Crimen Imperfecto

Autor@: 

Ilustrador@: 

Correctora: Mariola Díaz-Cano

Género: Fantasía urbana

Rating: +13

Este relato es propiedad de Olga Besolí. La ilustración es propiedad de Carolina Cohen Polanco. Quedan reservados todos los derechos de autor.

Crimen Imperfecto.

Te creías que habías cometido el crimen perfecto, ¿verdad? ¡Pues casi! Pero no. Te quedaste a las puertas y de poco que lo consigues, pero, ya ves, como es evidente no te has salido con la tuya, al menos no totalmente. ¡Pasaste un gran detalle por alto! Y, por suerte o desgracia, en esta vida la justicia sí que existe y se cierne sobre todos nosotros sin piedad para otorgarnos lo que nos merecemos. Sí, tú ríete todo lo que quieras. Por supuesto que me merezco de sobra el haber terminado en este estado, no lo niego. No soy un ángel ni lo he sido nunca. Y la verdad es que, mirado bien, mi estado tampoco es tan lastimoso. De momento sigo aquí. Pero tú… oh… tú te mereces lo peor, porque eres el ser más despreciable y mezquino que ha pisado la faz de la tierra; un maldito lobo con piel de corderito. Lo que me has hecho merece el castigo más cruel que exista y yo voy a procurar dártelo.

Y si te preguntas si voy a matarte, te diré que no, no pienso hacerlo. Además, no puedo. Soy incapaz de coger un arma y apuntarte con ella, pero eso es lo de menos: hay otros modos de morir, y así, a bote pronto, se me ocurre… a ver… el suicidio. ¿Cómo vas de ánimos últimamente? Sí, claro, hasta hace unas horas divinamente, supongo, pensando en disfrutar de tu botín. Pero seguro que ahora lo ves todo un poquito más negro. ¿Me equivoco? Ay, es tan fácil caer en la depresión y, en un momento de locura transitoria, quitarse uno la vida… Eso podría pasarle a cualquiera, ¿por qué no a ti? ¡Ah! Ya me lo imaginaba. Todavía no te sientes preparado, ¿verdad? Aún veo un rayo de esperanza en tus ojos… ¡Ay, esos ojos de perdición! ¿Es posible que pienses que esto acabará de un momento a otro? ¿De verdad crees que yo me esfumaré sin más y te dejaré tranquilo? Supongo que también estarás convencido de que llegará un día en que te reirás de lo ocurrido, ¿no? ¡A eso lo llamo yo optimismo! Pues créeme si te digo que ese día no va a llegar nunca. No hay forma humana de deshacerse de mí… otra vez.

De momento, tu nuevo intento de librarte de mí de hace una hora —y tengo que anunciarte que tu recién adquirido hábito empieza a irritarme— te ha llevado a un callejón sin salida, encerrado en esta habitación, nuestra habitación, conmigo y sin una escapatoria posible. ¿Cómo se te ocurrió tirar la llave por la ventana? ¿Es que acaso crees que una puerta cerrada es un obstáculo para mí ahora? ¿Quieres huir de mí definitivamente? ¡Pues salta por esa ventana y sigue la caída de tus llaves! ¡Bah! No seas miedica, son sólo unos pocos metros de agonía y, cuando te estrelles contra el suelo, te prometo que será tan rápido que casi ni te dolerá. Es mucho mejor que morir ahogado lentamente, ¿no crees?

¿Y ahora qué haces? ¿Qué, vas a dispararme? Claro que entiendo tu desesperación. He llegado demasiado pronto y sin avisar. ¡Qué poca educación la mía, presentarme así, de sopetón! ¡Aish! ¡Pobrecito mío! ¿No te he dejado tiempo suficiente para disfrutar plenamente de todo lo que la ley dice que ahora te pertenece? ¡Oh! ¡Pues quizás es porque no te lo mereces! ¡Nada de todo esto es tuyo, sino mío! Yo conseguí todo lo que ves a tu alrededor. Y lo peor de todo es que no dudé en compartirlo contigo. Sí, perdí la cabeza por ti. Fui más generosa contigo que con nadie en este mundo. Pero tú lo querías todo para ti solo, ¿no? No tenías suficiente con lo que yo te daba, las compras, los regalos, las tarjetas, los viajes… No, querías disfrutar de todo esto sin necesidad de aguantarme, ¿verdad? ¿Por qué no dices nada ahora, eh?  ¡Yo te quería! Sí, oyes bien. ¿Y así me lo hiciste pagar? ¿Matándome? ¡Eres un gran hijo de p…! ¡Eso, sí, venga, vacía todo el cargador! ¡Y dale con la manía! ¿Qué pretendes con eso, destrozar todos los muebles? ¡Entérate, no puedes matarme otra vez!  ¡Ya tuviste tu crimen perfecto! Pero, mira por donde, te salí rana. Sigo aquí… ¿Ya está? ¿Ya has terminado el numerito? ¿Ya no hay más balas? No te habrás reservado ninguna para ti, ¿verdad? ¡Lástima! Porque ahora que ya no puedes volarte la tapa de los sesos de un tiro no te queda más remedio que sentarte y escucharme. Y tengo mucho que decirte…

