Quedan reservados todos los derechos de autor.

EN LA PENUMBRA

Solo puede existir la luz allí donde antes hubo oscuridad. El mundo se compone de luces y sombras, aunque nadie ose proyectar su mirada hacia la penumbra. Por miedo unos, por respeto los otros, todos somos seres que buscan permanentemente la luz. Invadimos de neones, focos, farolas, semáforos, lámparas y bombillas nuestra existencia nocturna, en un intento desesperado de convertir en un falso día, mediante la electricidad, nuestras horas más oscuras y frías. Hasta la llegada de un nuevo amanecer. Entonces la ciudad despierta ruidosa y atareada, bajo los primeros y mortecinos rayos solares que traspasan la espesa neblina de gases y contaminación que flota sobre nuestras cabezas. El tráfico ensordecedor impone ritmo al paso ajetreado de los transeúntes que, como hormigas dentro del hormiguero, dan movimiento al engranaje de este inmenso cementerio de argamasa y cristal. Tan intenso es el tráfico que ni un aparatoso accidente mortal detiene ese goteo ininterrumpido de idas y venidas, de miradas ausentes, de rostros inexpresivos, de zapatos que sortean sin ningún recato los adoquines incrustados de sangre fresca y fragmentos de huesos. En esta gran urbe, la gente padece ceguera ante todo lo que le rodea, ante la fealdad o la belleza, ante la maravilla o el horror. No existe el pánico, tampoco la felicidad. Todos tienen prisa, pasan, te adelantan, te golpean, te ignoran. No son nadie. Tú no eres nadie para ellos. Transparente como el cristal de los ventanales. No te ven. No se arriman. No se asoman.

Pero yo si puedo verlos a ellos. Sé que son personas de ojos ciegos y vidas vacías. Caminan siguiendo las luces que ellos mismos han construido. Verde, rojo, naranja. Caminar, parar, caminar. Son cáscaras huecas con forma humana que siguen su propia inercia. Por no sentir, no sienten ni la vida misma, de la que ni siquiera son dueños. Andan como muertos por dentro, dormidos. Son Zombis de alma ausente. Y no quieren despertar. Prefieren permanecer embobados en ese sueño de la existencia simple, dónde hay que correr mucho para llegar a ninguna parte; donde impera la mediocridad rutinaria.

Por eso temen tanto la oscuridad. Porque aviva los sentimientos que permanecen dormidos bajo la amarillenta luz del día, y resucita los otros sentidos, aquellos que no tienen nombre; los que te permiten observar sin ver, escuchar sin estar cerca, prever sin deducir, conocer sin haber estudiado. Los que yo domino. Desde siempre. Pero no soy una excepción ni un monstruo. Soy tan humana como los demás, aunque, por razones que todavía no entiendo, nací con los sentidos abiertos, todos.

Yo me muevo bien entre las sombras. Ellas me muestran a los verdaderos seres que habitan en esta ciudad. Aquellos que realmente están vivos. Y los puedo escuchar dentro del silencio que acalla todas las voces. Gruñen. Gritan. Se desplazan con destreza. Controlan a los humanos en cuanto entran en contacto con ellos.

Ilustración de Fernando Halcón

Ilustración de Fernando Halcón

Los llamo “los gatos negros”. Aunque no maúllen. Pero tienen su mismo tamaño y color. Son seres de forma cambiante, indefinida. Aparecen repentinamente de la nada, como nubes oscuras de gases comprimidos que se deslizan a ras del suelo. Atacan con garras, uñas y dientes inexistentes aquello que encuentran a su paso, pues son seres malignos y de bajo astral. Provocan heridas que tardan en cicatrizar. Y duelen. También se infectan fácilmente, pues la maldad es contagiosa. Hay que tener mucho cuidado con ellos, son peligrosos. Se pueden vislumbrar de reojo, mientras se meten en los bajos de una escalera por la que un niño empujará a otro; o colándose por una ventana de la que, segundos después, saldrá un televisor volando que terminará estrellándose contra el suelo; o entrando en aquel portal desde donde, de repente, se oirán golpes y gritos. Las noches de luna de sangre ofrecen el escenario perfecto para su aquelarre particular. Entonces los seres humanos caen por doquier bajo su dominio.

Luego,  al día siguiente, todos los noticiarios coincidirán en que “la locura se apoderó ayer noche de los ciudadanos, debido a la influencia magnética de la esplendorosa luna llena, provocando un grave aumento de los asesinatos, atracos, violaciones y actos vandálicos perpetrados contra la propiedad urbana, con un número total de víctimas que asciende a….”. No fue la locura, fueron los “gatos”. Llenan con su energía maléfica todo aquello que esté vacío. Y todos los habitantes de esta ciudad están huecos por dentro. Todos salvo unos pocos privilegiados. Como nosotros. Por eso hemos formado nuestro pequeño escuadrón nocturno. Durante el día no somos nadie, solo unos más entre la muchedumbre, pero al entrar la noche mostramos nuestra verdadera identidad. Somos cazadores de “gatos”.

