Reencarnación

Autor@: Olga Besolí

Ilustrador@: Marta Herguedas

Corrector/a: Elsa Martínez Gómez

Rating: +13

Género: Fantasía urbana

Este relato es propiedad de Olga Besolí. Las ilustraciones son propiedad de Marta Herguedas. Quedan reservados todos los derechos de autor.

Reencarnación.

Yo fui aquel en cuyos dominios ningún invasor pudo nunca llegar a poner su pie. Aquel, cuyo ejército supo sofocar el terrible avance del imperio otomano sobre Europa. Aquel, bajo cuyo reinado nunca nadie osó sublevarse y cuya autoridad fue temida y respetada, tanto por la plebe como por la nobleza.

El cáliz de oro que deposité en medio de la plaza siguió allí, sobre la fuente, en los años que duró mi existencia terrenal. Todos pudieron utilizarlo para beber. Todos, sin excepción. Hasta yo lo hice. Nadie intentó nunca robarlo.

El respeto y el miedo al dolor que infundí sobre mi propio pueblo ante la mentira y la traición es el mismo que infligí sobre el enemigo sin piedad ni compasión. Utilice el empalamiento como medida redentora de las almas y disuasoria de las maldades. Ladrones, infieles y usureros se mantuvieron inactivos mientras viví. Ejércitos enteros de enemigos fueron clavados en estacas anunciando la espantosa muerte que les aguardaba a los que pretendieran entrar en mis tierras. Desayune más de una vez frente al bosque de estacas sangrantes y cuerpos agonizantes para que todos fueran testigos de que no había flaqueza alguna en mí. La debilidad es el cebo con el que se alimenta el espíritu del enemigo. Yo miné ese espíritu hasta convertir a los turcos en roedores asustados ante mis muros de despojos humanos. Yo salvé los tres reinos de ser tomados por los infieles; a los pueblos de los Cárpatos de ser destruidos, a todas sus gentes de perder todas sus posesiones para luego ser quemadas vivas. Y lo hice instaurando el terror y la justicia como nunca antes se había hecho, pero con todo el dolor del alma.

Mi espíritu no era tan oscuro como todos creían. No obtuve placer ninguno en torturar y matar. Contaran lo que contaran las leyendas sobre mí, hubo un tiempo en que mi corazón latía y mi sangre no estaba maldita. El corazón está hecho para el amor y no para el odio. Y yo amé mucho más de lo que llegué a odiar. Aunque fuera mi propia sangre la que me traicionara. La sangre… es tan fuerte, tan poderosa… No, no soy el monstruo despiadado que todos pensaban que fui. Hice lo necesario para salvar al pueblo del enemigo invasor; lo imprescindible para salvar a las gentes de su propia maldad. Yo fui el salvador de mi pueblo y en mi región me siguen recordando como un héroe. Yo fui Vlad Draculea, príncipe de Valaquia, señor de Transilvania y liberador de Moldavia.

Y para Cnaejna, mi princesa esposa, lo fui todo: señor, marido, amante, amigo y confidente. Nos amamos en lo bueno y en lo malo y no perdió la esperanza hasta el día en que mi hermano Radu, vil marioneta de los turcos, llevó mediante engaños a una avanzadilla de infieles a las puertas mismas de mi castillo en Transilvania. Mi querida princesa no pudo más que arrojarse al afluente que, desde entonces, es llamado Râul Doamnei, el río de la dama.

Mi alma lloró tan amargamente su pérdida que sólo pude arrancar el dolor de mi pecho vengando su muerte allí mismo, en medio de la plaza. Alcé con mis propias manos ese mismo cáliz de oro que había depositado sobre la fuente hacía tantísimos años, pero esta vez no estaba lleno de pura agua fresca de la fuente, sino de la negra sangre de la traición, la sangre todavía caliente de mi hermano, cuyo cuerpo yacía decapitado bajo mis pies.

Bebí y todo el pueblo fue testigo de cómo renuncié a Dios y a la fe católica que había adoptado y que me había acompañado en infinidad de batallas y victorias. Y con ello me desprendí también de la vida mortal y de la muerte. Cerré mis puertas al cielo y al infierno, pues me había sido arrebatado todo aquello que me importaba, y me juré a mi mismo que vagaría por este mundo hasta recuperarla, a mi princesa, a mi corazón.