Estabas avisado. Te lo dije. Un millón de veces. No es nada que en mi familia se haya mantenido oculto. Pero tú, con tu juventud, tu arrogancia —y, por supuesto, tu estupidez, que no te contraté precisamente por listo, sino por guapo—, no me escuchabas —o no quisiste entenderme— cuando te contaba que mi abuela fue una médium famosa en sus tiempos, y que yo, al igual que mi madre, heredé su don, que de niña veía muertos y me comunicaba con el más allá. ¡Estúpido! Si lo hubieses tenido en cuenta ahora no nos encontraríamos en esta situación. Porque, ¡mira tú por dónde!, resulta que tampoco tengo ningún problema en comunicarme con el más acá ahora que estoy en el más allá gracias a tu empujoncito a las preciosas cataratas del Iguazú. Que vaya poca vergüenza que tienes. ¡Lanzarme a mí al vacío de esa manera el primer día de luna de miel! Que podías haberme dado, aunque solo fuera por compasión, una noche de amor apasionado en Argentina, que para eso te pagué el viaje enterito y la estancia en la suite nupcial del hotel. Que me enviaste al otro lado con las ganas. Pero ya que no tuve ocasión de una noche de bodas, viudo mío, tampoco tú vas a tener una noche de descanso después de matarme y heredar todo mi patrimonio, que veo que ya has empezado a lapidar.

¿Cuánto dinero gastaste con el forense para convencerlo de que pusiera las palabras resbalón accidental bien grande en el informe de mi muerte? No me pongas esa cara de sorprendido, que aunque en ese instante no estaba presente —para tu información me encontraba debajo del agua, y demasiado tenía ya con verme toda ahogada y aceptar que estaba muerta y fuera de mi cuerpo—, no nací ayer y conozco de lejos el poder de los sobornos, que para algo me metí en política. ¿Y qué les dijiste a todos los demás para que firmaran como testigos? ¿Que a la pobre ancianita que llevabas del brazo le fallaron las piernas y que no pudiste sostenerla? ¿Hiciste una buena actuación? ¿Les lloraste y les miraste con esos ojitos tuyos de no haber roto nunca un plato? Y, cuéntame, ¿qué les dijiste que eras, un familiar, quizás, puede que mi nieto? ¿No les contaste la verdad, que eras mi recién estrenado marido? Doy por sentado que no, aunque dudo si por vergüenza o por no levantar sospechas innecesarias ¿Tuviste que untarlos, también, a ellos? Como si no, ibas a salirte de rositas, matándome a plena luz del día en un lugar atestado de turistas. ¡El dinero lo consigue todo! Eso lo aprendiste rápido de mí. Con dinero te compré yo a ti a base de regalos y agasajos. ¡Todos tenemos un precio, cariño! Y, mira tú por dónde, que hubo un tiempo absurdo en el que creí ver en ti algo que no se compra con dinero. Fuiste mi acompañante especial, mi favorito. Creí en ti… pero tú, como recompensa, me has llevado a la tumba. ¡Qué estúpido por mi parte! Has sido mi único error y me has costado la vida. ¡Traidor! Pero no toda la culpa es tuya. Debería haberme dado cuenta. Debería haber abierto los ojos ante la evidencia: que treinta años de diferencia son muchos y que un chaval joven y guapo como tú no ve en una mujer madura y rica como yo sino el poder, el dinero, la fama o las tres juntas. Nunca debí enamorarme de ti; tenía que haberte mantenido solamente como un capricho caro, mi juguete personal desechable, de usar y tirar a gusto. ¡Pero tú fuiste el responsable! ¡Oh, sí! Tú me empujaste. Yo no caí sola al precipicio. Tú me llevaste hasta el borde, me incitaste a intimar, a contarte mi vida. Tú me cerraste los ojos y me obligaste a bajar la guardia con mentiras hasta que acabé en tus manos. ¡Por Dios, si hasta te conté mis secretos más íntimos! ¡Eres la única persona en el mundo que sabe cómo amasé mi gran fortuna gracias al terrible accidente que se cobró la vida de mi desgraciado primer marido, el barón, que en paz descanse! Y mira tú qué ironía. ¡Quién iba a pensar qué ibas a ser tan ruin como para utilizar el mismo método conmigo!

Pero ¿sabes?, hay una diferencia bien grande entre lo tuyo y lo mío. Lo mío fue un crimen perfecto —mi marido era un vejestorio sin alma, un ser anodino, insensible y tremendamente obtuso y, por lo tanto, con un espíritu incapaz de llegar a ningún lado— y lo tuyo ha sido más bien una chapuza. ¡Oh, sí! Un crimen perfecto hablando técnicamente —¿o debería decir terrenalmente? —, pero un fiasco si tenemos en cuenta la razón por la que me mataste, que no era otra que deshacerte de mí y disfrutar de todo lo mío: mis propiedades, mi fortuna y del estatus que proporciona el título de barón, del que no eres merecedor en absoluto. Pero sigo aquí… y tus objetivos ni se han cumplido ni se van a cumplir.