Hoy la luna se ha vuelto a teñir de rojo. Significa que toca batida. Habrá un exterminio entre las sombras. Y los habitantes diurnos no se enterarán de nada. Como siempre. Seguirán dormidos; ciegos y sordos a todo cuanto les rodea. Hasta el día de su muerte. O quizás incluso mucho después…

Ilustración de Julio Roig

Ilustración de Julio Roig

Mientras corro al encuentro de mi grupo, pues ya está avanzada la noche, me cruzo con el atropellado de esta mañana. Sigue en la calzada, de pie, sobre el paso de peatones donde fue arrollado, pisando sus propios restos de sangre seca. Él, como otros, permanece enganchado a los eternos neones de la metrópolis. Parece confundido. En los próximos días vagará perdido por las calles de esta ciudad, a no ser que alguien lo encuentre y lo guíe. Es poco probable que eso ocurra. Seguramente terminará como los demás, como los miles de fantasmas que transitan por las calles de la urbe a la noche. Se chocará con los otros, se entrecruzaran, pero no se darán ni cuenta. Los espíritus perdidos en la oscuridad son muchos, demasiados, pero se creen entes solitarios, pues no pueden verse entre ellos. No cambian tanto de cuando estaban vivos, cuando eran ciudadanos diurnos, salvo que la palidez ha anidado en sus rostros y ya no siguen un rumbo fijo. Su paso ya no es acelerado. Ahora son conscientes que no saben adonde van. De vez en cuando alguno se acerca a una esquina y pregunta sin voz a una prostituta como volver a casa. Pobre hombre, no sabe que ahora es más invisible que cuando estaba vivo. Ni siquiera pertenece ya a este lado de la existencia. Aunque gesticule, no tiene un cuerpo físico con el que cortar el aire. Ya no puede mover las cosas, sino traspasarlas. Ahora no es más que un holograma desdibujado, porque él no debería de estar en este plano de existencia. Pero se ha quedado enganchado. Suele suceder. Después de toda una vida siguiendo focos y bombillas ya no es capaz de distinguir la luz más importante de su vida. O de su muerte. La que le lleva al túnel de salida. Aquella que lo sacará de la oscuridad en la que se ve inmerso. Pero ese no es mi campo, sino el del grupo de los médiums. Ellos son los especialistas en guiarlos hacia la luz, aunque no den abasto. Además, yo no tengo tiempo para él. Llego tarde y los “gatos negros” merodean por los inmuebles. Pero esta mañana lo vi morir y fui la única que lloró por su alma desconocida. Quizás con él haga una excepción. Quizás vuelva y le ayude personalmente a cruzar el umbral. Mañana, en cuanto el sol se ponga.

Durante el transcurso del día volveré a intentar aparentar ser una chica normal, aunque no podré evitar observar de nuevo los millones de transeúntes que, como autómatas, pueblan las calles y avenidas de nuestra ciudad condal. Tampoco podré evitar pensar, mientras pasee por las Ramblas y me compre un ramillete de flores frescas, que las noches serían mucho más tranquilas si todas esas personas que me rodean rellenaran ese vacío que tienen adentro con una mezcla de sentimientos, deseos, pasiones y pensamientos. También ayudaría si, aunque solo fuese por un minuto, detuvieran ese andar enloquecido y se pararan a pensar hacia dónde quieren realmente dirigir sus pasos.

Pero eso no va a ocurrir nunca.

Por cierto, no he dicho cuál es mi nombre. Mis compañeros nocturnos me conocen como Coraluna, aunque mi nombre real es Montse. Sí, un nombre común para una persona de aspecto común. Pero, dentro del mundo diurno no logro pasar desapercibida. Será la sonrisa perenne que se adivina en mis labios, o la tranquilidad con la que paseo por las calles y avenidas, o la capacidad de sorprenderme ante la belleza de esta ciudad. Por eso, casi nunca nadie me llama por mi verdadero nombre. Dentro del mundo de las luces, unos se refieren a mí con la palabra “bruja” y otros simplemente prefieren llamarme “loca”. Pero todos y cada uno de ellos, aún sin saberlo, nos deben mucho a los que velamos por ellos desde la penumbra. Al menos mientras ellos sigan estando ciegos bajo la luz del cielo diurno.

Olga Besolí

6 comentarios en “En la penumbra

  1. Impresiona darse cuenta de lo gris, tétrico y perdido en otra dimensión que puede ser el mundo de los sentimientos oscuros.
    Está muy bien trazado el rumbo de la historia.
    Felicitaciones a Olga y a sus dos ilustradores, Julio y Fernando, que han acompañado y realzado el guión.
    Conchita

  2. Muchas Gracias a todos por vuestros comentarios, en cualquier caso si la historia ofrece la dimensión adecuada y la atmósfera es transmitida con veracidad, como es el caso de la literatura de Olga, entonces el ilustrador no tiene más que dejarse impregnar por esas sensaciones escritas.

    Enhorabuena a todos los partícipes de este proyecto.

  3. Los gatos son animales tan enigmáticos, interesados, independientes, y algunos, incluso malvados que elegirlos como metáfora ya impregna la historia de un halo de intriga. Un relato que te empuja a continuar, a descubrir mucho más….
    Cruzar al otro lado no debería ser difícil ni traumático. Pero si así es, tendréis que haceros amigos de la Bruja-Loca Coraluna, por lo que pueda pasar. No dejéis de leerlo.

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