Cuando se produjo el cambio, murió el hombre en mí y nació el monstruo. Mi corazón dejó de palpitar y la sangre se detuvo en mis venas. El color desapareció de mi rostro, el dolor abandonó mi cuerpo y mi mente se liberó del cansancio. Mi vista se agudizó. Mis oídos se afinaron. Mis dientes se afilaron y una sed, antes desconocida para mí, se apoderó de mi voluntad. Fuera de mí, ataqué a cuantos se hallaban presentes y con ello expandí mi maldición a través de las mordeduras que les causé y la sangre que de ellos bebí. La sangre, es tan dulce… Ellos fueron mi primera legión contra el mundo, contra el Dios que me lo quitó todo. Pero aún con el sabor de la sangre en mi boca, mi piel empezó a abrasarse bajo la luz del amanecer. Tuve que huir y ocultarme entre las sombras. En ellas me he refugiado desde entonces.

En estos ochocientos años he visto de todo. Se ha hablado mucho de mí, pero casi nada de lo que se ha contado es cierto. Algunos me pintaron como un ser deforme, una especie de engendro que se transforma en un animal, en un murciélago. Eso no es cierto. Mi porte es el mismo que tuve cuando fui un gran guerrero. Como ves, mi nariz es aguileña, mis ojos grandes y oscuros, mi cabello largo y ondulado. Soy el hombre que fui, pero también soy un ser inmortal, un demonio que domina los elementos y las bestias que acompañan a la noche. Mi carne se desgarra cuando la cortas y mis huesos se fracturan cuando los golpeas. Pero mis miembros cortados crecen de nuevo, las heridas se cierran y los huesos se recomponen durante mi sueño diurno. Hay una única forma de matarme y es atacando al corazón muerto que anida en mi pecho. Ese que dejó de latir la noche en que te perdí, en que la perdí a ella.

Por eso te explico lo que soy. No estoy vivo y, sin embargo, no muero. Soy un no-muerto que infecta con su sangre maldita a sus víctimas. Soy un criminal. Ahora mato y siento placer con ello. Y mi odio supera con creces lo que nunca sentí. Siglos enteros de rencor pudren todo lo que tocan.

Pero una luz se abrió en mi camino, cuando te vi. La vi y te reconocí a ti en ella. El siglo XIX trajo ante mí a la esposa que me fue arrebatada hacia cuatrocientos años. Respondía al nombre de Mina. Mi esposa guerrera y fuerte era ahora una joven londinense, frágil y pálida, pero sus ojos encerraban toda la pasión dentro de ellos. Con tan sólo tocarla nos recordó, y también a las frías aguas del rio en el que se ahogó.

No llegué a desposarla pues la maldad del hombre volvió a interferir y el destino quiso separarnos de nuevo. Ellos la mataron. Ese maldito Van Helsing le clavó una estaca en su corazón cálido y separó su preciosa cabeza de su cuerpo.

Perderla de nuevo me volvió loco. Aquella misma noche salí, acompañado de lobos y ratas, a masacrar a los habitantes de Londres, a destripar prostitutas, a arrasar con familias enteras. Pero terminé sentado, exhausto y derrotado, en la taberna The Angel & Crown, para contarle la terrible historia de mi vida a un escritor fracasado llamado Stoker, que solía acudir allí todas las noches en busca de inspiración y bebía hasta la madrugada. Hice mal al revelarle quién y qué era. Publicó mi vida de forma distorsionada y ese libro me persiguió a partir de entonces.

El guerrero que fui se convirtió para las gentes, de la mañana al día, en un conde con capa negra, capaz de convertirse en murciélago y con una incomprensible aversión a los ajos. Pero eso sólo fue el principio de la pesadilla que estaba por venir. La banalidad de la diversión se apoderó de las gentes del siglo xx y mi persona pasó a ser un disfraz de Halloween, un muñeco de la casa del terror, un monstruo más del panteón de la literatura siniestra, algo grotesco de lo que reírse y con lo que asustar a los niños.

Después de la novela de Stoker se escribieron otras muchas historias sobre mi vida, a cual peor, y todas ellas fueron maltratando mi imagen. Todo aquello que he sido y representado terminó convertido en un chiste de mal gusto. Me describieron como un monstruo deforme con colmillos, como un conde con capa negra, como un vampiro roquero que buscaba fama, como el hermano de un hombre lobo y, el peor de todos los casos, como un tonto y flacucho llamado Edward, al que le brillaba la piel al sol, que se enamoró de una humana insignificante e inadaptada. Con esa espeluznante caricatura de mí mismo inauguré el nuevo milenio.

Han pasado cien años desde entonces, un siglo entero en el que la estupidez se ha apoderado finalmente de la razón humana y los pocos dueños de este mundo os llevan a todos al matadero como si fuerais borregos. Ya no tembláis como hojas ante mi presencia, ni tampoco sois capaces de reíros como hacían vuestros abuelos.

Ahora, en vuestros textos holográficos, solamente soy una pobre víctima anónima más de una antigua enfermedad de la sangre incurable. En eso me han convertido los artistas de tu época, con el afán de seguir esa ley que os manda a todos y que no permite que nada altere el equilibrio y la paz reinantes.