¡Oh, vamos! ¡Ni se te ocurra ir por esos derroteros! ¡No me vengas de arrepentido ahora, porque ya no me creo ninguna de tus palabras! Que aunque te he querido —y mucho, tengo que admitir—, te aseguro que mi amor se ha enfriado bastante después de morirme en las turbulentas aguas de la cascada ¿Sabes lo que se siente cuando te ves arrastrada por la corriente contra las rocas? ¿Sabes lo agónico que es querer respirar y no poder? ¡Oye, perdona, que es mi cuerpo el que yace irrecuperable en el fondo del agua por siempre jamás! ¡Y soy yo la que puede que acabe devorada por los peces! Así que no me vengas con esas, que yo no salté, fuiste tú quien traspasó la barrera y me empujó al abismo ¡Es por tu culpa que nos encontramos en esta situación!

¡Eso, tú ríete! ¿Se puede saber qué narices encuentras tan gracioso? ¿Que esta es qué? ¿Nuestra primera pelea de enamorados? ¡Genial! ¡Y ahora me sales con esas! Todavía piensas que vas a salir airoso de esta usando tu gracia y tu palique como en Argentina, ¿verdad? No podrás. Ni hoy, ni mañana, ni nunca. Te lo voy a explicar muy clarito para que lo entiendas y borres esa estúpida sonrisa de tu cara. Así que atiende. Tratar con un muerto no es tan fácil como hacerlo con un vivo. Los muertos no dormimos, ni tenemos hambre, ni la necesidad de ir al aseo. Los muertos no nos cansamos, ni sentimos debilidad o frío. Y no somos sobornables. Vas a tenerme a tu lado, todos y cada uno de los instantes de tu, a partir de ahora, mísera vida, hablándote cuando pretendas descansar, mortificándote a cada minuto hasta que quieras deshacerte de tu espantosa existencia, avasallándote día y noche hasta que abraces la locura, amargándote con mi presencia tanto en soledad como en compañía hasta que decidas arrancarte los ojos y desees no tener oídos, y reprochándote la cabronada que me has hecho las veces que haga falta hasta que revientes.

No puedes pararme, nada puede. No hay pared, puerta o materia que no pueda traspasar; no hay obstáculo que me impida el paso. No importa donde vayas, te seguiré. El tiempo no discurre de igual forma a este lado. En un segundo puedo aparecer donde quiera y cuando quiera. Por tu culpa yo no estoy entre los vivos y tú dejarás de vivir. ¿Verdad que el hueco de la ventana ahora parece más tentador? ¿Verdad que te incita a saltar? ¡Mira tus llaves! Allí abajo, junto a ellas, estarás mucho mejor. ¡Es tu única salida, no hay otra escapatoria posible! ¿No quieres huir de mí, de mi presencia y acabar con esta tortura eterna de una vez por todas? Porque yo seguiré aquí, contigo, hasta el fin de los tiempos, hasta que lo que quede de ti solamente sea un despojo que no se asemeje en nada a lo que eres ahora. Y te aseguro que tengo todo el tiempo del mundo para conseguirlo.

Eso es. Siéntate en el borde. Deja de llorar, las lágrimas no solucionan nada. Vi que no derramabas ninguna en mi funeral. Y no, no acepto tus disculpas. Ahora que puedo moverme por las dependencias de la mansión sin ser vista ni oída he descubierto lo tuyo con la sirvienta ¡Tranquilo, no temas amor mío, que ya me ocuparé luego de ella! ¡Céntrate en lo tuyo! Sí, mira abajo. Ya sabes lo que hay que hacer, vas a darte ese empujoncito tú mismo… Eso es… Acércate más adelante… Inclínate… Respira hondo… Cierra los ojos y… salta… ¡Ahora!

Ilustración de Carolina Cohen

¡Bien hecho, cariño! No esperaba menos de ti. Y ahora que solamente eres un amasijo de sangre y huesos manchando mi jardín esperaré a que te despegues de tu cuerpo para recibirte con mis brazos amorosos. Porque… ¡Ups! ¿No te lo había comentado? ¡Qué cabeza la mía! Tengo una noticia para ti, que puede ser mala o peor, según te lo tomes. Resulta que si estando vivo has sido capaz de verme y oírme estando yo muerta, eso significa que también tienes un don, seguramente proveniente de tus ancestros cubanos. ¿No te pasaba, de niño, que veías sombras u oías voces? ¿No tuviste nunca contacto con algún allegado recientemente fallecido? Seguro que sí, aunque no lo recuerdes. Pero eso no es todo, no, hay mucho más. Porque ahora eres oficialmente un suicida. Y ya sabes lo que se comenta por ahí… que los suicidas no tienen cabida ni en el cielo ni en el infierno. Una pena, ¿no? ¿Ignorabas ese pequeño detalle, mi amor? Bueno, pues nada, en fin, que nos vemos al otro lado.

Olga Besolí

Enero 2017

Un comentario en “Crimen Imperfecto

Deja un comentario