Vivís en la falsa nube de felicidad que os proporcionan las drogas estatales que os suministra el Ministerio de Sanidad Pública, y aceptáis alegremente que os sometan y os utilicen como mano de obra gratis. Trabajáis sin daros cuenta hasta reventar porque esas drogas os insensibilizan. Y, cuando retiran a vuestros muertos de en medio de la calle, os olvidáis inmediatamente de que alguna vez existieron.

En vuestro mundo no existe la amistad, ni el enemigo. No sentís dolor, ni miedo, ni amor, ni odio, ni nada que se le parezca. Pero esos sentimientos pueden volverse a despertar. Volverán a despertar en ti. Y recordarás.

Porque te veo a ti, con la cabeza rapada igual que los demás y con el mismo mono plateado de los Trabajadores del Estado y veo una cáscara vacía, un monstruo despojado de corazón y alma. Pero te miro a los ojos y, bajo las pupilas dilatadas que acompañan a esa sonrisa estúpida y grotesca que siempre muestras, la veo a ella, mi princesa guerrera, que el destino ha traído ante mí de nuevo.

Ilustración de Marta Herguedas

Sé que piensas que no me conoces de nada, que altero tu paz y que quieres que desaparezca de tu vida. Sé que no entiendes prácticamente nada de lo que te he contado ni por qué te he alejado de tu gente y te he traído a este paraje remoto, a esta construcción antigua y medio en ruinas, y mucho menos por qué te mantengo encerrada y te he quitado tus drogas diarias.

Y la respuesta es que lo he hecho por ti. En cuanto el efecto de las drogas se pase, en cuanto tu sangre vuelva a estar limpia, volverás a ser tú. La sangre… es tan importante… Volverás a recordar. Volverás a sentir. Todo lo que te he contado sobre mí, sobre nosotros, adquirirá sentido. La confusión de tu mente se desvanecerá como la niebla que cubre el río Râul Doamnei. Y entenderás. Sabrás por qué yo he vagado por los mares del tiempo hasta que la sangre humana se ha vuelto imbebible. Hasta que el espíritu del hombre se ha destruido. Hasta que las guerras y la pasión han desaparecido de la faz de la tierra y solo quedan el hastío y la soledad. Entonces me pedirás, me suplicarás que unamos nuestras sangres y volvamos a ser uno, como hace siglos, pero esta vez para siempre.

Y aunque carezcas de nombre porque el Estado Mundial prohíbe su uso, yo te devuelvo el que siempre te ha pertenecido, Cnaejna.

Estás en nuestro castillo de Transilvania, tu hogar. Estas tierras que contemplas desde la ventana de tu alcoba son todas tuyas y esas chimeneas que ves en la lejanía corresponden a las últimas aldeas libres que quedan en toda la tierra, los pueblos de los Cárpatos, acogidos bajo mi protección a cambio de cederme una parte insignificante de su sangre pura para mi sustento. Porque yo fui, soy y seguiré siendo por toda la eternidad, Vlad Draculea, Príncipe de Valaquia y máximo defensor de estas tierras.

Olga Besolí

Octubre de 2014

4 comentarios en “Reencarnación

  1. Como siempre, grandísimo, Olga. Qué repaso con tanto estilazo, melancolía y nostalgia a la historia del príncipe Vlad Draculea. Espero seguir quitándome el sombrero hasta el infinito y más allá leyendo tus relatos. Y esos trazos de Marta tan suyos… Geniales las dos. De verdad.

    • Muchas gracias, Mariola. Espero que esta no sea la última oportunidad de leernos la una a la otra. Sabes que te admiro y tus palabras son siempre un regalo para los oídos. Mil veces gracias.

  2. Y también quiero darte las gracias a ti, Marta, por tus ideas y aportaciones y por ese pedazo de ilustración. Trabajar contigo siempre resulta fácil. Eres una crack.

  3. Olga, tenía que haber leído mucho antes tu relato. Es fantástica tu visión del Drácula histórico y la magistral forma en la que has unido esta figura al Drácula literario. Me has recordado en el pasaje de la taberna de Londres en la que se encuentra Vlad con Stoker, momentos de la maravillosa serie «Penny Dreadful». Hubiera sido absolutamente delicioso ver a esos dos personajes juntos tomándose una copita. Me ha encantado el relato y como soy muy fan de la literatura gótica, me ha gustado mucho tu forma de expresar con sentimientos nostálgicos el devenir de la historia del príncipe Vlad y de su amor eterno por su amada. Os felicito a las dos, por supuesto a Marta por la impresionante ilustración que ha realizado para tan impresionante relato.
    Un abrazo y hasta siempre.

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